¿Ves Moisés? si hubieras terminado el libro ya tendría un excelente regalo que comprar para estas fiestas....tendremos que esperar al año que viene ¡Suerte!
-¡Un avión, un avión!- gritaba José a la mañana siguiente.- Un avión ¡Estamos salvados!
-¿De qué están salvados?- me preguntó Pina.
-No lo sé. Son así. Creo que entre ellos se entienden.
Branca no compartía su ilusión. José se lanzó, dispuesto a besarla, pero no pudo. Ella apartó la cabeza.
-Un avión, sí, un avión. Y entonces ¿qué?
-¿Qué?- repitió él sin entender la pregunta- Que podremos volver a Madr... a Portugal.
-¿Y para qué volver? Yo quiero estar contigo ¿entiendes? ¡Contigo!
-Pero... pero. Escucha, somos un matrimonio, ¿recuerdas? Vivimos juntos.
-No. ¡No somos un matrimonio!
-Branca. Escucha...
-¡Que no me llames Branca!
-¿Te das cuenta del entorno? No estamos solos.
-Ya me da todo igual.
Se acercó a nosotros.
-Ni somos matrimonio ni me llamo Branca. Soy María. Me llamo María. Y él es José ¿de acuerdo?
-Sí, sí. A mí me da igual- respondí.
-¿Y si tienen un niño, cómo le llamarán?- me preguntó Pina, y rompió a reír.
-Pero, cariño, no era necesario...
-Sí. sí lo era. Estoy harta de tanta mentira. No volveré a decir que soy portuguesa, nunca más ¡lo juro!
-Pero entonces, ¿no eres portuguesa?- pregunté.
-¡Que te calles!
-¿Qué tal la rata, cariño?- interrumpió Pina.
-Un poco dura- respondí yo.- Pero no interrumpas, que esto está interesante.
-Otro avión, otro avión- dijo José.
-Es habitual cerca de un aeropuerto- dijo Pina.
-¿Un aeropuerto? ¿Dónde? ¿Dónde?
Me levanté y le cogí del hombro.
-Estimado José- le dije- basta con que sigas el avión con la mirada. Allí donde veas que aterriza, allí estará el aeropuerto.
-Sí, claro, es lo habitual.
!Indudablemente,creo que la 1ª parte es la mejor!.Me recuerda a una de las definiciones que se daban en mis años escolares del Epigrama:A la abeja semejante para que cause placer,/el epigrama ha de ser,/pequeño,dulce y punzante.
Encierras ironia en pocas frases.Julio Camba,autor de primeros del siglo XX,tiene muchas obra de ese humor fino.Al leer tus relatos,me ha hecho recordar su obra
"Viajes de Una Peseta" donde habla de esa Alemania que tu cantas,Hay quien afirma,que el espiritu prusiano lesiono en gran manera la idesincracia bavara
Me gusta la soltura que tienes al escribir.Para mi (!que sea un secretillo entre los dos!) que el primer capitulo si lo tenias meditado.Algunos de los siguientes,han ido saliendo de forma improvisada.Has rectificado y en los ultimos si tienes una trama.Existe una idea en lo personajes de los portugueses que nos iras dando a conocer.Encauzados los detalles,creo ira mejorando
!Saludos! Visionario
Pues, la verdad, es que los primeros diez capítulos (primero incluído, claro) los escribí del tirón en un viaje de Tenerife a Madrid. Me aburría mucho en el avión
-Ese aeropuerto- dijo Pina- es el de Dresde.
-¿Es bonito Dresde?- pregunté, distraído.
-Dresde- Noté cómo se le erizaban los cabellos- ¡Dresde es el infierno!
Abrió los brazos como si se tratase de un águila. Dio dos saltos y cayó sobre las puntas de los pies. Yo estaba sorprendido por su flexibilidad.
