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La Varita Mágica de Hipercuerdas

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Comentarios

  • Son solo reflexiones que me surgen, nada más, no quiero llevarlo por ninguna vía política, desde mi punto de vista, cualquier uso es interesado, incluso el que podría hacer el propio inventor, por muy buenas intenciones que tenga, como te digo, solo es un comentario que me surge y no quiero condicionar el relato, que me está gustando.
    Un saludo.
  • Pues me alegro de leerte eso. Saludos y gracias de nuevo.
  • .../...

        Pasaban amigablemente la sobremesa en charla distendida. Bansky ojeaba un libro sobre plantas medicinales, escuchándolos, cuando Kuru entró tras dar un par de golpes leves en la puerta.

         --El Consejo está reuniéndose. Les espero fuera, vayan preparándose.

         Eso hicieron y se reunieron con el terralibre en el exterior.

         En un edificio situado junto al que había albergado su encuentro con la alcaldesa, en una gran sala dotada de escaños cómodamente forrados, el Consejo Rector de Tierra Libertad esperaba ya a los forasteros.

         La alcaldesa Kiara les presentó al Consejo y luego se levantó un hombre de unos cincuenta años y pelo cano, con mirada aguda y aspecto un tanto fiero:

         --Consejero Carlos Alberto --dijo, poniendo su mano sobre el pecho a modo de presentación, con cierto acento meloso--. La cuestión es qué hacer.

         Kiara sonrió, acostumbrada al histrionismo del consejero, que prosiguió, tras haber logrado su golpe de efecto.

         --Tiene usted, señor... Kevin --. Paseó su mirada por los dos científicos, sin saber exactamente quién era Parslik-- ... Tiene usted, digo, un aparato extraordinario y ha llegado hasta nosotros esperando amparo y protección.

         Parslik se sintió molesto.

         --Señor Carlos Alberto, no he solicitado ni una cosa ni la otra. Estos jóvenes dijeron que podían ayudarme. Ni siquiera sabía que ustedes existían.

         El consejero fijó ahora su mirada sobre él.

         --Ya, ya, bueno --. Movió su mano como espantando moscas--. El caso es que están aquí y tenemos que tomar una decisión sobre ese invento suyo, que tantos problemas puede traer, pero también tantos beneficios. Solicito que el Consejo de Tierra Libertad lo tome en custodia hasta decidir qué acción emprender.

         Hubo murmullos.

         Lisy se removió nerviosa, y sus dos colegas se miraron.

         --No es eso lo que deseamos --dijo la muchacha, sin esperar que le concedieran la palabra--. Lo que queremos es que nos den refugio hasta que podamos comunicarnos con el resto de territorios fronterizos. Pueden ustedes comunicarse con ellos, ¿verdad? --preguntó mirando a la alcaldesa Kiara.

         --Cierto --respondió esta.

         --Bien, eso solicitamos --terminó Lisy.

         Parslik, Bansky, Carlos y Mike asintieron, conformes con sus palabras.

         Una mujer de edad bastante avanzada se irguió en su escaño. Se hizo el silencio.

         --Consejera Eithne --dijo, poniendo su mano sobre su pecho--. Señorita...

         --Lisy --respondió. A pesar de haber sido presentados, nadie parecía recordar sus identidades.

         --Bien, Lisy. Da la sensación de que eres la líder del grupo --. Hubo alguna risa, y Parslik se sonrojó--. No deben reírse, no tiene nada de particular que una chica emprendedora sea líder de dos genios científicos y dos mocetones--dijo con ironía--. ¿Cuál es tu intención si es que nos comunicamos con los territorios fronterizos? 

          --Mis dos compañeros y yo queremos poner el invento de Parslik al alcance de todos los territorios. No huimos del Ejército para ponerlo en manos de particulares. Ha de ser patrimonio de todos. Puede convertir la basura en comida, en agua, en materiales de educación o construcción. Puede revolucionar la vida sobre la Tierra.

         --De eso estoy segura --afirmó la consejera, suavizando su tono y su gesto -- ¿Y cómo haríamos eso?

         --Los territorios deberían destacar aquí a especialistas capaces de investigar la utilidad del invento. Y coordinarse entre ellos.

         --Me parece una buena opción --dijo la consejera Eithne, sentándose.

         --Recuerdo que una vez ya hicimos algo parecido, cuando iba a caer el asteroide 2153BE11. Los territorios fronterizos nos unimos para organizar la emergencia, junto con los centros de zona --comentó Kiara en voz alta para que todos la oyeran.

         --¿Piensan que el Ejército se va a mostrar encantado de perder el control de este invento? --preguntó un hombre de corta estatura y prominente estómago, con un gran bigote bajo su nariz.

         --No sabemos sus intenciones. Quizá pretenden algo parecido. Quizá sólo intentan evitar que un tirano particular o un loco se hagan con él --reflexionó la alcaldesa.

         --Y esperaremos sentados a ver si sus tanques voladores disparan o no --ironizó el consejero Carlos Alberto.

         --Yo no --dijo Lisy.

         Se hizo el silencio.

    .../...

           

  • .../...

         Parslik se sintió como un juguete en manos de todos. Incluso Lisy había dicho: "Mis dos compañeros y yo", y se refería sin duda a Mikel y Carlos, no a Bansky y a él, que eran los principales protagonistas del evento... ¿O ya no? Sin embargo, no podía negar que la chica tenía buenas ideas. Miró al robusto y medio calvo Bansky, que se encogió de hombros.

         Aprovechando el silencio momentáneo, Lisy prosiguió:

         --Ustedes ocúpense de reunir a los científicos, que nosotros nos ocuparemos del invento, ¿verdad, Kevin?

        Le miró esperando una confirmación a sus palabras. Parslik sintió que ella se jugaba su flamante liderazgo con su respuesta. Pero era honesta: ponía en sus manos la decisión acerca de la varita de hipercuerdas.

         --Por supuesto.

         Ella le sonrió, agradecida.

         El hombre de gran estómago y bigote, se levantó:

         --¡Propongo que decomisemos ese invento! --exclamó.

         Bansky, que había captado el protocolo del lugar, alzó la voz:

         --Perdón, ¿con quién tenemos el gusto de hablar?

         Se volvieron a escuchar unas risas, esta vez a mayor volumen.

