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Sueño Londinense

DrawenaDrawena Pedro Abad s.XII
editado diciembre 2011 en Erótica
El cartel de Welcome to Australia! me dio la bienvenida una vez más a aquella parte de mi sueño. Sonreí al recordar la primera vez que lo había visto y cuyas lestras escritas en inglés no había entendido.
Me reí de aquella Lola tonta e ingenua que tan lejos me quedaba y que nunca había imaginado estar delante de esa puerta para ir a ver a su novio, aunque la palabra aún me seguía sonando extraña y ajena, como si todavía no fuera conmigo.
Llamé al timbre y no tuve que esperar ni cinco segundos a que la puerta se abriera. Detrás estaban los brazos de mi novio, que se cerraron en torno a mí y me atrajeron a su cuerpo fuerte y esbelto.
-Creí que nunca llegarías – Me dijo Blake al oído.
- Siento haber tardado…- le dije en el mismo tono, mientras le acariciaba el suave cabello castaño – Pero, ya sabes…
- Sí, el Metro es un asco – terminó por mí, riéndose, sabedor de la manía que le había cogido al Underground londinense.
-Nunca me haré a él, con tantas bifurcaciones…
Le sentí inclinarse sobre mi cuello y empezar a besarme la piel, con una lentitud deliciosa y tremendamente excitante que me hizo perder el hilo de lo que estaba diciendo.
-…y sus curvas, y…y los…los andenes…con más de una línea…
Con los dedos, apartó un poco el cuello de mi cazadora y el de la camiseta que llevaba debajo y sus labios bajaron hasta mi hombro para luego subir de nuevo lentamente hasta mi mandíbula. Que hiciera todo eso mientras estábamos todavía en el portal me producía escalofríos, aunque de excitación al saber que en cualquier momento alguno de sus vecinos podía vernos así. Sentí sus manos bajar por mis caderas hasta más allá de mi espalda, que es cuando me aupó con una ligereza impresionante. Aún tuve tiempo de abrazarme a su cintura con las piernas antes de que él me cogiera la barbilla con una mano y me dirigiera una larga mirada. Me sentí atravesada por sus intensos ojos de color miel y por primera vez en mi vida, supe lo que era la felicidad más real y palpable.
Él acercó su rostro al mío y me besó en los labios con suavidad; cerré los ojos y un par de lágrimas resbalaron por mis mejillas.
Al tiempo que sus labios se abrían bajo los míos, sus manos se colaron por debajo de mi cazadora y mi camiseta para empezar a acariciarme la espalda de un modo que me hizo perder la cabeza. Decidí – o más bien, me dejé llevar por mi instinto más bajo y primitivo – que esa noche haría cualquier cosa que él me pidiera. Ante sus besos y sus caricias no podía negarme a nada.
Blake retrocedió hasta el umbral del pasillo y cerró la puerta sin separar sus labios de los míos. Todavía aupándome, caminó por el conocido pasillo de color salmón hasta su habitación, que tenía las cortinas echadas y estaba oscura como boca de lobo. Sin embargo, una música suave y romántica sonaba en su particular equipo de música. En una situación normal, me habría quedado muerta al reconocer la canción Sabes de Alex Ubago flotando en el ambiente. Me pareció precioso que hubiera pensado de esa manera en mí y hubiera puesto música española para la ocasión, sobre todo de un autor tan romántico como era Alex Ubago. Aún así, al entrar y cerrar la puerta, pude separarme de él para decir, con una voz tan ronca que apenas parecía la mía:
-¿Y Matt?
- No está y no volverá hasta mañana. Esta noche es sólo para nosotros…
Decir que aquello me gustó era quedarse corto. Le besé y él se adentró en la oscuridad de la habitación hasta que sus piernas toparon con la cama, sobre la que me tendió con infinito cuidado. En la negrura de la habitación apenas podía captar su figura, así que alcé los brazos para alcanzar sus manos y acercarlo más a mí. Blake se tumbó entonces sobre mi cuerpo y empezó a quitarme la ropa con una lentitud que me impacientaba y excitaba a partes iguales. Quedé pronto en ropa interior bajo sus manos pacientes y fuertes, que acariciaban con suavidad cada trozo de piel que quedaba desnuda. Al quitarse él la camiseta, creí volverme loca de deseo cuando rocé su piel deliciosamente caliente y mis dedos acariciaron su torso palpitante y torneado antes de bajar hasta la cintura de sus vaqueros para empezar a desabrocharle el cinturón. Mis manos actuaron con una rapidez asombrosa y no tardé en bajarle la cremallera y rozar la tela áspera de sus calzoncillos.
