Amaneció desapaciblemente. Llovía a raudales, estallaban relámpagos que enceguecían, despotricaban truenos que resonaban lúgubremente. En medio de tal vorágine, despertaba Anderson.
Su habitación era un desastre; su rostro enjuto y su cuerpo fláccido tenían un aura fantasmal cubriéndolos. Se levantó apresurado, yendo en dirección al espejo lúgubre.
Anderson era un hombre sencillo, que vivía una vida para nada envidiable.
Se miró al espejo; afuera seguía lloviendo.
Su rostro parecía una calavera inmunda y nauseabunda; afuera seguía lloviendo.
Fosco; fosco era todo en derredor a Anderson. Un mundo de tinieblas sugerentes, irrisorias.
Anderson vio en el espejo la materialización de sus penurias, de sus agonías inmensas, de su angustia mordaz.
Llovía, en el espejo caían gotas espesas de lágrimas insondables; una lluvia desapacible que se condensaba en lamentaciones inexorables que retumbaban más allá de cualquier abismo.
Anderson cayó, tieso y rígido; afuera seguía lloviendo.
¿Por qué cayó? ¿Por qué llovía? ¿Qué explicación puede ser lo suficientemente completa como para responder a las incógnitas?
Y en medio de tales reflexiones… Afuera seguía lloviendo.
Comentarios
este es el que acabas de escribir hace cinco minutos?? al menos podrías dejar que repose, pulirlo,dejar reposar, pulirlo, dejar reposar y publicarlo
Pero te quedó bien, si es que lo acabas de escribir, te lanzas unas palabras culteranas que dan miedo......
Lo escribí volando.
Apenas y lo revisé.
No podía contener el deseo de mostrarlo (hasta hace poco tenía una sequía, me era imposible escribir relatos, y de repente apareció este).