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La casa de la colina

Mar VinatMar Vinat Anónimo s.XI
editado septiembre 2012 en Terror
La casa se encuentra en lo alto de una colina. El camino que conduce a ella es justo el que deja atrás el camposanto. No existe otro acceso. Irremediablemente pasaré por allí para llegar a esa construcción sombría, oscura, tétrica que se alza como un baluarte de la desesperación, como única opción si decido dejar atrás la muerte, pero no por ello mejor ni mucho menos satisfactoria. Sí, me aterroriza la muerte, no soporto saber que mi cuerpo será pasto de la putrefacción más espantosa, que gusanos inmundos recorrerán mi garganta y anidarán en las cuencas vacías de mis ojos, que mi piel reventará para dar paso a los insectos que han surgido tras la eclosión de los miles de huevos depositados bajo ella. Huiré del cementerio, lugar elegido por todos los que no se atrevieron a ir más allá, por todos los que prefirieron la descomposición que aterroriza a mi alma antes que enfrentarse a ella: a la casa de la colina. Seguiré el camino sinuoso al anochecer, justo en el momento en el que la luz debe retirarse para dar paso a la oscuridad más absoluta. Justo cuando las últimas vetas del día se entrelazan con los primeros tentáculos de la noche. Sentiré, al pasar por su lado, los gritos estremecedores y silenciosos, reclamando mi presencia, de los que habitan bajo las frías losas de mármol y que tal vez fueran humanos alguna vez pero que dejaron de serlo hace ya mucho convertida su carne en carroña devorada por insectos hambrientos, frenéticos, imparables. Y continuaré caminando pese a la tenaza que va oprimiendo mi corazón en forma de desesperanza, pese a la oscuridad húmeda y viscosa que siento crecer en mi interior como un líquido nauseabundo que inunda mis entrañas. Miraré al frente y la veré allí arriba esperándome, segura de su terrorífica existencia, con las columnas del pórtico cubiertas por completo de repelentes enredaderas muertas, con los escalones que conducen a la entrada extrañamente húmedos, oscuros y pegajosos. Si me atreviese a tocarlos con mis manos, si me atreviese a obligar a mi cuerpo a cumplir las exigencias de mi cerebro y los rozase apenas con la yema de los dedos, notaría que la gelidez de su tacto paraliza todo mi ser. Pero no lo haré porque el pavor de lo que he dejado atrás y la terrorífica presencia de la casa me impulsarán a seguir adelante sin poder hacer nada para evitarlo. Veré la puerta inexistente frente a mí, cuya oscuridad sólo revela el vacío más angustioso apoderándose de mi esencia. Gotas de sudor, destiladas del mismo terror que anida en mi corazón, rodarán tibias y apáticas por mi frente y, junto a todas las fibras de mi ser, las agujas de pánico helado que se me incrustan en la médula me instarán a dar la vuelta, me pedirán a gritos que regrese. Pero no lo haré, daré el paso decisivo para adentrarme en las tinieblas de la inexistencia intuyendo que ya es tarde para cualquier otra cosa. Percibiendo que la casa succionará el más mínimo atisbo de mi esencia, de mi Yo, de mi Ser. Sabedor, por fin, que el horror más espantoso, la descomposición más putrefacta y el infierno más enloquecedor hubieran sido preferibles a lo que me espera en su interior, pues en el mismo momento en que avance hacia las sombras vacías de vida, en el mismo instante en que me adentre en la oscuridad que me reclama sabré que jamás volveré, ya que una vez allí sólo seré…
La Nada más absoluta.

Mar Vinat.

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