¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

El acompañante de la Dama Solitaria.

Cagado a PalosCagado a Palos Pedro Abad s.XII
editado febrero 2013 en Romántica
Ale, espero que os guste este relato. Si no os gusta avisad xDDD.
El acompañante de la Dama Solitaria
Aquel hombre era un asesino, y uno podía intuirlo con solo mirar su forma de moverse, descoordinada la cabeza con el resto del cuerpo y, a su vez, los ojos con la cabeza. Parecía estar pensado en un millar de cosas a la vez, y su rutina solía ser cambiante, o al menos eso les parecía a sus vecinos. Otra evidencia de su profesión ocurrió un día en que le aplastó la cabeza a pedradas a un hombre en medio de la calle, con muchos testigos a su alrededor que más tarde no habrían de tener el valor necesario para acusarlo de su crimen.
Su nombre era Roy, y lo llamaban Matarratas; Roy Matarratas. Y en realidad no era asesino, como la gente pensaba, ya que los asesinos tienen por misión matar a alguien y cobrar por ello; a Roy Matarratas tanto le daba matar a alguien como dar una paliza, torturar, saquear o intimidar, o incluso entrar en una batalla como soldado; cualquier cosa que se pudiera conseguir con violencia y por la que se pagara. Era pues un mercenario, y habría de pasar a la historia como uno de los mejores y más famosos de su época.
Ya desde muy joven demostró tener vocación para su oficio, pues creció siendo un niño huérfano y sin hogar que se ganaba la comida a base de puñetazos y puñaladas. Nunca fue especialmente corpulento ni fuerte, mas bien incluso tiraba a pequeño debido a su mala alimentación y a su infeliz infancia, pero eso poco importaba a la hora de adornar las calles con las tripas de algún otro huérfano, de tal forma que antes de llegar a los trece años hasta el muchachote más grande y bruto le tenía miedo a Roy Matarratas. Aunque en realidad en aquellos tiempos era conocido como Roy Arrancatripas; lo de Matarratas vino después, cuando comenzaron a contratarlo para matar ratas humanas en los callejones y en las tabernas, a la edad de quince o dieciséis años. Era especialmente querido por su rapidez a la hora de dar cuchilladas y por su habilidad para desaparecer del lugar del crimen, motivo por el cual le ofrecieron otros muchos trabajos en otras ciudades.
Cuando llegó a adulto se convirtió en un forajido bastante temido y conocido. Terminó por ser más alto de lo que aparentaba que iba a ser cuando era joven, y también mucho más rico, aunque en realidad era de un nivel medio en ambas cosas. Y rara vez abandonaba las cloacas en las que estaba acostumbrado a vivir y a ganarse el pan, estuviese en la ciudad en la que estuviese. Le gustaba lucir con orgullo lo matarratas que era, y lo prefería antes que cualquier otro título u honor nobiliario.
Por este motivo nunca ganó nada en toda su vida que no fuese el miedo de los otros; ni tierras, ni títulos ni riquezas. Tenía suficiente con ser temido, era su forma simple de pensar. Y es que por simple hasta el nombre tenía: Roy, un nombre sin gracia, huella de que se lo había puesto alguna matrona de algún orfanato cualquiera antes de abandonarlo por las calles en cuanto tuvo fuerzas para caminar por sí mismo. De hecho, ni recordaba estar en ningún orfanato, aunque en realidad sí lo había estado; su recuerdo más viejo era de cuando tendría unos tres años y mendigaba junto con otros tres niños mayores que él, dos niños y una niña, que lo llamaban Roy, seguramente porque los habían echado del mismo orfanato. Más tarde esos niños también lo abandonarían por algún motivo que no recordaba, y lo hicieron sentirse muy culpable por ello, pues siendo un niño tan joven aún como era, supuso que había hecho algo malo para que se enfadaran y se fueran. En especial lamentaba que se hubiese ido la niña, que siempre había cuidado de él y siempre había sido cariñosa. Con el pasar de los años, perdería esta capacidad para sentir culpa por algo y conseguiría transformarlo en indiferencia.