Por encima de la voz de Alex Ubago reconocí entonces el soniquete de un teléfono, tan lejano que parecía proceder de otro mundo. Sin embargo, fue suficiente para interrumpirme e impedir que fuera más lejos. Eché la cabeza hacia atrás y emití un suspiro resignado. ¡Ingleses! Siempre tan inoportunos...
Blake se separó de mí y levantó la cabeza al escucharlo.
-Olvídalo – le dije, acariciando su vientre, deseosa de que me abrazara de nuevo – Que se jodan y llamen en un momento más oportuno. Ahora estamos muy ocupados…
Blake se rió y me dio un beso, pero se separó de mí de un salto.
-Puede ser importante – Le escuché dar pasos hacia la puerta – Ni se te ocurra moverte de aquí. Vuelvo enseguida…
- ¡Más te vale!
Abrió la puerta y salió: la luz del pasillo alumbró su figura alta y su espalda desnuda y ancha antes de que doblara la esquina. Tras su paso, la puerta quedó un poco entornada, dejando así que un hilo suave de luz anaranjado rompiera la oscuridad de la habitación. Suspiré y me tumbé de lado sobre la cama, cerrando los ojos para recuperar la calma. Mi corazón latía tan agitadamente como hacía un momento, pero mis manos empezaron a echar de menos el cuerpo caliente y musculoso de Blake. Cuando volviera, no dejaría que se alejara nunca más de mí. Aquella estaba siendo una sensación insoportable.
Por encima de la música escuché su voz ahogada, pero no lograba entenderle por culpa de la canción y de la puerta entornada. De todas maneras, estaba tardando mucho. ¿Quién llamaba a las diez de la noche en Londres y se ponía a charlar por teléfono como si nada?
Oí unos pasos acelerados, luego una puerta cerrándose. Me incorporé sobre la cama, confusa: mis pies rozaron la moqueta de la habitación de Blake, pero no me atreví a levantarme. ¿Qué estaba pasando?
Pasaron los segundos; luego los minutos y mis nervios fueron en aumento. Alex Ubago, lejos de tranquilizarme, me enervaba. Algo no iba bien, podía presentirlo. Decidí salir de la habitación y buscar a Blake: si seguía hablando por teléfono se lo colgaría yo misma. Ya había sido demasiado educado, y yo estaba tan impaciente que de un momento a otro empezaría a subirme por las paredes.
Iba a ponerme de pie, pero entonces la franja anaranjada que la luz del pasillo imprimía sobre la pared que había enfrente de mí se ensanchó al abrirse la puerta. Escuché sus pasos adentrarse en la habitación antes de cerrar la puerta a sus espaldas con suavidad. Suspiré, aliviada de que hubiera vuelto.
-¡Ah! Menos mal. Me tenías en ascuas – Me reí, tan contenta de que hubiera regresado que mi corazón volvió a latir desenfrenadamente. Le sentí caer sobre la cama y volví a reírme - ¿Quién era a estas ho…?
Mi voz murió cuando sus manos rodearon mi cintura con una violencia inusitada. Solté una exclamación que terminó convertida en un gemido de placer al sentir sus labios en la mitad de mi espalda: su lengua empezó a recorrer mi columna vertebral hacia arriba, saltándose la tela de mi sujetador y siguiendo luego por la zona de los omoplatos hasta mi nuca, donde empezó a besarme de una manera tan diferente a como lo había hecho hasta entonces que me quedé sin aire. Enterró la boca en mi cuello y me besó con tal fiereza que adiviné que al día siguiente tendría una gran marca morada tatuando mi garganta. Pero no me importó; en aquel momento, no me hubiera importado nada de lo que él me hubiera hecho.

Comentarios

  • DrawenaDrawena Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2011
    Sentí la imperiosa, la urgente necesidad de abrazarle y besarle, por lo que giré la cabeza y junté mis labios con los suyos. La oscuridad era tan espesa que no podía ver los atractivos y encantadores rasgos de su rostro, pero logré captar su olor fresco y masculino, aunque me sorprendió un poco que hubiera aprovechado la interrupción para ponerse colonia. Me sorprendió casi tanto como – al bajar las manos por su torso desnudo – descubrir que se había abrochado otra vez los pantalones. Era una tontería que se los hubiera abrochado para hablar por teléfono, cuando sabía que dos minutos después yo sería la encargada de desabrochárselos otra vez.