         --Consejero, haga el favor de presentarse, según la costumbre --ordenó Kiara.

         El aludido frunció el ceño, pero se sometió.

         --Consejero Brais --. Se llevó la mano al pecho.

         Eithne se levantó:

         --La noble tradición de esta tierra de libertad es respetar los derechos y la integridad de las personas, así como su patrimonio. Me niego a romper esta tradición, que es de derecho consuetudinario, bien arraigado y aceptado.

         El resto del Consejo prorrumpió en aplausos, excepto una reducida minoría.

         --Votación a mano alzada --exigió la alcaldesa Kiara--. Quienes estén a favor de la propuesta del consejero Brais, que levanten la mano.

         Un puñado de manos se elevaron.

         --Quienes acepten las condiciones de Lisy, que levanten la mano.

         La inmensa mayoría alzaron sus manos.

         --Declaro que el Consejo ha decidido. El invento seguirá en manos de su propietario.

        Una suave ovación celebró estas palabras.


         Cuando Kuru acompañó al grupo al exterior y les despidió, Parslik se encaró con Lisy:

         --¿Y bien? ¿Ahora qué?

         --Lo primero es llevar esa varita a un lugar que sólo tú conozcas. Emm... ese invento tuyo, ¿podría replicarse a sí mismo?

         --¿Crear otra varita? --preguntó atónito Parslik. Bansky y los demás se mantuvieron expectantes.

         --Eso mismo.

         --Bueno... en realidad... Su ordenador tiene todos los datos sobre sí mismo. Si la hace aparecer descargada... Quizá sí. No se me había ocurrido.

         --Pues razón de más para esconderla --concluyó ella.

         --Chica lista --dijo Carlos.

         --Y tanto --añadió Mike.

         El grupo marchó hacia su vivienda, para planear el siguiente paso.

    .../...

  • .../...

               3

         Desde que Bansky la llamó, lo tenía planeado. En cuanto le habló del invento, supo ver las posibilidades, y también  los peligros.

         Lisy, chica lista.

         Tierra Libertad no era el único territorio fronterizo en aquella zona, sólo el más organizado. Ellos necesitaban esa capacidad de organización, esa apariencia de seriedad, para convencer a las zonas y a los demás territorios fronterizos.

          Pero no se fiaba un pelo, y el consejero Brais había confirmado sus temores: siempre habría una minoría dispuesta a imponerse, a robar, a matar, incluso. Si lo que estaba en juego era mucho, ya fuere por motivos altruistas o egoístas, habría alguien dispuesto a alzarse para vencer y aprovecharse.

         Por eso necesitaban también de la desorganización, el caos, la anarquía forzada por las circunstancias. Grupos donde nadie tenía el poder para someter a los demás. Y de esos había de sobra en los territorios fronterizos. Eran, de hecho, su misma esencia.


         Cuando Lisy habló con Carlos y Mike, inmediatamente estuvieron de acuerdo en recurrir a sus colegas dispersos. Las tecnologías, pese a todos los controles, ofrecían la vía de contacto, y ellos tenían colegas por todos los territorios.

         Carlos había emitido ya una alerta, al estilo de los desheredados, que había recorrido el mundo. Naturalmente, nadie sabía el motivo, nadie había oído hablar de la varita de hipercuerdas. Sólo sabían que había algo grande que les esperaba, quizá una redención de su miseria.

         La idea de mejorar el mundo había dado varias veces la vuelta a este.

         Y había llegado el momento.


         Durante la noche, los dos científicos, Lisy y Carlos tomaron sus bolsas de viaje y salieron discretamente. Evitaron la guardia, más bien escasa, que patrullaba las calles, y llegaron hasta la entrada, donde se encontraron con la puerta blindada.

         --El cierre es bueno, me costará un poco --dijo Carlos.

         Sacó su tablet y entró en un programa sofisticado de crackers amigos de lo ajeno. Por fortuna, sus programas podían aplicarse a múltiples situaciones. Consiguió acceder al sistema de seguridad de Tierra Libertad y craqueó el cierre digital de la puerta, que se abrió con un chasquido seco. La empujaron hasta que pudieron pasar, y, al otro lado, Carlos revertió la operación y la puerta se cerró. Ninguna alarma, nada. Había sido una operación limpia.

         Una vez fuera, caminaron siguiendo a la chica.

         Su reloj digital marcaba los puntos cardinales y la pantalla mostraba un punto rojo, al cual se dirigían. Había introducido las coordenadas de su contacto con las pandillas. Así se llamaban: las pandillas, como si de niños se tratara. Pero eran mucho más. Eran la carne y la sangre de las zonas. La vida libre del mundo. Maleducados, muchas veces torpes e ignorantes, pero reunidos por su amistad, o por pura necesidad, que es una razón tan honesta como cualquier otra para unirse.

         Caminaron gran parte de la noche, entre una vegetación en ocasiones salvaje e impenetrable. Cambiaron de ruta varias veces, pero Lisy mantenía su orientación hacia el punto rojo de su reloj (también daba la hora).


         Finalmente, vieron un resplandor entre los árboles, y, al salir al claro, vieron un poblado que parecía sacado de un libro de historia: edificaciones de adobe y madera, cercados de troncos con animales descansando dentro, huertos rudimentarios, y una bandera en lo alto de un mástil: un mapache con parche de pirata en un ojo y un sable en su mano.

         Habían llegado a su primera parada en el camino de las pandillas.

    .../...

  • .../...

        Les salió al encuentro un par de chicos, vestidos como personajes salidos de una película. Es decir, su vestuario no seguía un estilo, sino que su estilo sería aprovechar cada prenda. Sobre unas camisas llevaban chalecos de piel, evidentemente de factura artesana, y sus pantalones, anchos y cómodos, también parecían ser producto de la creatividad de alguno de ellos. Sus pelos dejaban ver la mitad de la cabeza, y la otra mitad, con media melena de la que sobresalía una coleta, adornada con abalorios. Los dos protegían su cuello con pañuelos rojos. En fin, su apariencia era bastante pintoresca.

         Ambos llevaban largos cuchillos metidos en unas fundas, colgando de un ceñidor sobre su cintura.

         Lisy y Carlos les saludaron con su mano.

         --Somos Carlos y Lisy --presentó ella-- y los genios. Nos conocéis como los Deers.