-Las grandes guerras que azotaron al mundo- gritaba como una poseída- La guerra de los treinta años, la guerra de los siete años, las guerras mundiales, todas tuvieron lugar en Dresde.
-Bueno. Las guerras mundiales tuvieron lugar en todo el mundo ¿no?- dijo María.
-Pero en Dresde tuvieron su apogeo.
Pina se agachó y cogió una piedra.
-Febrero de 1945. Los cielos se tornan oscuros. Y entonces...
Sujetó la piedra con las dos manos. La aplastó con las palmas. Hizo un esfuerzo titánico, la sangre se agolpó en las falanges. Pero la piedra seguía entera.
-¿Entonces?
-Entonces todo se volvió arena- dijo. Y tiró la piedra.- Afortunadamente no tenemos que entrar en la ciudad.
-A mí me gustaría verla- respondí yo.
-¿Qué has querido decir?- preguntaba.
-¿Acaso no me has entendido?
-Si. Pero ¿cómo lo sabes?
-Soy un poco bruja.
-Entiendo. Pero ¿y si...? ¿Y si nunca entro en Dresde?
-Si no entras ¿qué?
-Si no entro. ¿Qué ocurrirá conmigo?
-¿Qué quieres que ocurra?
-No lo sé. ¿Seré eterno? ¿Seré Dios?
-Ya eres Dios para mí.
Se giró y me besó en los labios. Noté un regusto extraño, como a queso azul, pero no dije nada.
-No me respondes- protesté- ¿Seré inmortal?
-¿Inmortal? Yo soy inmortal- dijo Pina- tú nunca podrás serlo.
-Pero, si no entro en Dresde, no moriré nunca. Tú misma lo dijiste.
-Tal vez algún día- replicó- te sientas tan débil que viajes tú mismo a Dresde para encontrar tu final.
Cerré la mandíbula de rabia, y dejé que continuase su camino. A los pocos pasos me alcanzaron los portugueses, que comentaban la profecía de Pina.
-¡Salve, inmortal!- dijo José, en tono de burla.
-Ya es aburrida la existencia, como para vivir eternamente- añadió María.
-¿Eso crees?- pregunté, sorprendido.
-Te levantas, trabajas, comes y duermes. ¿Dónde está lo emocionante?
-Y follas- añadió José.
-A veces. Y siempre con prisas.
-Pero, vosotros ¿sois pareja o qué sois?
-Dos idiotas.
Pina lanzó una piedra que me golpeó en el estómago. Estaba sobre un promontorio, observando el horizonte. Así colocada, casi flotando, tenía un aire a profeta bíblico. Nos acercamos a ella. Cuando estuvimos a su lado señaló con el dedo anular y dijo:
-Te digo que ahí no bajo.
-Pero si no está en Dresde.
-Que yo no quiero morir.
-A ver, niñito- me dijo Pina- se le llama aeropuerto de Dresde, pero es el distrito de Klotzsche.
-¿Y ahí no moriré?
-No. En Klotzsche no.
-En ese caso...
Seguimos camino adelante. A nuestra espalda los portugueses se repartían el futuro.
-Entonces tú te llevas la mitad del dinero. Coges un vuelo a Madrid, y regresas a tu casa.
-¿Y tú?
-Yo me quedo a esperar al siguiente. O mejor, volaré a Lisboa.
-¡Que manía con Lisboa!
-¡Qué quieres! Es la mejor forma de despistar a mi mujer. Apostaría a que me está esperando en el aeropuerto.
-¿No tiene otra cosa que hacer?
-Francamente, no.
-Entonces ¿estará allí?
-Estoy seguro.
-Pues si se acerca a mí, yo... yo...
-Tú la saludas.
-No. Porque tratará de olerme. Y reconocerá que he estado contigo. Mejor salgo corriendo.
-¡Qué tonterías dices! No va a olerte.
-Ya lo hizo otra vez ¿recuerdas?
-Sí. Es verdad. A veces parece un perro.
