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Historia sin nombre

Kiko_LKiko_L Pedro Abad s.XII
editado diciembre 2011 en Narrativa
Hola, os dejo una historia que estoy escribiendo poco a poco :). Un saludo!

Prólogo

Pupum pupum. Su corazón parecía a punto de explotar. Pupum pupum. El vaho salía más y más deprisa, como si de una vieja locomotora de vapor se tratase. Pupum pupum. Apenas veía nada a través de sus ojos llorosos y la densa y fría neblina dificultaba aún más su visión. Pupum pupum. La fina capa de nieve crujía bajo sus pesadas botas de cuero. Pupum pupum. Pensaba en los que dejaba atrás: en los suyos y en los otros... Pupum...bang...

El atronador sonido de la bala escupida por el rifle salió antes de lo que él esperaba. Eso lo pensó tras ver como el mortal proyectil se incrustaba en un árbol a escasos veinte centímetros de su cabeza y justo enfrente suya.

En un último esfuerzo corrió como nunca antes había corrido. Poco importaba el peso de la mochila, el sudor que se le pegaba a la vieja y raída camisa a cuadros o que las piernas le ardieran de dolor. Su pobre caballo de peluche le golpeaban en su braceo frenético y le estorbaba más que nada, pero no lo dejaría atrás. A él nunca.

Su mente discurría una salida cuando oyó el segundo estruendo. Bang. Esta vez el proyectil impactó a menos distancia. Los ladridos de los perros se acercaban, podía sentir su rabia. Le estaban cogiendo. No lo conseguiría.

¿Y si se entregaba? Igual no le hacían nada... No. Imposible. Le estaban disparando, solamente querían matarle. Nada más. No había motivos para cogerle vivo. No valía nada. Ni siquiera sabía porque gastaban más de una bala por él.

Ya no le importaba morir. ¿Por qué corría? No tenía nada. Ahora ya no. Seguramente era lo mejor.

En su rostro se dibujó una media sonrisa al pensar en el placer que supondría morir. Ya no habría sufrimiento. Ya no habría miedo...

Pero el destino parecía que volvía a ser cruel con él. La sonrisa se le borró de la cara. Por encima de los ladridos, gritos y disparos había un rumor creciente... ¡Agua! Siguió corriendo y pocos metros más adelante lo vio. Apenas tenía 10 metros de anchura pero la corriente era fuerte. Lo suficientemente fuerte para llevarle bien lejos de allí. O para ahogarle. Bueno, aunque sea no le matarían esos desgraciados.

Antes de lanzarse al agua miró hacia atrás. Nunca supo porqué lo hizo. Soñaría muchas noches con él. Le miraba frío e impasible. Un ojo cerrado por una enorme cicatriz y el otro magnificado por la oxidada mirilla que le apuntaba directamente a la cabeza.

El último disparo empezó a oírlo en el aire y acabó de escucharlo en el agua. Amortiguado. Apenas tuvo tiempo de pensar si le había dado. El golpe contra el agua semihelada era diferente a un disparo pero igual de doloroso.

Su corazón se desbocó más allá de lo que creía posible. Pupum pupum pupum. Y tratando a duras penas de mantenerse a flote se dejó llevar por la enfurecida corriente hasta donde le deparara ese cruel destino que jugaba con él.

Comentarios

  • Kiko_LKiko_L Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2011
    Con una maldición entre los dientes desmontó el rifle de su hombro y corrió hasta la orilla del río, solamente para comprobar lo que ya sabía. Había fallado el último tiro. Aquel mocoso se le había escapado cuando lo podía acariciar con la punta de sus dedos.

    Un largo silbido bastó para que sus tres enorme mastines acudieran a su llamada. Jadeantes y con la lengua borbotando babas gemían inconsolables ante la pérdida de la presa.

    - Buenos chicos. - Les dijo su amo.

    Aquello pareció alegrarles, aunque seguían moviéndose inquietos, olfateando el suelo incansablemente en busca de un rastro perdido.

    - Volvamos con los otros. -

    El camino de vuelta era sencillo. Las señales de la persecución eran evidentes por todo el bosque. Cuando vio las marcas de los disparos en los árboles, recreó mentalmente la escena. Repasó una y otra vez qué había hecho bien y sobretodo en qué había fallado. Aquello no les gustaría. No. Definitivamente no les gustaría.

    A medida que se acercaba al campamento el miedo se iba apoderando de él. Lord Padre no iba a estar orgulloso de él. Le había fallado. Otra vez. Se sentiría defraudado. Y no solo él. Todos los demás confirmarían lo que no se cansaban de decir; que no era más que un estúpido crío. Un chaval débil, que no valía más que para explorar y cazar ardillas. Los odiaba. Los odiaba tanto como se odiaba a sí mismo.
  • Kiko_LKiko_L Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2011
    En ningún momento estuvo cerca de morir. Su segundo padre le había explicado que justo antes de que la muerte le llegara, su vida pasaría por delante suya en segundos. Experimentaría todos y cada uno de los momentos. Sus pocas alegrías y sus muchas penas. No, no estuvo cerca de morir pero deseó estarlo.

    Cuando se zambulló en el agua helada su mundo giró a un ritmo frenético. Su cabeza se sumergía y emergía constantemente, impidiéndole respirar bien. Sus ojos cambiaban entre las oscuras aguas y las ramas desnudas de los árboles. Los árboles le miraban burlones, como si no les importara que se ahogara. Juraría que entre el crujir del agua podía oír la risa de aquellos centenarios seres. Precisamente una de esas ramas fue la que le salvó. Al parecer no todos eran malvados y alguno de ellos se había apiadado de él.

