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La carta de Klaudia

ordetordet Pedro Abad s.XII
editado agosto 2014 en Narrativa
F……, 17 de agosto de 1942

Querido Jarek,

Imagino tu cara de sorpresa cuando recibas esta carta, - Dios quiera que así sea - preguntándote cómo he podido dar contigo. No es ningún secreto: el otro día, el bueno de Piotr, el ganadero, nos trajo noticias de Varsovia; después me llevó aparte y me dijo que te había encontrado y que estabas bien. No sabes cuánto llegué a alegrarme. Aquí en la aldea, los alemanes nos dejan en paz mientras no demos problemas, pero sé que en la capital las cosas son diferentes. Yo pido a nuestro Señor que no te metas en muchos líos, Jarek, porque tu carácter es exaltado y toda prudencia es poca en los tiempos que nos ha tocado vivir.

Hace unos días, Jania, la esposa del intendente y Ludka, la viuda de Konstantin, vinieron a visitarme, preocupadas por mi suerte. Les dije que entre tú y yo no había vinculación alguna desde que pasó lo que pasó, y que para mí era un alivio tu viaje repentino ya que la distancia acostumbra a poner las cosas en su sitio. Las dos viejas asintieron y se alejaron cuchicheando entre ellas, convencidas de que yo ya estaba curada del disgusto y que tú ya no existías para mí.

Pero la verdad es otra; la verdad es que yo te sigo queriendo, Jarek, a pesar de todo. Y te perdono, te perdono y te quiero.
Todos desearíamos tachar algunos pedazos de nuestro pasado; esos momentos espantosos que nos persiguen y nos atormentan. Yo daría media vida por borrar de mi memoria aquel instante en que llegué a tu casa y te insulté y te escupí delante de toda tu familia. Recuerdo que permaneciste inmóvil, con la cabeza gacha, aceptando la culpa y el castigo. Pobre Jarek. Ahora te pido perdón por aquello y te suplico que comprendas; no era yo, sino un corazón herido y desesperado el que actuaba así. Después, cuando te fuiste, anduve durante semanas como un alma en pena, paralizada por la rabia y la tristeza. De noche no dormía; repetía tu nombre como una letanía y lloraba, lloraba, lloraba.

Un día se me acabaron las lágrimas y mis padres, aliviados, me vieron retomar las faenas de la casa, como si nada hubiera ocurrido. Yo creo que el dolor es una fiera salvaje; a veces nos devora y otras veces se deja domesticar y vive en el interior de nosotros para siempre.

Y ahora, Jarek, debo explicarte algo.
Tres meses después de que te fueras, el domingo de Ramos por la mañana, los camiones despertaron a la aldea entera. Al poco rato, el barrio judío se llenó de gritos, golpeteo de puertas y trajín de soldados, arriba y abajo. Nadie entendía lo que estaba pasando hasta que, a eso del mediodía, la calle mayor fue ocupada por una muchedumbre que acarreaba bultos y maletas, camino del apeadero. Ninguno de nosotros se atrevió a salir de casa, pero desde las ventanas, ocultos tras los visillos, contemplábamos aquella procesión flanqueada por soldados. La mirada aterrada de los más pequeños y el paso apurado de los ancianos me encogieron el alma.

Cuando las calles quedaron desiertas, algunos vecinos salimos corriendo para ver como acababa aquello. En el apeadero, junto a un convoy de mercancías, un oficial con uniforme negro gritaba órdenes en polaco a través de un altavoz para que la gente fuera ocupando los vagones. Imagínate, Jarek, a todos los judíos de la aldea, - debía de haber más de trescientos- agrupados en el terraplén que hay frente al andén y apretujándose como arenques para subir al tren. Todos perplejos, todos jadeando de puro miedo.

Fue entonces cuando Sofia, la modista, que me había acompañado hasta allí, me tomó del brazo y me susurró al oído: ahí la tienes. Pero yo ya la había descubierto entre la multitud; hubiera reconocido aquel rostro aunque se ocultara entre todas las ánimas del infierno. Caminaba junto a sus padres, con una maleta en cada mano, mirando al frente, sin ver; consciente de que jamás iba a regresar de aquel viaje. Me pareció una princesa en marcha hacia el destierro, y entendí, Jarek, que te enamoraras de aquella mujer, porque era la criatura más hermosa de entre todas las hermosas judías de nuestra aldea, más hermosa que cualquiera de nuestras jóvenes polacas, más hermosa que yo.

Nunca la vi tan bella como en aquella tarde, cuando la miel de su cabello resplandecía entre la masa oscura de hombres y mujeres desesperados. Y aunque siempre la había odiado por el lugar que ocupaba en tu corazón y por su belleza, no la odié en ese momento. En cambio, pensé en ti, Jarek, comprendí que lanzaras por la borda nuestros años de noviazgo, nuestros proyectos de boda, la ilusión de nuestras familias, nuestro futuro, para entregarte a los brazos de aquella mujer espléndida. Cuando se encaramó al vagón y se dejó engullir por las tinieblas, sentí lástima por ti, Jarek.

Mientras el tren se alejaba, Sofía reanudó el cuchicheo (porque ni siquiera en momentos como aquel puede cierta gente resistirse a murmurar sobre los amoríos entre un polaco y una judía): que si dicen que está embarazada, que si parece que su padre la quería rapar al cero pero la madre se opuso, que si el rabino la reprobó públicamente… Yo no quise escuchar más y me fui a casa.

Al anochecer, el suceso fue celebrado por algunos aldeanos. Lo sé porque desde mi cama pude oír proclamas vergonzosas en boca de borrachos y música de baile. Yo pasé la noche en vela, pensando en ti.

Han transcurrido cuatro meses y los judíos no han vuelto; yo no creo que regresen jamás a la aldea. Hay rumores sobre su suerte que me ponen los pelos de punta pero yo no quiero saber nada; bastante padecemos ya con esta guerra como para añadir sufrimiento con chismes y figuraciones.
Ahora el Ayuntamiento tiene intenciones de subastar las mejores viviendas del barrio judío y mi padre se ha interesado por el viejo caserón del herrero Leitner; dice que le gustaría verme viviendo allí, cuando me case.

Pero yo no me casaré nunca, Jarek, porque mi corazón está contigo en Varsovia o donde quiera que tú estés. Tal vez algún día, cuando acabe esta guerra, podamos recomponer nuestras vidas de nuevo, sin obstáculos entre nosotros, libres para realizar todas nuestras ilusiones.

Mientras tanto, Jarek, yo seguiré esperándote.

Que Dios te bendiga y te proteja de todo mal.

Tuya para siempre.


Klaudia.

Comentarios

  • LilyJalileLilyJalile Fernando de Rojas s.XV
    editado agosto 2014
    Buen relato. El género epistolar es difícil de domar, pero cuando se logra, confiere una vividez y una complicidad particular, que envuelven al lector y lo ponen in situ sin intermediarios. Muy bueno.
  • ordetordet Pedro Abad s.XII
    editado agosto 2014
    Gracias, LilyJalile
  • Nae SirudNae Sirud Juan Boscán s.XVI
    editado agosto 2014
    ordet escribió : »
    Yo no quise escuchar más y me fui a casa.

    Tiene su retranca, la Klaudia. No quise escuchar más, pero ya te lo fui diciendo todo...

    .. sobre todo, que ya la puedes ir olvidando.
  • ordetordet Pedro Abad s.XII
    editado agosto 2014
    Si, la Klaudia es todo un personaje. La imagino rubia, hermosa, pero con manos fuertes, algo masculinas, y un destello de frialdad en su mirada azul.
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