El Asesino de Amantes
Camina y los gorriones no cantan, canta el rio y el viento baila.
Era de día, Juan estaba en el parque rodeado de libros y las rosas eran rojas; o mejor, era de noche, Juan estaba rodeado y su sangre corría. No, era a la tarde, el sol caía, Juan corría y su mirada, con una chica, en el parque cruzaba. No, no, no, Juan cruzaba la vía, el tren paraba, no, no paraba, Juan fallecía y Juana, su esposa, al velatorio iba, no, no iba, estaba con su amante. Entonces Juan los descubría, si, ahora Juan era un espíritu y andaba matando a todos los amantes, no, no era el vengador fantasmal, era el asesino de amantes.
Entonces Juana, a los amantes, defendía; si, ahora Juana también es un espíritu y el otro fulano no necesita protagonismo, no lo queremos acá.
Para salvar a los amantes, Juana se cambio de nombre y los anda escondiendo; Juan, no menos inteligente, también se cambio de nombre y los anda buscando. Él sale de día y ella sale de noche.
Pero ella tiene compañía.
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