    La rama le golpeó en la cabeza y a punto estuvo de dejarlo inconsciente. Tragó agua y le supo a sangre. Pero no podía dejar pasar aquella oportunidad. Se agarró con su brazo derecho mientras el izquierdo sostenía a su precioso caballo. En aquel trozo de trapo y algodón sucio y harapiento también le iba la vida.

    A medida que el río descendía, la corriente perdía más y más fuerza. Aquello le permitió un momento de respiro. Ahora podía ver qué tenía alrededor. El bosque seguía ahí, sempiterno. A lo lejos se veían las montañas. Apenas se podía discernir donde terminaban las cumbres y donde empezaba el cielo. El sol descendía ya y pronto sería de noche. Y mientras esperaba a la oscuridad, el cielo se tornaba naranja, con una calidez impropia de aquel clima frío y despiadado. Con la calma de la corriente recordó algo que había visto mientras descendía en el torbellino de agua. Eran dos ojos amarillos, profundos, sin alma. Ahora todo venía de forma clara a su mente. Un enorme lobo lo había observado desde la orilla. Sin duda había oído los disparos y sabía qué implicaba ese ruido ensordecedor. Lo observó durante un rato hasta que dio media vuelta y se internó de nuevo en el bosque.

    No sabría decir cuánto tiempo estuvo en el agua, pero sí sabría decir que era demasiado. No sentía ya su cuerpo. Sus extremidades estaban totalmente entumecidas y la cabeza le daba vueltas y no dejaba de sangrar. Tenía que salir ya del río o moriría de hipotermia.

    Ahora que lo pensaba no sabía cómo lo había hecho. No sabía de donde había sacado fuerzas. Bueno, llevaba muchas horas sin saber porqué seguía vivo. En el margen derecho del río había un pequeño claro en el bosque. Lentamente, brazada a brazada, llegó a la orilla. Sus pies tocaron fondo y el alivio de pisar tierra firme dio paso al dolor de sus piernas. El agua había evitado que sus músculos trabajasen, pero aquello ya no valía; ahora tenía que andar.

    Intentó levantarse pero sus piernas no respondían. Simplemente no querían; o no podían, ya no sabría decirlo. Trató de mover el tobillo derecho. La derecha era su pierna fuerte. Poco a poco, la articulación fue girando; en círculos lentos pero seguros. Notó como si le pincharan con miles de agujas pero también notó la sensación cálida de los músculos trabajando. Siguió con la rodilla, flexionando y estirando, sin prisa pero sin pausa. Pronto sería de noche y tenía que hacer un fuego.

    Gateando entró en el claro. Aquel lugar no parecía natural, era demasiado imperfecto. Buscó alguna señal de refugio, una casa; algo donde pasar la noche, pero allí no había nada. Tras ponerse de pie tambaleante se puso manos a la obra. Se quitó la mochila y la cazadora. Rebuscó entre los bolsillos. Buscaba la yesca y el pedernal viejos. Sabía en qué bolsillo los tenía pero allí no estaban. Vació la mochila y allí no había ni rastro ni de la yesca ni del maldito pedernal.

    La noche ya estaba cerca. No le quedaría más de media hora de luz. Ahora sí que no veía salida. Podía sobrevivir a una bala que le rozara la cabeza, incluso podía sobrevivir a un río helado y furioso, pero a una noche a la intemperie no. Nadie podía sobrevivir a una de aquellas noches sin un fuego que le calentara. En su desesperación ni siquiera se acordaba de que estaba sangrando.

    Una gota le recorrió la frente y prosiguió su camino por su sucia nariz hasta que no tuvo más piel que seguir y cayó al suelo tiñendo la nieve de rojo. Aquello le devolvió al mundo real y, asustado, rezó porque no lo hubieran olido.

    - Por favor... Que no vengan... - Murmuró en voz baja.

    Entonces lo oyó. Inconfundible. Un aullido gutural. Pronto se unieron a él muchos más. Hasta donde pudo contar eran cuatro o cinco. Luego sencillamente dejó de contar.
  • Kiko_LKiko_L Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2011
    Cuando salió del bosque estaba solo. En su ausencia habían recogido el campamento y simplemente se habían ido. Podría esperarlo de todos. De todos menos de Lord Padre. Él nunca lo abandonaría. Siempre había cuidado de él. A veces hasta le susurraba al oído que era su favorito. Lo hacía para que el resto no le oyera, pero veía reflejada en sus caras la envidia.

    Sus tres mastines le miraban extrañados. Debían haberse dado cuenta de que algo no iba bien, y esperaban a que su amo les diera una orden.

    - Sigamos el camino, no pueden haber ido muy lejos. - Les dijo sin mucha convicción. Él iba andando con un rifle al hombro. Ellos iban en furgonetas y a pesar del barro su ritmo sería mucho más rápido.

    La espesa capa de nieve del bosque se había transformado en un barrizal en el camino que lo atravesaba. Cada paso era una lucha por evitar que las botas se quedaran enganchadas en él. Los perros gracias a sus cuatro extremidades avanzaban más ágiles y se adelantaban olfateando el aire y girándose para mirar a su amo.

    Tras dos horas avanzando a duras penas algo cambió en el aire. Inspiró con fuerza hasta que le llegó el sutil aroma que conocía muy bien. Era el olor de la gasolina. Aquello le animó y cabreó mucho a la vez. Deseaba encontrarlos de nuevo pero también gritarles y abrazarles. Bueno abrazarles no; solo a Padre. Ya no sentía el miedo al rechazo. Ya lo habían rechazado; y no solo eso, se había ido sin él. Lo habían abandonado a su suerte. Ahora estaba más cabreado que otra cosa.

