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Estampas de los mares del Cantábrico

Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado diciembre 2011 en Prosa Poética
Visiten http://jrma1987.blogspot.com



José Ramón Muñiz Álvarez

ESTAMPAS DE LOS MARES DEL CANTÁBRICO

Impresiones pictóricas de los
piélago del
Norte.






PRIMERA

“El viejo acantilado, junto al puerto”

-No hay nada más hermoso que los mares-, se dijo al contemplar tanta belleza.
Las rocas escarpadas se hacen pardas, al despertar la luz con un bostezo. La brisa llega suave de los mares, herida del salitre que las olas esparcen en el aire, al estrellarse. El viento se hace beso entre las piedras remotas de las playas arenosas. Las nubes seguirán su rumbo incierto, como una lancha roja que navega los mares azulados e infinitos. Las rocas escarpadas se hacen pardas, al despertar la luz con un bostezo. La luz del alba vuelve con apuro, y, al despertar las costas, despereza las últimas tristezas de su espíritu. No hay nadie por las calles ni en la plaza, las calles solitarias enmudecen. El puerto es un desierto hasta más tarde, pues suelen retrasarse los pesqueros que salen a la mar cuando es de noche. Las rocas escarpadas se hacen pardas, al despertar la luz con un bostezo. Los brillos han llenado cada parte del cielo, magna bóveda que espera las voces del bullicio de la vida. Ningún rumor se escucha en los cantiles, poblados, otras veces, de gaviotas. La calma reina el mar en esas horas y solo un ave quiebra, con sus trinos, la paz más dulce, bella y melancólica. Las rocas escarpadas se hacen pardas, al despertar la luz con un bostezo. Parecen aburridos los paisajes, el mar y las espumas, las arenas, las piedras y los altos precipicios. Y pronto será un mágico hervidero la villa, porque es día de mercado. Se escuchará la voz, aguda siempre, de viejas sardineras, de labriegos vendiendo sus verduras, las lecheras…
Miró la inmensidad, miró las aguas del mar inabarcable y sus confines. Halló su azul intenso, sus colores, variantes, caprichosos como lo son las jóvenes hermosas. Y entonces comprendió por qué las gentes que viven de la pesca se repiten: les gusta describir al mar hermoso como un puñal manchado del veneno que hiere en lo profundo y asesina. Qué bello es ese mar, desde la altura, al verlo desde el faro abandonado. Qué bello es ese mar, sus verdes raros, su azul lleno de vida y de coraje, su inmensidad de miles de kilómetros. Acaso su tamaño nos asusta, pensando en sus honduras, sus abismos. Los viejos hablan siempre de criaturas que fabuló el autor de las leyendas que todos escuchamos desde niños. De nuevo contempló tanta belleza, fotógrafo sin cámara, en la altura. Y, entonces, anotó, rápidamente, con letra apresurada, en su cuaderno, sus raras impresiones, su extrañeza. Los hombres de interior se maravillan al ver el espectáculo marino. Les gusta el mar que luce en el verano su calma, su sosiego y parsimonia, bajo ese cielo limpio y despejado. Y luego meditó como los sabios e imaginó ese mar alzado por la cólera. No hay fuerza más brutal y no hay violencia que pueda compararse a esa grandeza que muestra, si se agita enloquecido. Pensó, con cierto asombro, en los valientes que viajan, que navegan por el ponto. Pensó, si cabe, en cómo la miseria moldea las grandezas del espíritu de gentes que han de ser tan atrevidas.
-No hay nada más hermoso que los mares-, se dijo al contemplar tanta belleza.


2009 © José Ramón Muñiz Álvarez
"MARES DE CANDÁS"

Comentarios

  • Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado diciembre 2011




    SEGUNDA


    “Los caminos estrechos de antaño”

    Los caminos estrechos de antaño no volvieron a ser como entonces, como pudo seguir contemplándolos en las horas del sueño inocente. Otra vez se fugaron las tardes con un halo de melancolía que acercaba sus ojos al llanto junto al brillo del sol de setiembre. Se acordó de los jueves lluviosos, del rincón donde sopla el nordeste, del lugar donde se oyen las olas, de las calas que el aire vigila. Recordó cada piedra a la orilla, las alturas de viejos cantiles, la gaviota que pasa volando, cada lancha amarrada en el puerto. Eran tiempos mejores, sin duda, pues ya nadie sabía de penas y era el hambre un recuerdo difuso de los tiempos que no se repiten. Y, aunque nada siguiera en su sitio, divisaba con buena memoria los rincones que halló, de muy joven, en los barrios del viejo villorrio.
    Mil capítulos vio con sus ojos, sin haber alcanzado los doce, cuando ya se adentraba en los mares y los vientos rozaban sus manos. Mil capítulos vio con sus ojos, y los golpes de mar con galerna, las espumas del mar encrespado, los temores de los marineros. Jubilados después, aun recuerdan los ancianos que quedan las tardes de tormentas al lado del muelle. En el bar contemplaban la fuerza de ese mar poderoso que ataca, mordedor, con su furia y enfado, mientras otros tomaban un vino. Eran tiempos de lluvias y helada, de dolor, de miseria y tristeza, cuando todos cantaban canciones y olvidaban su vida tan dura. Y llegaron los coches, el ruido, los motores de fábricas nuevas, la locura de las mocedades, siempre bárbaras, siempre insolentes. Sospechó si tal vez no eran sólo las quimeras de un pobre ya viejo: los caminos estrechos de antaño no volvieron a ser como entonces.



    2009 © José Ramón Muñiz Álvarez
    "MARES DE CANDÁS"
  • Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado diciembre 2011





    TERCERA
    “La luz que se perdió tras los confines”

    No dejes de mirar esos confines: el mar vuelve en las olas que caminan y el sol se aleja triste entre dorados.



