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Promenade (2)

Alejandra Correas VázquezAlejandra Correas Vázquez Gonzalo de Berceo s.XIII
editado noviembre 2015 en Histórica
PROMENADE
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por Alejandra Correas Vázquez
EGIPTO- DINASTÍA XVIII
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(2)

“¡Yo soy tu padre! … ¡El Dios Sol!
Y te doy mi reinado sobre esta tierra”


Enmudecido y sin dudar ya, Tuthmosis permaneció sumiso y arrobado junto a la gigantesca figura del Dios Solar de Heliópolis, quien le hablaba...

Con su rostro pétreo de Esfinge, el dios sol heliopolitano continuó emitiendo su voz en el mismo tono emocionado del comienzo… Para transformar toda la existencia de aquel príncipe olvidado, y de la de la nación entera. Dando vueltas la historia del país del Nilo y cambiando por completo la vida de Tuthmosis.

El era hasta ese momento un príncipe olvidado, alejado de la fastuosa corte tebana radicada en el sur. Había nacido en el norte del país y se hallaba ajeno a la política guerrera imperante. Pero sin embargo, en aquel instante, de ser nadie entre el conjunto de príncipes, hijos del fogoso Amenofis II, habíase transformado de improviso, en el :

…“Elegido”…

Sí… Elegido por el Dios Sol del Egipto, en su figura de Esfinge. Su mensaje continúa grabado en piedra desde entonces :

“Tu estarás a la cabeza de los vivientes adornado de la Corona Blanca y la Corona Roja y estarás sentado en el trono de Geb, el Dios Tierra. El país te pertenecerá a todo su largo y todo su ancho así también como todo aquello que ilumina el ojo del Señor-de-Todo... Las riquezas del Bajo Egipto y el Alto Egipto, así como los grandes tributos de todos los países serán tuyos. Todo es para ti... por largos años. Mi apoyo y favores son para ti. Hace muchísimos años que posé en ti, mi mirada y mi corazón…

Tú de tu parte me protegerás porque tal como me hallo hoy día, me encuentro como enfermo y como ahogado por la arena del desierto que me cubre ¡Atiéndeme y ejecuta mis deseos! Toma conciencia de que tú eres mi hijo y mi protector ¡Ven a mi pronto! Estoy contigo...
¡Yo soy tu guía!”

Este no era el primer oráculo ni tampoco sería el último. Los dioses que respondían al monasterio de Heliópolis (On) siempre hablaban desde sus estatuas y tal vez nunca sabremos por qué medios, aunque los estudios modernos revalorizan sus valores acústicos. Los heliopolitanos se extinguieron hace milenios, haciendo un “mutis por el foro” y llevándose al silencio eterno sus secretos. Tal como vivieron y como actuaron. De esa manera el “milagro” de la Voz del Esfinge sería inscripto como un “sueño” del príncipe, para no desprestigiar al heredero elegido por On (Heliópolis).

Es en aquel momento cuando el pensamiento pacifista heliopolitano se toma de la mano de un hijo suyo, el juvenil Faraón del Esfinge –Tuthmosis IV– con un vigor renovado y decidido.

Una sociedad nueva se instala en el Nilo a través suyo, para delicia de nuestro juvenil faraón quien trocó la violencia en armonía. Si los dos monarcas célebres que habrían de sucederle como herederos legítimos, su hijo y su nieto (Amenofis IIII y Amenofis IV o Akhenatón) serían baluartes de la paz, suprimiendo las guerras, en él esta paz se destaca de manera especial. Porque Tuthmosis IV recibió en sus manos un reino totalmente guerrero, invasor y genocida, y lo transformó en un reinado pacífico.

Encontró un Egipto imperialista, destructor de rivales internos y externos, con devastación de países vecinos donde la batalla de Armagedón o Meggido (ganada por su abuelo Tuthmosis III) ha quedado en la memoria de los pueblos (y en especial en la tradición bíblica) como un grave acontecimiento histórico que sobrepasa la leyenda.

Pero Tuthmosis IV con la fuerza de su juventud, y sus convicciones, lo modificó todo. Cambió las reglas del juego. Dio vuelta los conceptos vitales de su tiempo, transformando a Egipto en un mensajero de la Paz.

Su figura es como un bello poema surgido entre los desencuentros de los hombres que le antecedieron, y los que habrían de sucederle. El abrió una ruta que hizo vivir a los habitantes del Nilo y a sus vecinos, un centenar de años dichosos. Alabémosle aunque sea luego de treinta y cuatro siglos por un mérito semejante.

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