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El talismán del tiempo 1

Martha SweetMartha Sweet Anónimo s.XI
editado noviembre 2015 en Fantástica
El despertador sonó a las 7:30 como todos los días. Ilora se revolvió un minuto pmás en la cama intentando darle sentido al extraño sueño con el que llevaba toda la semana despertando. Enseguida, de una patada sacudió las sabanas y se puso en pie, se estiró a conciencia, se vistió con unas mallas, un top, se calzó las deportivas y, cogiendo la sudadera y las llaves salió a correr. Cuando el ritmo se hizo regular sobre la ruta de todos los días, su mente volvió sobre el sueño.


Le recordaba las fantasías y juegos de los que había disfrutado tanto de niña hasta que cumplió los trece años. Hasta ese momento vivía inmersa en un mundo fantástico lleno de guerreros, princesas, hadas y bosques encantados. Eran tan reales para ella que papá y mamá habían valorado consultar con un psiquiatra por si se trataba de algún tipo de desorden mental. Sin embargo, el mismo día de su décimo tercer cumpleaños todo aquel mundo fantástico quedó relegado y dejó de pensar en el. En realidad, viendo las cosas en perspectiva, era bastante raro que hubiera olvidado de pronto todo aquello, sobre todo porque era algo que la hacía muy feliz.


Pero ahora, doce años después, volvía a recordar en sueños aquel mundo, con una diferencia, se veía a sí misma como protagonista en una aventura, tenía una misión.


Casi sin darse cuenta llego de vuelta a casa y fue directamente a la ducha. Se enjabono rápidamente y dejó que el agua caliente relajara su cuerpo. Mientras tanto repasaba mentalmente las actividades que tenía programadas para ese día. Clases de diez a una, hasta las dos tutoría, comería algo en la cafetería de la universidad, un par de horas de estudio y luego al gimnasio. Tenía que acordarse de llamar a su abuela y este pensamiento vino acompañado de la conocida punzada de dolor al recordar la horrible muerte de sus padres. Se permitió un minuto de duelo por ellos, diez años habían pasado y aún podía verlos, oírlos, sentir su amor. Cerró el agua y al salir de la ducha se miró críticamente en el espejo. Su larga y abundante melena negra brillaba por la humedad, sus ojos verdes, nariz regular, boca generosa y un cuerpo atlético que se mantenía muy en forma gracias a la disciplina. No estaba mal.


Después de un generoso desayuno se preparó para ir a clase y encendió el móvil como todas las mañanas. Lo apagaba a las noches porque necesitaba sentirse desconectada durante unas horas al día. No comprendía muy bien la necesidad de sus compañeros de comentar hasta el detalle más nimio con el resto del mundo. Ella quería algo de intimidad, no, más bien de soledad a las noches y el continuo sonido de los Wassap y las entradas en Facebook le molestaban.


Como era de esperar el teléfono empezó a recibir todas las notificaciones pendientes. Echo un rápido vistazo por si había algo importante y, poniéndose los cascos se dirigió a la facultad.


Era un paseo corto, pues vivía prácticamente en el campus universitario. La fortuna que le habían dejado sus padres incluía aquella casa con un gran jardín y que limitaba con el enorme y frondoso bosque que rodeaba aquella zona de la ciudad.


Mientras caminaba le volvió a la mente el sueño y esta vez con más claridad. Se veía a sí misma, vestida con un peto acorazado y la espada que sabía que estaba en una vitrina en casa de su abuela, enganchada con un extraño cinturón.


Enseguida llegó a la facultad, subió la amplia escalinata de la entrada y llegó al segundo piso donde tenía la primera clase del día: leyendas del medievo. Le encantaba esa asignatura, tanto que su tesis versaba sobre el tema. Las clases pasaron volando y el director de su tesis la felicitó por el nuevo enfoque que le estaba dando. Quizá inspirada por ese sueño recurrente la había planteado como un estudio en primera persona, algo bastante original pero que al director le encantó. Bien, una buena mañana.


En la cafetería de la facultad se tomó una ensalada ligera mientras repasaba sus mensajes y revisaba su cuenta de Facebook. ¡Uff! Nada interesante. En realidad se sentía más a gusto entre libros viejos que rodeada de tecnología. Cuando terminó de comer salió del campus para ir a un pequeño café y tomarse su solo negro largo con azúcar mientras ojeaba la prensa. Era su momento del día en que disfrutaba realmente de paz. Se permitió cinco minutos más que de costumbre leyendo un articulo sobre el renacer de las creencias en las brujas. El artículo era de relleno, estaba repleto de errores en fechas y conceptos pero mencionaba algo que le llamó la atención. Hacía dos días había fallecido en extrañas circunstancias una mujer mayor con un tatuaje en su muñeca muy peculiar. No lo podía creer, que increíble casualidad, el tatuaje era idéntico al que las mujeres de su familia se tatuaban al cumplir veinte años. Que ella supiera era un diseño exclusivo. Tomó nota mental para hablarlo con su abuela por la noche y se dirigió a la biblioteca para trabajar en la tesis.