    Sin embargo, estaba tan embriagada de él que mi mente embotada calificó aquello de menudencias. Además, Blake acabó por matar cualquier indicio de razón que quedaba en mí al quitarme el sujetador con manos expertas y besarme con una sed que rozaba el dolor. Sus manos se volvieron audaces y hambrientas, produciéndome placer en lugares que antes ni siquiera sabía que existían.
    Creí que mi corazón estallaría de dolorosa felicidad cuando, estando ambos completamente desnudos al fin, me aupó como había hecho anteriormente, pero en esa ocasión fue para sentarme a horcajas sobre su regazo. Sentí un dolor atroz, intenso, cuando nuestros cuerpos se acoplaron de forma perfecta, como si estuvieran destinados para ello.
    Aún así, chillé de dolor al notar el ardor feroz, casi cruel, que me torturó las entrañas al sentirle dentro de mí. No me atrevía ni a moverme por el temor a que el dolor aumentara y me partiera en dos, pero Blake me abrazó con fuerza y rozó mi espalda con cuidado. Sus grandes manos acariciaron mi columna vertebral con infinita ternura, relegando el dolor a un segundo plano ante el placer de sus caricias. Sus labios recorrieron mi cara y lamieron las lágrimas que caían por mis mejillas a causa del sufrimiento; luego, me besó en la boca llevando consigo el sabor salado de mis propias lágrimas.
    No podía hacerle aquello. No podía retroceder y decirle que no podíamos hacer eso porque me dolía demasiado. No se merecía eso. Él, que con paciencia infinita esperaba a que me tranquilizara y me acariciaba para intentar relajarme, no se merecía que le dejara tirado de aquella manera. No, Blake se merecía todo por mi parte y era algo que estaba dispuesta a dárselo.
    Me abracé a su cuello para tener algo a lo que agarrarme en caso de que me desmayara, y al ritmo de Untouched, de The Veronicas, empecé a moverme con mucha lentitud al principio, dado que el dolor persistía y latía con cada movimiento. Busqué los labios de Blake en la oscuridad para tener algo a lo que agarrarme, algo que me proporcionara alivio y la mareante sensación de placer que me producía su boca. Sus manos volvieron a acariciar cada centímetro de mi cuerpo con ese fervor hambriento, desesperado, que me asustaba y enfebrecía al mismo tiempo. El dolor se estaba replegando: un placer desconocido e intenso le iba ganando la batalla a medida que el movimiento de mis caderas se intensificaba.
    Jadeé entre sus labios al notar que él también se estaba moviendo debajo de mí, lo que incrementaba mis sensaciones de forma espectacular. Mis manos enredadas en torno a su cuello comenzaron a sentir el sudor frío que empezó a humedecer la nuca y el pelo de Blake.
    A partir de ahí, el tiempo se distorsionó. Por encima de la música lejana y embotada, empecé a escuchar jadeos cada vez más intensos, pero no sabía decir si eran míos o suyos. Me movía por instinto en busca de que el placer se extendiera por todo mi cuerpo y me hiciera olvidar todo, incluso a mí misma. En un segundo grité su nombre; al siguiente le besé como si no existiera nada más allá de aquel beso, hasta que el gozo lo nubló todo y fue subiendo de intensidad, de tal manera que le clavé las uñas en la espalda.
    La sensación de alcanzar juntos el clímax fue tan brutal que aullé de placer y tuve la urgente necesidad de arquear la espalda hacia atrás para sentirme colmada de él. Blake jadeó agónicamente antes de dar una última embestida a mi cuerpo y dejar caer la frente sobre mi pecho palpitante y húmedo de sudor. Su cuerpo, hasta el momento tremendamente tenso, se relajó tan rápido que cualquiera hubiera pensado que se había quedado dormido, aunque yo notaba su respiración agitada entre los pechos.
    El agotamiento y el placer reposado, tranquilo, que prosiguió al clímax me dejaron jadeante y llena de un extraño sentimiento de aturdida felicidad. Seguía respirando agitadamente al incorporar mi espalda arqueada y acercarme a él, aunque sus manos no se habían despegado de mi piel ni un solo momento. Blake levantó entonces la cabeza para acomodarse más arriba, en el hueco de mi garganta, por lo que pude acariciarle las mejillas húmedas con manos aún temblorosas. Hundí la nariz en su pelo mojado y ahí me quedé, vencida ante ese mundo de felicidad que me impedía pensar o sentir cualquier cosa que no fuera aquella aturdida placidez.