Todo esto fue lo que dio origen a un hombre tan despiadado y cruel como lo era él. En una ocasión tuvo que aprender a leer, pues comenzó a recibir correspondencia de parte de un desconocido que actuaba a través de esclavos, sin dar la cara ni el nombre. Consiguió hacerlo en una semana y poco, secuestrando a un escribano y pegándole, y trasnochando mucho. El escribano alabó su inteligencia y sugirió que sería buena idea presentarlo a la corte. Roy se lo tomó como una amenaza y lo tiró por un puente, matándolo.
Esto, con el paso de los años, le permitiría mantener correspondencia con una prostituta con la que se sentía identificado y a la que quería mucho. Ambos viajaban con frecuencia de ciudad en ciudad debido a sus oficios, así que cada vez que se mudaban, avisaban al otro por carta con la esperanza de que pudieran volver a encontrarse. Y así lo hacían siempre que podían, llegando a desarrollar una despreocupada relación amorosa, emocionante por el hecho de que quizás, a los pocos días, ya no volverían a verse nunca más o hasta muchos meses después. El nombre de la puta era Becca, y era la única persona que lo seguía llamando por su nombre de pila.
Un día recibió una carta de ella, pero esta era diferente a las demás; no lo ponía al tanto sobre las novedades de su vida, no le contaba sus alegrías, sus pesares, sus sueños o sus ganas de que volvieran a follar, sino que le pedía un favor; al parecer, necesitaba que matara a un cliente suyo que la maltrataba en la cama. Al dueño del burdel no le importaba que le pegaran siempre y cuando no dejaran muchas marcas, así que su única esperanza era él.
Roy Matarratas no lo dudó y, tras enfundarse en su maltrecha armadura, mató al dueño de un caballo que pasaba por una calle muy oscura a una hora demasiado imprudente y salió al galope hacia la ciudad que Becca le había indicado que estaba. Llegó al cabo de dos días de infatigable viaje, dejó al caballo en el establo, preguntó por la dirección que Becca le había indicado y que pertenecía al hombre que al cabo de media hora yacía agonizando en medio de la calle con la polla y los huevos en la boca. Después de aquello, Roy se habría de reunir con su amada y hacer con ella las cosas que los amantes siempre hacen, aunque quizás con más exceso de sexo que la mayoría, dada la fiereza emocional de ambos.
Así era Roy Matarratas y así actuaba, y por todo ello un día recibió una visita de un soldado todo de negro que traía una carta toda negra con un sello pegado que todo el mundo en todas partes conocía muy bien.
-No me esperaba que la Dama Solitaria fuera a necesitar alguna vez de mis servicios.-dijo Roy al verla.
Escribió a Becca y partió a lomos de su nuevo caballo, y, al cabo de medio mes, llegó a la Fortaleza Negra, toda ella muy grande y parecida a como si la sacaran de algún cuento de terror, con una mujer igualmente tenebrosa viviendo en su cima.

