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El escalda

Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado agosto 2013 en Poesía Épica


José Ramón Muñiz Álvarez
"Los cantos del escalda"

Para mis sobrinos Mael y Jimena

http://jrma1987.blogspot.com

Donde el hielo, en lo lejano,
roza los reinos del norte,
canta el escalda en la corte
del vikingo soberano.
Porque, ya el arpa en la mano,
canta su voz con esmero
la firmeza del guerrero,
la bravura de su gente,
cuando, con aire valiente,
partió en un barco ligero.

Porque, entre el vuelo del viento
y el pincel de la alborada,
una voz dulce y callada
une a un raudo pensamiento,
quien todo acontecimiento,
cifrado en bello lenguaje,
nos revela ese paisaje
donde la brisa doliente
canta al guerrero valiente
que se dedica al pillaje.

Pues que, donde el hielo vive,
tiene el escalda el lugar,
pues como bardo y juglar
su recompensa recibe.
Que en su canto se revive
la grandeza de un pasado
que nunca nadie ha soñado,
que, hablando del contendiente,
sabe al vikingo valiente
quien explica el altercado.

Y, entre las sombras oscuras,
en las cortes del guerrero,
con acento pendenciero,
canta extrañas aventuras.
Que arrebatos y bravuras,
caprichos y demasías,
altercados y osadías
son acaso lo frecuente
entre esta gente valiente
que habita estas tierras frías.

Y, atentos a su cantar,
que en su voz es melodioso,
oyen el hecho glorioso
de la guerra en un lugar,
en un reino, tras el mar,
que suele tornarse helado
cuando el invierno agitado
hace que el mar se violente,
para gente tan valiente
en este reino olvidado.

Que leyendas son hermosas
las que suele repetir
quien las sabe bien decir,
al hablar de tales cosas,
pues las pasiones fogosas
hablan del botín pirata
que, mezclando oro a la plata,
supo el genio inteligente,
sin dejar de ser valiente,
si la lucha se desata.

Y, ya en el tiempo cristiano
queda el recuerdo dormido
de otro espíritu aguerrido
y otra luz en lo lejano.
Porque en el mundo pagano
hubo dioses y dragones
que, desatando pasiones,
contaba la antigua gente,
que era el genio del valiente
el de las viejas canciones.

Que tiene Odín el baluarte
donde a los suyos recibe,
y donde el destino escribe
de quien lleva su estandarte,
porque suele, en cualquier parte,
encenderse alguna guerra
que, desde el llano a la sierra,
con un aire incontinente,
quiere la guerra el valiente
que ha de morir en la guerra.

Y los mitos de los mares
donde viven las criaturas
que las sombras más oscuras
arrojan de sus altares.
Que, con viejos malabares,
sabe, con aire hechicero,
el duende más embustero,
causando un odio doliente,
asustar al más valiente
y frenar al pendenciero.

Pero no habrán de faltar
en horizontes perdidos
esos monstruos tan temidos
que atacan en alta mar.
Pues es frecuente contar
entre las gentes ancianas,
que, en las aguas más lejanas,
vive una fiera serpiente
que aterroriza al valiente,
si de luchar tiene ganas.

Pues ama la fortaleza
con ese instinto guerrero,
el vikingo pendenciero
que no niega su dureza.
Y, cuando la guerra empieza,
no temiendo al enemigo,
se hace en la lucha testigo
del vigoroso pasado
que al mundo supo aterrado,
robando el oro y el trigo.

Y, con un gesto orgulloso,
en las costas de Inglaterra,
sabiendo llevar la guerra,
es el nórdico alevoso.
Porque es hombre valeroso,
sueco, danés o noruego,
enemigo del sosiego
si toca empuñar la espada,
porque el alma enajenada
vive en él llena de fuego.

Y es que mezcla su bravura
con la bravura del lobo
quien, regalándose al robo,
con violencia se apresura.
Que, luego, en la noche oscura,
podrán arder los poblados,
los rincones arrasados,
las diminutas aldeas
que vieron estas raleas
de vikingos despiadados.

Y no imagina ninguno
que albergar pueda un deseo
que no sea el de saqueo,
si es el momento oportuno.
Que no dirán que haya alguno
que, allegándose a la paz,
pida la tranquilidad
que dé tregua a tanto exceso,
sino cuando, ya al regreso,
quiere el descanso en verdad.

Que, tras mil expediciones
en aventuras violentas,
calman sus ansias sangrientas
por los gestos bonachones.
Y las lejanas naciones
quedan atrás, derrotadas,
cuando negras invernadas
llenan el fiordo de hielo
y la escarcha cubre el suelo,
tras ventiscas agitadas.

Y hacer la vida hogareña
y descansar junto al fuego
dejan su tiempo al sosiego,
si es que no falta la leña.
Y, siendo siempre pequeña
la casa del buen guerrero,
queda guardado el acero
y el escudo que el combate
oyó gritar en debate
contra el enemigo fiero.

Y, al cantar tanta batalla,
tanta furia y gallardía,
canta el escalda, si el día
muere en la oscura grisalla,
que, si el crepúsculo calla,
es momento de cantar
los sucesos en el mar,
las desventuras en tierra
y los gritos de la guerra
y el esfuerzo al batallar.

¡Oh, claro orgullo encendido
que se adelanta impetuoso
al ocaso en que, brumoso,
se pierde el sol al olvido!
¡Bello canto en que Sigfrido
es nuevamente evocado,
cuando el dragón alentado
quiso al joven darle muerte,
si no nos cuenta la suerte
de quien más ha navegado!

Que lo escucha la nobleza,
mientas su voz elevada,
alza en la noche estrellada,
en la vieja fortaleza.
Y ya su relato empieza
de una largura excesiva,
sin ser la palabra esquiva
si, al pronunciarla, se apaga,
que, si recita una saga,
el tiempo hará que reviva.

Por eso el arpa callada
hace el escalda sonar,
cuando, dispuesto a tocar,
alza su voz hechizada.
Porque la noche estrellada
oye su canto perdido,
cuando, acordado el sonido
de su verso diligente,
habla del hombre valiente
y del ánimo encendido.


2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
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