    Nunca supe cuanto tiempo estuvimos así, abrazados en silencio y sumergidos en aquella oscuridad tan impenetrable. Los latidos de su corazón, que en esos momentos sentía como míos, me tranquilizaban y me parecían la única cosa importante que había en el universo. No quise interrumpir aquel momento íntimo y precioso con palabras frívolas y banales que lo único que harían sería estropear aquella paz que nos invadía, esa conexión maravillosa y única que nos hacía las dos personas más felices y unidas que sobre la Tierra pudiera haber.
    Cerré los ojos durante lo que me pareció una eternidad, hasta que noté su rostro separarse de mi pecho. Abrí la boca para suplicarle que no se fuera de mi lado, que siguiéramos de aquella manera suave e intensa a un tiempo, pero sus labios se cerraron sobre los míos con suavidad, acallando deliciosamente mis palabras.
    Sentí sus manos a la altura de los omoplatos y me dejé caer sobre ellas, lo que él aprovechó para inclinar mi cuerpo a un lado y dejarnos caer tumbados sobre la cama, pero esta vez, él encima de mí. Nos besamos suavemente durante unos minutos, lenta, sosegadamente. Luego, él separó su cuerpo del mío: notarle salir de mi interior me produjo una extraña sensación de vacío y un dolor confuso, latente, en la entrepierna, pero logré olvidarme de él cuando los brazos de Blake me atrajeron hacia sí y me estrecharon contra su pecho cálido. Me acurruqué junto a él y le acaricié la piel del torso lentamente, creando dibujos sobre su cuerpo y sonriendo emocionada al pensar que había sido la mejor noche de mi vida.
    Suspiré y tanteé la oscuridad con los dedos para acariciarle los labios con ellos.
    -Te quiero…- le susurré con voz henchida de amor y ternura.
    Él emitió una risa baja, grave, que no entendí hasta que me dijo al oído, con su voz rebosando aquel conocido acento americano que me golpeó igual que si hubiera recibido un puñetazo:
    -Eso es lo que dices ahora. Pero las mujeres sois tan caprichosas…Por el día decís que queréis a un tío y por la noche os tiráis a otro, y viceversa, claro. En fin, no soy el más indicado para quejarme, aunque…, bueno, tengo que decirte que Blake se ha perdido una fiesta brutal esta noche contigo.
    Me quedé helada, congelada, gélida. La calma que hasta el momento había invadido mi cuerpo se rompió en mil añicos, siendo sustituida por la rigidez de mis músculos al escuchar esa voz inconfundiblemene americana.
    No podía ser verdad. No podía serlo.
  • DrawenaDrawena Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2011
    Después de un eterno y tenso segundo, pude chillar, zafarme de su abrazo y retroceder tanto como la anchura de la cama me lo permitió, hasta casi caerme de espaldas al suelo. Tanteé en la oscuridad hasta que mis dedos se cerraron sobre una de las almohadas, que puse delante de mi cuerpo desnudo, golpeada por un súbito y estúpido ataque de pudor.
    Dada la oscuridad de la habitación, él no pudo ver ese gesto, pero rió ante mi reacción absolutamente horrorizada.
    -¿De verdad que no sabías quién era?
    -Lár-ga-te de a-quí – pude resoplar entre dientes, con el corazón latiéndome a toda velocidad.
    Sentí mis mejillas enrojecer a causa de la vergüenza y la rabia; mis manos se cerraron sobre la almohada que pegaba contra mi cuerpo como si estuviera estrangulando su cuello. Le oí reírse otra vez al tiempo que se movía sobre la cama.
    - ¡Mujeres! – Suspiró, divertido - A ver dónde está ahora el interruptor…
    -Ni se… ¡ni se te ocurra encender la luz!
    - ¿Por qué no? – Soltó una desagradable risotada - No hace falta que te muestres tan tímida, Lola. Al fin y al cabo, tú ya no tienes secretos para mí.
    - ¡Vete al cuerno!
    Le escuché levantarse de la cama y empezar a vestirse, pero yo estaba tan aturdida y enrabietada que no me atrevía ni a moverme para empezar a buscar mi ropa. Así que me quedé ahí, abrazada a la almohada y conteniendo las tremendas ganas que me entraron de echarme a llorar al saberme humillada, utilizada, por ese cabrón sin corazón.