    La noche estaba llegando y a lo lejos le pareció oir el aullido de varios lobos. El olor a gasolina había sido sustituido por el de la leña ardiendo. Ya no tenía dudas; estaban cerca. Seguía andando cuando empezó a escuchar el inconfundible murmullo del campamento; risas y gritos a todo volumen. No se caracterizaban por ser un grupo muy silencioso. Eso les había salvado muchas veces, pero también les había creado infinidad de problemas.

    - ¡Voy a mear! - Dijo un hombre mientras salía del lindero del bosque. Vestía como casi todos: vaqueros raídos, botas de monte gruesas y cazadora con petachos para resguardarse del frío. Además llevaba una gorra verde de cazador con borrego por dentro y orejeras. Era alto, moreno y bastante gordo. Era lo que se podría llamar un hombre grande.

    Los perros corrieron hacia él. El hombre esperaba visita y se sobresaltó. Con una velocidad pasmosa echó la mano al revolver de seis tiros que guardaba en un cinturón cartuchera.

    - ¿¡Pero qué!? ¡No me jodas, el pequeño bastardo nos ha seguido el rastro! - Le dijo mientras los mastines le saltaban y chupaban la cara moviendo el rabo ansiosos. - ¿Sabes? Te pareces mucho a estos chuchos; te dan un culo que olisquear y lo sigues hasta el fin del mundo. - Dijo entre grandes risotadas.

    - ¡Cállate Edd! - Grito rojo de rabia el muchacho. Odiaba a todos sus compañeros, pero a Edd lo odiaba especialmente. No soportaba a ese cretino. No soportaba su cara, sus chistes constantes y sus tics nerviosos. Además desde que tenía uso de razón le hacía la vida imposible y siempre se reía de él. Hasta le había apodado "bastardo" y no paraba de repetírselo una y otra vez.

    - Relájate bastardo, y aleja ese culo de perro de mi vista antes de que te lo patee. - Le dijo mientras se bajaba la bragueta del pantalón.

    - ¿Por qué os habéis ido sin mí? -

    - ¿A mí que me cuentas? Solo soy un mandado. Si quieres respuestas pregúntale al jefe. - Le respondió mientras dibujaba divertido una figura en la nieve con su orina.

    Sabía que por mucho que le preguntara no iba a obtener respuestas. Edd era el mandado perfecto; corto de entendederas y de gatillo fácil. Además le sacaba de quicio que no llamara a Lord Padre por su nombre.

    El campamento estaba montado como siempre. Las siete furgonetas se disponían en un círculo perfecto y en el centro estaba la caravana de Lord Padre junto a una gran hoguera que iluminaba todo el perímetro. Los bajos de la furgoneta se tapaban con gruesas chapas de acero, y solamente se dejaba una entrada libre que estaba constantemente vigilada por dos personas. En esos momentos Martina y Viktor hacían guardia, y aunque a veces creía que los odiaba sabía que era más bien rabia por su indiferencia. Para ellos era como si no existiera y eso a veces le enfurecía.

    Para no perder la costumbre cuando pasó entre ambos apenas le dirigieron una mirada de soslayo. Se les veía más contentos por el regreso de los tres enormes perros que por el suyo. Varios hombres y mujeres se calentaban alrededor de la hoguera y le miraban de reojo, sin mostrar mucho interés.

    Un chica menuda y pecosa se levantó nada más verle y con una sonrisa en la boca corrió hasta su lado.

    - ¡Hola Kym! ¿Sabes?, hemos visto un oso cerca y hemos estado a puntito de cazarlo. Tenías que haberlo visto, ¡era enorme! - Le dijo con los ojos abiertos como platos.

    - ¡Vaya Jess! La próxima vez seguro que lo atraparéis - Le contestó Kym. Jess era una niña risueña, siempre tenía una sonrisa en la boca y no era capaz de enfadarse con nadie. Y ese era precisamente su problema, que no podía. Jess tenía un retraso mental. Leve, sí, pero lo suficiente para hacerle vivir en un mundo paralelo. No se enteraba de nada de lo que ocurría a su alrededor y tampoco se había enterado que tanto ella como los demás habían abandonado a Kym. Sin embargo tampoco a ella la odiaba; solo envidiaba su mundo de felicidad eterna.

    Mientras la chica volvía a sentarse al lado de la hoguera Kym observó la caravana de Lord Padre. Era de un color gris claro aunque lleno de manchas de óxido por toda la carrocería. Pegatinas de banderas de cientos de países se apelotonaban en las puertas delanteras. No sabría decir ni cuatro países a los que pertenecían aquellos trozos de colores. Edd solía decirle que era un bastardo ignorante por no sabérselas. Cuando Kym le pedía que le dijera cuáles eran solo recibía una torta y la misma contestación de siempre "Si te los digo ya no serás un ignorante, pero tranquilo que siempre seguirás siendo un bastardo." y concluía con una de sus risotadas. Sabía que no tenía ni idea de a qué país pertenecía cada bandera, pero aquello no se lo decía. Ya estaba harto de tortas.

    Inspiró hondo, levantó el puño para llamar y vio como le temblaba. Suavemente golpeó dos veces. En el interior una voz sonó cálida y autoritaria a la vez. Una voz solo al alcance de unos pocos elegidos.

