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Un pequeño cuento.

Sovietico21Sovietico21 Anónimo s.XI
editado octubre 2011 en Negra
Lo que no fue


Omar despertó como cada mañana, su vida se había convertido en un torbellino rutinario con un oscuro tinte robótico, aunque un robot sin alas, sin piernas, sin energía, como si el sedentarismo fuera una especie de lepra que de a poco había atrofiado los músculos de sus piernas, impidiéndole así disponer de su cuerpo para andar.
La vida entre cuatro paredes no le sentaba tan mal, de hecho se sentía como pez en el agua, nadando entre su cama, su computadora y su televisión.
Por suerte para el y sus efímeros destellos de voluntad, su trabajo consistía en escribir reportes de tráfico para pequeñas empresas en el insipiente mercado de Internet, lo que sustentaba su poco saludable estilo de vida, que al igual que su mente era un mar casi encerrado, idéntico al Mar Negro, ya que poseía un angosto estrecho de Bósforo representado por su ventana, por donde le llegaban ,contra su voluntad, las aburridas noticias del vecindario.
Al menos así fue todo hasta un frío anochecer de abril, Omar estaba concentrado en su tarea laboral, envuelto en su aura de desconexión, cuando un pequeño estruendo de fuera lo distrajo, era un zumbido lejano, aún así lo que llamo su atención era el peculiar tono de ese sonido, un chirrido agudo y luego, después de un breve silencio, una explosión. Omar se asomó por su pequeño canal informativo de forma rectangular, sin embargo, todo parecía normal, todo estaba en su lugar, la casa de enfrente con su horrible color ocre y los dos limoneros con sus todos sus frutos resecos por el sol, por lo que pensó que su cerebro, agotado por el trabajo y la brillantez de su monitor, le había jugado una mala pasada y decidió irse a dormir.
Al día siguiente con la vista ya descansada, sin embargo con su habitual dejo de pereza, se levanto y comenzó nuevamente su rutina, ordenó algo para almorzar a una tienda local, se sentó frente a su ordenador y comenzó el frenético recorrido de sus manos por el teclado. El repiqueteo de sus dedos fue lo único que se escucho durante la siguiente hora y media, hasta el chirrido agudo volvió a aparecer en el horizonte, y su posterior explosión, y luego otra vez y otra, algunos de ellos provenían de más lejos, otras de más cerca, como si la tercera guerra mundial hubiera estallado en su vecindario sin el que se enterara.
Se asomó nuevamente por la ventana, no obstante, era el mismo paisaje de siempre, esa asquerosa casa color ocre y los moribundos limoneros, casi podía asegurar que si se dedicaba a contar cada átomo en aquella fotografía todos dirían presente.
Los sonidos continuaron durante los siguientes días, añadiéndoseles a estos pequeños repiqueteos agudos, característicos de las ametralladoras.
¿Acaso me estaré volviendo loco? se preguntaba Román a sí mismo, ni los periódicos
on-line, ni las radios anoticiaban algún acontecimiento fuera de lo común, incluso una tarde incursionó en el barrio, que fuera del asqueroso sabor a decadencia que el aire suburbano le despertaba en la boca, las casas, las calles, ni las estatuas publicas poseían signos de destrucción.
La desesperación que adhería a su distintiva cuota de ansiedad, hizo mella en su cuerpo, los dedos le temblaban, el corazón le latía con fuerza y los ruidos fuera de su habitación iban en aumento, sentía que se encontraba en un absurdo, en un sueño tan real, que la propia realidad parecía un cuento borgiano. Reaccionaba, ante los ruidos cercanos, como un cachorro golpeado al que le levantan la mano, estaba aterrorizado a tal punto que ya no se atrevía a levantarse de su cama.
Una ráfaga de bombas en secuencia coordinadas con maestría comenzó en el horizonte y se acercaba, sus manos se aferraron a su almohada a medida que el sonido insoportable crecía, se sentía muerto, había desperdiciado su vida, y su inminente muerte le recordaba su imposibilidad de rehacerla, de ser otra persona, de vivir una vida que nunca fue, esto lo quebró y por sus ojos brotaron lagrimas de autentica tristeza.
Los bombazos llegaron a su cuadra, luego a la casa ocre, luego a su puerta frenaron de repente y se escucho que golpearon su puerta.
Omar envuelto en lagrimas, no dio cuenta de ello y seguía añorando, sórdido, lo que nunca fue en su cama, la puerta fue golpeada aún con más violencia.
Confundido se levanto, caminando en un estado de cuasi-borrachera, absorto de lo que en realidad ocurría se acerco a la puerta, golpeando ambas paredes del pasillo que le impedían caerse hacia los lados y pisando cuanta cosa hubiera en el suelo.
Una vez allí, entre sollozos, preguntó.
-Quien es?
-Señor Omar Sabín?
Omar abrió la puerta y se encontró con dos entes, vestidos de militares, uno de ellos debía medir cerca de metro noventa, de aspecto pétreo, solemne y de rasgos faciales duros. El otro mucho más bajo en estatura, de cara regordeta.
Aún con voz ahogada y resfriada Omar preguntó.
-Qué desean, que hacen aquí?
-Señor, según las ordenes que me fueron encomendadas y por la autoridad que me confiere la honorable junta militar, que gobierna ahora este bendito país, queda usted bajo arresto, por espionaje y alta traición.
Omar abrió lo ojos, incrédulo.
-QUE? Pero si solo soy un pobre programador.
-Órdenes son órdenes.
Replicó la estatua devenida a militar, y lo tomaron cada uno por las axilas.
Mientras caminaba escoltado vio entonces el barrió destruido, la casa color ocre y sus respectivos limoneros ya no existían, su casa casi en ruinas se derrumbó apenas cruzaron de vereda. Omar ya no existía como tal, no era una persona susceptible de se llamada tal, ya no existía.
Don Alfredo, quien estaba barriendo su vereda, no podía creer lo que veía, el joven de “Juan B. Justo 256” caminaba solo con los brazos extendidos en forma de gaviota, babeando y con los ojos carentes de alma.
-María- gritó a su mujer- llamá a la policía querida.

FIN

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