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La cita (I)

XocasXocas Pedro Abad s.XII
editado febrero 2015 en Narrativa
El tono imperativo que había registrado en algunos momentos de la conversación se confirmó a la hora de fijar la cita. Las dos en punto, había dicho, y ni siquiera se molestó en despedirse. Quiso la suerte que tal circunstancia no fuera algo insalvable para quien se alimentaba de forma un tanto anárquica y solía disfrutar del sol del invierno sacrificando los horarios naturales de las cosas.

Llegó antes de lo que había calculado, caminando por el lado más soleado de la calle y entreteniéndose de vez en cuando en mirar algún escaparate. El rótulo era visible desde bastante lejos, encaramado en la marquesina con cierta dejadez, seguramente debido a la ausencia de alguna de las letras originales. "Flamingo". En sus tiempos debía sonar incluso bien. El "Flami go" de ahora no se acercaba ni de lejos a lo que seguramente había sido. Se acercó a la parte exterior de la acera para contemplar mejor la fachada, a medida que los pasos lo aproximaban relajadamente al local.

Había una extraña ausencia de ruidos en la calle a aquella hora. Era un 7 de Enero de un año cualquiera en una ciudad cualquiera del mundo que todos conocemos y que, mal que nos pese, es bastante igual a sí mismo en todas partes. Observó la amplia cristalera y los adornos navideños. Como era habitual en él, echó de menos cierto rigor en la simetría de aquellas cintas sobrecargadas de colores. Al rótulo del cristal le faltaba, curiosamente, la misma letra que al de la marquesina. Definitivamente, aquel "Flami go" tenía un no sé qué de extraño.

Había un camarero fumando en la puerta y frotándose las manos de vez en cuando para combatir el frío. Lo saludó con una reverencia exagerada pronunciando un "buenos días" igualmente excesivo. Él respondió con mucha más calma y sin levantar la voz. Tras la primera puerta se encontró otra de madera oscura que necesitaba una mano de pintura desesperadamente. Pero olía bien. A madera vieja y a paciencia. Se imaginó al artesano en su labor, seguramente de palique con algún vecino, acaso sin sospechar que su obra iría a parar a un "Flami go" que un día fue Flamingo.

El local tenía los techos altos y el ambiente esperado. Sillas de madera oscura, mesas de mármol y columnas altas y blancas, capiteladas con cierto mal gusto. En el techo, tres grandes arañas de cristal que cumplían una función meramente decorativa. En ciertas partes del enorme espacio, sofás de cuero adosados a la pared con mesitas de madera intercaladas. Decidió sentarse en una de aquellas reliquias y enseguida apareció un camarero tanto o más obsequioso que el de la entrada. Pidió un café con leche y contempló de nuevo las altas paredes y el artesonado del techo. Enseguida reconoció la figura que se aproximaba desde el exterior y observó como uno de los camareros se apresuraba a abrirle la puerta. Un placer verla de nuevo, doña Paz. Hola, cariño.

Se sentó en una de las mesas redondas de mármol mirando en su dirección y abriendo una sonrisa un poco artificial. El hombre se levantó y caminó hacia la mesa con el café temblando en la mano. Veo que me has reconocido, querido. Un enorme y antiguo reloj asintió desde una esquina repicando dos veces con cierto estrépito. Claro, no era difícil. Has sido muy puntual.

Vestía completamente de blanco, una camisa de cuello alzado y un pantalón de corte impecable que anunciaba cierta ausencia de carnes. Se acomodó en la silla, lo miró abriendo de nuevo la sonrisa y extrajo del bolso un pañuelo, un paquete de tabaco y un encendedor de plata que hacía juego con el local. Al instante tenía sobre la mesa un café con leche coronado de apetitosa crema y un bollito crujiente y aromático. Gracias, cariño. El camarero murmuró apenas su nombre con el doña delante y desapareció.

La primera mentira, pensó el hombre, divertido, mirándola directamente mientras ella sorbía despacio la crema del café y examinaba cuidadosamente su expresión facial. No fumadora, decía el perfil que él había escudriñado hasta casi sabérselo de memoria. Lo cual anunciaba más sorpresas. Bien, sea como sea, nunca será aburrido, concluyó.

Aprovechó la circunstancia para iniciar la conversación como lo haría un abogado. Nada mejor que una acusación ya probada para situar el lance a su favor. Ella se aplicaba a su café, manteniendo la tacita entre las manos, cerca de la boca, atacándola entre frase y frase con fruición, sin dejar nunca de mirarlo. No acusó el golpe. De hecho le produjo un pequeño ataque de risa que descubrió una personalidad más desinhibida de lo que él hubiera sospechado.

El tabaco era mentolado. Las volutas azules, elevándose en el aire, lo condujeron hasta los cartelitos de "prohibido fumar" de las paredes. La miró con las cejas arqueadas, lo cual arrancó una sonrisa y una frase sencilla que mostraba más de lo aparente. Aquí me lo consienten todo, como ves, pero sólo en este rinconcito, hemos llegado a una especie de pacto. De ahí, la conversación pasó a temas más personales, siguiendo un poco el rumbo de lo ya conversado antes de que la cita llegara a materializarse. El hombre registraba cada detalle, apuntando mentalmente las cosas que iban siendo confirmadas y aquellas que, por el contrario, tomaban tinte de poca verosimilitud. En un momento dado, y de manera discreta , se lo hizo notar a su acompañante. Ella acomodó las posaderas en la silla, como si algo la molestara y después se justificó con aire definitivamente despreocupado. Querido, no se puede ir a la guerra con las agujas de coser y... ¿sabes qué te digo?... La verdad puede ser una enfermedad mortal.

(Continúa)

Comentarios

  • SuinaSuina Garcilaso de la Vega XVI
    editado febrero 2015
    Me lo guardo para el fin de semana, para leerlo con tiempo y calma, no te mereces menos.
    Ta lué
  • CarlosSerranoCarlosSerrano Fernando de Rojas s.XV
    editado febrero 2015
    Hoy voy mal de tiempo, a ver si el lunes leo las dos citas y comento. Saludos;)
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