-¿Y si...? ¿Y si nos olvidamos de ella y nos quedamos aquí para siempre?
-¿Aquí? ¿En el monte?
-No. Aquí. En este país. Podíamos visitar Baviera.
-No digas tonterías.
-¿Por qué? Yo ya me he acostumbrado.
José, molesto, avanzó hasta mí.
-¡Mujeres! Tan maravillosas... - dijo, como si en esa palabra estaba toda su opinión sobre ellas.
-Y tan observadoras.
-Saben lo que pensamos.
-Y, sobre todo, lo que callamos.
-Nos analizan. Somos un pedazo de trapo entre sus brazos. Pero son tan necesarios...
En ese instante nos giramos. Él para mirar a María, yo para observar a Pina. Ambas parecían recogidas en sus pensamientos. Y sin embargo ambas nos miraron, a la vez, con una sonrisa que parecía confirmar nuestras sospechas.
-Será mejor que no digamos nada más.
-Mejor será.
Y seguimos camino adelante, silbando, como si no tuviéramos nada importante que decir.
Llegamos al atardecer al aeropuerto. Yo había propuesto descansar, pero José tenía ganas de subirse a un avión y abandonar el país, así que forzamos las piernas.
-Halt!- dijo un policía alemán cuando nos acercábamos a la terminal 1. Se trataba de un control de rutina.
-Halt!- dijo José, con una sonrisa. Y siguió avanzando.
-Halt!- repitió el policía, sacando la porra.
-¿Qué hace su amigo?
-No lo sé- repuse.
José repitió “halt” de nuevo, y superó al policía. Éste se giró, y de un golpe lo tumbó en el suelo. En diez segundos estábamos retenidos en una sala cercana.
-¿Qué he dicho?- preguntó José, magullado por el golpe.
-Halt no es un saludo- le dije en voz baja.- Es su forma de decir que te detengas.
-¡Y yo qué sé!
-¡Joder!- dijo María- si la usamos en el taxi.
-Vale, pues no me acuerdo.
-Halt es alto- prosiguió María- joder, si suena casi igual.
-¡Pues para mí no!
-Chicos, dejen de discutir, o nos meteremos en un lío más grande- dijo Pina.
-¿De qué pueden acusarnos?
-No lo sé. Pero recuerda que buscan a tres españoles que golpearon a un taxista- y me guiñó un ojo.
-Pero nosotros- dijo María- nosotros somos portugueses.
-¿Otra vez con eso?- dijo el magullado- ¡No somos portugueses! Tú misma lo dijiste.
-Lo seremos durante un rato, ¡y calla!
Entró un tipo gordo con un maletín. Lo dejó sobre la mesa, se desabrochó la chaqueta y se acercó a nosotros.
-¡Qué placer encontrar unos compatriotas!- dijo con una enorme sonrisa.
-¡Es una trampa!- susurró Pina- Fingid que no lo entendéis ¡Es una trampa!
-Permitid que me presente- prosiguió el gordo.- Me llamo Luis Carlos, pero aquí todos me llaman Escalope. ¡Escalope! Jajajaja ¿Lo entendéis? Luis Carlos lo confunden con Escalope. O bien será por mi gordura, todo es posible. Pero como yo digo, no soy gordo, simplemente que tengo mucha largueza. ¿Eh? O más bien no se diría largueza, ¿cómo sería la palabra exacta? Vaya, no sabría decirlo.
José iba a ayudarle, pero un codazo de María le secó la lengua.
-Vamos, chicos- prosiguió Escalope- dejémonos de bromas. Conozco muy bien a los españoles. Son ruidosos y festivos.
Aquella afirmación casaba muy poco con nuestro silencio.
-¡Ajá! Así que usted me ha entendido- dijo Escalope, y se acercó a él. José temblaba de miedo- Pues dígame, ¿qué le trae por este país, amigo?
-Halt!- dijo José, y se echó a reír.
