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La oveja negra

ENEASENEAS Pedro Abad s.XII
editado mayo 2013 en Humorística
No me quedaba más remedio, tenía que chivarme a mis padres de lo que le vi haciendo a mi hermano a escondidas en su cuarto. Mi hermano me suplicó, casi llorando, que no lo hiciera. Me suplicó prometiéndome que haría todo lo que yo quisiera, pero que no me chivara. Aunque su propuesta era muy tentadora, por razones morales no atendí a sus súplicas. Así que, por la noche, antes de cenar, convoqué a mis padres en el comedor para, con todo el dolor de mi alma, decirles lo que había visto hacer a mi hermano Abel a escondidas en su habitación:
—¿Qué pasa, que ocurre? —preguntó mi madre toda nerviosa, pues, como buena madre, ya se olía algo de lo que mi hermano andaba haciendo últimamente a escondidas.
—Papá, mamá —empecé a decirles con expresión grave— es mejor que os sentéis antes de escuchar lo que tengo que deciros.
Y entonces, cuando mis padres se hubieron acomodado en el sofá, me dispuse a contar lo que había visto hacer a mi hermano a escondidas:
—Papá, mamá —mis padres me observaban expectactes—. Mi hermano Abel, vuestro querido hijo Abel…
—¡Déjate ya de teatralidades, coño, y dinos ya de una vez lo que tengas que decirnos! —me dijo mi padre todo irritado e impaciente.
—Está bien, os lo diré: la otra tarde pillé a Abel en su habitación… leyendo un libro.
—¡Ay dios, mío, ay dios mío! ¡Leyendo un libro! ¡Mi hijo leyendo un libro! —exclamó mi madre echándose las manos a la cabeza —¡Pero que hemos hecho mal, dios mío, en que hemos fallado como padres, dios mío…!
—¡¡¡ABEL!!! —mi padre llamó a mi hermano, que estaba escondido en su habitación, temeroso por lo que se le iba a venir encima —¡¡¡ABEL, ABEL!!!
No pasaron ni dos segundos cuando mi hermano Abel apareció en el comedor, cabizbajo.
Mi madre lo miró y se puso a sollozar y a lamentarse llevándose las manos a la cara:
—¡Ay, dios mío, pero que hemos hecho mal para que nos salga un hijo así…!
—¡Ven para acá, Abel!
Mi hermano, cabizbajo, se acercó a mi padre, que estaba de pie junto al sofá. Entonces mi padre se lo quedó mirando con expresión severa y le preguntó:
—¿Es verdad eso que nos ha contado tu hermano Carlos?
Mi hermano levantó la cabeza, se quedó mirando a mi padre con ojos sumisos y le dijo con tono de profundo arrepentimiento:
—Sí, papá, es verdad lo que te ha dicho: he estado leyendo libros a escondidas.
—¡Ay, dios mío, ay dios mío…!
Mi padre, con mucha calma, se acercó a mi hermano y le dijo muy lentamente y con tono amenazante:
—Si te vuelve a ver con un libro en la mano, ¡te cruzo la cara!, ¡TE CRUZO LA CARA! ¡¡¡¿ME HAS OÍDO?!!!
Mi hermano Abel, con rostro compungido, asintió con la cabeza.
—¡Sinvergüenza! No sé donde habrás aprendido eso de leer libros… Porque aquí en la casa no habrá visto a nadie leer un libro… ¡¿A que no?!
Mi hermano, cabizbajo, negó con la cabeza.
—¡Son las compañías, Paco, son las compañías que le han llevado por el mal camino! —exclamó mi madre, excusando, como todas la madres, el comportamiento infame de mi hermano Abel.
Y entonces, mi madre, después de enjugarse las lágrimas con un pañuelo moquero y de sorberse la nariz repetidas veces, dijo entre sollozos y en tono de confesión:
—El otro día lo vi ahí bajo en el portal con el amigo ese suyo con el que últimamente va tanto; su amigo llevaba un libro bajo el brazo; al verme se lo escondió…
—¡Viste a su amigo con un libro en la mano y no me dijiste nada!
—¿Y qué quieres que te dijera, Paco? —exclamó mi madre entre sollozos.
—¿Cómo que qué quieres que te dijera? Así pasa todo lo que pasa…. ¡Siempre soy el último en enterarme de lo que pasa en esta casa!
—También me enteré de que ha ido últimamente por la biblioteca pública…
—¡Ah, qué eso también los sabías!
—Sí, Paco, también lo sabía. Me lo dijo mi amiga Paquita. Me dijo: ¿Sabes que he visto a tu hijo Abel entrando en la biblioteca pública? Cuando me lo dijo casi me da un desmayo del sofocón. La vergüenza que pasé…
—¡Si la culpa la tenéis la madres, por protegerlos tanto!
