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La celda 119

PipelinePipeline Pedro Abad s.XII
editado mayo 2015 en Narrativa
A ver que os parece. Lo podéis leer con un formato más "cómodo" desde mi blog. También se puede descargar en PDF. Saludos

LA CELDA 119


Era poco más de medianoche. Estábamos todos reunidos en el salón, sentados en círculo, con las luces apagadas y hablando en susurros, porque se había decretado el toque de queda. Los militares extendían las alambradas en los cruces de las principales calles, se apostaban blandiendo sus ametralladoras y los potentes focos desde las tanquetas ponían al descubierto y lo que era peor, a tiro, a cualquiera que se atreviese a salir durante las horas nocturnas.
Mientras, nosotros seguíamos pensando en lo que hacer, en cuál sería nuestro siguiente movimiento. Yo miraba las paredes en silencio, asentía a casi todo lo que decían mis compañeros. Hasta que crujieron los goznes de la puerta y hubo muchos gritos y golpes. Luego nos hicieron subir a una camioneta, nos cubrieron la cabeza y durante un tiempo indeterminado sólo se escucharon nuestros sollozos.

Ahora miro mi celda, después de tantos años. Qué decrépita, inofensiva y triste parece. Incluso dan ganas de rehabilitarla, tapar sus grietas, recoger los escombros, fregar el piso y pintar las paredes de blanco. Pero cuando aquella noche me arrojaron dentro, cerrando la puerta con tres vueltas de llave y me tuve que arrastrar a tientas, frotándome las muñecas que me dolían por las esposas, hasta encontrar la cama, sentí que había caído en la húmeda y fétida boca de un monstruo. Intenté recomponerme, ignorando los gritos de pánico que se filtraban a través de sus gruesas paredes, cerré fuerte los ojos, respiré profundamente y traté de dormir.
A las pocas horas se encendió la luz y me sacaron de la celda, casi en volandas. En el pasillo, había una larga fila de personas, la mayoría encapuchadas, algunas de pie, otras de rodillas. Y al final una pequeña habitación, con varios militares arremangados extrayendo confesiones a cuchillo. Era un auténtico matadero, con cadenas pendiendo del techo, vísceras y restos de sangre por todas partes.

He accedido a visitar el centro de detención otra vez, quince años después del golpe militar y explicar mi experiencia a los visitantes. Me dicen que las nuevas generaciones deben saber. Y yo les enseño, les muestro la cama desolada, las paredes todavía llenas de inscripciones. Todos escuchan en silencio, palpan los desconchones, observan con pavor la pesada puerta de hierro, el cerrojo inutilizado, los restos de sangre seca, eso les parece a ellos, en el pavimento.
Avanzo con los visitantes por los pasillos del centro de detención, desgrano mi historia, contemplo la misma ruinosa habitación, la misma cama desvencijada, una y otra vez. En la entrada una placa, con muchos nombres y apellidos. Recorro con el dedo la fría lápida de mármol negro y paro un segundo en aquellas personas familiares, entorno los ojos hasta recordar su cara, el contenido de nuestras conversaciones, los lazos que me unieron a ellos en algún momento del pasado y me invade un terrible deseo de desaparecer a mí también, de reunirme con ellos para siempre.
Muy pocos podemos dar hoy testimonio. Esta habitación bien podría ser cualquier otra cosa si mi recuerdo no la dotara de contenido. Me pregunto por qué mi nombre no está en esa lápida. ¿Qué dije o qué confesé, bajo el hierro candente, tras las descargas eléctricas, sumergido en la bañera, con la pesada bota de cuero aplastándome la cara? Siempre temo la pregunta, ¿Usted cómo logró sobrevivir? Percibo las miradas cambiantes. El rayo de ironía de unas bocas que pasan del espanto y la lástima a la reprobación o la suspicacia. Y lo peor es que no tengo respuesta. Simplemente se hartaron de matar. A unos pocos nos dejaron correr, pero antes sembraron en nosotros la semilla del terror, para que la fuéramos esparciendo.

Nunca pude volver a ser el mismo, allí me quedé, impreso en los muros de yeso de la celda, formando parte de la sombra tenebrosa que todavía hoy proyecta la cama, en cada rincón, hecho añicos, diseminado, en cada partícula de mis compañeros reducidos a polvo, consumidos en las zanjas regadas con cal.

Comentarios

  • evilaroevilaro Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2015
    Creo que muchas cosas merecen ser
    recordadas y muchas olvidadas.

    Me ha gustado la historia.

    No sé si yo, estando en su lugar volvería
    al sitio del dolor.

    Saludos

    Emilio
  • PipelinePipeline Pedro Abad s.XII
    editado mayo 2015
    Gracias Emilio por leer mi relato. Por lo que leí para documentarme, es difícil la convivencia del superviviente con su propio pasado. De hecho, la mayoría opta por olvidar y oculta lo que vivió incluso a sus seres queridos.
    Un saludo.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado mayo 2015
    Mejor ni recordar, ojala se pudiera olvidar todo lo malo que nos pasa:eek:
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