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Bonita

LegendarioLegendario Fernando de Rojas s.XV
editado julio 2016 en Narrativa
BONITA

Ésta no es una historia de amor humano, sino entre especies.

Afortunadamente la encontré a tiempo. Alguien la abandonó en un basurero cerca del cual yo eventualmente pasaba rumbo a mi hogar.

Me llamaron la atención sus preciosos ojos de color verde, su mirada dulce, y, sobre todo, su silueta huesuda, sus costillas a la vista, su cuerpo esquelético.

Era una cachorra de menos de cuatro o cinco meses, de raza fina, no muy lejos de su muerte por inanición.

Sobrevivía de mala manera, entre perros callejeros que no sólo le robaban el alimento, sino que la agredían. Ella, sin embargo, seguía su instinto de hambre, y soportaba las mordidas y las heridas que esa vida le generaba. Estaba llena de llagas abiertas, y de cientos moscas que le succionaban la sangre.

Me acerqué a ella, pero un humano, en esas circunstancias, no significaba nada para esa cachorra. Simplemente me ignoró. Su lucha por sobrevivir estaba muy definida: era dramática. Su hermosa mirada me hizo bautizarla como Bonita, nombre que se le quedó para siempre.

No pude dormir pensando en ella, así que temprano, al otro día, fui a comprar alimento canino.

Me acerqué al basurero con un puñado de nutriente en la mano. Los demás perros pretendieron llevárselo, pero no lo permití. Era para ella. Lo devoró de mi mano. Tal vez fue el bocado más rico que que había -hasta ese momento- disfrutado. Siguió con su rutina de sobrevivir. Nunca esperé otra cosa en esas circunstancias.

Todos los días, a media mañana, le llevaba el alimento. Empezó a distinguirme a la distancia. Se me acercaba con hambre, y yo a ella con esperanza de sacarla del basurero.

Una semana después, logré que me siguiera hacia mi hogar, pero lo hizo con desconfianza. Como sea, el alimento la obligó. Fue la primera vez que comió sin que otros perros la molestasen. Debe haber sido una experiencia agradable para ella.

Pocos días después se acostumbró a que la buscase en el basurero para que me acompañase a casa a alimentarse, y eso se convirtió en rutina. Seguía estando esquelética, pero pude entonces curarle las heridas. Las moscas desaparecieron. Con trabajos la amarré y la bañé. La llevé a vacunar.

Tardó un mes en moverme el rabo, y en un par de semanas más noté que engordaba.

Poco tiempo después, se atrevió a entrar en casa, y me hizo gracia que se subiese a mi cama: jamás había sentido algo tupido.

Le permití seguir siendo callejera. Entraba y salía de casa a su gusto, porque, de alguna manera, tenía afectos entre los perros del basurero. Poco tiempo después, me convertí en su principal amigo.

Pasaron varios meses, y se volvió una princesa, una hermosa Weimaraner que llama la atención cuando la paseo. No necesita cadena, porque nació callejera, y me sigue de cerca a donde quiera que voy.

Constantemente me pregunto qué habría sido de ella si aquella tarde no la hubiese avistado.

Mientras escribo esta historia, ella está tendida a mis pies. Su mirada dulce me sigue a donde yo voy. Se ha convertido en una agradable compañía que, espero, dure muchos años. Bonita es algo así como mi sombra.

Comentarios

  • evilaroevilaro Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2016
    Muy tierna la historia.


    Me ha gustado


    Saludos


    Emilio
  • LegendarioLegendario Fernando de Rojas s.XV
    editado mayo 2016
    Pues bien, evilaro:

    Bonita te envía un movimiento de rabo. Leyó conmigo tu respuesta.
  • PerplejoPerplejo Fernando de Rojas s.XV
    editado julio 2016
    Es una historia sencilla, que comparte una experiencia de forma honesta y se sigue de forma ordenada.

    No digo que no tenga defectos técnicos, pero ya tienes lo básico.
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