    CUARTA
    “Él era un simple niño, un niño sólo”

    No pudo sospechar tanta belleza cuando la luz del sol aparecía, tal vez porque las sombras de la noche guardaban los secretos del paisaje. Y el cielo fue encendiendo sus colores, sus brillos, el bermejo de sus alas, y el beso repentino de la brisa rozó con suavidad los ventanales. Y así cobraron forma las siluetas del monte, de los altos eucaliptos, del viejo acantilado, de las playas que entregan sus tributos al silencio. La luz de la mañana no anunciaba la calma, tras la noche de tormenta, después que los relámpagos cruzasen los cielos a su antojo, con su furia. La luz de la alborada, siempre tímida, buscaba su lugar, y el horizonte, cuajado por los densos nubarrones, no quiso hacerle sitio en lo lejano. La aurora peregrina, malherida, vencida por el viento y el granizo, tardó en mostrar al mundo su hermosura, rindiendo aquellas armas poderosas.
    Mas no vio derrotados por las nubes a sus overos rápidos y hermosos, marchando con orgullo a una batalla difícil como todas en invierno. Volaron pues sus crines luminosas, haciendo sus cabriolas en el aire, jugando con la brisa de los mares, con el torrente de aguas y de hielos. Y, entonces, asomado a la ventana, mirando los confines más remotos, tras las cortinas blancas y aburridas, halló las formas puras y precisas. Y pudo enamorarse del granizo violento que rodaba en el asfalto, de su bullicio fuerte e irrespetuoso, de su sonrisa mágica y traviesa. No supo que decir, ni las palabras hubiesen regalado, entre sus labios, elogios al lugar ya conocido, de nuevo descubierto ante sus ojos. Aquellas luces débiles pudieron ser llama del diciembre desterrado, del cruel enero, lleno de inclemencias incluso en las templanzas de la costa. Y recordó el otoño de otros años, las hojas esparcidas por el suelo por esas carreteras sin asfalto de aquellos años duros de miseria. Él era un simple niño de camino, por los senderos tristes y embarrados, a aquella escuela gris y sin estufa donde jamás sobraba la bufanda. Él era un simple niño, un niño sólo, perdido en la grandeza del paisaje, más libre, más inculto, por entonces, capaz de despertar su fantasía.
    Y, ahora, ya un adulto, contemplaba con ojos de muchacho las alturas, cambiantes en sus tonos caprichosos, dorados y violáceos por momentos. Con ojos de muchacho contemplaba los árboles del parque, el viejo puerto, las lanchas en la dársena, la arena, mojada por la lluvia y por las olas. Extraña desazón la del farero, pensó, mientras la hondura de su pecho llenaba su coraje y la tristeza quedaba en el suspenso unos instantes. El mundo sigue abriendo su belleza, con cada amanecer, sobre los mares, a aquellos que no quieren contemplarlo, pues siguen de camino a sus quehaceres.

    QUINTA
    “El vuelo repentino del albatros.

    Volaron los albatros a otros cielos. Sus alas, desplegadas en el aire, cortaron cada brisa, a la conquista de raros horizontes en los mares. Jamás temieron a la tintorera, que enseña sus aletas cuando nada bajo las olas de este mar abierto. Los mira el capitán de algún pesquero, feliz, desde la popa, con su pipa. No hay nada más hermoso sobre el cielo. Son como las gaviotas, pero grandes. Y es rara su abundancia, la presencia del arco de sus alas declinando, mediado ya noviembre, en estas aguas. Pero sorprende a todos su espectáculo.
    Volaron los albatros a otros cielos. Los pudo ver, alegre, el marinero, detrás de los islotes y las rocas, alzando el vuelo, haciendo mil piruetas. Tal vez quieren hallar nuevos caminos donde el camino es sólo ese dibujo que traza el aire donde nada existe. Los miran los grumetes, los marinos más viejos que navegan en el barco. No hay nada más hermoso en las alturas. Son como los charranes en el aire. Y quién no quiere verlos y admirarlos, amigos de la brisa de los mares, después de bien entrado ya el otoño. Es bello ver su vuelo sin apuro.
    Volaron los albatros a otros cielos. El sol de la mañana los miraba con la ilusión de un niño que madruga y pierde su mirada entre las nubes. Corrieron los espacios en bandadas de miles y, llenando el ancho cielo, dejáronse llevar a la deriva. Los miran los curiosos tripulantes de los pesqueros viejos en el ponto. No hay nada más extraño ni más bello. Son como majestades en el viento. Tal vez es la belleza de su vuelo como una danza clásica bailada sobre el abismo claro del vacío. Es raro que no guste ver sus rizos.
    Dejándose llevar hacia otros cielos, dejándose llevar a otros rincones, partiendo, sin fatiga a la deriva, se acercan y se van indiferentes. Y nada queda atrás, porque la vida prosigue cuando migran a otros mares, tal vez en escondidos continentes que habrán de conocer (si son los jóvenes) o ya conocen hoy (si son adultos). Mirad cómo se acercan desde el este, sin falta de batir sus largas alas, y cómo vienen más, y cómo invaden la bóveda celeste, desde el alba, contentos de ser libres en la altura que nos será, por siempre, inconquistable. Volaron los albatros a otros cielos.

    2009 © José Ramón Muñiz Álvarez
    "MARES DE CANDÁS"
  • NefertitiNefertiti Fernando de Rojas s.XV
    editado diciembre 2011
    Me han gustado tus textos. Gracias por compartirlos. A mi particularmente me traen muy buenos recuerdos. El Cantábrico es muy especial para mi
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