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La máscara del diablo tuerto

NorteNorte Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado marzo 2014 en Narrativa
La noche es larga en el pueblo de “La Tirana”, y el frío cala hasta los huesos. Quizás por eso la gente anda tan apretujada, como apegándose unos a otros. No por nada este pueblo, incrustado en plena Pampa del Tamarugal del norte de Chile, tiene una población de solo mil habitantes, que resisten estoicos la fiereza del sol del desierto y la brutalidad del frío nocturno, siendo una de las regiones más secas e inhóspitas del mundo. Sin embargo, la Fiesta religiosa de La Tirana es capaz de convocar a más de 200 mil creyentes durante los 5 días que dura la celebración, que van a saludar y homenajear a la Virgencita del Carmen, llamada comúnmente como “la Chinita” o la “Virgen de la Tirana”. Mucha gente hay este año, dicen los pobladores antiguos de este sector, por lo que no me imagino a un maldito ermitaño como yo compartiendo con estas oleadas de creyentes. Prendo un cigarro mientras pienso como mierda vine a caer acá.

Nunca había estado en esta fiesta, no soy muy religioso la verdad. La fé la perdí hace mucho tiempo, de cuando mi anciana tía murió ahogada en el paseo de su iglesia y terminé de quedarme definitivamente solo en este mundo. Pero eso es otra historia. Solo un trabajo bien pagado me lleva a este pueblo situado en pleno desierto. No es mi A.D.E. (Área de ejecuciones, establecido en el 2do Congreso Nacional de Sicarios Independientes), pero afortunadamente el Beto Ramos es muy buen colega y me debe varias, incluido un par de cervezas. A todo esto, el Beto tiene una hermana preciosa, una auténtica muñeca viviente. La he visto como modelo promocionando diversos productos en la prensa de Iquique, la capital regional. No sería malo ir a visitar al amigo Ramos entonces y preguntar sutilmente por el monumento andante que tiene por hermana, junto con tomarnos las cervezas y apagar la sed acumulada con la que cargo hace un par de semanas ya. Si bien hay una norma no escrita, pero respetada a muerte entre nosotros los sicarios, que indica que “no se elimina a los familiares del colega, no se relaciona uno con los familiares del colega”, por esa mujer cruzaría el fuego y el mar. Si tan solo supiera bien que decirle, en vez de quedarme congelado ante su magnánima presencia. Pero bueno, ya habrá tiempo para analizar el caso. Ahora estaba trabajando.

Esto es una fiesta religiosa, pero no puedo dejar de compararla con una gran feria ambulante, en donde se venden desde zapatos hasta libros, incluyendo radios, ropa y todo el set de velas, cadenitas y santos habidos y por haber. Más allá veo a unos muchachos divirtiéndose e instalando unas carpas para pasar la noche. Un jipi barbudo, de esos que andan de pueblo en pueblo, me pide monedas en forma majadera. Dice que viene del sur y que está juntando la plata para volver, que lo asaltaron acá en el norte, que no ha conseguido trabajo, etc. Todo lo que diga está de más, ya que nunca les colaboro a estos zánganos cuenteros, que solo se dedican a embriagarse y ensuciar las diversas localidades que visitan. Si por mí fuera, me encargaría de cada uno de ellos, de una forma eficaz y definitiva. Pero tampoco trabajo gratis.

Pero si hay algo que en verdad no comprendo es la típica danza de esta fiesta, la llamada “Diablada”. Una chica que vende tragos en forma clandestina, me dice que este baile representa la eterna lucha entre el bien y el mal, entre demonios y ángeles, pero se ven puros diablos y parece que nadie quiere ser ángel. Yo pienso que es por el traje. La verdad debe ser genial andar vestido de diablo, con esas botas puntiagudas y con esa capa de intenso color rojo fuego y lleno de otros adornos multicolores, desparramándole las decorativas lentejuelas al público en cada saltito del baile. El de los ángeles es bien fome, con alitas y aureolas blancas. Dicen que todos los trajes son hechos a mano por los mismos bailarines, lo cual es un arte bastante cotizado. Lo que mas me gusta eso sí son las máscaras de los diablos, con ojos saltones, cuernos gigantes y la sonrisa maldita de dientes salidos. A ver si venden máscaras en esta fiesta. Algunas hasta echan fuego. Ojalá se pudieran comer al estúpido jipi que ahora estaba molestando a los muchachos de las carpas.