         Bansky y Parslik se miraron al escuchar el apelativo. No sabían que tuvieran apodo.

         --¿Estos son los sabios? --preguntó uno, señalando con cierto desprecio a los dos científicos.

         --Así es --confirmó Carlos.

         Los dos pandilleros parecieron relajarse un poco.

         --Nosotros somos Alde y Ceris. ¿No erais tres? --preguntó el que se hacía llamar Alder, refiriéndose sin duda al grupo de jóvenes.

         --Mike se ha quedado en Tierra Libertad, para mantenernos en contacto. Su consejo ha aceptado reunir un grupo de científicos, pero nos hemos traído el invento. No nos fiamos del todo de ellos.

         --A ver, ¿qué invento? ¿Cuál es la sorpresa que va a cambiar el mundo, según vuestros mensajes? --exclamó Ceris.

         Lisy hizo un gesto a Parslik, que extrajo el aparato.

         --Es un transformador de hipercuerdas --explicó el físico.

         --Chico, como si me hablas en alfacenturiano, explícate --cortó Alde.

         --Todo lo que existe tiene sus características de material y forma debido a cómo se organizan sus hipercuerdas, antes conocidas como átomos, partículas... ¿me sigues? Así que si reorganizas las hipercuerdas, puedes transformar cualquier material.

         --Ah, vamos. ¿Te has fumado, tío?

         Bansky y Parslik se miraron.

         --¿Qué tal una demostración? --propuso Lisy.

         --Guay --exclamaron los pandilleros.

         Parslik miró en su entorno y cogió un tronco que había cerca. Lo puso en medio del grupo.

         --¿Qué necesitas ahora, qué cosa, quiero decir? --preguntó mirando a Alde. Otros habitantes del poblado se estaban congregando rápidamente, al percatarse de su presencia. 

         --Me vendría bien un criado androide --dijo.

         Vaya, no pedía poco.

         Parslik miró apreciativamente el tronco y fue a por más material. Al fin, enfocó la varita y dio las órdenes pertinentes a su ordenador.

         Con un destello bastante intenso, la madera desapareció y en su lugar pudieron ver un droide standard. La varita se había comido también un poco del terreno, además de la madera.

         --Está descargado, por precaución. Enchúfalo y espera a que se cargue.

        Alde, Ceris y los demás pobladores no supieron qué decir. Cuando se les pasó la sorpresa, Alde hizo una señal a dos pandilleros y estos se llevaron al androide a cargar.

         --Impresionante. ¿Puedes crear un chuletón? Muy hecho, con mostaza --solicitó el pandillero, que parecía actuar como jefe de los demás.

         Parslik sonrió.

         --Mejor encima de una mesa, ¿no?

         Les llevaron, seguidos de una pequeña multitud, hasta la entrada de una vivienda cercana, en cuya puerta había un tonel a modo de mesa.

         --María, saca un plato --ordenó. Una mujer entró en la que parecía ser su casa y sacó un plato de cerámica vidriada.

         --Que ponga encima algo... --pidió el físico.

         María volvió a entrar y puso un trozo de queso en el plato.

         --Bueno, saldrá un chuletón pequeño --avisó Parslik.

         --No importa, no tengo hambre --dijo escuetamente Alde.

         Parslik realizó su 'truco' y el queso se convirtió en un chuletón humeante, y que olía la mar de bien.

         --¿Eso se puede comer? --preguntó Ceris.

         --Sin duda --respondió Parslik, invitándole a probarlo con un gesto. Ceris miró a Alde.

         --Por preguntar --dijo este sonriendo cínicamente y repitiendo el gesto del físico.

         María trajo unos cubiertos y Ceris partió un pedazo del chuletón y lo metió en su boca con cierta prevención. Sin embargo, al poco se comió toda la carne.

         --¡Está buenísimo! --exclamó limpiándose con la mano.

         --Bien, si no mueres dentro de poco, habrá quedado demostrado --dijo ufano Alde.

    .../...

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    Lo pusieron de conejillo de indias, a ver que pasa.
  • Pues eso mismo. Suele pasar a quien habla de más en ciertos ambientes, je, je.
  • La sobremesa se está alargando...
    :p
  • Bueno, sí. A ver por donde sopla el aire...
  • .../...

         Ceris no había muerto. Los demás estaban sentados o recostados sobre el suelo cada cual a su manera dentro de una cabaña de madera y adobe, sobre algunos cojines o mantas, cerca de una mesa donde se veía una botella color ámbar que ya mostraba sólo medio contenido. Sobre el suelo, al lado de cada quien, unos vasos ofrecían sus reflejos a la lámpara y a la luz que entraba por los ventanales abiertos.

         Bansky y Parslik se removían, incómodos. Ya no eran unos mozalbetes. Cuando ya no pudo más, Parslik se levantó, empuñó su varita y convirtió algunas mantas en dos sillas de última generación. Bansky le miró agradecido.

         --Veo que ese invento puede ser muy práctico --comentó Alde.

         --¿Qué nombre es ese tuyo? --preguntó Parslik.

         --Un diminutivo de Aldebarán, que creo que es una estrella.

         --¡Claro! Y Ceris es un derivado de Ceres, un planetoide enano.

         --No, Ceres era diosa de la agricultura --respondió Ceris.

         Parslik se quedó con la boca entreabierta. Ahora sí que le habían sorprendido.

         --¿Conoces la mitología? --preguntó incrédulo.

         --Claro --dijo solamente el chico.

         --Dejémonos de tonterías. ¿Para qué habéis venido aquí y qué queréis? --preguntó Alde.

         Lisy se incorporó a medias.

         --Ese invento pertenece a la humanidad. A sus habitantes. El ejército lo busca. Queremos que se difunda, que se creen grupos de estudio, que los territorios libres, que siempre han sido apartados a un lado, tengan su papel en esto --respondió con ímpetu.

         --¿Y qué te hace suponer que nosotros no querremos quedárnoslo?

         Alde la miraba con sorna.

         --Este mundo se va al carajo si no empezamos a pensar correctamente. Creí que aquí, donde hay menos a perder, tendríais las ideas más claras. Los territorios han sufrido la mala filosofía de las elites. Pensé que eso os habría aclarado las cosas --respondió ella.