-¿Es bobo?- preguntó Escalope.
-No entiende nada de lo que dice.
Escalope se llevó la mano a la barbilla, que tenía encharcada en sudor. Después se secó la mano en el pantalón.
-Llevo diez años en la policía. Y en estos diez años he ascendido cuatro veces. ¿Y saben por qué? Porque soy listo, muy listo. Sé reconocer a un culpable en cuanto lo veo- mientras hablaba pasaba sus ojos inquisidores ante los nuestros, buscando algún tipo de culpabilidad.- Y aquí veo tres culpables y una señora que...
-¡Señor Escalope!
-¡Ya le he dicho que Luis Carlos!
-Pues bien, Luis Carlos Escalope, que sepa que yo de señora nada, señorita, y por poco tiempo.
-¿Cómo dice?
-Este caballero que tiene aquí ha venido desde Portugal con la intención de casarse conmigo.
-¿Él?- preguntó mirándome a los ojos.
-Sí. Él.
-Humm. No parece muy probable. La diferencia de edad...
Pina me cogió en un arrebato y nos dimos un beso largo, ruidoso y asfixiante, que me dejó buscando aire para recuperar aliento.
-No puedo negar que algo de pasión hay- dijo Escalope- pero estos dos...
-Son testigos de la boda.
-Entiendo. Y también son portugueses.
-De la frontera con huelva- dije yo, y de pronto comprendí que hubiera sido mejor permanecer callado.
-¡Ajajá!
Escalope levantó las manos en señal de triunfo. Después añadió.
-¿Qué más pruebas necesito?
Se giró sobre sus pasos y dio una orden en alemán. Pina cayó a mis pies, destrozada.
-Lo siento.
-¡Animal!- gruñó José.
-Imbécil- respondí yo, recordando que por su culpa estábamos metidos en ese embrollo.
-Está todo perdido- dijo Pina- ¡Ha mandado llamar al taxista!
-¡Al contrario!- gritó María, en
medio del desánimo general.- Que venga el taxista es una buena
noticia.
-¿A qué te refieres?
La rodeamos, ansiosos, para entender su
propuesta.
-Sólo tenemos que conseguir que nos
reconozca.
Nos apartamos, desilusionados, aquello
era tan obvio como imposible.
-No, no. Escuchadme. ¿Qué puede
recordar de nosotros? Vagamente las caras. Y tal vez la ropa. Pero
¿qué ocurriría si la ropa no se correspondiese con la cara?-
silencio- ¿algún voto en contra?
Nadie votó en contra. Ni a favor.
Ninguno entendíamos la propuesta.
-Pues bien. Si ellos se intercambian la
ropa...
-¿Cómo?
-Le confundiremos.
-No pienso hacerlo.
-Ni yo.
-Es absurdo.
-A ver, chicos, no habéis entendido
nada. Tú ibas con él delante en el taxi.
-Sí, claro.
-¿Qué pudo observar? A lo sumo tu
camisa blanca.
-Seguramente.
-Pues te pones la de José, que es
negra. Eso tiene que despistarle.
José y yo nos miramos. La idea parecía
estúpida. Pero era la única posibilidad. Intercambiamos la camisa.
A mí me sobraba por los brazos.
-¡Gran problema!- dijo María, y me la
arremangó.
-Sí, ¡pero a mí no me llega!
José mostraba gran parte de los brazos
fuera de la camisa. María tiró de las mangas.
-Agradecería que no me la rompieras.
Ten en cuenta que mi equipaje está en un hotel de Berlín al que no
sabemos volver.
Crujió una de las mangas. María
abandonó su intento.
-Haz una cosa- dijo- mete las manos en
los bolsillos.
-¿Ahora?
-Hasta que se vaya el taxista.
José lo hizo, de mala gana. En ese
instante se abrió la puerta.
