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Lujuria, líbranos de todo pecado.

editado junio 2012 en Erótica
¿Qué sabes de amor? Me preguntó mi reflejo acongojado... ¿Qué sabes de la caricia oportuna? ¿De la ruta a sus labios? ¿De la respiración agitada y el anhelo de que nunca se está suficientemente cerca del Otro porque la única manera de saciarte es ser el Otro? ¿Sabes algo de eso niña? ¿Sabes lo que es que te devoren con la mirada en una intimidad tan pequeña y saturada que no sabes como salir, ni quieres salir? ¿Se te han nublado los sentidos entre los brazos del Otro? ¿Has jadeado sedienta de más y más? ¿Qué sabes de todo eso? Me preguntó, una y otra vez, sin compasión de mi alma de virgen rota.

Caída, olvidada, tirada sobre mi cama, yo, pequeña, aún sin florecer, no sabía nada. Era como un pajarito tembloroso sin lugar en la tierra ni en el cielo. Un calor extraño subía por mi cuerpo y se alojaba en mis mejillas, rojas, avergonzadas y virginales, pero no tenía desahogo posible. No había forma de deshacerme de su penosa presencia, anhelante, y oculta, no había forma de rescatarme de ese calor frío e inútil. Y mi reflejo, cruel, seguía preguntando.

Tenías que llegar tu... ¿O no? Tenías que llegar tú. Y llegaste. Mi reflejo se calló, amenazado, sabía que ante tus ojos ya no era olvido y pasión descuidada. Adivinó en tus labios un destino irremediable para los míos.

Se dio naturalmente, como agua que fluye, sin que nos diéramos cuenta. Mi reflejo mudo frente a nosotros, y el calor en aumento. Entonces deje las puertas abiertas, porque siempre cuidando de mis tesoros, no deje que nadie viera nada relucir de mí. Como si fuera un cofre podrido albergando monedas de oro. Por eso te deje las puertas abiertas, por eso te hable desde mi silencio. Tu piel sobre mi piel desnuda que ardía, quemaba, tus ojos sobre la luz extraña que despedían por ejemplo, mis muslos blancos, o mis mejillas febriles...No podías, como querías, precipitar sobre mi tus manos y labios ávidos de piel perfumada de niña-mujer. Yo también lo deseaba, pero no podíamos, nos habían dicho… Estaba en los albores de mi juventud, en mi plena virginidad adolescente, enfrentando todos los tabúes que desde niños deformaron nuestro deseo.

¿Que sabes de amar? me seguía preguntando terco mi reflejo, de pronto había vuelto a su cruel interrogatorio...
-Se que para amar hay que ser libre, libre y dueño de uno, para regalarse al otro- le dije, valiente; y al tiempo, tus labios se encontraron con la piel de mi cuello, tus manos comenzaron a recorrer inquietas mi suavidad curvilínea de niña-mujer, nunca antes tocada, ni valorada, ni amada.

No importó lo que dijeran otros, los que nos inculcaron desde niños, la culpabilidad y el silencio, y la represión de uno mismo...
Nunca fuimos más inocentes y más puros que unidos, enredados, entre las sábanas.

Quizás no sabía nada de amar, pero entre los jadeos de aquella noche...Supe amar más que nadie, y supe lo que era ser amada.

Nunca fui más hermosa que en medio de tu abrazo desnudo y carnal, que bajo tu aliento y tu mirada, albergándote en el interior de mi cuerpo.

Desde aquella noche, mi reflejo nunca volvió a interrogarme. Logre silenciarlo.

la verdad no se si logre transmitir lo que deseaba....en fin, ahi diran ustedes.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado febrero 2012
    Pues creo que si, cuentas muy bien, me dí cuenta de todo, todito;):):p
  • MirsaMirsa Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado junio 2012
    ¡Uf, qué recuerdos de la adolescencia! Esos sentimientos encontrados deseo, culpabilidad :D esos tabues... Y luego la liberación ;)
    Me ha gustado tu relato, sugerente y profundo.
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