    - Pasa, hijo.-

    Con la mano aún temblorosa abrió la puerta y enseguida el aroma a tabaco y a humo le invadió. Ese aroma le decía todo. Le decía quién era el jefe y quien no, le decía cuánto lo había echado de menos y sobretodo le decía que ya estaba en casa otra vez.
  • Kiko_LKiko_L Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2011
    - ¿La...Laika? ¿E...eres tú? - dijo mientras notaba la cálida y húmeda lengua chupándole la cara. - ¿Pero qué...? - murmuró al tiempo que sus ojos se abrían del todo y su mente trataba de ubicarse. "¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?". Dos ojos enormes y amarillos le observaban a escasos centímetros de su rostro. Por puro instinto rodó sobre sí mismo en dirección contraria a ellos y al intentar levantarse se cayó sobre su espalda.

    Se sintió como un estúpido cuando vio a un cachorro de galgo mirándole extrañado y meneando el rabo con ritmo frenético. Debía haberse desmayado por la pérdida de sangre. La nieve donde había caído estaba teñida de un intenso rojo oscuro.

    El cachorro debía tener unos pocos meses. Era enjuto de carnes, se le notaban las costillas y el resto de sus huesos estaban también muy marcados; claro que era un galgo y Myka sabía que los galgos eran así aunque comieran mucho. Se tocó la cabeza y al instante se arrepintió de haberlo hecho. Un latigazo de dolor le recorrió desde la frente hasta la punta de los pies. Apretó los dientes y cerró los ojos hasta que pasó.

    Trataba de despejar su mente cuando de nuevo se escuchó aquel sonido que había olvidado. Un aullido de lobo. De un lobo grande y fuerte; de eso estaba seguro. Perro y humano se miraron al instante y mientras el cachorro se orinaba encima salió disparado hacia el interior del bosque. Myka le maldijo y rápidamente metió, como pudo, todo en la mochila. Ahora se arrepentía de haber desparramado sus escasas pertenencias por la nieve.

    El tiempo parecía haberse detenido. Sus manos no acertaban a meter nada. Hizo un bolo con una de sus mantas y la apretó con fuerza hacia abajo. Repitió la operación con su ropa vieja, con la escasa comida que le quedaba y con su caballo de peluche. Cuanto más cosas metía en la mochila más le parecía que quedaban por meter.

    Los podía oír. Cada vez estaban más y más cerca. Y la mochila no quería cerrarse. Apretó y apretó hasta que oyó el ansiado "clic". No había tardado más de dos minutos pero le habían parecido horas. Con el equipaje listo corrió en la dirección del perro. Al igual que unas horas antes, volvió a mirar hacia atrás y de nuevo se arrepintió de haberlo hecho. Cuando él se adentraba en el bosque el gran lobo salía al claro. Era el mismo que lo había contemplado en el río. No podía olvidar esos ojos. Aquel día el universo parecía empeñarse en verle muerto, y Myka parecía no querer darle ese placer.

    Corrió a tientas. La luz del día se estaba apagando y las primeras estrellas llevaban ya un rato brillando. El pequeño galgo parecía haberle esperado porque enseguida lo alcanzó. O quizás no había pasado tanto tiempo como él pensaba tratando de recoger su equipaje. Sea como fuere la cuestión era que tenía que seguir a aquel pequeño ser. Intuía que su amo no podía estar muy lejos. No tenía ningún sentido que fuera un animal salvaje. Habría muerto hacía mucho tiempo. Tampoco estaba seguro de que su amo fuera mucho mejor que los lobos, pero aunque sea no le mordería la yugular... sin preguntar.

    De nuevo esa sensación le vino a su mente. Pupum pupum. El corazón le volvía a latir acelerado, como un caballo desbocado. Pupum pupum. Las piernas le volvían a arder. Pupum pupum. La respiración entrecortada otra vez. Pupum pupum. Esta vez no había balas pero era mucho peor. Las balas no te devoraban mientras aún estabas vivo. Pupum pupum. Tenía que llegar pronto a algún sitio; donde fuera, o estaba muerto.

    Por segunda vez en ese día ese destino cruel, que le hacía la vida imposible, parecía haberle escuchado. Frente a él apareció una cabaña de madera. La puerta estaba semiabierta y las paredes estaban cubiertas de una gruesa capa de musgo, hiedras e incluso pequeñas plantas que habían encontrado, en la tierra arrastrada por el viento, la salvación a la despiadada nieve.

    El gran lobo se encontraba a unos diez metros de Myka y la cabaña a otros tantos. Iba a ser complicado. Y más se complicó cuando otros tres enormes lobos aparecieron de uno de los laterales de la casa. Se dirigían a la puerta para cerrarle el paso y tan solo estaban a cinco metros de ella. "Ahora sí que estoy jodido" pensó. A su primera hermana no le hubiera gustado oír ese taco.

    A pesar de dirigirse a la boca de tres lobos tenía que franquear aquella puerta. No había otra solución. A parte de morir.

    Estaba a poco más de tres metros de aquellos seis ojos que le miraban enfurecidos y sedientos de sangre y carne humanas. El gran lobo debía estar a unos cinco metros, pero ya ni siquiera miró hacia atrás. Se preparaba para las dentelladas cuando aquel pequeño y escuchimizado perro salió de la casa de nuevo. Los lobos no se esperaban esa intrusión, y menos el ladrido agudo y chillón que profirió el galgo, y saltaron a un lado con el rabo entre las piernas. Aquel breve instante le permitió a Myka coger con su mano derecha el collar del perro, y lanzándolo hacia el interior de la casa cerrar la puerta con la mano izquierda y un sonoro portazo. Tras el portazo sonó lo que supuso era el líder de la manada chocando contra la puerta de madera, que tembló ante el choque.

    Lo primero que hizo fue atrancar la puerta con una silla que estaba tirada en el suelo y comprobar que todas las ventanas estaban perfectamente cerradas.