Comentarios
-¡Un avión, un avión!- gritaba José a la mañana siguiente.- Un avión ¡Estamos salvados!
-¿De qué están salvados?- me preguntó Pina.
-No lo sé. Son así. Creo que entre ellos se entienden.
Branca no compartía su ilusión. José se lanzó, dispuesto a besarla, pero no pudo. Ella apartó la cabeza.
-Un avión, sí, un avión. Y entonces ¿qué?
-¿Qué?- repitió él sin entender la pregunta- Que podremos volver a Madr... a Portugal.
-¿Y para qué volver? Yo quiero estar contigo ¿entiendes? ¡Contigo!
-Pero... pero. Escucha, somos un matrimonio, ¿recuerdas? Vivimos juntos.
-No. ¡No somos un matrimonio!
-Branca. Escucha...
-¡Que no me llames Branca!
-¿Te das cuenta del entorno? No estamos solos.
-Ya me da todo igual.
Se acercó a nosotros.
-Ni somos matrimonio ni me llamo Branca. Soy María. Me llamo María. Y él es José ¿de acuerdo?
-Sí, sí. A mí me da igual- respondí.
-¿Y si tienen un niño, cómo le llamarán?- me preguntó Pina, y rompió a reír.
-Pero, cariño, no era necesario...
-Sí. sí lo era. Estoy harta de tanta mentira. No volveré a decir que soy portuguesa, nunca más ¡lo juro!
-Pero entonces, ¿no eres portuguesa?- pregunté.
-¡Que te calles!
-¿Qué tal la rata, cariño?- interrumpió Pina.
-Un poco dura- respondí yo.- Pero no interrumpas, que esto está interesante.
-Otro avión, otro avión- dijo José.
-Es habitual cerca de un aeropuerto- dijo Pina.
-¿Un aeropuerto? ¿Dónde? ¿Dónde?
Me levanté y le cogí del hombro.
-Estimado José- le dije- basta con que sigas el avión con la mirada. Allí donde veas que aterriza, allí estará el aeropuerto.
-Sí, claro, es lo habitual.
-Sí, claro, es lo habitual.
jajajjaa Moisés
Encierras ironia en pocas frases.Julio Camba,autor de primeros del siglo XX,tiene muchas obra de ese humor fino.Al leer tus relatos,me ha hecho recordar su obra
"Viajes de Una Peseta" donde habla de esa Alemania que tu cantas,Hay quien afirma,que el espiritu prusiano lesiono en gran manera la idesincracia bavara
Por cierto, se entiende el chiste del hijo? Tengo la impresión de que no, podría reescribirlo!
!Saludos! Visionario
Del chiste del hijo...!Es mejor no herir susceptibilidades!
el resto sí lo he meditado un poco más.
-Ese aeropuerto- dijo Pina- es el de Dresde.
-¿Es bonito Dresde?- pregunté, distraído.
-Dresde- Noté cómo se le erizaban los cabellos- ¡Dresde es el infierno!
Abrió los brazos como si se tratase de un águila. Dio dos saltos y cayó sobre las puntas de los pies. Yo estaba sorprendido por su flexibilidad.
-Las grandes guerras que azotaron al mundo- gritaba como una poseída- La guerra de los treinta años, la guerra de los siete años, las guerras mundiales, todas tuvieron lugar en Dresde.
-Bueno. Las guerras mundiales tuvieron lugar en todo el mundo ¿no?- dijo María.
-Pero en Dresde tuvieron su apogeo.
Pina se agachó y cogió una piedra.
-Febrero de 1945. Los cielos se tornan oscuros. Y entonces...
Sujetó la piedra con las dos manos. La aplastó con las palmas. Hizo un esfuerzo titánico, la sangre se agolpó en las falanges. Pero la piedra seguía entera.
-¿Entonces?
-Entonces todo se volvió arena- dijo. Y tiró la piedra.- Afortunadamente no tenemos que entrar en la ciudad.
