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Regreso al pais de la ilusión

rocinanterocinante Garcilaso de la Vega XVI
editado abril 2008 en Fantástica
REGRESO AL PAIS DE LA ILUSION



Mi vecino " El loco" regresaba otra vez al sanatorio, eso me decía su sufrida mujer cuando aquella mañana me la encontraba ne las escaleras cuando venía de comprar el pan.

Lo ingresaban, lo encerraban de nuevo después de haber estado una larga temporada en su casa intentando en unión de la familia curarse de sus manías y de sus locuras, casi siempre inofensivas, pero a veces molestas y repetidas.

También me rogaba aquella angustiada y triste mujer, envejecida prematuramente y con una larga historia que contar, que lo acompañara, que estuviera con él hasta que vinieran a buscarle porque esta vez tardaríamos una larga temporada en tenerlo de nuevo junto a nosotros, ya que su reciente intento de suicidio era un delito grave y los médicos ahora, ya no le tendrían tantas contemplaciones para dejarlo salir hasta que estuvieran seguros de su mejoría. Bajé a su casa y allí estaba mi amigo, mi vecino “el loco” con barba de varios días, con un aparatoso vendaje tapándole todo un lado de la cara, y con un aire más taciturno y triste que nunca. Estaba mirando por la ventana hacia abajo, hacia el parque solitario, a su verde y oscuro escenario de eternos y repetidos paseos y aventuras mentales sin motivos ni finales.

Miraba fijamente al paisaje, quizás como para grabarlo en su frágil memoria, quizás para venir en alas de su siempre desbordada imaginación a visitar sus vericuetos, sus estrechos caminos de tierra y húmedos rincones. Pero se diría que no veía nada, que miraba sin ver, parecía más bien que su mirada se perdía en el interior de sus laberínticos pensamientos.

Las ultimas semanas le habían sido muy desgraciadas a mi estimado "Loco", porque el niño que aquella lejana tarde le pidió que empujara su bicicleta para arrancar a correr mas deprisa, no pensó que mi amigo no tiene calculo racional de su fuerza física, ni a veces, ni tan siquiera de sus actos voluntarios, por eso este empezó a empujarlo con fuerzas y a correr y correr, de forma que el niño contento pedaleaba y corría mas y mas.

La calle era cuesta abajo, y al final de ella, el encontronazo con el coche que subía fue tan violento, que por efecto del golpe, el niño salió despedido y la bicicleta desapareció bajo laas ruedas el automóvil. Al momento, el revuelo que se formó con los vecinos y paseantes del lugar fue enorme, y casi antes de socorrer al niño que se quejaba un poco alejado y tirado en la acera, los curiosos justicieros tratándose de "El Loco", se fueron para mi vecino con ganas de lincharlo, como para escarmentarlo de algo que él no llegaba ni siquiera a comprender, ni como había ocurrido, entonces al verse acorralado y rodeado de gestos amenazadores, salió corriendo, se subió a su casa, y muy nervioso, se refugió atemorizado y temblando, en su cuarto.

Después fue su mujer como pasaba siempre, la que tuvo que "capear" el temporal del escándalo como pudo. No hubo denuncia, porque el niño no se había hecho nada serio, solo algunos rasguños sin importancia, pero aún así la bronca de la madre en la puerta de “El Loco” se escucho en toda la escalera. Mientras, la mujer de mi vecino acostumbrada a estos contratiempos, se callaba, daba disculpas como podía y miraba para el suelo.

Junto a la cama del pequeño cuarto y un poco revuelto de mi amigo, en el suelo, agachado, estaba preparado el escaso equipaje para el viaje, una partida que quizás seria sin retorno. Una bolsa de deportes, con tres o cuatro mudas de ropa, los utensilios de afeitarse, y poca cosa más. “Ponerle ropa de vestir en aquellas bolsas”, decía su mujer con tristeza, era perderla sin remedio, pues aquel marido que el destino le deparó, las regalaba, la cambiaba por cualquier cosa, o terminaba por perderlas.

