Intención
Lejos de querer protagonizar
una remake de Herodes,
intentaré liberarme de mis propios
recuerdos de la infancia
mediante un conocido exorcismo:
narrándolos en clave poética.
“Sáquese los demonios, amigazo
que adentro molestan” me diría
enfático, cierto Freud telúrico
que conozco.
Cada verso como cama de clavos
de un incómodo aunque gratuito
diván sobre el que me recostaré
para que hechos y sucesos
vayan arribando lentamente
a mi recuerdo como la luz
de las arcaicas estrellas a este mundo.
El in-fante, el “sin habla” que ahora
ventrilocuará a través de este medium
canoso de cuarenta años que como
un inmaduro chiquilín
(un boludón, al decir de sus amigos)
todavía “escribe versitos” o
pasa revista a sus figuritas del pasado.
Comentarios
Cuando estábamos en casa de la abuela
y se escuchaba la voz de un viejo que
desde la calle se asomaba por el pasillo lateral
y gritaba “¡Ameeeeelia!”
ella sin decírnoslo nos proponía jugar a las estatuas.
Así simulábamos no estar en casa,
y esa molesta visita (un viejo cuñado
que venía a buscar inversores para solventar
sus borracheras) se fuera por donde vino.
Con mi hermano, caminábamos sigilosos
por las habitaciones, mientras
sus voces y timbrazos estremecían la casa silente
y la abuela espiaba por la ventana del frente
corriendo apenitas la cortina para
verificar si el pariente borrachín
ya se había ido.
Nos divertía ese juego, pues lo jugábamos
en serio y con la abuela.
Abuela regaba las plantas del jardincito del frente,
era verano, hacía calor y nosotros (mi hermano,
un vecino y yo) jugábamos a que no nos mojaba.
La abuela se olvidaba de a ratos
de las alegrías del hogar, para
dirigirnos un chorro traicionero
cuando nos encontraba distraídos.
En eso estacionó un auto y bajó
cierto burócrata que decía responder
a la municipalidad. Anotició a mi abuela
que le haría una multa porque mientras
ella jugaba al carnaval con sus nietos,
en el centro los vecinos estaban sin agua.
Nosotros teníamos agua de pozo, es decir,
la casa se alimentaba no de la red
sino de una napa subterránea
extraída a fuerza de motor.
Pero abuela, cohibida, aceptó la multa
y claro, el entretenimiento carnavalesco
se acabó allí mismo.
Alguna vez tuve ese tubito mágico
del que desconocía su nombre:
yo sólo lo hacía girar, entre los dedos
y al acercar el ojo veía figuras fabulosas
que despertaban la curiosidad
de los otros chicos cuando me sorprendían
en la vereda, sentado sobre tapial de
la casa de la abuela, atisbando por un
telescopio que fabricaba su propio cosmos.
Nunca supe cómo llegó a mí ni cómo desapareció
pero lamento no tenerlo ahora
con la falta que me hace un catalejo niño
que me saque por un ratito
de la grisura de mi cotidianidad.
Caleidoscópico es un adjetivo
que usé mucho en mis años
de influencias neo barrocas,
tal vez, razono ahora
reminiscencias de ese juguete
que tanto extraño.
Cuando los sábados a la mañana
yo iba a buscar a mi madre a la peluquería
(quedaba a la vuelta de casa
y por eso no había que cruzar ninguna calle)
me asustaba un poco verla así
metida bajo los efectos del
secador de la permanente.
Esa máquina me incomodaba, y si bien
yo jamás había visto una electrocución
en vivo y en directo desde Texas,
algunas cosquillas atávicas me harían
ver a mi madre sentada ahí,
con el casco puesto y bajo el furor
ventoso de las turbinas. Recuerdo que
la peluquería contaba con tres lugares
y ella, como un cristo frívolo,
elegía siempre inmolarse en la silla del medio
teniendo a dos viejas pituconas
como sacrificadas adláteres.
Cierta tarde
estando en el patio
sin nada con que entretenerme
noté que sobre el borde
del tapial de la medianera
había pedazos de vidrios de botellas
incrustados de punta.
No pensé “para qué estarán”,
pensé: “el que lo trepe se va a lastimar”.
Agarré una escoba, y con el palo
traté de quitar la amenaza filosa.
Abuela me vio y me explicó:
“Ladrones. Gente mala. Ser precavidos”.
No entendí: seguí pensando
cuánto daño le haría
a quien sea.
Los juegos, la abuela, los cristales, la permanente, el caleidoscopio,..., flashes en la retina de una vida...
Gracias por la lectura, Silenus :-)
Muchas gracias otra vez, Estrofa, por tu generosidad en leerme y comentarme. Esta serie se me acabó enseguida, tal vez no revolví lo suficiente en el, como dice un humorista, "buffet Freud" de la niñez, alimento inagotable de respuestas.