    Iba a ser una noche muy larga. Estaba en un lugar desconocido, con la única compañía de un cachorro chillón y rodeado de una manada de lobos furiosos. Definitivamente aquel no había sido el mejor día de su corta vida.
  • Kiko_LKiko_L Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2011
    Lord Padre le contemplaba a través del denso humo de su cigarro. Estaba sentado en un sillón negro desgajado y polvoriento. Kym nunca había sabido cuántos años tenía. Ni sabía los suyos ni los de Padre. Calculaba que él andaría entre los diez y los doce. Tampoco era algo que le preocupase mucho; nunca lo había preguntado. Padre tendría unos cincuenta años. Pese a su edad tenía una densa mata de pelo moreno salpicado por un buen número de canas blanquecinas. El pelo le llegaba casi hasta los hombros y siempre se lo peinaba compulsivamente hacia atrás. El color negro le iba a juego con su tez morena y sus ojos oscuros. Una nariz aguileña y una sonrisa inmaculada completaban la estampa. En esos momento una barba de tres días despuntaba en su rostro y sus ojos dejaban vislumbrar una falta de sueño preocupante.

    - Adelante hijo, siéntate. - Le invitó poniéndose en pie y haciéndole un gesto con la mano.

    "Parece disgustado." Pensó Kym.

    - ¿Cómo estás, muchacho? - Le preguntó mientras se volvía a sentar frente a él.

    "Mal, muy mal. Me habéis abandonado Padre. Me has dejado tirado. Y todo porque te he fallado; porque sabías que te fallaría". Quiso decir.

    - Bi..bien Padre, estoy muy bien. - Dijo.

    El hombre se inclinó sobre él hasta que su rostro estuvo a escasos centímetros. Le apoyó la mano en el hombro y una media sonrisa se dibujó en su cara. Le miró directamente a los ojos y Kym supo que a partir de entonces ya no iba a poder mentirle más. Padre tenía el don de escrutarte hasta lo más profundo con esos ojos negros.

    - Hijo, dime la verdad. - Insistió.

    - Yo...verá...- Musitó mientras entrelazaba sus dedos compulsivamente y los miraba escondiendo su rostro en ellos. "Tengo las uñas sucias", pensó sin saber muy bien porqué. "Tengo las uñas sucias y no sé como decírselo".

    - ¿Estás enfadado verdad? - Preguntó con una leve sonrisa. Otra pregunta de fácil respuesta que no podía responder.

    - No...es solo que...yo... - Volvió a musitar Kym.

    - Tranquilo. Es normal que estés enfadado. Al fin y al cabo te hemos dejado sólo. Hemos recogido el campamento y nos hemos ido sin avisarte. Bien pensado hasta te podrían haber devorado los lobos. Últimamente parecen muy hambrientos, la verdad. - Afirmó Padre. Era la primera afirmación que hacía y aquello hizo que Kym diera rienda suelta a sus emociones. Sus ojos se empañaron de lágrimas y se echó las manos a la cara mientras sollozaba como el niño que era. "No, estúpido, esto no. Delante de él no". Pero la tensión de aquel día le superaba. Trataba de no llorar pero era imposible; simplemente esperaría a que sus lagrimales se secaran.

    - ¿Por...qué...yo...solo quería...hacerlo bien? - Balbuceó mientras se sorbía los mocos y se limpiaba las lágrimas con la manga de la vieja cazadora gris.

    - Mírame. - Le ordenó Padre apoyándole las manos en los hombros. Pudo ver así la cicatriz que recorría el ojo izquierdo del muchacho. Nunca le había contado cómo se había hecho aquella marca que estuvo a punto de hacerle perder la visión del ojo.

    - Tú crees que te hemos abandonado. Crees que te hemos dejado perdido en el bosque para que te coman los lobos o los osos. O incluso para que te mate cualquiera de los otros. Tienes todo el derecho del mundo a pensarlo. Pero dime, chico, ¿cuánto has tardado en encontrarnos?, ¿cuántos rastros había hasta aquí?, ¿acaso no nos has oído y olido desde muy lejos? - Kym no dijo nada, sabía que Padre no esperaba respuestas, simplemente que se diera cuenta de lo estúpido que había sido. "¿Cómo no te has dado cuenta antes, memo? ¿Serás estúpido?". Ahora se aborrecía un poco más.

    - Lo siento...no sabía...no creía... - Dijo agachando la mirada.

    Padre se levantó despacio y llenó de café un viejo vaso de plástico, desgastado por el uso. Se lo ofreció a Kym que lo aceptó agradecido y lo bebió con ansiedad. Le encantaba el café, aunque luego, a veces, no pudiera dormir en toda la noche. Padre cogió una taza con el rótulo "Orgullo americano" y se la llenó también hasta arriba. Dio un largo sorbo y dejó la taza sobre una mesilla auxiliar, que estaba junto a la butaca, mientras se sentaba.

    - Llevo muchos años cuidando de ti. - Dijo entrelazando sus manos y apoyándolas sobre sus piernas cruzadas. Sabes que hay muchos ahí fuera que te matarían sin pestañear. Que nos matarían a todos. Pero, hijo, yo no puedo cuidar de ti eternamente. Por eso quiero que estés preparado para cuando yo no esté aquí. ¿Lo sabes, verdad? - Kym asintió con la mirada fija aún en sus manos.

    - Bien. Quiero que me cuentes qué paso en el bosque. - Kym le relató con todo detalle la persecución, cómo había disparado varias veces a aquel mocoso y cómo se había escapado tirándose al río. Padre escuchaba inmutable, asintiendo de vez en cuando.