         Dentro de la cabaña, y en el exterior, donde se había congregado un grupo numeroso tras la comida, comenzó un rumor de comentarios. Alde paseó su mirada por los presentes, preocupado.

         --Los demás territorios están preguntando constantemente sobre ese misterio que iba a cambiar el mundo. No podemos hacer otra cosa que comunicarles lo de tu invento --dijo al fin Alde, con cierta renuencia. Una vez que se extendiese la noticia, dejaría de estar bajo su control.

         Pero Lisy tenía razón: los desheredados de las zonas se merecían tener voz en el destino del mundo.

         --Pero temo que habrá luchas por el poder --añadió.

         --Lo suponemos. Por eso necesitamos de las zonas. De los organismos mundiales, de las asociaciones humanitarias, de la opinión pública --repuso ella.


    .../...

  • .../...

         La monumental carcajada de Alde fue secundada de inmediato por gran parte de los presentes, y se extendió al público exterior.

         --Me parece que no conocéis mucho a esas autoridades. ¿Se han puesto a protestar cuando el ejército ha pretendido robarte tu invento? --preguntó a Parslik el pandillero.

         --No lo sabían.

         --Y tú, chica lista, ¿confías en que organizaciones oficiales dediquen este aparato al bien de la población?

         --Eso espero --respondió ella.

         --Por eso estamos nosotros aquí, por la generosidad de los organismos oficiales. Y el resto de territorios pensarán igual. No, chica lista: alguien ha de imponer el orden. Alguien ha de hacerse cargo de ese invento --concluyó rotundamente Alde.

         --Déjame que lo adivine.. ¿Y ese alguien vas a ser tú? --preguntó Bansky con ironía.

         --¿Por qué no? Me fio de mí, y  de nadie más. Alguien será. Mejor que sea yo.

         La fijeza de su mirada alarmó a Parslik. Había conocido a un sociópata con esa misma mirada. Tenía ante sí a un dictador en ciernes, un carnicero. Alguien que no se detendría ante nada ni nadie, porque no creía en ninguna realidad fuera de la suya, dentro de su cabeza.

         --Ha llegado el momento de que me lo entregues --añadió tajantemente, acercándose.

         Los tenía allí dentro, y estaba rodeado de su gente. Era el momento adecuado para quitarle el invento.


         Pero cometió varios errores: el primero fue dejarles sin salida. Nunca hay que acorralar a un ser con una mínima posibilidad de atacar, a menos que quiera uno entrar en combate.

         La segunda fue menospreciar a Parslik, movido por su megalomanía enfermiza. Un sabio, un habitante débil de las zonas centrales, un urbanita. Pero Parslik todavía tenía su varita.

         ¿Y qué iba a hacer? ¿Materializar armas descargadas?, ¿o unas espadas?

         No. El físico había tenido tiempo de pensar, y tampoco se fiaba mucho de los pandilleros. La injusticia social no era el único motivo por el que estaban en territorios al margen de la ley y el orden institucionales.

         Parslik conocía las macros. Son instrucciones breves con funciones predeterminadas. En los antiguos teclados, una combinación de teclas a las que se les adjudicaba un valor. para el físico, las macros eran palabras concretas que realizaban órdenes en su aparato.

         Una palabra tan simple como foto-fotó, difícil de ser pronunciada si no era a sabiendas, y apuntar su varita hacia el joven pandillero.

         Toda materia no es más que luz. Toda partícula física o energética termina siendo luz.

         Un destello cruzó el corto espacio entre Alde y Parslik, y, antes de que nadie supiera lo que estaba sucediendo, el pandillero se transformó en una nube de luz dorada, y luego se desvaneció.

         Parslik no perdió tiempo: sujetó la mano de Lisy y se abrió paso, aprovechando la sorpresa y el miedo. Los demás del grupo les siguieron. Nadie intentó detenerles, ni quitarles la varita. Algunas armas que habían permanecido ocultas entre las ropas cayeron al suelo con ruido. La población del mapache con un parche pirata y una espada descubrió que su bandera no era más que una bravata, y que, en realidad, eran felices descolgándose de los árboles y fumando hierba, y nadie deseaba averiguar lo que se siente al convertirse en uno con los rayos del sol.

         Así, pues, el grupo de fugitivos salió del poblado pandillero sin mayores contratiempos, salvo el de no tener plan ninguno para su futuro.

    .../..

  • :o

    Se me ocurren un par de cosas después de leer esto, no se si prefiero ponerlas ya o esperar a ver por donde sales...



  • .../...

         --¡Le has matado!

         Lisy miraba al científico como si se tratara de un animal salvaje.

         --No, no. Apareció a varios kilómetros de aquí.

         --No te creo. Le has matado.

         Parslik bajó la vista.

         --No, de verdad. Le desvanecí. Le mandé a una distancia prudencial.

         La chica le miró desconfiada.

         --¿Ahora qué? --preguntó Carlos. Su piel morena brillaba a la luz del atardecer.

         Estaban en zona de bosques, y caminaban alejándose del poblado.

         --Tal vez deberíamos volver y reunirnos con Mike --propuso Bansky. Habían dejado a su compañero con la ingrata tarea de dar explicaciones al consejo de Tierra Libertad.

          --¿Y reconocer nuestro fracaso? ¡Estaremos en sus manos! --exclamó Lisy.

         Nadie añadió nada. Se cruzaron miradas apesadumbradas.

    .../...

        

  • .../...

         Habían caminado un par de kilómetros cuando Bansky alzó su mano deteniéndoles.

         --¿Qué sucede? --preguntó Carlos.

         --¿No oís?

        Aguzaron sus sentidos. Los ruidos del bosque eran los naturales. Sin embargo, al concentrarse, pudieron escuchar el sonido de las hojas al ser apartadas, y pisadas sobre las matas del suelo.

         Esperaron, con cierto temor.

         Al poco, aparecieron tras los árboles unos cuantos pandilleros. Sus ropajes pintorescos eran inconfundibles. Se detuvieron al encontrarles esperando.

         Parslik sacó su invento y se previno. Algunos de los recién llegados alzaron las manos en señal de paz.

         --Calma, no dispares eso --exclamó una chica de pelo largo.

         --¿Qué queréis? --interrogó Bansky, hinchando el pecho para parecer aún más robusto.

