Debía ser eso, sin duda, consecuencia de su tozudez y negativismo, y ahora padecía las consecuencias de las consecuencias.
Había comenzado antes, pero no sabía cuándo ni dónde, ni cómo, sólo sabía el porqué; consecuencias de la consecuencias, era obvio. Primero, a sus lados hallaba un bosque, de abetos y pinos, y robles y abedules, y muchos árboles más. Era oscuro, de esas oscuridades hirsutas donde sudarios de boscosos seres rasgan las existencias, y sonríen, con esas sonrisas que más bien parecen mordisco envenenados. Y por esa oscuridad caminaba, lento, pesaroso, mudo, tanteador de aquello que le semejaba esto o lo otro, y sin la certeza de qué era en realidad. Dio unos pasos hacia la cañada, resbaló y cayó de bruces, pronto recobró y se plantó con fuerza, mas sentía iba a resbalar otra vez, pues el suelo era muy húmedo, resbaladizo, y fangoso. Soportando esto, siguió avanzando intentando volver, y entonces escuchó un aullido, y sintió el deseo irrefrenable de ir al lugar que pertenecía, y dejarse de falsos hogares y agasajos hipócritas; hacía bien. Se fue a toda velocidad, lejos de lo que fue su hogar, aullaba como ellos lo hacían, con esa exaltación de salvaje libertad, anarquía grandiosa y el viento ondeando y vibrando ante sí. Y así se alejó de mí, lo veo a veces pero son muy pocas, y siendo sincero creo que hizo lo correcto al escuchar la llamada e ir a su hogar, a su verdadero hogar.