-A mí me gustaría verla- respondí yo.
Pina se volvió, y dijo.
-Si entras en Dresde, jamás saldrás con vida.
Después siguió caminando.
¡Ahí dándolo todo! ¡Tremendo Moisés!
Hombre, ya que escribiste algunos capítulos en un avión de Tenerife a ...., podrías haber hecho una paradita en Gran Canaria.
Pero si vuelvo por las canarias te aviso!!!
Amparo, ufff, lo tuyo es más difícil. Si quieres quedamos mejor en medio. Ah, no, calla, que en medio está el océano :rolleyes2:
Corrí detrás de Pina, preocupado.
-¿Qué has querido decir?- preguntaba.
-¿Acaso no me has entendido?
-Si. Pero ¿cómo lo sabes?
-Soy un poco bruja.
-Entiendo. Pero ¿y si...? ¿Y si nunca entro en Dresde?
-Si no entras ¿qué?
-Si no entro. ¿Qué ocurrirá conmigo?
-¿Qué quieres que ocurra?
-No lo sé. ¿Seré eterno? ¿Seré Dios?
-Ya eres Dios para mí.
Se giró y me besó en los labios. Noté un regusto extraño, como a queso azul, pero no dije nada.
-No me respondes- protesté- ¿Seré inmortal?
-¿Inmortal? Yo soy inmortal- dijo Pina- tú nunca podrás serlo.
-Pero, si no entro en Dresde, no moriré nunca. Tú misma lo dijiste.
-Tal vez algún día- replicó- te sientas tan débil que viajes tú mismo a Dresde para encontrar tu final.
Cerré la mandíbula de rabia, y dejé que continuase su camino. A los pocos pasos me alcanzaron los portugueses, que comentaban la profecía de Pina.
-¡Salve, inmortal!- dijo José, en tono de burla.
-Ya es aburrida la existencia, como para vivir eternamente- añadió María.
-¿Eso crees?- pregunté, sorprendido.
-Te levantas, trabajas, comes y duermes. ¿Dónde está lo emocionante?
-Y follas- añadió José.
-A veces. Y siempre con prisas.
-Pero, vosotros ¿sois pareja o qué sois?
-Dos idiotas.
Pina lanzó una piedra que me golpeó en el estómago. Estaba sobre un promontorio, observando el horizonte. Así colocada, casi flotando, tenía un aire a profeta bíblico. Nos acercamos a ella. Cuando estuvimos a su lado señaló con el dedo anular y dijo:
-¡El aeropuerto de Dresde!
Saludos!!!
-Te digo que ahí no bajo.
-Pero si no está en Dresde.
-Que yo no quiero morir.
-A ver, niñito- me dijo Pina- se le llama aeropuerto de Dresde, pero es el distrito de Klotzsche.
-¿Y ahí no moriré?
-No. En Klotzsche no.
-En ese caso...
Seguimos camino adelante. A nuestra espalda los portugueses se repartían el futuro.
-Entonces tú te llevas la mitad del dinero. Coges un vuelo a Madrid, y regresas a tu casa.
-¿Y tú?
-Yo me quedo a esperar al siguiente. O mejor, volaré a Lisboa.
-¡Que manía con Lisboa!
-¡Qué quieres! Es la mejor forma de despistar a mi mujer. Apostaría a que me está esperando en el aeropuerto.
-¿No tiene otra cosa que hacer?
-Francamente, no.
-Entonces ¿estará allí?
-Estoy seguro.
-Pues si se acerca a mí, yo... yo...
-Tú la saludas.
-No. Porque tratará de olerme. Y reconocerá que he estado contigo. Mejor salgo corriendo.
-¡Qué tonterías dices! No va a olerte.
-Ya lo hizo otra vez ¿recuerdas?
-Sí. Es verdad. A veces parece un perro.
-¿Y si...? ¿Y si nos olvidamos de ella y nos quedamos aquí para siempre?