    - ¿Sabes qué creo, hijo? Creo que realmente no querías matarlo. - Dijo sin darle tiempo a contestar a la primera pregunta.

    - ¡No, sí que quería matarlo! es solo que... fallé. Siempre cumplo lo que me ordenas Padre. - Contestó Kym indignado. Por primera vez desde hacía un rato levantó la cabeza.

    - Tranquilízate. Creo que me has malentendido. No dudo de tu lealtad. Sé que harías cualquier cosa que te ordenara. Lo sé y lo valoro más de lo que crees. Solo creo que no estás preparado. Creo que... aún eres demasiado joven.- Aquello le dolió a Kym más que cualquier fanfarronada de Edd.

    - ¡No soy demasiado joven, le disparé!

    - Sí, le disparaste, eso no lo dudo, pero ¿te lo imaginaste muerto?, ¿viste su cuerpo pálido, rígido y tirado sobre un charco de sangre? Creo que lo imaginaste. Sabías qué suponía acertar con la bala. Lo sabías y rezabas por no acertar.

    - ¡No, no, no! ¡Quería matarlo! ¡Deseaba matarlo! ¡No quería decepcionarte! - Gritó con lágrimas en los ojos otra vez. Parecía que aún le quedaba combustible en sus lagrimales.

    - Bien. Eso que dices está muy bien. Tranquilo, te creo.- Le dijo apoyándole de nuevo las manos en sus hombros. - Y para que veas que confío en ti quiero que te encargues de un asunto que tengo pendiente. ¿Harás lo que te pida?

    - Haré lo que sea.- Contestó secándose las lágrimas de las sucias mejillas.

    - Kym. - Le dijo Padre sin apartarle las manos de los hombros, y escrutándole de nuevo con esos dos pozos profundos que tenía como ojos.

    - Mañana vas a matar a un hombre.
  • Kiko_LKiko_L Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2011
    Desde una de las ventanas de la pequeña choza Myka contemplaba, absorto, la luna. Empezaba un nuevo ciclo lunar y apenas se veía un semicírculo de su superficie. Parecía la punta de una enorme uña. A su lado Júpiter brillaba intensamente y las pocas nubes que había, flotaban iluminadas por la luz de ambos astros. Un cielo plagado del miles y miles de estrellas tintineantes completaban la hermosa estampa.

    El calor del fogón penetraba poco a poco en sus entumecidos huesos y la ropa, que había colocado en una silla junto a las llamas, comenzaba ya a secarse. Se había envuelto, desnudo, en una agujereada y áspera manta que había encontrado en uno de los armarios de la estancia y el cachorro se había dormido en su regazo.

    Tras asegurar la puerta y las ventanas había empezado a registrar la casa; necesitaba hacer un fuego urgentemente. La vivienda era una planta. La mayor parte de la planta estaba ocupada por un salón que hacía las veces de cocina, comedor y habitación. Entrando a la derecha estaba la cocina separada del resto de la estancia por una especie de barra de bar en miniatura. En el centro estaba el comedor que hacía las veces también de recibidor. Por último en la parte izquierda había un fogón de hierro fundido, un sofá cama y un armario con una pequeña librería llena de libros muy antiguos. En frente de la puerta principal estaba el baño, con una cerámica blanca que se había tornado amarilla hacía muchos años ya. Salvo esa cerámica el resto de la casa era de madera. Una madera dura que había perdido todo su brillo pero que resistía el envite de los años estoicamente. Myka pudo comprobar que parecía haber sido abandonada con mucha prisa. Los cajones estaban revueltos y mantas y ropas, descoloridas por el uso, yacían tiradas por todo el comedor.

    Todos los utensilios de cocina estaban en perfecto orden. Un juego de cuchillos incompleto parecía la única posibilidad de armarse. Era poca cosa, pero era mejor que nada. Además los dos cuchillos más grandes habían desaparecido. Durante un buen rato los lobos habían seguido aullando y zarpeando la puerta. Le había puesto enfermo pensar que seguían ahí, babeando y relamiéndose; enfurecidos por no poder alcanzar a su presa.

    En uno de los cajones de la cocina había encontrado una caja de cerillas y un mechero. Éste apenas tenía gas y las cerillas parecían muy viejas y solo había una decena; pero, de nuevo, era mejor que nada. Había inspeccionado la cocina por si era de gas, pero era una de esas viejas cocinas de hierro fundido que funcionaban con leña. Parecía ser de la misma marca que el fogón. Por suerte, el antiguo dueño tenía una buena provisión de leña y pasarían días antes de que tuviera que salir fuera a por más.

    Con sumo cuidado había preparado un montón de leña menuda y papeles viejos. Los papeles estaban en un cajón del armario-librería. Eran papeles bastante grandes, amarillentos y tan desgastados que apenas se podía ver lo que estaba escrito en ellos. Estaban agrupados en varias hojas por unidad y las hojas unidas por grapas. Su primera y única madre le había enseñado a leer y a escribir en el idioma común, pero esos papeles estaban escritos en un idioma que no entendía en su totalidad.

    Había cogido el primero de ellos y tratado de leer algo, pero apenas se distinguían las letras. Lo único que había podido entender era una fecha: 17 de julio de 1969. También se veía la parte superior de una especie de casco blanco con un cristal negro donde deberían estar los ojos.

    Sin mirarlos mucho más había empezado a hacer bolas de papel con las hojas y pronto había tenido suficientes para encender el fuego. La primera cerilla había fallado; rascó y rascó la cabeza contra la caja pero no hubo manera de prenderla. Al final todo el fósforo había quedado hecho pedazos. Entonces le había asaltado un terrible miedo: "Vamos, vamos, vamos, enciéndete", había pensado mientras rascaba la segunda cerilla. Con esa aún le quedaban nueve, pero podían estar todas en el mismo estado que la primera.