         --Nos han explicado lo que es eso --dijo, señalando la varita con cierto temor--, y queremos ayudar. No todos somos como Alde.

         Parecían sinceros. Parslik bajó el aparato.

         --Y bien, ¿cómo pensáis ayudarnos? --preguntó Carlos.

         --Durante estas semanas en que nos transmitieron que algo grande iba a suceder, hemos intercambiado muchos mensajes con los territorios. Hay mucha gente como nosotros, que no se fía de sus propios líderes. Habíamos creado una red de pandilleros independientes. Creo que pueden ser útiles, ¿no?

         La chica era muy joven. Tenía los ojos castaños, grandes y luminosos. Y ella, como los demás que la acompañaban, les miraban esperanzados. Habían esperado una redención social, un poco de suerte, un milagro.

         Y el milagro estaba ante ellos. Sólo faltaba que se pusieran de acuerdo.

         --Lisy --preguntó Parslik-- ¿cuál era tu plan al traernos aquí?

         Las dos muchachas se miraron, y algo, como un destello de familiaridad, de semejanza, cruzó entre ellas.

         --Dijiste que ese aparato tuyo se podía replicar a sí mismo, ¿no es cierto? --preguntó Lisy al físico.

         --En realidad, dije que quizá era posible.

         --Si se pudiera hacer, llevaríamos una reproducción a cada territorio. La pondríamos en buenas manos, y comenzaríamos a transformarlos. Cuando vieran las ventajas, las posibilidades, sin duda nos pondríamos de acuerdo.

         Parslik se lo pensó. Bansky le observaba.

         --Con el tiempo, unos territorios querrán imponerse a otros --dijo, finalmente.

         --Así y todo, habrán visto que mejorar es posible. Lo demás, tendremos que dejarlo al curso natural de las cosas --repuso la chica de los ojos grandes.

         Sus seguidores asintieron y soltaron afirmaciones, creando un pequeño tumulto. Parslik relajó sus hombros, aceptando lo inevitable. De una manera u otra, su invento iba a ser de dominio público. Era lo mejor. Las consecuencias ya no dependían de él.

         --De acuerdo --dijo.

         Los pandilleros se felicitaron unos a otros, dándose palmadas y apretando las manos de los científicos, Lisy y Carlos.

         Lisy se acercó a la chica pandillera y le estrechó la mano.

         --¿Cómo te llamas? --le preguntó.

         --Jessy, Jessica --dijo.

         --Yo soy Lisy.

         Tardaron todavía unos segundos en separar sus manos.    

    .../...

      

  • .../...

         Jessy les condujo, acompañada por su pandilla, por unos vericuetos en el bosque, alejándose del territorio mapache pirata.

         Al poco de caminar, al atravesar un claro, Parslik se acercó a la chica, que parecía la líder indiscutible de aquel grupo:

         --Jessy, sería mejor que probara la replicación del aparato en zona deshabitada. ¿Te parece?

         Jessy miró en torno.

         --¿Aquí?

         --Es un sitio tan bueno como cualquier otro. Deberíais alejaros un poco.

         La muchacha le observó, tratando de dilucidar si tenía algún plan oculto, pero terminó accediendo.

         --Vale. No mueras hoy --dijo sin sonreír. No había sido una broma.

         Luego, condujo al grupo a través de los árboles, alejándose un poco.


         Parslik nunca había sido un héroe, al menos, no en el sentido tradicional. Las armas y la lucha no eran su fuerte. Pero un científico es un héroe en un sentido mucho menos convencional: trabajar casi sin comer ni dormir durante horas y días, monitorizar experimentos peligrosos, enfrentarse a dudas y dilemas éticos... Todo eso sí lo conocía bien.

         Por ello, ni siquiera pensó que su acción fuera nada fuera de lo corriente. Morir en  aquel experimento sería algo cotidiano en el trabajo diario. Y la verdad es que la curiosidad por saber si aquello era posible le impidió sentir miedo en absoluto.

         Quizá un leve estremecimiento cuando, tras indicar cuidadosamente al ordenador lo que deseaba, y especificar todas las medidas de seguridad que, en adelante, de salir bien, serían obligatorias al replicar la varita, la sujetó con una mano levemente temblorosa y pronunció la palabra elegida para nombrar esa operación.


         Desde los árboles tras los que se habían refugiado, los demás vieron el resplandor y escucharon un chasquido, similar al que produce una carga electrostática potente. Todo el grupo se incorporó y trató de atisbar hacia el claro: se jugaban demasiado si el experimento fallaba.

         Escucharon una tos y un vacilante Parslik apareció caminando hacia ellos. Sujetaba una varita en cada mano.

         Por segunda vez, el jolgorio surgió en el grupo de pandilleros y Lisy se acercó a Jessy y palmeó su hombro:

         --Parece que ya tenéis una varita --dijo.

         Jessy sonrió, con la profundidad de quien está perdida y ve una luz en el horizonte.

        

         Bansky se acercó a su amigo y le estrechó en sus brazos.

         --Viejo canalla...

         --Viejo lo serás tú, calvo adúltero --respondió sonriendo--, yo tengo treinta y pocos años.

         --Y yo. Pero estamos siguiendo a dos adolescentes. ¿No nos hace eso viejos?

         Soltaron una carcajada. Luego, Parslik respondió:

         --Quizá nos hace sabios.

    .../...

  • Y ya hay dos varitas...
    Gracias por seguir escribiendo
  • .../...

         Bansky y Carlos andaban juntos, hablando de algún tema procaz, pues sus risotadas desentonaban fuertemente de los sonidos naturales del bosque. Lisy y Jessy habían descubierto una fuerte sintonía en sus motivaciones y caminaban intercambiando opiniones, mientras Parslik andaba cabizbajo. El plan de las chicas podía naufragar por mil esquinas y por mil causas. Meditaba sobre su responsabilidad en lo que el invento pudiera desencadenar en el mundo: la guerra, la prosperidad, el caos...

         Uno de los pandilleros alzó el brazo con el puño cerrado, al estilo de las viejas películas de antiguas guerras, y todos se detuvieron.

         Levantando la vista de su sendero, los dos científicos, Carlos y Lisy enmudecieron. Ante ellos se levantaba un templo de piedra, viejo de milenios. Tenía forma escalonada y sus diversos niveles sostenidos por hileras de columnas se estrechaban, pero no era una pirámide. Era plano y estaba adosado a una montaña.

