Aúlla el horizonte y se queja el mar,
las piedras gritan y el sol se esconde llorando.
La luna emerge sin piedad, junto con las estrellas que aparecen en sus respectivas coordenadas.
El cielo tiñe su color rojizo por un tono azabache.
Mi mano deja caer un puñado de arena sobre mis pies
semienterrados en desesperación.
El hogar me llama con su suave aroma pero no deseo ir, no aún.
La playa me calma, me hipnotiza.
La gente se va escondiendo junto con sus sombras
y sus voces se van llenando de silencio.
La monotonía surge con la simplicidad de la paz.
La marea sube cubriéndome, acariciandome con sus olas.
La noche, ya imponente se alimenta de mis sentidos y se deleita con mi alma. El agua me devora.
Las gaviotas del destino revolotean sobre mí, en alguna ceremonia inusual, donde un cóndor las dirige hacia el éxito de la carroña;
y mi cuerpo inerte, ahogado en felicidad, les brinda su cena.
Mientras en casa, en una silla vacía, se enfría un plato que ahora está de más.
Comentarios
El tema, si es que lo he interpretado correctamente, es siempre eficaz y sonoro: la vida, sus barreras y opresiones.
En fin, buena elección y buen desarrollo. ¡Sigue así!