No fue una tarde demasiado productiva, se distraía continuamente con la imagen de su sueño y con la coincidencia del tatuaje, de hecho lo miraba cada poco para comprobar que eran idénticos. Ya que no se concentraba, decidió ir a casa y coger la bolsa del gimnasio y empezar sus entrenamientos un poco antes. Por lo menos aprovecharía el tiempo.


El gimnasio quedaba bastante lejos de su casa, así que arrancó su precioso mini. Diosa, estaba enamorada de ese coche rojo. Llegó en media hora y aparcó cogiendo su bolsa para cambiarse, los guantes y la espada de entrenamiento. Hoy le esperaban una hora de kick boxing y al menos otra de Haidong Gumdo. Llevaba entrenando desde los quince años. Poco después de la muerte de sus padres, su abuela se había empeñado en que debía ser maestra de las dos disciplinas, así que dejó de lado el ballet y las clases de piano y se dedicó a aprender artes más violentos pero con un componente espiritual de base.


Se entrenó a fondo con su monitor de kick boxing y luego, bueno, solo lo podía describir como un ensañamiento de su sensei. La llevó al limite durante toda la hora, como si estuviera poniendo a prueba no sus conocimientos, sino su coraje, su capacidad de encajar y devolver el golpe. Parecía un examen de su temple.


Agotada, llegó a casa y volvió a la ducha. Se preparó una suculenta cena e incluso abrió una botella de vino y se sirvió una copa. Lo necesitaba después de esa tarde agotadora. En bata y con el pelo húmedo cenó relajadamente y luego con otra copa de vino en la mano se dispuso a hablar con su abuela. Formó mentalmente su imagen, una anciana joven, así la veía ella, con la ternura y el cariño que le había dado toda su vida pero firme hasta la cabezoneria en la orientación que le había dado a su formación y sobre todo recta, había logrado que ella tuviera muy clara la diferencia entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo fácil y le había inculcado unos valores que más parecían de los tiempos del rey Arturo que del siglo XXI. Ilora pensaba, con algo de razón, que esa personalidad que había forjado su abuela era lo que la distanciaba de las personas de su edad, más ocupadas en el último viral de internet que en profundizar en conocimientos o en sus propias reflexiones.


Se tumbó en el sofá, bajó la intensidad de la luz y marcó el número de su abuela. Al primer tono:


-Hola Ilora, esperaba tu llamada.
-Hola abuela, como estás?
-Bien, muy bien. Y tu? Tienes algo interesante que contarme.?


Siempre había sido así. De alguna forma la abuela sabía cuando necesitaba hablar con ella y cuando la llamaba para asegurarse de que todo iba bien. Cuando había hablado con ella de su “capacidad” siempre contestaba que era cosa de familia, como lo del tatuaje o lo de que la primogénita de cada generación se llamase Ilora. Así se llamaba ella, así se llamaba su madre y por eso Ilora era su nombre. Solo que hasta ahora Ilora sólo tenía dos de esas phasta que llegó a la parte en la que le relató lo del artículo del periódico y del tatuaje de la mujer muerta. En ese momento Ilora oyó una exclamación ahogada y, con voz temblorosa su abuela le dijo que le llamaría en media hora, que no le preguntara nada en ese momento, que tenía que comprobar algo y que se lo explicaría todo después.


Totalmente sorprendida se quedó mirando al teléfono como si pudiera darle alguna pista sobre lo que había pasado. Algo preocupada decidió esperar la llamada prometida ya en cama. Necesitaba descansar su cuerpo. Se puso la camiseta más cómoda que encontró y apoyó el móvil en la mesilla mientras se acurrucaba en la enorme y mullida cama.


Casi al instante, ayudada por las dos copas de vino se durmió y empezó a soñar. Se vio con unos diez años en un confortable cabaña, el fuego ardía alegremente y sobre el un puchero burbujeaba e inundaba la habitación con un delicioso olor a guiso. El mobiliario era rústico pero no tosco, el suelo de tierra estaba cubierto por varias pieles de animales que hacían las veces de mullidas alfombras. Ilora estaba sentada en una silla y en sus manos tenía la espada de su abuela, la estaba afilando. Oyó a alguien trastear en el,piso de arriba y se oyó decir ¡Madre!. Enseguida una hermosa mujer de pelo negro, ojos verdes y sonrisa traviesa se asomó a lo alto de la escalera.


-Dime Ilora, hija.
-Madre, puedo salir ahora?


Su madre la miro con ojos inquisitivos y pregunto:


-Tus tareas están hechas? Has recogido las plantas del bosque que te pedí?
-Si madre, todas ellas.
-No tardes en volver, la cena estará pronto. Y sobre todo, no te acerques al castillo.
-Si madre.


Y salió como una exhalación. Se aseguró de que su madre no la observaba y se lanzó a una carrera frenética sorteando los árboles hasta llegar a la muralla trasera del castillo que lindaba con el bosque. Allí su paso se hizo lento y silencioso hasta que encontró el pequeño derrumbamiento por el que se coló al interior.
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