Gumersinda Correcalles era una mujer muy bien dotada, en lo personal.
Guapa en lo físico, inteligente en lo mental, agradable en el trato, atractiva en el vestir, culta en el saber y educada en el comportar.
Un buen (o mal) día, llevada por las circunstancias, decidió que quería ser Ingeniera Aeronáutica y, a tal fin, se matriculó en la Universidad.
Acudió a clase con tal regularidad que no se la conoció inasistencia alguna, ya tronase, ya tuviese jaqueca.
Atendía como nadie a las explicaciones. No quería ser una alumna del montón.
Se aplicaba por encima de cualquiera. Ponía todo su empeño.
Y, en su casa, estudiaba y estudiaba.
Hablaba mucho con todos los alumnos, con objeto de conseguir todos los átomos de conocimiento que se le pudieran haber escapado. Y había pocos, por no decir ninguno.
Con este bagaje no resultó inesperado el que, al acabar la carrera, lo hiciera “cum laude”, sin suspenso alguno y con unas notas que…¡caray que notas!
Cuando fue a recoger el titulo… ¡oh decepción!... aún no era Ingeniera Aeronáutica…
Y ¿sabéis por qué?... porque donde se había matriculado y cursado años de carrera fue en la Facultad de Filosofía y Letras… y, claro, es lo que pasa.
Comentarios
Felicidades
Siempre reconforta hacer sonreir a los demás.
Yo también lo necesito más de una vez.
Y que sepas que la historia es verdad... metafóricamente hablando.
¡Éle! ¡To er mundo é güeno!