—¡NO, Paco! ¡La culpa la tiene ese sitio de la biblioteca pública! ¡Si lo hubieran cerrado ya, como quiere hacer el Gobierno! Pero todavía no han podido hacerlo por culpa de esa ¡gentuza!, con sus manifestaciones y sus protestas y sus quejas y sus reivindicaciones; si la biblioteca pública esa estuviera cerrada, no hubiera pasado nada de esto.
—¡Que no me entere yo que vas otra vez por la biblioteca pública esa, que si me entero, te cruzo la cara, TE CRUZO LA CARA! —gritó mi padre a mi hermano, amenazándole con darle una guantada en ese mismo instante.
Mi hermano permaneció todo el rato callado, soportando la reprimenda, cabizbajo y con cara de estar profundamente arrepentido y avergonzado por lo que había echo.
—Y como en la biblioteca pública esa te ofrecen los libros gratis —empezó a decir mi padre con aire de enterado— pues claro, los muy ignorantes, pican.
—¡TONTO! ¿Es que no te dabas cuenta que lo hacen para que te enganches a la lectura? Y luego pasa lo que pasa, que estás tan enganchado, que ya no te es suficiente con leer libros de la biblioteca pública, necesitas ir a una librería y comprarlos. Y cada día necesitas comprar más y más libros, hasta que llega un día que no puedes dejar de leer libros… ¡Tonto, más que tonto!
—No, papá pero el primer libro que leí no fue en la biblioteca pública —le aclaró mi hermano, que parecía ahora algo más rehecho de su afligimiento—fue un amigo que me ofreció un libro de J.J. Benítez, y yo empecé a leerlo creyendo que con ese libro no podría engancharme…
—¡Pero, tonto, tú no sabes que todo el mundo empieza así! ¡Se empieza leyendo a J.J. Benítez y se acaba leyendo a… a… a Tolstoi…, o algo peor. ¿O acaso tú has conocido a alguien que empiece leyendo al Tolstoi, o a Cervantes, o al Gabriel García Márquez?
—Mi amigo Juan tiene un primo que…
—¡Tu calla! —me gritó mi padre con un gesto de desprecio cuando quise inmiscuirme en el asunto.
—No aceptes libros de nadie y no te vuelvas a acercar por la biblioteca pública, ya lo sabes. ¡Allí nada más que hay gentuza!
—Y mira que el gobierno hace lo que puede, que no para de recortar y recortar para que no se incentive la lectura. Pero nada, hay mucho vicio…
—Y si, estás tan enganchado que no puedes dejarlo… —empezó a decir mi padre ahora con tono conciliador e indulgente— si te tenemos que llevar a algún sitio, pues te llevamos; lo que haga falta para que te cures, hijo mío. Incluso te podemos pagar un gimnasio para que te olvides cuanto antes de la lectura.
—¡Claro que sí, hijo mío! —exclamó mi madre entre sollozos y llena de emoción.
Entonces se acercó a mi hermano y le dio un abrazo y un beso y, acariciándole la mejilla, le dijo con emoción:
—Nosotros te queremos mucho, hijo mío. Haremos por ti lo que haga falta.
Y entonces mi madre y mi hermano Abel se fundieron en un largo y emocionado abrazo.
—Bueno, bueno —dijo mi padre, intentando quitarle carga emotiva al momento— que tampoco se ha muerto aquí nadie…
Entonces mi padre, en tono paternal, le volvió a repetir a mi hermano que no tenía que volver por la biblioteca pública ni aceptar libros de amigos ni de nadie. Mi hermano Abel, profundamente arrepentido, le dijo que así lo haría, que no volvería a suceder. Y entonces le preguntó a mi padre que si podía irse a su cuarto a acostarse, que estaba muy cansado y tenía poca hambre.
—¿Quieres que te haga un vasico de leche antes de irte a la cama? —le preguntó mi madre.
—Bueno —le contestó mi hermano.
Y así acabó la cosa. De eso hace ya dos meses. Mi hermano no ha vuelto a recaer. Al menos, que yo sepa.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado mayo 2013
    Bueno, es que esa editorial no es tan buena:p:)

    Me gustó, al principio pensé que era otra cosa la que hacia el hermanito a escondidas;)
  • il2manil2man Anónimo s.XI
    editado mayo 2013
    Me ha gustado mucho, una satira excelente, buenos dialogos, bien redactado
  • LeosLeos Fernando de Rojas s.XV
    editado mayo 2013
    Excelente relato. Muy bien llevado, con humor satírico y fondo muy interesante.Una forma original de resaltar la seducción que la lectura ejerce en quienes tienen hambre de saber.

    Mi felicitación.
    Saludos.
  • ENEASENEAS Pedro Abad s.XII
    editado mayo 2013
    Amparo Bonilla, il 2man, Leos, gracias por vuestros comentarios y por vuestro tiempo. Un saludo.
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