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Nuestra Señora de Estrasburgo

John Allan GrayJohn Allan Gray Anónimo s.XI
editado noviembre 2015 en Romántica
Las escaleras están frías, la lluvia está roja. Se lleva el dolor, como ella quería. Las campanas dan las doce ¡vaya manera de recibirme!

—¿Lo has conseguido?

No puedo responder, las palabras ya no salen de mi boca.

-o-o-o-

Ahí está disfrutando su langosta, como si nada hubiera pasado, como si nada hubiera hecho. Rodeado de gente refinada, esa gente es la peor, sepulcros blanqueados. He esperado tanto para esto, no resisto el entrar al Beauté y acabar con él ahí mismo, pero aun no es el momento, no hay nubes.

Si lo observo un momento más, atravesaré la ventana del restaurant. Será mejor que me vaya. Caminaré, me gusta el invierno en Estrasburgo, hace años que no vivía uno aquí. Me levanto el cuello del abrigo, enciendo un cigarrillo y guardo mis manos en los bolsillos.

Después de una corta caminata, se alza imponente y majestuosa, frente a mí la hermosa Catedral de Notre-Dame. Atravieso el patio en dirección a las puertas, y me siento en las escalerillas de la entrada, a terminar mi cigarro.

—¿Lo viste hoy?
—Por supuesto —respondí rápido. Volteándome instintivamente me encontré con Gina, sabía que iba a estar acá, cruzando el portón, hermosa y radiante como siempre.

—¿Lo enfrentaste?
—Claro que no —dije poniéndome de pie— no hay nubes en el cielo.

-o-o-o-

—Te amo

Gina me abraza fuerte ante mi declaración y sonríe, con esa típica sonrisa suya, su labio inferior le cubre los dientes y deja al descubierto solo sus encías. Juega con los vellos de mi pecho, yo juego con los dorados risos de su cabello. Aun abrazados, estaría toda una vida en esta cama abrazado a ella.

—Es como morir —me dice Gina sin mirarme.
—¿Qué cosa? —pregunto intrigado, ante esa exclamación, que me pilló de sorpresa.
—El orgasmo, es como morir dulcemente en los brazos del otro —ahora sí me mira, con esos azules y grandes ojos.
—Extraña forma de verlo ¿Moriste en mis brazos hoy, o solo fingiste?
—Eso nunca lo sabrás —me responde soltando una traviesa risita.
—Bueno, ahora que lo dices, creo que me gustaría morir así.
—¿Entre mis piernas? A mí no me gustaría morir amarrada a ti —me dice frunciendo el seño.
—¿No quieres estar conmigo?
—No es eso, es que no quiero morir desnuda.

Nos miramos serios por un momento, y nos largamos a reír. Gina me abraza fuertemente y vuelve a hablar.

—¿Pero sabes cuando me gustaría morir?
—¿Cuándo? Realmente me gustaría saber, así tal vez puedo matarte cuando llegue el momento.
—No digas estupideces —me golpea el pecho débilmente— No, me gustaría morir en invierno.
—¿Por qué?
—Para que la lluvia se lleve todo el dolor.

-o-o-o-

Estrasburgo es bastante frío y lluvioso en invierno. La nieve también nos visita, cubriendo la ciudad de blanco, como los vestidos de Gina, pero este es el invierno más seco que he visto, realmente me tiene harto, pero bueno, este recién comienza. Desde mi ventana puedo ver los pájaros que revolotean, y se dirigen a la catedral, ahí tienen sus nidos; el Ave María acuna a los polluelos, y las figuras de los santos los cuidan. Creo que también iré, no quiero más estar encerrado en este cuarto.

Las calles están llenas de gente de apariencia buena, no quiero decir que no lo sean, Estrasburgo es una hermosa ciudad, pero hace unos años creía que todos eran buenos, y ahora que sé que hay un monstruo moviéndose por estas calles, cenando en estos restaurantes, rezando en Notre-Dame, ya no confío en nadie.

Todas las calles llevan a la catedral, y es que es imposible apartarse del llamado divino, ese que te invita a la reflexión.

¡Vaya! Nunca deja de maravillarme, por más que la mire, Nuestra Señora siempre reluce en mi retina. Me detengo a la mitad del patio a contemplarla, a la vista de los santos, abrigado por las campanadas y la luz del débil sol de invierno, que se alza por sobre la catedral y choca con el campanario.

—Amo que vengas a verme.

Gina cruza el umbral de la catedral, y se dirige hacia mí, atravesando el patio, entre el vuelo de las palomas, blancas como sus vestidos.

—Y yo te amo a ti, Gina.

-o-o-o-

—Tengo trabajo —la sonrisa de Gina siempre me alegra el día.
—¿De verdad? Pero ¿Cómo?
—¿Recuerdas que puse un aviso en el periódico? Bueno, esta mañana me llamó un hombre. Dice ser un empresario en asenso y quiere que sea su secretaria.
—Pero —dudé— la paga al parecer no promete ser mucha.
—No, si dice que es rico de familia, pero que ahora quiere independizarse, y surgir en el mundo empresarial —amo el rostro que pone al explicarme aquellas cosas que la emocionan— dijo que me pagaría aunque no ganáramos al principio.

La miré serio, detenidamente, algo no me cuadraba, pero no podía resistirme ante esos azules y grandes ojos.

—¡Qué bien cielo! ¿Cuándo lo verás?
—Esta noche, me invitó a cenar para hablar del negocio.

Está bien, ahora tenía celos, no me gustaba la idea de Gina cenando con un hombre rico, en algún elegante restaurant nocturno.