Comentarios

  • Cagado a PalosCagado a Palos Pedro Abad s.XII
    editado febrero 2013
    La llamaban la Dama Solitaria, y no sin ningún motivo, pues lo cierto es que siempre estuvo muy sola, y lo habría de estar hasta el fin de sus días.
    La fortaleza en la que vivía era una mole alta y enorme, siempre acosada por lluvias y vientos, toda oscura como su nombre indicaba y llena de soldados muy bien entrenados, herencia de los difuntos padres de la dama. Ya desde muy joven, la señora de la Fortaleza Negra se volvió una mujer dura y solitaria, poco habituada a relacionarse con la gente o a ser agradable con los demás. Como resultado de esta personalidad fría y aislada, la Dama Solitaria nunca llegó a aceptar ningún compromiso con nadie, y la poca simpatía que alguna vez pudo mostrar había muerto junto con sus padres, que la abandonaron siendo ella muy joven e inmadura como para asimilar las muchas responsabilidades que le legaron. Nadie podía ofrecerle consejo ni conversación, pues su única compañía eran los duros soldados que nada sabían sobre administrar una fortaleza, solo sobre guerrear, de modo que si alguno se dignaba a hacerle caso, pronto desistía de su empeño, pues ella nunca correspondía al diálogo. Solía contestar de forma breve, muchas veces ni siquiera abría la boca y se limitaba a hacer gestos con la cabeza, y evitaba mirar a nadie a la cara, como si tuviera miedo de los hombres que la rodeaban. A la vista de esta timidez que la carcomía cuando se trataba de dirigirse a sus súbditos, los soldados la excusaban con frecuencia a sus aposentos.
    Esto a ella le gustaba, pues no quería estar en compañía de los demás, pero no resultó ninguna ayuda; al contrario, la volvió más ajena a las personas y al mundo entero. Sus aposentos se convirtieron en su mundo, y su única afición era leer, tocar el arpa o jugar con muñecas. Y así, durante años y hasta el fin de sus días, habría de permanecer atrapada en la soledad de ella misma, sin más actividad que su propio cuidado, de no ser por una cosa que cambió su vida.
    Le gustaba mucho jugar con muñecas; era lo que siempre hacía con su madre y le traía buenos recuerdos. Este hábito lo habría de conservar durante toda su vida, a pesar de ser una mujer adulta; los libros que leía solían influenciar en gran medida en el argumento de sus juegos.
    -Parece que te tenemos acorralada, señora de la torre.-le dijo en una ocasión un muñeco de madera a una de trapo que estaba atada a una de las patas de la cama. -Deberías dar las gracias por seguir con vida.
    -Eres muy chistoso. Cuando estés dormido en tu tienda entraré y te pediré que me cuentes un chiste, y comprobaré si eres tan ingenioso cuando estás solo.-dijo la muñeca de trapo a la que llamaban la señora de la torre.
    Los muñecos de madera se rieron de ella y la menospreciaron, y al caer la noche, es decir, cuando la Dama Solitaria corrió las cortinas, la muñeca de trapo se quedó sola con dos guardias. Y entonces se sacó de la manga una pequeña ganzúa, que en realidad era un pequeño alfiler, y comenzó a desatarse las cadenas que la mantenían atada a la cama, que en realidad eran sábanas. Y cuando estuvo libre, se levantó del suelo dando grandes saltos y acrobacias, y le partió el cráneo a un guardia de una patada, y luego le arrancó un brazo al otro y mientras gemía en el suelo lo remató con su propia arma que le arrebató de sus temblorosas manos. Y sigilosa como solo sus sedosas piernas podían serlo, entró en una tienda que su fiable memoria sabía que era la del muñeco chistoso, y que en realidad era una sábana encima de una silla. Había allí tres hombres, todos dormidos para su regocijo, así que, aprovechándose de esto, mató a dos de ellos y le arrancó los ojos al muñeco chistoso. Este, despierto y agonizando, se levantó y comenzó a tambalearse por la tienda, dando golpes de ciego a su atacante nocturno. Y la muñeca de trapo se rió entonces.
    -Pues si que es cierto que eres chistoso.-le dijo al hombre que no paraba de tropezar, golpear el aire, llorar sangre y mearse encima.
    A esto jugaba la Dama Solitaria cuando tenía doce años.
    En la gran biblioteca de la fortaleza, los libros más frecuentes eran los de batallas épicas y amor; pero a la dama estos no le gustaban, pues no los entendía. El otro gran género de moda en la época eran las novelas de carácter divino, místico y metafísico; pero estos los entendía aún menos, pues nunca había asistido a ningún templo ni apenas sabía rezar.
    De forma que su género favorito no podía ser otro que el de antihéroes. Sus historias favoritas pasaron a ser las de asesinos a sueldo, ladrones, pícaros, embaucadores, traidores y embusteros. Llegaron a apasionarles estos personajes, y en todo momento estaba imaginándose cómo sería la vida de uno. En parte quizás porque se sentía identificada con ellos, puesto que también eran repudiados por la sociedad y escapaban de lo que era normal y aceptado por todos. Para ella los antihéroes eran gente especial, distintos, y dado su gran desprecio por la gente normal, no era de extrañar que terminase apreciando a los que eran más como ella.

