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La muerte se viste de negro.

antopealverantopealver Pedro Abad s.XII
editado septiembre 2012 en Terror
LA MUERTE SE VISTE DE NEGRO





PARTE 1ª





Eran las 2,00 de la madrugada. La noche estaba entregada a un estruendoso aguacero. El silencio, dueño absoluto de aquella casa barroca situada en una estrecha callejuela empedrada de un próspero pueblo vitoriano, solo se vio interrumpido por los repetidos golpetazos de mojados nudillos enguantados, dados en el gran portalón de la señorial y, sin embargo, vetusta morada.
El dueño de la casa era el comisario Morales, jefe de la policía de la ciudad. Este hombre no estaba acostumbrado a que le molestaran a altas horas de la noche. Aquella linajuda villa no daba para intrigas nocturnas.
-¡Ya va…, ya va! Contestó con voz atragantada por la sequedad que produce la respiración durante el sueño. Solo vestía una especie de sayo a rayas azules con aberturas laterales, que dejaban entrever unas pantorrillas aconejadas que, desde luego, no harían las delicias de la más humilde de las furcias de la ciudad, a las que…, por cierto, gustaba visitar de vez en cuando.
Candelabro en mano, bajó apresuradamente las escaleras y jurando en hebreo, se dispuso a abrir la puerta:-¿Qué demonios pasa? ¡Decidme que es muy importante lo que os trae a estas horas, o doy fe de que os echo de aquí a patadas!
El sargento Antúnez, su hombre de confianza, con voz trémula, expuso al comisario los motivos de tan intempestiva visita: -señor comisario: un vagabundo ha encontrado en un callejón, el cuerpo sin vida de una chica joven; por el aspecto, todo indica que se trata de un asesinato.
-¡Demonios! (Musitó con voz casi incomprensible, el veterano detective); pasad y esperad dentro-les instó con un golpe seco de cabeza dirigido hacia el interior de la casa-, os estáis poniendo como una sopa… En cinco minutos estaré listo e iremos al lugar de los hechos.
Al subir a la alcoba, Luisa, su esposa, intuyendo algún negro acontecimiento, permanecía incorporada en la cama y no tardó ni un instante en preguntarle por lo sucedido. Él, para hacerle llevadero el trago, le dijo: -Han encontrado a alguien muerto por ahí; ¡… seguro que se trata de alguna borrachera! simultáneamente se iba calzando las botas de montar.
Una vez se ajustó sus ropajes de servicio, salió a la carrera escaleras abajo mientras su esposa le advertía con elevada y temerosa voz: -¡¡Ten cuidado y abrígate!! A la sufrida cónyuge del veterano alguacil, le aterraban los avatares de la noche.
Seguía, tozuda, la lluvia empeñada en amenizar estruendosamente la noche, con el repiqueteo de las gotonas estrellándose contra los cantos rodados que servían de pavimento, cuando el comisario Morales y su séquito llegaron, a galope, al lugar de los hechos. Conforme se iban acercando, iban aminorando el ritmo del trotar de sus corceles, como temiendo que…, lo que iban a encontrarse, no sería plato de gusto para ninguno de ellos. Una vez a la altura del cadáver, el comisario descabalgó y con gesto circunspecto y los brazos en jarras, observó con frialdad el rostro blanquecino por la pérdida de sangre, de aquella joven, únicamente alterado por sendos rosetones de colorete, uno en cada mejilla. Los ojos, pintarrajeados, parecían querer huir de las órbitas. El carmín de sus labios se extendía por toda la boca, como si su asesino hubiese forzado un beso que ella habría rechazado por indeseado.
Después, guió su mirada hacia el abdomen de la chica que, obviamente, había sido el blanco del ensañamiento del asesino anónimo, ya que de él se descolgaban sobre un gran charco de sangre, buena parte de las vísceras de aquella pobre desgraciada.
-Echad una manta sobre la chica y lleváosla de aquí cuanto antes-ordenó el comisario con voz entre tajante y compasiva-.
El viejo policía se retiró unos pasos acompañado de su adjunto el, según su propio jefe, sagaz y con memoria de elefante metida en un cuerpecito muy menudo, sargento Antúnez para decirle: -conozco a esta chica; se trata de una prostituta.
-Sí, le contestó el sargento, como hace dos meses. Acuérdese de la chica del prostíbulo vitoriano; la encontraron en las mismas circunstancias. Su muerte se produjo de idéntica manera a la de esta otra infeliz… Y no han sido las únicas; en los últimos diez años, ha habido, por lo menos, otra media docena de casos similares.
-Bien-contestó con aire resignado el comisario-. Parece que estemos ante un asesino múltiple y… no tenemos la más mínima pista ni indicio de por donde debemos empezar la investigación. Mañana, en cuanto amanezca, marcharé a Vitoria, a la jefatura central y expondré el caso al comisario jefe; a ver si así cogemos al cabrón que está cometiendo estas atrocidades.

...Continuará.

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