    Finalmente, oí sus pasos sobre la moqueta rodear la cama y dirigirse a la puerta. Pensé que se iría y no volvería a saber de él nunca más, pero para mi horror, escuché el clic del interruptor y la luz amarillenta de la habitación cegó por un momento mis ojos.
    -¡Dios, no!
    Y entonces le vi. Estaba junto a la puerta, sonriente como nunca antes le había visto. Se había puesto los vaqueros oscuros, aunque no se los había abrochado, y su torso desnudo y marcado lucía un poco sudoroso todavía. El pelo negro despeinado y húmedo caía sobre sus ojos azules, inconfundibles y burlones. Se había afeitado su barba habitual, lo que explicaba que yo no hubiera encontrado la diferencia entre besarle a él o a Blake en lo que al roce de su barbilla se refiere.
    Hudson se rió con aquella risa suya y señaló mi cuerpo cubierto por la estúpida almohada.
    -Joder, tía…- Comentó, apoyándose en la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho – Déjame decirte que tienes un polvazo tremendo. Para ser virgen no has estado nada mal.
    -¡Que te den por culo, hijo de puta!
    Estaba tan cabreada que le empecé a chillar en español: el inglés se me quedaba corto para todo lo que tenía que decirle.
    - ¡Eh, calma! – Me contestó también en español - Encima que te hago un cumplido…Eso no se lo digo a cualquier chica, ¿sabes?
    Cogí la otra almohada que había en la cama y se la tiré con todas mis fuerzas. Hudson la esquivó ágilmente y levantó las manos en un intento por apaciguarme, pero se veía que mi reacción le divertía muchísimo, a juzgar por su imborrable sonrisa, lo que a mí me enfadaba aún más. Así que me incliné sobre la mesilla de noche que había junto a la cama y cogí un portafotos en el que Blake salía junto con su hermana pequeña.
    -¿Dónde está Blake? ¿¡Qué has hecho con él, pedazo de…maníaco pervertido!?
    Le tiré el marco con auténtica rabia, pero Hudson volvió a esquivarme y el portafotos se estrelló contra la pared sonoramente.
    -¡Yo no le hecho nada! Es sólo…- se volvió a reír estruendosamente – Es sólo que ha tenido que salir corriendo porque su hermana está muy grave en el hospital.
    Me disponía a tirarle las llaves de casa, que también descansaban incomprensiblemente sobre la mesilla, cuando sus palabras me detuvieron. ¿La hermana de Blake estaba en el hospital? Aquello me hizo sentir como una rata traicionera y sucia. Blake en el hospital cuidando de su hermana moribunda, y yo acostándome mientras con Hudson. Me entraron unas inmensas ganas de morirme ahí mismo. Sin embargo, Hudson añadió:
    -O al menos, eso es lo que cree él.
    Levanté la mirada hacia la expresión infinitamente taimada de su rostro.
    -¿Qué quieres decir?
    - Quiero decir que le llamé desde la cabina que hay enfrente haciéndome pasar por un médico del hospital East River. Le dije que su hermana estaba grave y que tenía que ir rápido antes de que…
    Dejó de hablar cuando mis llaves impactaron contra su mejilla izquierda con un fuerte ruido metálico. Hudson soltó un jadeo de dolor y se llevó las manos a la cara, por lo que al fin se le borró esa estúpida sonrisa de la cara. Sentí un cierto sentimiento de vengativa satisfacción, aunque la rabia me impidió poder disfrutarla.
    -¡Eres un puto gilipollas! ¿Cómo se te ocurre decirle eso? ¡Blake vive por su hermana! Si algo le pasara, cualquier cosa, él no podría soportarlo… ¡No sé ni cómo te has atrevido a hacerle algo así!
    - Sí, ya, claro… ¿Pues sabes por qué lo hice? ¡Porque tenía que verte! ¿Vale?
    -¿Y eso qué coño justifica? – Gruñí, hecha una furia. No recordaba haber estado más cabreada en toda mi vida – Además, ¿cómo sabías que hoy estaría aquí?
    -Te he seguido desde tu casa.
    -¿Qué me has seguido? ¿Desde mi casa? – Repetí, incrédula - ¿Te das cuenta de que cada cosa que dices se acerca más a las palabras propias de un enfermo mental? ¡Ahora sólo falta que me digas que has entrado por la ventana o algo así…!
    Hudson recuperó la sonrisa y negó con la cabeza.