-¿Aquí? ¿En el monte?
-No. Aquí. En este país. Podíamos visitar Baviera.
-No digas tonterías.
-¿Por qué? Yo ya me he acostumbrado.
José, molesto, avanzó hasta mí.
-¡Mujeres! Tan maravillosas... - dijo, como si en esa palabra estaba toda su opinión sobre ellas.
-Y tan observadoras.
-Saben lo que pensamos.
-Y, sobre todo, lo que callamos.
-Nos analizan. Somos un pedazo de trapo entre sus brazos. Pero son tan necesarios...
En ese instante nos giramos. Él para mirar a María, yo para observar a Pina. Ambas parecían recogidas en sus pensamientos. Y sin embargo ambas nos miraron, a la vez, con una sonrisa que parecía confirmar nuestras sospechas.
-Será mejor que no digamos nada más.
-Mejor será.
Y seguimos camino adelante, silbando, como si no tuviéramos nada importante que decir.
Llegamos al atardecer al aeropuerto. Yo había propuesto descansar, pero José tenía ganas de subirse a un avión y abandonar el país, así que forzamos las piernas.
-Halt!- dijo un policía alemán cuando nos acercábamos a la terminal 1. Se trataba de un control de rutina.
-Halt!- dijo José, con una sonrisa. Y siguió avanzando.
-Halt!- repitió el policía, sacando la porra.
-¿Qué hace su amigo?
-No lo sé- repuse.
José repitió “halt” de nuevo, y superó al policía. Éste se giró, y de un golpe lo tumbó en el suelo. En diez segundos estábamos retenidos en una sala cercana.
-¿Qué he dicho?- preguntó José, magullado por el golpe.
-Halt no es un saludo- le dije en voz baja.- Es su forma de decir que te detengas.
-¡Y yo qué sé!
-¡Joder!- dijo María- si la usamos en el taxi.
-Vale, pues no me acuerdo.
-Halt es alto- prosiguió María- joder, si suena casi igual.
-¡Pues para mí no!
-Chicos, dejen de discutir, o nos meteremos en un lío más grande- dijo Pina.
-¿De qué pueden acusarnos?
-No lo sé. Pero recuerda que buscan a tres españoles que golpearon a un taxista- y me guiñó un ojo.
-Pero nosotros- dijo María- nosotros somos portugueses.
-¿Otra vez con eso?- dijo el magullado- ¡No somos portugueses! Tú misma lo dijiste.
-Lo seremos durante un rato, ¡y calla!
Entró un tipo gordo con un maletín. Lo dejó sobre la mesa, se desabrochó la chaqueta y se acercó a nosotros.
-¡Qué placer encontrar unos compatriotas!- dijo con una enorme sonrisa.
-¡Es una trampa!- susurró Pina- Fingid que no lo entendéis ¡Es una trampa!
A ver qué nos tiene preparada esta panda de chalados.
-Permitid que me presente- prosiguió el gordo.- Me llamo Luis Carlos, pero aquí todos me llaman Escalope. ¡Escalope! Jajajaja ¿Lo entendéis? Luis Carlos lo confunden con Escalope. O bien será por mi gordura, todo es posible. Pero como yo digo, no soy gordo, simplemente que tengo mucha largueza. ¿Eh? O más bien no se diría largueza, ¿cómo sería la palabra exacta? Vaya, no sabría decirlo.
José iba a ayudarle, pero un codazo de María le secó la lengua.
-Vamos, chicos- prosiguió Escalope- dejémonos de bromas. Conozco muy bien a los españoles. Son ruidosos y festivos.
Aquella afirmación casaba muy poco con nuestro silencio.
-¡Señor Escalope!- dijo Pina.
-Luis Carlos, señora- dijo Escalope, ofendido.
José se echó a reír.
-¡Ajá! Así que usted me ha entendido- dijo Escalope, y se acercó a él. José temblaba de miedo- Pues dígame, ¿qué le trae por este país, amigo?