         --Hemos llegado --dijo un chico pelirrojo y pecoso.

         --Bien, Kian --dijo Jessy.

         Entraron por el portón sostenido por columnas y subieron unos peldaños que se abrían al exterior en su fachada. En el segundo nivel, penetraron en el templo.

         Estaba iluminado por leds y en una ligera penumbra. Luces verdes y rojas se destacaban en la misma. Cuando sus ojos se acostumbraron, pudieron percibir unas mesas modernas sobre las cuales había todo tipo de aparatos informáticos. Unos jóvenes de ambos sexos estaban sentados a los mandos de los mismos. Uno de ellos se levantó al verlos y saludó con respeto a Jessy.

         --El otro hemisferio está respondiendo. Han organizado algún tipo de congreso de territorios fronterizos. Los pandilleros Blau y los Tigres están interesados en la propuesta --dijo.

         --Gracias, Marc.

         Parslik la miró con sorpresa.

         --¿Ya están todos enterados?

         --Me entretuve enviando mensajes codificados. Estos nuevos aparatos portátiles son muy eficientes --respondió, enseñando su pulsera digital. Se la acercó a la boca simulando hablar.

         --Ah, vaya --murmuró él. 

         Lisy se les había unido para saber de qué platicaban.


         El templo milenario parecía ser un cuartel general de algún tipo. Al percibir su interés, Jessy señaló a un grupo. Llevaban cazadoras sintéticas aislantes de sugerentes colores, y un parche en sus hombros. Todos iguales.

         --Aquellos son de Terra Patria, un territorio al norte de Tierra Libertad. Y aquellos --dijo señalando otro grupo, vestido con largas túnicas y que portaban algún tipo de arma en sus ceñidores-- son de Asgar, más al norte todavía. Y aquellos de allí son de Kaonia, cerca de aquí, frontera con Mapache Pirata.

         --¿Es alguna especie de confederación? --preguntó Carlos.

         --Mejor sería decir que somos los disidentes de los territorios. Hemos instalado aquí un club.

         --¿Un club? --Esta vez fue Parslik el que preguntó.

         --Un club de raros. Somos los raros del mundo, los que nadie comprende, los desarraigados --respondió ella con cierta amargura.

         --Pues yo creo que sois los que mejor lo habéis entendido todo --dijo Bansky.

         Jessy sonrió.

         --Quizá.

         Un alto y delgado chico de unos veinte años se acercó y miró a Jessy.

         --¿Qué ocurre, James?

         --La antena. Parece que el viento la ha movido.

         --¿Y a qué esperas? ¡Sube y enderézala! --ordenó ella con inconfundible autoridad. El chico se dirigió hacia una escala de piedra y le vieron ascender hasta que la esquina del muro le ocultó.

         --¿Todos te obedecen? --preguntó Carlos.

         --Votamos. Alguien debe dar coherencia a todo el club. --Jessy se encogió de hombros. Lisy sonrió. -- ¿Quién tiene hambre? --dijo ella, cambiando el tono.

         Todos estuvieron de acuerdo en la propuesta.

    .../...

  • .../...               

                4

         Mike caminó meditabundo por las calles de Tierra Libertad hasta el edificio del Consejo. Tras él, dos guardias comentaban chismes mientras le seguían.

         Entraron. El organismo rector ya estaba reunido y los murmullos cesaron cuando él entró, adelantándose hasta el centro. Los guardias quedaron a la entrada y adoptaron una postura de descanso, con las manos tras la espalda.

         Mike se peinó su pelo castaño con los dedos e inspiró profundamente.  

         La alcaldesa Kiara se levantó y saludó al estilo terralibre, con la palma sobre el pecho y una leve inclinación de cabeza. El Consejo estaba en silencio.

         --Pandillero Mike --comenzó. El tratamiento le sonó a este un tanto chocante--... Tienes un mensaje.

         Kiara le tendió su tablet, que le había sido requisada tras la fuga de sus compañeros.

    Con una leve vacilación, Mike se acercó y la tomó.

         --Comunícate con ellos y averigua qué traman. No te habrían dejado a nuestra merced si no tuvieran un plan, ¿verdad? --dijo ella.

         Mike sonrió. Por supuesto que tenían un plan. Tecleó en el aparato y abrió el mensaje. Al parecer había una modificación de última hora. Miró a la alcaldesa y tuvo la total seguridad de que ella ya había leído el mensaje, a pesar de sus claves de acceso. Así, pues, no cabía secreto.

         --Van a volver, pero no volverán solos. Ahora representan a una parte de los territorios fronterizos.

         --Nosotros somos los territorios fronterizos --protestó Kiara.

         --Parece que no todos --dijo él sonriendo. Luego prosiguió--: El invento ha sido puesto a salvo. De alguna manera piensan hacerlo llegar a todos los territorios. Y siguen solicitando que ese grupo de científicos se reúna. Pero también con los representantes de las pandillas.

         --¡Las pandillas! --Kiara cerró los puños y se envaró en su escaño-- ¡Las pandillas!, gente antisocial y sin ley. ¡Nosotros somos los representantes de los territorios libres!

         --Pues me dicen que hay una mayoría que se está organizando al margen. Creo que tienen ustedes que negociar --aseguró Mike. Ahora ya se sentía más seguro. Tenían el invento a salvo, eso les daba fuerza para argumentar.

         El Consejero Carlos Alberto y el consejero Brais se levantaron casi simultáneamente. Kiara les cedió la palabra con un gesto. Comenzó Brais, en tono amenazador, mirando al joven:

         --Te tenemos a ti. Se avendrán a razones.

         --¿Ahora soy un rehén? --repuso Mike mirándole retador.

         --¿Cómo que ahora? ¡Siempre lo has sido, desde que tus amigos huyeron! --respondió Brais.

         --Mi importancia en esto es relativa. Ellos tienen la varita, y no me refiero sólo a mis cuatro colegas. Los territorios pandilleros la tienen.

         El consejero Carlos Alberto parecía más tranquilo. Habló con su tono melodioso:

         --Vos sabés que ese invento es un tema delicado. Requiere personal disciplinado y con visión de estado para manejarlo. ¿Y si alguna de las pandillas trata de tomar el control de todos los territorios?