    Fue por esto que decidió abandonar su confinamiento en la Fortaleza Negra y viajar a lo largo de todo el mundo en busca de los peores forajidos que se pudiesen encontrar. Cuando daba con alguno, se lo llevaba a vivir con ella a la Fortaleza Negra, se relacionaba con él con toda sinceridad y, si a su criterio era un auténtico antihéroe, lo dejaba formar parte de su ejército; si por el contrario no lo era, lo torturaba ella misma y luego lo dejaba morir. Pronto ya todo el mundo había oído hablar de la Dama Solitaria, y pronto también ella terminó por oír hablar de Roy Matarratas.
    La relación entre los dos llegó a convertirse en un romance muy perverso y apasionado. En un primer contacto, Roy se mostró distante aunque atraído físicamente por la belleza de la dama. A ella no le gustó su olor, así que ordenó que lo bañaran y lo vistieran decentemente. De ahí en adelante, la Dama Solitaria lo convirtió en su huésped y se empeño en convivir con él y compartir la misma habitación.
    A pesar de ello, y aunque obedecía en todo lo que la dama le pedía y siempre le ofrecía conversación, Roy nunca quiso ponerle una mano encima. Aunque disfrutaba de su compañía como nunca antes lo había hecho con otra persona, pues ambos compartían el mismo gusto por la violencia y la maldad, no la veía como una mujer con un agujero entre las piernas por donde se podían hundir cosas. Más bien la encontraba perversamente infantil e incapaz de hacer algo que no fuese dañar a los demás. Como ella misma había confesado muchas veces, no entendía las historias de amor.
    Un día en que Roy se estaba tomando un vaso de vino en los aposentos que compartía con la dama, ella decidió ponerse a jugar con sus muñecos por primera vez desde que se habían conocido. Roy nunca había visto esta faceta de la dama, y la observó jugando con sus muñecas, sin saber si sentir curiosidad o extrañeza.
    Por lo que Roy pudo deducir, los muñecos eran el padre y la madre de la dama. La madre le estaba sirviendo vino al padre en una pequeña taza de té proporcional al tamaño del muñeco; él se la tomaba, tras lo cual caía al suelo retorciéndose y derramando su contenido. Entonces dejó de moverse y se quedó quieto, muerto, y la madre comenzó a reírse, triunfante por el éxito de su conspiración; un éxito muy breve, pues el padre no tardó en reincorporarse y ponerse en pie. “Traición”, dijo, y llamó a sus pequeños guardias de madera, que se la llevaron entre peticiones y lloros de piedad, y le cortaron la cabeza.
    Pero en realidad fue la dama quien se la cortó a su madre de trapo, pues la diminuta espada de madera no podía hacer lo que sus temblorosas y furiosas manos sí pudieron. Y finalmente también tiró de un manotazo al muñeco que era su padre, pues el veneno había sido lento, pero no por ello inocuo. Y así, la pequeña Ann, señora de la Fortaleza Negra, se convirtió en la Dama Solitaria, igual que Roy era un matarratas.
    Después de aquello, ambos se acostaron e hicieron lo más parecido al amor que dos personas como ellos podían hacer. Roy llegó a amarla, tanto como se amaba a sí mismo, lo cual no era poco. Y durante varios meses, ambos permanecieron en compañía uno del otro, sintiendo que sus vidas estaban plenas por ello y que ya no necesitaban nada más.
    Todo esto cambió con el paso de los meses, cuando Becca, al tanto de donde se encontraba Roy y extrañada por la falta de correspondencia, decidió visitar la Fortaleza Negra. Se lo encontró en brazos de la Dama Solitaria, limpio y aseado y, por primera vez en toda su vida, feliz.
    Si esto la agradó o la enfureció nunca se habría de saber; sin embargo, a la Dama Solitaria no le alegró en lo más mínimo, ni tampoco a Roy, pues resucitaba el pasado infeliz de ambos con su sola presencia.
    -Mátala.-dijo la dama cuando estuvo al tanto de quien era la prostituta.
    Y fue entonces cuando Roy se sorprendió de las palabras que salieron por su propia boca.
    -No puedo; sería un ingrato.
    Pero no había justificación posible para aquello, no al menos para la Dama Solitaria. Nada tenía que ver con celos o con envidia, pues la dama sabía que ya ninguna mujer volvería a hacer a Roy sentirse tan feliz como lo hacía ella. Era porque sencillamente un antihéroe no sentiría piedad por nadie.
    Roy sabía esto, y sabía también que, si no accedía a matar a aquella mujer que había llegado a querer tanto, ambos morirían. Lo sintió muchísimo por ella cuando le cercenó la garganta de un navajazo, y mucho trabajo le había de costar contener las lágrimas. Pero fue así como finalmente la Dama Solitaria encontró la muerte.
  • Cagado a PalosCagado a Palos Pedro Abad s.XII
    editado febrero 2013
    Roy y Becca consiguieron huir de la Fortaleza Negra antes de que los soldados advirtieran el crimen que habían cometido.

    Sólo cuatro personas lo habían llamado Roy: dos niños y una niña huérfanos que lo cuidaron cuando era un bebé, y luego Becca, que lo cuidó cuando fue un matarratas. Los otros lo habían abandonado, pero Becca nunca lo había hecho, a pesar de todo, y probablemente, nunca lo haría. Nunca lo dejaría solo, al menos no hasta que la muerte sobreviniese a ambos.
    Tras muchas peripecias, consiguieron escapar a una ciudad lejana, y más pronto que tarde, la noticia de la muerte de la señora de la Fortaleza Negra llegó a ellos y a infinidad de ciudades más.
    Sin embargo, y más pronto que tarde, la prometida muerte llegó a Becca de una enfermedad, haciendo que abandonase a Roy, para su desdicha. Con el pasar del tiempo, éste también murió de un flechazo durante una batalla mientras peleaba borracho.
    Y aún a pesar de ello, la historia de amor de Roy Matarratas y la Dama Solitaria no terminaría ahí; después de la muerte, en lo más profundo del infierno, Roy volvería a hacerle compañía, y la observaría jugar con sus muñecas, mientras el fuego de la maldad los consumía a ambos.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado febrero 2013
    Que buen final, este si me gustó tetricamente :eek::)
Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com