    -En realidad, he entrado por la puerta. Blake guarda una copia de la llave debajo del felpudo.
    -Estupendo. Felicidades por haber hecho algo normal, para variar.
    - No sé a qué viene esta escena, la verdad…Hace un momento no eras tan agresiva.
    La alusión me hizo enrojecer otra vez, y me vi incapaz de mirarle a los ojos por culpa del bochorno. Me tapé aún más con la almohada, lamentando que mis piernas quedaran a la vista de ese individuo enfermo y depravado. Hudson se rió al verme avergonzada y humillada, y yo le odié por lo que me estaba haciendo. Le sentí acercarse a la cama, pero yo seguí con la cara ladeada a un lado, sin ganas de mirarle y enfrentarme a él.
  • DrawenaDrawena Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2011
    -No tienes por qué sentirte mal, Lola. Hemos pasado un buen rato juntos, ¿no?
    Tragué saliva antes de atreverme a cruzar mis ojos con los suyos. Hudson sonreía, pero sus ojos azules respondían a mi mirada con una intensidad inesperada. Aún así tuve fuerzas para responderle.
    -Supongo que sí. Y tienes razón: no tengo por qué sentirme mal. Al fin y al cabo, pensaba que eras Blake. Eres tú el que me ha engañado a mí.
    Sin embargo, y para mi desconcierto, Hudson soltó una alegre carcajada que retumbó en todo el apartamento. Luego, se arrodilló junto a la cama para dirigirme la más feliz de las sonrisas.
    -Pues yo en tu lugar daría las gracias de haber follado conmigo, y no con Blake.
    -¡Vete a la…!
    - Calla y escúchame. ¿Sabes por qué lo digo? – Acercó su rostro al mío y susurró las palabras más aterradoras que había oído hasta el momento – Porque gritaste mi nombre.
    Me quedé muda, sin habla. Miré aquellos ojos azules, húmedos a causa de la emoción y no pude ver rastro de mentira en ellos por más que lo intenté. Aún así, no quería creérmelo. No podía ser que mi subconsciente me hubiera jugado tan mala pasada. Aparté la vista de Hudson, turbada, intentando sacar algo de la bruma que envolvía mi recuerdo. Sabía que había gritado un nombre al estar llegando al clímax, pero no recordaba cuál. ¿Era posible que hubiera dicho el nombre de Hudson?
    Si era así, eso me convertía en la persona más horrible que había sobre el planeta.
    -Supongo que tú deseabas esto tanto como yo, aunque nunca lo admitas en voz alta.
    Le volví a mirar, pero ésta vez no sentí nada más allá del degrado al que ya me estaba sometiendo interiormente. Sin embargo, no pude evitar recordar el momento en que nuestros cuerpos habían encajado sobre la cama, tan a la perfección que había resultada casi increíble. Y el dolor que me sobrevino después, y la ternura de Hudson al acariciarme pacientemente para intentar apaciguar aquel sufrimiento.
    Suspiré, agotada. Aquello estaba siendo demasiado para mí.
    -Déjame sola, Hudson.
    Él abrió mucho los ojos, sorprendido, y abrió la boca para protestar, pero yo le acallé con un gesto de la mano.
    -Por favor. Necesito estar sola y pensar.
    Debí parecerle hecha polvo, porque asintió con lentitud y se incorporó. Dudó un momento, pero finalmente se inclinó sobre mí y sus labios rozaron tenuemente los míos. No aparté la cara, aunque tampoco respondí: lejos de la pasión que sus labios me habían provocado hacía unos instantes, esa vez su roce cálido no me hizo sentir ni frío ni calor, sólo un terrible y oscuro vacío que hasta conseguía dolerme en algún punto del pecho.
    Hudson se apartó un poco para mirarme a los ojos, me sonrió con cierta pena y terminó alejándose de mí. Cogió su camiseta del suelo y emprendió el camino hacia la puerta, pero mi voz quebrada y dolida le detuvo antes de que pudiera abrirla.
    -No le comentes esto a nadie. Y mucho menos a Blake.
    No dijo nada, ni siquiera me miró, pero le vi asentir en silencio. Luego abrió la puerta y salió por ella a toda prisa. Esperé a escucharle salir por la puerta de la calle antes de abrazarme aún con más fuerza a la almohada y enterrar mi cara en ella.
    Comencé a llorar con suavidad, pero el llanto se intensificó al darme cuenta de que la almohada seguía oliendo a Hudson y que una parte de mí misma le añoraba dolorosamente.
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