.- que se arreglara con la que llevaba, que algún día de estos cuando lo visitara, le llevaría algunas prendas de vestir.-

Han pasado lentas y silenciosas las horas y no nos hemos dicho nada. Las miradas en estos casos hablan por si solas, y a mi vecino que sabe tanto de estos momentos, no hace falta explicarle nada, quizás en el fondo desee salir de la ciudad que tanto lo trastorna, puede que incluso agradezca que lo internen. Sus heridas que le veo en la cara me dicen que no quiso tirarse por aquel precipicio que tanto le atraía. Acudía allí, a su rincón preferido de la montaña cuando ya no podía más. Cuando el ruido de los coches le asfixiaba. Cuando la cantinela hipnótica y machacona letanía de las televisores, le trastrocaban su realidad y no le dejaba soñar. Cuando los gritos de los perros y de los gatos y de los pájaros urbanos abandonados a su suerte, les pedían ayuda. Cuando el alboroto y el estruendo de aquella sociedad lo enloquecía, o cuando aquel delirio de grandeza que lo llenaba todo le ahogaba y no le dejaba dormir. Entonces era cuando se marchaba montaña arriba, subía y subía, y una vez allí sobre la ciudad, junto al árbol centenario que le escuchaba sus confidencias se pasaba las horas.

El precipicio de allá abajo, que se perdía bajo sus pies, estaba oscuro como la cuenca vacía y negra del ojo de una calavera, parecía llamarlo con insistencia. Siempre que se asomaba al borde herbáceo, de aquella frontera, raya divisoria entre la vida y la muerte, limite, entre lo conocido y lo por conocer. Una mano invisible parecía llamarlo, como invitándole a saltar. Era allí en ese alejado y reconfortante rincón en donde se miraba como delante de un espejo y era entonces cuando menos se conocía. Allí encontraba a alguien dentro de su cuerpo que se le hacia insoportable, que le preguntaba y le acusaba, que lo comprendía y le animaba a la vez, y a veces, ni el mismo sabia quien era, y para cerciorarse de su identidad corpórea, de que estaba y se sentía en la vida, de que su vivir existencial no había equivocado ni el tiempo, ni la época, ni el siglo, se asomaba a la boca negra, desconocida y voraz de abajo, y era cuando como en un desafió a la gravedad, a la sociedad, a la vida que lo mantenía allí clavado, por el que se acercaba al borde resbaladizo mismo de lo desconocido, y allí de pié, sopesaba lo mínimo, lo exiguo que separa una existencia de otra.

El finísimo hilo de un segundo, un fugaz instante y pasaría a otra dimensión. Quizás allí en lo desconocido, se decía, me encontraré a mi mismo, sabré si este cuerpo y esta mente me pertenecen, quizás llegué a saber el motivo y la razón de la sinrazón que me mueve a existir.

Esto lo había hecho muchas veces, según me contaba luego, tantas que le había perdido el miedo y el respeto al equilibrio, a las fuerzas que te mantenían pegado a la tierra, y en una de estas veces cayó, se precipitó al fondo, pues era lo que tanto lo llamaba, y en el fondo deseaba y hacia el fue obedeciendo aquella llamada, con la buena suerte de que en un ultimo instante, cuando ya caía sin remedio, pudo o quiso, agarrares a una ramas que sobresalían de la pared vegetal, lo que no evitó que en su corta caída se arañara toda la cara.

Después fue un anciano cabrero, con más perros que cabras detrás de él, que en su recorrido pastoril lo escuchara gritar y lo sacara de allí, tirando como pudo del delgado y maltrecho cuerpo del aspirante a suicida.

Acabo de recordar la historia, cuando un claxon abajo en la acera, avisa, y nos ponemos en movimiento, “El Loco” coge con desgana la bolsa del suelo y su mujer nos sigue escaleras abajo. Cuando llegamos a la calle, el taxi ya está esperando. En la acera anónima de siempre, en donde nunca pasa nada y nadie se conoce de nada, ninguno de los escasos peatones se fija en nosotros, solo el niño de la bicicleta que pasa por la acera de enfrente saluda como diciéndole adiós a mi vecino, que ausente totalmente a lo que le rodea, sube en el auto y dentro de él, se aleja sin volver la cabeza. Mientras su mujer estática y de pié en la acera, se da la vuelta y se mete en el portal, con un ligero aire de satisfacción en la cara.



Rocinante 28/3/2003 [/font]

Comentarios

  • Marcelo_ChorenMarcelo_Choren Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2008
    El tema está bien encarado, Rocinante. Pero, el texto necesita un repaso, hay muchas frases un tanto confusas.
    Te sugiero, además, bajar un poco la cantidad de adjetivos.
    Otra cosa: el narrador no puede saber lo que hay en la cabeza del enfermo, como máximo puede conjeturarlo.
  • rocinanterocinante Garcilaso de la Vega XVI
    editado abril 2008
    Tomo nota estimado Marcelo.

    Gracias por las correcciones.

    Salud y suerte.

    Rocinante
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