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MriaMontesinosMriaMontesinos Anónimo s.XI
editado diciembre 2015 en Romántica
Hola,
Comparto aquí un relato muy cortito, publicado en mi blog, que os animo a leer.


¡Corred, corred, que llegáis tarde!, gritó azuzando a sus hijos que avanzaban por el pasillo con paso cansado y bamboleante. Cada mañana se levantaban aletargados, sin energía, y ella repetía la misma cantinela de siempre: ¡esta noche os voy a meter en la cama a las nueve de la noche! ¡Así no habrá cansancio que valga!
En cuanto se cerró la puerta de la calle detrás de sus mochilas, la casa se quedó detenida en un silencio súbito, como si la hubieran sellado al vacío. El único ruido que oyó a lo lejos fue el repiqueteo del agua en el baño. Javier se estaba duchando. Comprobó la hora en el reloj de la cocina: como no se diera prisa en terminar, llegaría tarde al trabajo.

Se sirvió su primer café del día, el que mejor le sabía, pausado y a solas, repasando todo lo que tenía por delante: limpiar la casa, poner la lavadora, pensar qué hacer de cena (a mediodía, a ella le valía cualquier cosa), sacarle el bajo a los pantalones de Paulita, que había crecido desde el mes pasado, revisar ofertas de trabajo en esa web de empleo, seguir enviando currículums, comprobar si le habían respondido los de la entrevista de la que salió tan contenta, convencida de que esta vez tendría suerte y la cogerían, llamar a excompañeros, que no se olvidaran de ella, que aquí seguía, desesperada por colocarse cuanto antes…

Javier apareció de pronto en la cocina, con prisas, envuelto en el olor fresco de su colonia y vestido con su traje de chaqueta gris, el pelo oscuro y espeso, aún mojado. Pronunció un buenos días sordo sin mirarla apenas, porque lo único que buscaban sus ojos era la cafetera. Su móvil no dejaba de lanzar pitidos suaves e insistentes, uno, y otro y otro… Entre semana, Javier ni siquiera se sentaba a la mesa: se bebía de pie el café negro negrísimo, sin azúcar, amargo a más no poder, mientras hojeaba los titulares del periódico en la Tablet apoyada en una especie de atril.

Después de dejar su taza en el fregadero, se volvió hacia ella haciendo ademán de decir algo. Ella lo observaba detrás de su taza, expectante. Finalmente, calló. Otra vez será, se dijo.

Antes de que se quisiera dar cuenta, Javier había desaparecido de la cocina con paso acelerado para regresar al cabo de unos minutos luciendo su elegante abrigo azul, ese con el que parecía un caballero inglés, la maleta del portátil en su mano, su habitual aire distraído. Se quedó inmóvil y pensativo unos segundos en el umbral de la cocina, hasta que por fin avanzó un par de pasos, se inclinó hacia ella y le dio un beso leve y frío en los labios.

Sigue leyendo en este enlace a mi blog: Mujeres como nosotras

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