         --Podemos preguntarles. ¿Me permiten? --solicitó Mike.

         Kiara le hizo un gesto con la mano, invitándole a hacerlo. El joven tecleó en su tablet y envió el mensaje. No pasaron dos minutos hasta que llegó la respuesta.

         --Les leo --dijo--: "Parslik ha dotado a su invento de medidas de seguridad. No podrá materializar armas, ni elementos venenosos ni nada que se pueda usar para controlar grandes masas humanas. Los aparatos que se materialicen serán de utilidad pública, y, en caso de manejar energía, estarán descargados. Básicamente se trata de sacara los territorios de la pobreza y el abandono institucional. Las propias varitas sólo se podrán replicar bajo permiso del inventor".

         Se escuchó una carcajada femenina, y todas las miradas fueron hacia la consejera Eithne, cuya cabellera blanca se mecía bajo el ímpetu de su risa. Cuando se tranquilizó, se levantó:

         --¡Bien jugado, chicos! ¡Estoy de vuestra parte! --afirmó.

         Los murmullos llenaron de nuevo la sala.

        

         Los guardias acompañaron a Mike hasta el exterior, mientras el Consejo deliberaba con los nuevos datos sobre la mesa.

         Hasta el momento, los territorios organizados de la frontera habían tratado de ignorar a las pandillas, minimizando su presencia. Sin embargo, esos grupos anárquicos habían crecido exponencialmente desde unos años atrás. Y, ahora, tenían algo muy poderoso y valioso, algo que tanto Tierra Libertad como las zonas centrales deseaban.

         Y lo tenían los desheredados de la Tierra, los ignorados, los apartados.

         El Ejército de las Zonas lo quería.

         Los territorios fronterizos lo querían.

         Los líderes de las Pandillas lo querían, o lo querrían cuando lo conocieran.

         Aquello era como sentarse sobre un polvorín y ponerse a fumar

    .../...

  • .../...

         Mike volvió a su cuarto, en un edificio oficial labrado en la piedra. Los dos guardias se quedaron en la puerta, como habían estado desde que sus amigos se marcharan para cumplir el plan.

         Le habían dejado su tablet, así que aprovechó para ponerse al día. La cobertura en Tierra Libertad era buena, aunque había accesos que estaban cerrados, lo cual le hacía dudar más todavía de que el nombre de aquel territorio lo describiese a la perfección.

         Sin embargo, podía comunicarse con sus compañeros. Sin duda monitoreaban todas sus comunicaciones. Se entretuvo buscando el troyano, pero no pudo encontrarlo. La ciencia informática se había vuelto muy sutil y poderosa. Un simple chip introducido en el aparato, sin conexión a sus circuitos, pero rastreando las señales electromagnéticas del mismo, sería indetectable.

         Suspiró. Aquel aburrido encierro le iba a volver loco.

         Llamaron a su puerta y se sobresaltó. Fue hasta ella y la abrió, encontrándose con la mirada irónica de los guardias, y con una alta figura de melena blanca.

         --¡Consejera Eithne! --exclamó sorprendido.

         La mujer se mantenía erguida, a pesar de su edad, y su figura era estilizada y digna, parecida a las ilustraciones de sacerdotisas antiguas.

        --Me gustaría hablar contigo --dijo ella.

        Se sentaron a la única mesa del cuarto. Mike cruzó sus dedos, tratando de aparentar firmeza. Había algo en aquella mujer que le impresionaba mucho, como un aura de autoridad que emanase de su actitud y su mirada, firme y, sin embargo, dulce.

         --En realidad, también me gustaría hablar con tus amigos --añadió ella, señalando la tablet.

         --Ah, claro. Seguramente está intervenida --avisó.

         --Claro. Déjamela.

         Se la entregó, y la mujer tecleó algo en ella.

         --Código de seguridad oficial --sonrió, y le pareció a Mike percibir un destello de travesura, algo que hubiese sobrevivido a los años. El chico adivinó que, hasta llegar a su cargo en el Consejo, habría pasado por muchas peripecias, no todas legales.

        La mujer, en lugar de devolverle el terminal, lo manipuló durante unos largos minutos.

         --Ajá --murmuró, devolviéndoselo.

         Mike miró la pantalla y leyó el intercambio de mensajes entre Eithne y sus amigos:

         -"Hola, soy la consejera Eithne. Vuestro amigo está encerrado en una habitación custodiada. El Consejo ha votado a favor de tener un encuentro con los representantes de las pandillas, y con vosotros, pero sólo a cambio de tener el invento".

         -"Soy Lisy. El invento ha sido replicado. Clones del mismo están siendo distribuidas entre las pandillas. No creo que importe si os damos una de las réplicas. Ahora todos las tienen".

         -"Temo una guerra entre quienes desean tenerlo en exclusiva. Las Zonas Centrales tienen ejércitos a su disposición. No creo que se avengan a un trato".

         -"Tal vez no tengan  otra opción. Parslik posee la varita original, y con ella puede hacer cosas que las Zonas no podrán combatir".

         -"Hola, soy Carlos. Haga caso a Lisy, he visto cosas aquí. Ese aparato hace cosas increíbles. Más vale que escuchen nuestras exigencias".

     

         ¡Exigencias! Aquellos chicos no sabían dónde se estaban metiendo, había pensado la consejera cuando había leído los mensajes.

         Mike todavía lo estaba haciendo cuando ella habló:

         --¿Esa tablet tiene opción de conferencia multimedia? 

         --Eh, no. Es muy sencilla.

         --Trataré de conseguirte otra mejor --repuso ella, poniéndose en pie--. Hasta pronto.

         Mike hizo un gesto de despedida, y la mujer abrió la puerta. Los guardias se cuadraron y luego, cerraron la puerta tras ella.

    .../:::

  • editado junio 2018

    .../...

         El chico volvió a su tablet y ocupó su tiempo cruzando algunos mensajes y haciéndose cargo de la situación.

         Carlos y Lisy, junto con Bansky y Parslik, habían comenzado un nuevo proyecto, preparándose para su reunión con el Consejo de Tierra Libertad. Parslik, aquel genio tímido, había urdido un proyecto y, por loco que pareciera, a los pandilleros, chicos y chicas, les había encantado: había fundado una nueva Zona: Parslankia. Un lugar virtual donde las personas que no se sentían a gusto ni en las zonas ni en las pandillas, ni en los territorios fronterizos, podían comunicarse y pertenecer.

