Había estado inconsciente durante al menos media hora. Abrí los ojos en la confusa oscuridad. Un fuerte pitido en los oídos me impedía escuchar nada. Contemplé unas grandes columnas de humo que se desdibujaban ante mi como grandes demonios de polvo y cenizas. Estaba claro que el tren nunca llegó a salir de Madrid.
Esto era un microrrelato que escribí hace tiempo pero me pareció que podía extenderlo un poco...
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- ¡Joder! - musité registrando de nuevo todos mis bolsillos-. Debería estar aquí...
Una risilla algo estentórea a mis espaldas me sobresaltó.
Volví a registrarme cada uno de los bolsillos sin hallar lo que desde hace tanto tiempo llevaba custodiando. Aquellos extraños seres me habían dado una paliza de muerte y no contentos con ello, me habían despojado de la única oportunidad que tenía para escapar de tan miserable vida. Me habían robado La Llave.
- Habéis cometido un solo error – musité tras escupir una flema sanguinolenta-. Deberíais haberme matado cuando tuvisteis la oportunidad de hacerlo.
Pero no debía aún llegado mi hora, porque aquí seguía, golpeado, débil, incapaz de custodiar lo más importante de mi existencia,.... derrotado. En muchas ocasiones había tenido ésta sensación, pero ahora se me antojaba muy diferente. Aún sin saber la importancia que guardaba aquella pequeña llave, sabía que su trascendencia era mucho mayor de lo que nunca antes hubiera imaginado.
Por éso, me dije: "anda, levántate, camina, recobra tu aspecto, busca ésa maldita llave". Y, en ése preciso momento, cuando conseguí alcanzar la verticalidad, una tenue luz se encendió tras la ventana de la sala de espera de la estación... Como polilla tras el resplandor de la luz, empecé a caminar despacio hacia la ventana. Una sombra, no, dos, eran dos sombras las que luchaban en aquella lúgubre estancia.
- Vosotros me conduciréis hasta La Llave - pensé esbozando una afilada sonrisa.
Las sombras combatían la una contra la otra embistiéndose con agresividad. Parecían tener la intención de acabar la una con la otra o perecer en el intento, en el caso de que aquellas cosas pudieran morir, claro.
De pronto, las sombras se tornaron opacas, corpóreas, mientras seguían con aquella extraña danza de la muerte. Tomaron forma hasta parecer dos esbeltas y opacas siluetas y cobraron rasgos humanos.
No daba crédito. No podía creer lo que veían mis ojos. La opción de dar media vuelta y olvidar todo aquello se me presentaba como una opción cada vez más lógica, pero no, me sentía obligado a quedarme. Me sentía obligado a ignorar mi sentido común. Las sombras, que ahora tenían rostro, dejaron la lucha que tenían entre ambas. Se giraron lentamente y aquellos terribles ojos iluminados se centraron en mi, probablemente, temblorosa silueta. Casi pude sentir sus miradas atravesándome. Empecé a correr tanto como pude. La ciudad era una imagen difuminada en la periferia de mi visión. La fatiga se hizo conmigo. Me cuestionaba a mi mismo si realmente merecía la pena obtener La Llave. Estaba en un punto de inflexión. Debía decidir si gastar mi último aliento en huir o enfrentarme a aquellos seres.
Entre las penumbras me agobiaban los perseguidores. Bien que los conocía. Mi suegra y mi cuñado siempre me habían odiado. Mi suegra corría cual gacela y mi cuñado no le iba a la saga. Sabían lo que escondía en mis bolsillos, pero lo que no sabían es que llevaba un arma oulta en mis calzones...