-Halt!- dijo José, y se echó a reír.
-¿Es bobo?- preguntó Escalope.
-No entiende nada de lo que dice.
Escalope se llevó la mano a la barbilla, que tenía encharcada en sudor. Después se secó la mano en el pantalón.
-Llevo diez años en la policía. Y en estos diez años he ascendido cuatro veces. ¿Y saben por qué? Porque soy listo, muy listo. Sé reconocer a un culpable en cuanto lo veo- mientras hablaba pasaba sus ojos inquisidores ante los nuestros, buscando algún tipo de culpabilidad.- Y aquí veo tres culpables y una señora que...
-¡Señor Escalope!
-¡Ya le he dicho que Luis Carlos!
-Pues bien, Luis Carlos Escalope, que sepa que yo de señora nada, señorita, y por poco tiempo.
-¿Cómo dice?
-Este caballero que tiene aquí ha venido desde Portugal con la intención de casarse conmigo.
-¿Él?- preguntó mirándome a los ojos.
-Sí. Él.
-Humm. No parece muy probable. La diferencia de edad...
Pina me cogió en un arrebato y nos dimos un beso largo, ruidoso y asfixiante, que me dejó buscando aire para recuperar aliento.
-No puedo negar que algo de pasión hay- dijo Escalope- pero estos dos...
-Son testigos de la boda.
-Entiendo. Y también son portugueses.
-De la frontera con huelva- dije yo, y de pronto comprendí que hubiera sido mejor permanecer callado.
-¡Ajajá!
Escalope levantó las manos en señal de triunfo. Después añadió.
-¿Qué más pruebas necesito?
Se giró sobre sus pasos y dio una orden en alemán. Pina cayó a mis pies, destrozada.
-Lo siento.
-¡Animal!- gruñó José.
-Imbécil- respondí yo, recordando que por su culpa estábamos metidos en ese embrollo.
-Está todo perdido- dijo Pina- ¡Ha mandado llamar al taxista!
XXX
-¡Al contrario!- gritó María, en medio del desánimo general.- Que venga el taxista es una buena noticia.
-¿A qué te refieres?
La rodeamos, ansiosos, para entender su propuesta.
-Sólo tenemos que conseguir que nos reconozca.
Nos apartamos, desilusionados, aquello era tan obvio como imposible.
-No, no. Escuchadme. ¿Qué puede recordar de nosotros? Vagamente las caras. Y tal vez la ropa. Pero ¿qué ocurriría si la ropa no se correspondiese con la cara?- silencio- ¿algún voto en contra?
Nadie votó en contra. Ni a favor. Ninguno entendíamos la propuesta.
-Pues bien. Si ellos se intercambian la ropa...
-¿Cómo?
-Le confundiremos.
-No pienso hacerlo.
-Ni yo.
-Es absurdo.
-A ver, chicos, no habéis entendido nada. Tú ibas con él delante en el taxi.
-Sí, claro.
-¿Qué pudo observar? A lo sumo tu camisa blanca.
-Seguramente.
-Pues te pones la de José, que es negra. Eso tiene que despistarle.
José y yo nos miramos. La idea parecía estúpida. Pero era la única posibilidad. Intercambiamos la camisa. A mí me sobraba por los brazos.
-¡Gran problema!- dijo María, y me la arremangó.
-Sí, ¡pero a mí no me llega!
José mostraba gran parte de los brazos fuera de la camisa. María tiró de las mangas.
-Agradecería que no me la rompieras. Ten en cuenta que mi equipaje está en un hotel de Berlín al que no sabemos volver.
Crujió una de las mangas. María abandonó su intento.
-Haz una cosa- dijo- mete las manos en los bolsillos.
-¿Ahora?
-Hasta que se vaya el taxista.
José lo hizo, de mala gana. En ese instante se abrió la puerta.