         Parslankia era un lugar virtual donde se discutía qué uso dar al invento, o cómo usarlo para conseguir nuevos inventos, materiales para nuevos proyectos, módulos prefabricados para construir viviendas dignas o escuelas, androides profesores o que ayudasen en las tareas pesadas y rutinarias, mientras ellos y ellas se ocupaban de diseñar un mundo futuro.

         Bansky estaba emocionado: había soñado algo así toda su vida. Parslik estaba tan enfrascado en su proyecto, que olvidaba incluso comer. Los jóvenes más cercanos al lugar donde se habían refugiado acudían como si fuera un gurú capaz de dar sentido a sus vidas. De pronto, sus condiciones de vida precaria iban a cambiar radicalmente.

         Los primeros días de su proyecto hicieron surgir edificios donde sólo había vertederos; escuelas donde había chabolas; una pista de aterrizaje y aparatos voladores que ellos nunca hubieran podido pagar. Ni que decir tiene que las multitudes le adoraban, al igual que a su socio, Bansky. De repente, el templo antiguo se vio rodeado de edificios de última generación, surgidos de la tierra y las piedras. El terreno se iba nivelando, conforme su materia se transformaba en todo tipo de instalaciones. La varita funcionaba a pleno rendimiento durante los períodos útiles, y ellos cuatro se dedicaban a disfrutar de la euforia juvenil reinante durante sus períodos de carga.

         Algunos de los llegados desde otras pandillas colaboraron en la transformación con las réplicas de las varitas, entrenándose para cuando debieran aplicarlas en sus lugares de origen.

         Mike vio todo ello en las fotos que le enviaron, y se hizo una idea por sus mensajes. Con cierta envidia sintió la misma euforia que los parslandys, como Parslik había llamado a sus integrantes, que se apuntaban desde todas las zonas y territorios.

         Y pensó lo inteligente que era esa maniobra: cuando acudieran a negociar, ya no serían unos cuantos jóvenes soñadores e inadaptados, sino un pueblo, una identidad, un sueño.

         Y el sueño se llamaba Parslankia.

    .../...

    (Nota del autor: Parslankia ya existe. Parslik la ha fundado:

    https://sites.google.com/site/parslankia/ )

  • Se trata de un experimento. Espero que les guste. Saludos.
  • Estuvo chulo, muchas gracias por llevarlo hasta el final
  • ¿Final? ¿Qué final? Es el principio.
  • editado junio 2018

    Estaba poniendo a punto una wiki sobre Parslankia, pero la he desconectado. Pero he aprendido mucho en eso. Lo que sí les puedo dejar es la foto de grupo (je, je) de arriba abajo y de izquierda a derecha: Parslik, Carlos, Jessy, Lisy (en una tablet), Mike y Bansky.

    Saludos, en breve retomaré la narración.

    Saludos.

  • Había entrado en el site de parslankia, mucho te lo trabajas...
  • .../...

         En la Zona desde la cual había huido el grupo inicial, no tardó en detectarse tal inusual crecimiento. Los satélites enviaron una lastimera alerta a las consolas del Gobierno de Zona, y el general Nicholas Brain no tardó en enterarse.

         Mesándose los cabellos, acudió al llamado del Gobernador. Llamó a su puerta y recibió permiso desde dentro.

         El gobernador Klaus se levantó para recibirle, y le indicó una de las sillas. La sala de audiencia estaba vacía.

         Bien, físicamente estaba vacía, pero el general Brain no tardó en percatarse de que una unidad de comunicación multicanal estaba encendida ante el asiento del Gobernador. Klaus formuló una orden verbal y el aparato lanzó un haz de luz, formando imágenes frente a los lugares donde, habitualmente, se sentaban los ministros.

         No era un hombre dado a ojear la prensa en ninguna de sus formas, pero reconoció de inmediato a varias de las figuras holográficas: eran Gobernadores de otras Zonas.

         --General, le presento al Consejo de las Zonas Unidas --presentó, recitando sus nombres por orden de asiento.

         El militar saludó con un escueto movimiento de cabeza. La Política no era lo suyo.

         --Conoce la situación en Tierra Libertad, supongo, y territorios cercanos --. Era una afirmación retórica: por supuesto que la conocía--. Puede tener consecuencias catastróficas para la Economía Mundial --prosiguió Klaus.

         El general asintió. Una de las figuras semiespectrales, un hombre, habló:

         --El impacto de ese invento puede dejar sin trabajo a millones de personas. Los intercambios económicos entre las zonas colapsarán, pues no habrá necesidad de comercio.

         --Pero eso será porque ya no habrá necesidades de ningún tipo. Podremos dedicarnos a fines más elevados --repuso otro de los hologramas, una mujer rubia.

         --Eso elimina también la necesidad de la mayor parte de los ministerios --añadió con una leve sonrisa otra mujer. Morena y de cabellera larga.

         --Nosotros nos arruinaríamos --indicó un hombre de rasgos asiáticos.

         --No importa. Arruinarse sin que falte de nada no es arruinarse --reiteró la mujer rubia--. Si no hay necesidades, ¿qué importa el dinero?

         Aquella perspectiva pareció causar malestar a varias de las figuras. Un hombre incluso pareció que iba a vomitar, pero se controló.


         Siglos de intereses, de familias poderosas, de negocios lucrativos, podían ver cambiada su forma de vida en poco tiempo. Quizá, en el mejor de los casos, unos cuantos años.

         --Si no hay necesidades, el Género Humano dejará de esforzarse. Será la muerte lenta en la molicie --exclamó un hombre alto de gran cráneo y poco pelo.

         --¡Tonterías! Mañana mismo podríamos diseñar una nave espacial y dedicarnos a explorar el Espacio --dijo una mujer más joven que el resto.

         --¡A quién le importa el Espacio! --exclamó el de cráneo voluminoso--. Tener todo lo que queramos será la destrucción de la civilización.

         --O ser como los demás. Quizá es a eso a lo que le temen algunos, a no acumular más que el resto, a no sentirse superiores --. La mujer rubia no parecía dispuesta a dejarse convencer.

        .../...

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