Uno de los bailarines se saca la máscara. Dentro de ella hay un rubio escuálido que parece gringo. “No merece ser diablo este tipo”, pienso. Según mi teoría, elaborada en base a mi experiencia de sicario y cobrador de cuentas para una multitienda (lo cual es casi lo mismo), hay que tener cierto recorrido en maldades para ganarse el traje. Haber estafado a algún actor famoso, seducido a alguna monja superiora, robarle el trago a algún alcohólico terminal… ¡un pecador con contenido, por la mierda¡ Lo óptimo sería haber matado a alguien. Supieran de cuantos me he encargado yo en mi microempresa de despachos personales. Sería condecorado como el diablo mayor, rodeado de atractivas diablitas rubias, morenas y pelirojas y todos me harían reverencias por todos los pecados sin arrepentimiento que me he mandado. Pero dicen que acá el diablo principal es el más creyente, el más fiel, el que manda en la parroquia, el que organiza los bingos o el que más se humea con la venta de pollos asados. Quien los entiende.

Mi mayor preocupación era encontrar al “Tuerto” Manríquez. Cuenta la historia que en la Cárcel de Acha, de mi amada ciudad de Arica, el Tuerto había eliminado a “Don Quijote”, el reo poeta, famoso por colaborar con el profesor Banderas en el “Gran Diccionario de Palabras Carcelarias”. Dicen que Manríquez pidió su tajada, de puro cabrón que era, ya que por cada cosa que se vendía en la cárcel, el maldito cobraba su porcentaje. El Quijote se negó y se fueron de duelo vía estoques. Estos son fierros improvisados como lanzas, que los mismos reos arman con piezas metálicas de sus camarotes. La pelea estuvo tres días en youtube, gracias a la gentil colaboración de un par de ocurrentes gendarmes, hasta que la página decidió bajar la grabación por violenta. Como consecuencia de todo este lío, los gendarmes se fueron de baja y Manríquez perdío el ojo izquierdo y 5 años más de libertad, porque al Quijote lo sacaron de Acha vestido con el temido “traje de palo”, es decir, “vestido de ataúd”. Ahora era su hermano quien buscaba venganza pagándole a este servidor para despacharse al Tuerto, quién había obtenido la libertad hace poco, virtud de una ágil movida con un juez corrupto y 5 kilos de la “Blanca María”. A veces pienso que todos merecemos una orden de despacho.

Comentarios

  • NorteNorte Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado marzo 2014
    No fue difícil ubicar al Tuerto. De Arica venía con el dato preciso para encontrar a este preso redimido. Mi informante, un antiguo gendarme de la misma cárcel, al cual le pagaba con los relojes de pulsera mas viejos y roñosos que obtenía de mis trabajos, como souvenir, me contó que este tipo había bailado toda la vida desde niño, por una promesa que su viejo había hecho. El viejo no podía tener hijos y prometió que si un día engendraba, su hijo bailaría todos los años en la Fiesta de La Tirana. Increíblemente, el primer año en que un joven Manríquez cayó por robo con intimidación y se tuvo que ausentar a la fuerza de la fiesta, el viejo se murió. En el encierro la culpa se lo comió, convirtiéndose en el reo más agresivo de la Cárcel de Acha, no escatimando en brutalidad e ingenio para hacerse de un nombre, eliminando adversarios, formando negocios turbios y corrompiendo gendarmes, jueces y todo lo que se movía a su alrededor. En Acha perdió el ojo y ahora, en libertad y listo para volver a bailar después de años de ausencia, heredaba el mando y la guía de su grupo de diablos, llevando su máscara parchada en el ojo izquierdo, como símbolo de distinción y autoridad. Quien los entiende.

    Es el día principal de la Fiesta de La Tirana y no cabe un alfiler en la plaza principal. Casi no se puede avanzar entre tanta gente y el calor es infernal, a pesar de lo despejado de la noche y su luna llena, no muy colaboradora para el oscuro encargo que debo realizar. Hay carabineros por todos lados, en moto, a caballo y de a pie. Ni que esto fuera una protesta estudiantil. “Debo actuar rápido”, pienso.

