Hola y muy buenas
Este es otro relato que he escrito recientemente. Espero que os guste, no es muy largo. Si veis faltas de ortografía, avisadme
¿Adónde van los barcos errantes?
Todos adoraban a la capitana del barco, pues era una mujer con una enorme empatía, más incluso que la mayoría de mujeres. No mostraba inconvenientes en mostrar todo su cariño a los tripulantes, llorando por ellos siempre que padecían alguna tragedia, en muchas ocasiones lloraba más de lo que ellos mismos hacían. Y es que si la tripulación del
Ultimate necesitaba a un capitán de estas características, era porque su camino estaba plagado de penurias por todas partes.
Se decía que aquel barco sufría de una peste terrible, tanto que no se le era permitido fondear en ningún puerto, por lo que estaba condenado a vagar sin rumbo por los mares hasta que la peste se los llevase a todos. Consistía en un trasatlántico bastante grande, que había albergado a una ingente cantidad de personas en un principio, aunque ahora solo tenía a unas pocas docenas. Y su capitana los amaba a todos, a cada familia y a cada marinero que quedaban con vida, e incluso seguía amando en la oscura noche y al amparo de una vela a aquellos que ya se habían ido.
Otro motivo por el que los tripulantes la adoraban era porque había prometido un destino mejor para todos.
-Conozco una isla en donde podremos desembarcar.-les había prometido.
-Pero, mi capitana, ¿acaso no moriremos de todas formas consumidos por la peste, estemos o no en tierra?-preguntó un marinero.
La capitana negó con la cabeza, conteniendo las lágrimas, como hacía de costumbre.
-He visto ya antes esta peste cuando trabajaba en Singapur. Es de difícil cura, pero en la isla a la que nos dirigimos encontraremos la salvación. Allí podremos hacer frente a la peste y vivir para siempre.-afirmó con convicción.
Aquello llenó de ánimo a la tripulación, aún a pesar de ser una promesa muy vana. En los días que siguieron, todos los tripulantes que quedaban se congregaron en la cubierta del barco, en torno a la capitana, y la escucharon hablar sobre aquella isla.
-Allí el clima es tropical, agradable. Hay tantos bananeros y palmeras, que podríamos vivir todos comiendo solamente plátanos y cocos por el resto de nuestras vidas.-afirmó con una sonrisa, haciendo que todos sonriesen a su vez.-Pero también hay animales; no animales salvajes, sino ganado que allí dejaron unos granjeros antes de irse, extenso todavía. Hay ríos y lagos por todas partes, para que puedan jugar los niños, e incluso un viejo poblado abandonado con hospital y biblioteca. Todo nos irá bien cuando lleguemos allí, os lo prometo.
A partir de entonces, cada día, a las nueve de la noche, todos los tripulantes se reunían de nuevo en torno a la capitana para oírla hablar sobre la isla. Ella cada día les contaba una cosa nueva, cada cual más maravillosa y esperanzadora que la anterior, y los tripulantes cada día la amaban más, hasta el extremo de que, ayudándose unos a otros, arrancaron madera de los camerinos abandonados y erigieron una estatua en su honor justo en la proa del barco. Ella se emocionó tanto, que decidió que, cuando llegasen a la isla, aquel día fuese considerado un festejo.
Sin embargo, la peste no tuvo clemencia de nadie. Como un demonio oscuro, se paseaba por el barco y escogía al azar a quien llevarse y a quien dejar. Y estaba bien claro que no tenía pensado dejar a nadie con vida. Las muertes continuaron a pesar de las promesas y de las esperanzas.
Lo peor de todo eran sus síntomas; la muerte tardaba mucho en llegar, y durante ese largo tiempo, la agonía era insoportable. La piel se pudría encima de la carne, y muchos órganos se llegaban a vomitar por la boca, envueltos en sangre negra y apestando a descomposición.
Pasaron meses desde que la capitana hiciera su promesa y, aunque los tripulantes la seguían amando, el escepticismo comenzó a apoderarse de ellos.
-¿En que momento se nos pudo pasar por la cabeza que existe una isla mágica en donde se solucionarán todos nuestros problemas?-dijo un día Ned, uno de los oficiales de abordo que seguía con vida, un soldado tenaz.
-No hables así, aún te va a escuchar la capitana.
-¿Y que va a hacerme? ¿Va a matarme? ¿Va a hacerme sufrir?
-No hables así de ella. Sabes que es muy buena, si te oyese se sentiría triste y decepcionada. ¿No querrás que pase eso, verdad?
Ned escupió al suelo y negó con la cabeza.
-Olvídate de la capitana y olvídate de esa isla de mierda. Si quieres hacer algo útil, mira a la peste de frente y enséñale que no le tienes miedo. Morirás, cierto, pero lo harás siendo fuerte, mandándolo todo a la mierda, y la fortaleza es lo que más necesitamos ahora, no soñar con polleces sobre una isla maravillosa.
Al día siguiente, alguien le había prendido fuego a la estatua de la capitana. Mientras todos iban corriendo a apagar el incendio, llorando y gritando, Ned se metió en el camerino de la capitana, la cual estaba profundamente dormida debido a unos somníferos que Ned había puesto en su bebida.
A la mañana siguiente, el cadáver de la capitana apareció flotando a la deriva, con una tajada de oreja a oreja. Todos quisieron recuperar su cadáver, pero el barco ya estaba muy lejos y no era posible. Varios marineros se tiraron al mar para traerla de vuelta, pero nunca más se supo de ellos.
-Ned ha matado a la capitana.-fue lo que comenzaron a decir entre ellos los tripulantes.
Ned no negó la acusación.
-Adelante, intentad matarme si sois capaces. Me enfrentaré a todos vosotros y cuando os haya vencido, seré más fuerte.
Aquella noche, todos quisieron apresarlo, y casi todos murieron, pues Ned se había desecho previamente de todas las armas del barco salvo las que él tenía. Algunos tripulantes se rindieron a su autoridad, prometiendo obediencia. La peste era la única enemiga que le quedaba al tenaz Ned.
-Estoy listo. Ven cuando quieras.-le gritó con fuerza.
Y estuvo toda la noche aguardando la respuesta, paseando de proa a popa con sus armas en la mano, completamente ebrio de fiereza.
Sin embargo, no fue con la peste con lo que se encontraron a la mañana siguiente; lejos, en el horizonte, se podía discernir lo que, sin lugar a dudas, era una isla. Y Ned, lleno de ira y escepticismo, negándose a asimilar sus propios sentimientos, cogió el timón del barco y viró en sentido contrario.
Comentarios
Como Ned no llegó hasta la isla, no sabrá nunca si lo que ha hecho estubo bien o mal. Tiene dos opciones
1 Soportar la tortura de creer que se ha equivocado.
2 Como sabe que morirá pronto por la peste, seguramente le importe un bledo.
Un saludo.
Me gustó tu relato...
Me alegro de que te gustara
Aunque...unos antibióticos habrían ayudado mucho xD