    La segunda tampoco había funcionado, ni la tercera, ni la cuarta, ni la quinta. Cuando se empezaba a temer lo peor, la sexta cerilla había prendido y con, suma calma, había encendido los papeles que habían ardido de forma feroz.

    Solo cuando el fuego había cogido fuerza suficiente se había permitido tranquilizarse un poco. Lentamente se había desnudado y había colocado la ropa empapada en una silla cerca del fogón. Había cogido una manta gruesa, se había envuelto en ella y se había sentado en el sofá.

    En esa postura seguía cuando dejó de contemplar la luna, y echó mano de uno de esos papeles. Los había sacado para azuzar el fuego. Le encantaba sentir como la piel casi le ardía cuando echaba la hoja al fuego y las llamas subían con violencia; breve aunque intensamente.

    Antes de echarlos les echaba un vistazo. El que tenía en sus manos tenía una foto que ocupaba casi toda la primera hoja. En ella se veía a dos hombres trajeados dándose la mano. Parecían muy contentos y todos los hombres y mujeres a sus espaldas sonreían y aplaudían entusiasmados. Encima de la foto solo pudo comprender las letras O.N.U., aunque no tenía ni la más remota idea de qué significaban esas tres letras, y una fecha: 25 de octubre de 2016.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado diciembre 2011
    Muy bien contada la historia a mi parecer, me gustó, esperaré la continuación;):p:)
  • Kiko_LKiko_L Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2011
    Muchas gracias Amparo, pues aquí dejo el capítulo 7

    Cuando Kym salió de la caravana John se encendió otro cigarro. “John, – pensó – hace mucho que nadie me llama así.” Desde hacía años todos le conocían como “Lord Padre”, “Padre” o simplemente “jefe”. Mientras pensaba en sus años pasados, el cigarro se le iba consumiendo; hasta que solamente quedó un montón de cenizas humeantes.


    - Voy a verla.- Dijo en voz baja. Apagó en la taza de café vacía lo que quedaba de cigarro, y con un impulso repentino se levantó. Antes de salir se peinó el pelo hacia atrás varias veces y se encasquetó una gorra, con una bandera desgastada dibujada en la visera.


    Una vez fuera inspiró profundamente. El aire helado penetró en sus pulmones y se fundió con el humo caliente del tabaco que aún recorría su cuerpo. Una nube de vapor se formó entorno a su cara al exhalar. Sabía a dónde se dirigía, pero no sabía qué iba a hacer cuando llegara. La furgoneta en la que ella estaba encerrada era la que quedaba justo detrás de su enorme caravana. Entorno a la hoguera estaba la pequeña Jess que rápidamente se levantó a hablar con él.


    - ¡Hola papi! – Le dijo sonriente como siempre. Solo ella le llamaba así.



    - ¡Hola pequeña! ¿Qué tal estás? – Le contestó mientras se arrodillaba a su lado para que Jess pudiera abrazarle. Siempre lo hacía.


    - Bien, aunque hoy no hemos podido cazar al oso. Se ha escapado. – La cara de la niña reflejaba su enorme decepción.


    - Tranquila cariño. ¿Sabes? Mañana tengo una sorpresa preparada para ti. Mañana vamos a cazar un oso enoooorme y feroz. – Dijo lanzando zarpazos al aire.


    - ¿De verdad? ¡Gracias papi! – La pequeña se levantó con los ojos iluminados y volvió a la hoguera dando saltos de ilusión.



    - ¿Sabes Edd? – Le dijo al hombre que se había levantado también de la hoguera, y se dirigía hacia la caravana de Lord Padre – ¡Mañana vamos a cazar un oso! Me lo ha dicho papi.


    - Muy bien niña. Anda, vete por ahí a jugar un rato, y deja de dar el coñazo.- Le espetó, pero ella no parecía haberla oído y siguió comunicando la noticia a los pocos que quedaban cerca de la hoguera. La mayoría se habían ido ya a dormir a sus respectivas furgonetas.


    - Hola jefe, ¿a dónde vas? – le dijo observando el ceño fruncido que le miraba a través de la visera de la gorra. – Vale, vale, no me mires así. Ya sé que debo tratar mejor a esa cría, pero es que a veces me crispa los nervios con esa tontería de los osos. Algún habría que traerle uno de verdad ¿eh jefe?


    - No me hagas perder más el tiempo Edd, voy a ver a los prisioneros. – Le contestó girándose en dirección contraria.


    - ¿Puedo ir contigo? Me han dicho que la madre no está nada mal… No me vendría mal un poco de diversión…



    - No juegues con fuego Edd. No te acerques a ellos, ¿Me has entendido?


    - Vale, vale… la madre la dejo para ti, pero un ratito con la hija podré estar ¿no? Ya parece toda una mujercita…y parece muy apetitosa… – Edd se frotaba las manos compulsivamente, fantaseando con los ojos cerrados, y apenas vio como Padre le lanzaba una garra a su cuello. A pesar de no ser un hombre muy corpulento tenía mucha fuerza. Durante un rato, que a Edd se le hizo eterno, no pudo respirar.


    - Escúchame pedazo de mierda. Nunca, he dicho, nunca me hagas repetir una orden. – La cara de Edd empezaba a tomar un color violáceo. – Como les pongas una mano encima, o se te ocurra hacer algo con esa cosa pequeña y ridícula que tienes entre las piernas, te juro que te la corto y te la hago comer. ¿Me has entendido? – Edd asintió repetidamente y cuando Padre le soltó, comenzó a toser echándose las manos a la garganta para ver si todo estaba en su sitio.