    Un ebrio me confunde con un cura por mi barba y se quiere confesar. La puteada que le hecho lo despabila y se va rapidito en busca de su señora. Dos penitentes vienen con sus rodillas ensangrentadas hacia la plaza, rodeados de gente que llora, reza, les convidan agua, sacan fotos y vuelven a llorar. A lo lejos diviso al grupo de Diablos del Tuerto Manríquez, de entre los otros grupos. Llevan un inconfundible estandarte con la foto a todo color de Papá Manríquez, listos para bailar justo a las doce de la noche. Las bandas de bronces tocan al unísono en forma ensordecedora mientras se acerca la medianoche. Estoy por llegar a mi objetivo cuando siento el aliento a ron y marihuana del jipi de mierda que me pide por tercera vez una colaboración. El codazo lo aplico cortito a la altura del hígado y el mochilero maloliente se va doblando de a poco hasta el suelo. Solo una niña me alcanzó a ver, pero cree que el jipi está haciendo una reverencia y se pone a imitarlo. Reiría a carcajadas si no estuviera trabajando.

    Me posiciono al lado de mi objetivo. La posibilidad que no sea mi “encargo” se desvanece al notar el trago verdoso que está tomando Manríquez. No puedo creer que este imbécil esté tomando “pájaro verde”. Había escuchado que algunos ex-presidiarios se hacían adictos a este trago de mierda, mezcla de aguarrás con bebida, manzana fermentada y otros ingredientes de misteriosa catalogación que preparan con el ingenio y desesperación del que está encerrado. Verlo en vivo es ratificar aquel mito carcelario.

    Por fin las doce y las campanadas de la iglesia se mezclan con el ruido estremecedor de los fuegos artificiales, bandas de bronces y gritos de la gente. Un grupo de seis hombre lleva en andas la figura de la Virgen de La Tirana, mientras los creyentes se arriman apretujándose cada vez más para intentar tocar o besar su larga capa blanca. Muchos levantan a sus niños pequeños para que sean ellos quienes contemplen a la Virgen. Tanta fé sobrecoge y contagia, incluso a un perro como yo. Me persigno dos veces como no lo hacía en años, pidiéndole perdón a la Virgencita por la cagada que iba a dejar en su pueblo. Una señal de la cruz por mi, otra por mi tía muerta en la playa Chinchorro… Justo en ese momento el Tuerto Manríquez se saca la máscara, una lágrima cae por su mejilla, 15 años lejos de la fiesta no dejan de ser, me imagino. Intento comprender al hombre, encontrando en aquella lágrima un símbolo de arrepentimiento sincero, de cómo el destino y las circunstancias pueden llevarte a la sobrevivencia extrema, llegando al sabotaje del alma y la conciencia, para luego volver al dulce calor del perdón divino, buscando la paz interna que todos merecemos. Lo entiendo. De todas formas quito el seguro del revolver. Tengo muchas cuentas por pagar.

    Ubico el arma en su pecho y a 45 grados aproximadamente, mientras al oído le entrego los saludos de El Quijote. Parece que el tiempo se detuviera en aquellos breves segundos, casi puedo sentir como la respiración se le violenta y el corazón le pega una brutal patada de sorpresa, miedo, terror… Cuando gira a mirarme las dos balas lo atraviesas en forma limpia y salen en dirección del cielo. El silenciador del revolver casi no es necesario entre tanto ruido de la gente. Cae el diablo, perdiendo su máscara mientras alcanzo a escuchar sus últimas palabras antes de que su gente reaccione: “hijo de puta…sobrevivir tantos años encerrado para morir así…y en mi fiesta”, enmarcándosele el rostro de la muerte en aquellos oscuros gestos de sorpresa primero, odio después… Me retiro raudamente del alboroto que causa la sangre. Los diablos rodean al Tuerto, otros llaman a una ambulancia que esta cerca. Corren los carabineros, lloran los niños, rezan las viejas… después corren los niños, lloran las viejas, rezan los carabineros… Estoy a dos cuadras de la ejecución cuando los paramédicos encuentran los disparos en el cuerpo frío del muerto. Prendo un cigarro y arrojo la barba falsa en un montón de basura, mientras me voy, pensando en lo paradójico que será encontrar en el infierno a este diablo sin ojos saltones ni cuernos gigantes, porque la máscara del diablo tuerto me la llevo para mi casa…
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