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El carpintero

POLIXENAPOLIXENA Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado enero 2011 en Narrativa
Poca gente recuerda que el retablo lleva el sello de sus formones y la nobleza de su mirada. El carpintero aprovechaba las virutas para calentar las duras noches de invierno, cenaba las sobras del mediodía y arrugaba el periódico antes de convertirlo en lumbre. Antes de dormir repasaba las lunas que faltaban para poder dar vida a la madera, soñaba con su madre y caminaba nuevamente a su taller para esperar nuevos encargos, para luchar contra los brazos de metal que desde hacía años sepultaban sus horas de trabajo. Superaba las decepciones pensando en las imágenes que intentaría tallar en la madera del nuevo retablo. Afilaba las gubias al compás del crujir de la madera y de la mirada atenta del hijo del dentista. Al igual que su padre en la consulta, ordenaba metódicamente sus herramientas en el banco de trabajo, pero allí no olía a desinfección, olía a madera y a barniz. A pesar de los años, el olor a barniz fresco todavía le provocaba dolor de cabeza, era el momento de los vinos, y de dormir con la ropa puesta y el aliento confuso y confiado en que el cierzo de la mañana borraría todas las sombras.
Delante del retablo a veces pensaba en mujeres, a pesar de las palabras del párroco, golpeaba el formón y respiraba profundamente al ver el surco en la madera, al ver en su imaginación los surcos en la piel femenina. Tallaba una flor de lis en honor a San Jerónimo, en una Iglesia perdida en los campos de Soria, pensando en el calor del sexo femenino. Escondió unas iniciales que no eran las suyas, entre las espigas que rodeaban la imagen de Mateo, el hijo del recaudador de impuestos que ahora sostenía el evangelio para siempre.
En mayo fue la inauguración, el pueblo engalanado perdió durante un día ese aire sombrío y arisco, y los rostros de sus vecinos dejaron de ocultarse y se levantaron frente a San Jerónimo, para luego volver a esconderse al paso del cepillo. El olor de madera se camufló con el incienso, en la calle el vino corría, la comida desaparecía y el carpintero sonreía con su chaqueta nueva y con los callos un poco más endurecidos.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado enero 2011
    bonito homenaje a los carpinteros, que tallan cosas tan hermosas con sus manos.
  • ShaiantiShaianti Fray Luis de León XVI
    editado enero 2011
    Caramba, Polixena, se me había escapado este relato tuyo, otra bella pincelada de poética autenticidad.
    Un abrazo, Shai
  • POLIXENAPOLIXENA Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado enero 2011
    Amparo, Shai amiga... gracias por dejar vuestros comentarios. Espero sacar tiempo para poder leeros y comentar, me he dado cuenta que echo de menos compartir estos ratos. Un beso.
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