    - Dile a Viktor que venga conmigo y sustitúyelo. Seguro que Martina está encantada de que hagas guardia con ella. Con suerte te corta el cuello. – Mientras le hablaba se fijó en la mancha oscura que recorría su entrepierna. Se había meado encima. “Maldito cobarde”, pensó.


    Alguno de sus hombres, sin duda, estaba muy necesitado de compañía femenina, o masculina, según el caso. Tendría que ocuparse de buscar algún burdel. “Otra preocupación más”, pensó. Además cada vez era más difícil encontrarlos. Las prostitutas se veían expuestas a todo tipo de enfermedades y morían muy jóvenes. La última vez que habían pisado un burdel las tarifas eran escandalosamente altas y la violencia no había sido una opción, porque lo controlaba un grupo armado muy poderoso. Hubiera sido una muerte segura. Y no tenía ganas de morir. No por ahora.


    Mientras andaba los pocos metros que separaban su caravana de la furgoneta de los prisioneros, contempló el firmamento estrellado. La falta casi total de nubes hacía que el frío fuera más intenso, se le colaba hasta los huesos. Estaba harto de aquel dichoso frío.



    - Viktor, quiero que entres ahí y saques a todos menos a la madre. – Viktor era un hombretón duro, recio, con un enorme bigote negro que le cubría gran parte de la cara. Al mirarle a los ojos era como mirar a un ser inanimado, un ser carente de todo sentimiento. A Padre a veces le producía escalofríos. Sin embargo no siempre era así, cuando estaba cerca de Martina se derretía como la nieve en una hoguera. Aquella mujer le tenía bien calado.



    - “Da” jefe.- Contestó.



    Los prisioneros eran tres. Primero sacó, por la puerta de atrás, a un hombre de mediana edad, de constitución fina y rubio de pelo. Eso sí que era raro. Los rubios eran muy escasos. Además este tenía los ojos azules. Si fuera otro hombre sería una pena matarlo. El hombre estaba atado de manos y piernas, y una mordaza le tapaba la boca, sin embargo no parecía querer decir nada, solo mantenía una mirada fría y de desprecio absoluto. Viktor le llevó en el aire con suma facilidad y cuando vio la mirada que le dirigía a su jefe lo tiró al suelo y le propinó una patada en el estómago.



    - “Niet”, al jefe no le mires así. – Le escupió.



    Padre ni siquiera se dignó a mirarle mientras Viktor sacaba a la segunda prisionera. Era una adolescente de poco más de catorce años. Al igual que su padre también tenía los ojos azules, aunque ella había heredado el pelo negro de su madre. Estaba llorando y, por lo enrojecido de sus ojos, parecía llevar mucho rato haciéndolo. Al contrario que con el padre, Viktor parecía tener un especial cuidado con la muchacha. Suavemente le depositó en el suelo nevado, cogió una manta del asiento del copiloto y se la puso por encima.



    - Vigílalos Viktor, aunque no creo que vayan muy lejos. – Dijo con una mueca de desprecio.



    - “Da”. – Contestó el bigotudo.


    La parte trasera de la furgoneta había sido modificada. Habían abierto dos grandes ventanales, tapados con plástico duro y transparente. Las rudimentarias ventanas se abrían con un sistema de rodamientos corredizos. Era una medida que había tomado Padre para poder protegerse mejor en caso de ataque. Además toda la carrocería había sido contrachapeada con planchas de acero. Aquello podía salvar la vida a los ocupantes del vehículo y añadía un poco más de protección contra el frío.
    Entró de un saltó y cerró las puertas a sus espaldas. La suave luz de la luna se filtraba e iluminaba los pies de la mujer. Estaba sentada en un viejo sofá que hacía las veces de asiento, con la cabeza inclinada y el pelo cubriéndole la cabeza. No hizo ademán de levantarla cuando oyó el golpe de las puertas al cerrarse. Padre se puso de cuclillas enfrente suya. Durante un largo rato la contempló inerte; ninguno movía ni un solo músculo.



    - ¿Sabes, Sophie? Llevo años soñando con este momento. – Dijo finalmente. – No sabría decirte cuántas noches he soñado con esto. – La mujer no parecía escucharlo. – A veces pensaba que nunca os encontraría… ¿No me oyes?, me acercaré un poco más. – Se acercó hasta que su boca estuvo a escasos milímetros de su oído. “Sigue oliendo igual de bien”, pensó.



    - Mañana tu marido va a morir. – Le susurró. Un resorte pareció saltar en la mujer y le propinó un cabezazo, pero apenas tenía espacio y solamente consiguió que Padre se riera a pleno pulmón mientras se frotaba la frente.
    - ¡Vaya! Sigues igual de salvaje. Ahora parece que quieres decirme algo. – Le soltó la mordaza y lo primero que hizo Sophie fue escupirle en la cara.
    - ¡No eres más que un maldito cerdo John!



    “Sí, hace mucho que nadie me llamaba así”, pensó.


    - Seré un cerdo, Sophie. Seré un sádico, egoísta, cabrón hijo de puta. Seré todo eso que me has dicho alguna vez en tu vida. Todo lo que me has escupido sin importarte mis sentimientos. Pero ten algo seguro; mañana pagarás por lo que hiciste… Mañana pagarás por abandonarme. ¡Ah! y vete despidiéndote de ese pequeño bastardo tuyo.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado diciembre 2011
    Creo que Sophie no querrá que llegue el mañana, :eek::rolleyes:
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