—¿Ocurre algo malo? —me preguntó inocentemente Gina, sacándome de mis celosas divagaciones.
—Claro que no querida —tal vez debí haber dicho que sí.

-o-o-o-

—Los inviernos ya no son lo mismo acá ¿verdad? —lanzaba el humo del cigarro hacia el cielo.
—En realidad no, solo este ha sido extraño.

Fumaba mucho, como queriendo que el humo se transformase en nubes, y que la lluvia visite finalmente a Estrasburgo. Gina a mi lado permanecía angelical, nadie hubiera pensado que tiempo atrás nos amamos con infinita pasión, yo era un desastre desde que ella volvió.

—¿Cuánto tiempo estuviste fuera de la ciudad? —me preguntó como si no lo supiera.
—Cuatro años —aun así respondí— No aguantaba más estar en la misma ciudad que él. Cuando lo creí superado volví, y entonces te vi.
—¿No sabías que era él, cuando yo te lo dije?
—Claro que no, si lo hubiera sabido lo habría delatado, o yo mismo lo habría matado. Pero no lo sabía, la impotencia me hizo escapar.
—Vienen nubes —Gina me miró a los ojos. ¡Cómo extrañaba ver esos azules y grandes ojos! en medio de esos dorados risos que caían sensualmente por sus sonrosadas mejillas.
—Llegó la hora —dije sonriendo, aunque quería llorar a mares.
—¿Estás seguro de querer hacerlo? —Gina se veía preocupada, pero yo estaba decidido y ella lo sabía.

No esperé más, sabía donde se encontraría, ella me lo dijo todo. Nuestra Señora se alejaba con cada paso que yo daba, y también Gina, no dejaba las puertas de la catedral.

-o-o-o-

—¡No lo puedo creer! ¿Cómo es posible que no encuentren al culpable? —quería explotar.
—El tipo no dejó huellas.
—Ella me lo contó todo, Jean —golpeé la mesa con el puño— el hombre es rico, es obvio que compró a los detectives.
—Eso no lo sabemos, pudo mentir sobre ello también.
—A mí no me vienen con cuentos, llevan dos meses de investigación, no existe el crimen perfecto.
—Lo lamento mucho amigo, de verdad —Jean me miraba con compasión, no quería su compasión.

Callé un instante, apreté bien los dientes y me tragué toda mi ira. Jean seguía con su expresión de piedad.

—Perdón amigo —hablé al fin— pero tu compasión no me hace olvidar el hecho de que Gina fue violada y asesinada, y que ese desgraciado animal sigue libre, cenando en algún lugar de Estrasburgo. Me voy, ya no aguanto estar en la misma ciudad que ese demonio, ya no confío en nadie.

-o-o-o-

La mano me temblaba menos de lo que pensaba, no me costó mucho instalar el silenciador.

El desgraciado salió del Beauté con la pobre mujer, tal como Gina dijo. Quizá cuántas veces ha hecho lo mismo. Se cerciora de que nadie le vea y empuja a la dama al callejón, pero yo le estoy observando y ahora voy a actuar.

—¿Recuerdas a Gina? —pregunte mientras entraba en el callejón, el tipo estaba rasgando las vestiduras de la aturdida mujer.
—¿De qué diablos hablas? —preguntó levantándose, soltando a su víctima, quien permaneció tumbada sobre unas bolsas de basura.
—Gina. De risos rubios, ojos grandes y azules, una hermosa sonrisa, un poco quisquillosa a la hora de ordenar su comida, pero con un gran sentido del humor. Gina, la mujer que violaste y asesinaste aquí mismo hace cuatro años.

Levanté la pistola y apunté a su cabeza, el maldito levantó las manos y me rogó que no lo matara, rogó como un niño.

—Demasiado tarde, el daño ya está hecho —cargué la bala, y antes de que pudiera oprimir el gatillo, él se abalanzó sobre mí, clavándome un cuchillo en el costado izquierdo— ¡Maldito! —grité y le volé los sesos.

-o-o-o-

—Te amo Gina
—Y yo a ti Claude
—Mira por la ventana, está lloviendo. Podríamos morir ahora mismo ¿No te parece?
—¿Suicidarnos? No lo creo.
—¿Pero no querías morir bajo la lluvia?
—Sí, pero aun no es el momento.

Perdóname Gina, no te pude salvar, la lluvia no pudo llevarse todo ese dolor que debiste haber sentido. Todo lo que pude hacer, es solo vengarte.

Lo maté Gina, y él me hirió de muerte. No importa, me ahorró ponerme la pistola en la sien, no viviría de todos modos, no podría.

Notre-Dame, ni aun en el día de mi muerte dejas de ser hermosa, ni aunque tuve que llegar arrastrándome hasta ti, dejando un camino de sangre tras de mí. Llueve, al fin. Se mezcla con mis lágrimas y mi sangre.

Las escaleras están frías, la lluvia está roja. Se lleva el dolor, como ella quería. Las campanas dan las doce ¡vaya manera de recibirme!

—¿Lo has conseguido?

No puedo responder, las palabras ya no salen de mi boca. Solo puedo ver sus blancos pies, escuchar su dulce voz, y el Ave María cantado por el coro y que la catedral exuda como dándome la bienvenida. Puedo verme a mí mismo, tumbado en las escaleras de Notre-Dame, bañado en sangre, a la vista de los santos, y a las palomas revoloteando el campanario, y cantando al unísono del coro.

Ding-dong las campanas retruenan en el firmamento, ding-dong llueve sobre Estrasburgo, llevándose todo el dolor.

—Gracias Claude

Te amo Gina, voy hacia ti.
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