Cuando yo era pequeño, y de esto hace ya casi ochenta años, a Juan Cedrés, le impartió la extremaunción el mismísimo obispo en persona. No era corriente que a un humilde hijo del pueblo le auxiliara en su última hora tan alto cargo de la iglesia; casi siempre lo hacía el párroco con agua bendita, si es que llegaba a tiempo, y si no, los familiares y amigos rezaban en el velatorio por el perdón de sus pecados.
Mi padrino Juan, o Juanito, como lo llamábamos todos, vivía del cambullón o del change. Los canarios usamos un lenguaje mezclado por las muchas influencias de los visitantes que arriban a nuestras islas. Cambullón dicen que era una palabra portuguesa, cambulhão, ristra, conjunto de cosas, barullo; y a eso era a lo que se dedicaba mi padrino, a intercambiar unas cosas por otras, un oficio de trueque, de toma y daca.
Centenares de pequeños botes se agrupaban en torno a los buques que venían desde tan lejos. Cualquiera no se podía dedicar al cambullón,porque si se engañaba había que hacerlo con cierta mano izquierda, dar gato por liebre de manera delicada, es decir, que si se vendían a los ingleses pájaros canarios, había que procurar que las criaturas fueran armoniosas en sus cantos, al menos durante el tiempo que durara la travesía. Si luego se apagaban los dulces trinos, podrían echarle la culpa a la niebla, a la alimentación de las lejanas tierras, o a la nostalgia isleña.
Mi padrino siempre fue de la condición de engañar solo a quien se lo mereciera, tanta buena fama tuvo que le hicieron multitud de encargos, en especial del norte de Europa. Como le daba pena mandar los pajaritos a un lugar tan frío, vendía sólo a los que estaban viejos o enfermos para evitarles el suplicio. Juanito es que tenía muy buen corazón.
Tan malos eran los tiempos, y tanta miseria había, que hubo que reglamentar el contrabando aunque fuera de manera poco legal. El cambalache que se hacía en el mar no era consignado como mercancía oficial, pero convenía estar a buenas con quienes, si querían, podían hacer la vida más difícil aún de lo que era. Nunca le faltó a quien expedía los permisos su cesta de pescado o mariscos, galletas deDinamarca, puros y ron de Cuba, latas de mantequilla holandesa, o buen corte depaño inglés.
Se formaron tres agrupaciones llamadas Taifas: la de La Plaza del Puerto, la de El Refugio, y la de El Muelle Grande, a ésta última pertenecía el Padrino. Solía mediar entre las tres en los conflictos que alguna vez que otra surgían, dado su talante apaciguador y buen tino.
Juanito se dedicó sobre todo al intercambio con los barcos argentinos. La carne y la penicilina eran su especialidad. El ofrecía canoros y mantelerías caladas a mano, también racimos de plátanos y tomates para la travesía. En la posguerra pudo hacerse rico, sin embargo, muchos isleños le deben no solo la salud, sino el haber pasado menos hambre de la que tocaba. Por eso empezaron a llamarlo Padrino. A mí me sacó de una meningitis, y a mi madre de unas fiebres malas que casi no lo cuenta. Ayudaba al que podía por pocas perras, y al que no podía pagar también socorría. Las putas del puerto se lo rifaban, no solo por sus medicinas milagreras, sino porque las trataba a todas como si fueran señoras. Nunca se casó el hombre, pero ni le faltó caricias, ni cariño, ni sobre todo, el respeto del pueblo.
Cuando el Padrino enfermó, lo cuidaron entre todos los vecinos. Don José, el doctor, no quiso cobrarle ni un real, pues él también le debía favores.
El obispo llegó por fin a la casa del moribundo. Vino caminando desde la otra punta de la capital, y pegado a su pecho la custodia, los aceites de ungir cubierto del paño sagrado. Caminaba y sumaba peregrinos a sus espaldas. No se sabe si el señor obispo lo auxilió porque a él también lo curó de algo, o porque ganarse al pueblo es de personas inteligentes, y dicen que este obispo era listo, más que otros que prohibían hasta los carnavales, casi la única distracción de las buenas gentes, de las malas también.
Le precedía la boca del pueblo que iba pregonando el recorrido:
—Está saliendo de la Catedral.
—Ya va por la calle Mayor
—Ya está llegando.
—Ya llega.
Algunos vecinos tuvieron la idea de recibirlo bajo palio. A la alfombra persa de Sebastiana quisieron meterle cuatro palos para que hiciera de baldaquino o dosel sobre la cabeza del obispo, perola mujer se negó porque sus buenos duros le había costado, y porque los de la feliz idea iban pasados de ron.
No recuerdo el nombre del tal obispo, por lo visto llegó a Cardenal, por aquí le decimos el que le dio las últimas al pobre Juanito, que en paz descanse, con estas palabras:
—Por ésta santa unción, y por tu bondadosa misericordia Juan Cedrés, que el Señor te ayude con la gracia del espíritu Santo, y te conceda la salvación eterna. Amén.
Juanito abrió los ojos, se quedó mirando con fijeza al obispo, y con voz desfallecida le contestó:
—Dígale al Señor que me perdone por el canario mudo que le regalé al Santo Padre. Dígale que no me lo tenga encuenta.
Dicha estas palabras se murió el hombre, y no hubo a quien no se le mojaran los ojos. La calle se hincó a una, los hombres una rodilla sí, la otra no, y las mujeres se cubrieron la cabeza con pañuelos, tocas, o lo que tuvieran a mano.
La noticia de su muerte recorrió en pocas horas todos los rincones de la isla. Nunca se había visto entierro con tanta gente.
Comentarios
Siento la letra tan pequeña, a veces no me sale ponerla mayor.
Seguro que hay algún acento que sobra o falta, y puede que algún leísmo.
Les dejo una foto antigua de los "cambulloneros" intercambiando con los buques su mercancía.
En Creo que iría mejor "le faltaron caricias".
Pero no estoy muy seguro. Digo "creo" con propiedad.
Me ha agradado tu cuento, que curioso como un pueblo le agarre cariño a una persona que ejerce un oficio tan común, un hombre que pudo ser como cualquier otro. Tiene el relato una sensación que mal-llamaré costumbrista. Me causa un poco de melancolía pensar en el mundo de ahora, como las urbes crecen y las personas se ensimisman, como si la cercanía física (y yo que vengo del metro) más bien nos distanciase.
Esa analogía o salto más bien rebuscado me la transmitió tu texto.
En fin, felicitaciones.
Y muchos saludos, como siempre.
Acabo de hacer un alto en mi rutina, es un texto muy agradable como para leer a la orilla del mar con una cerveza helada en una mano.
Saludos, aunque por allá ustedes no son tan pródigos y solo dicen: “un saludo”.
Saludos :rolleyes2: