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La oferente cuadrúpeda

Excusez MoiExcusez Moi Gonzalo de Berceo s.XIII
editado enero 2015 en Erótica
La postura de la Oferente Cuadrúpeda, conocida ya en tiempos de los primeros homínidos, es de mis preferidas. Se cuenta que el mismo Julio César la tenía por una de sus favoritas. Así, acostumbraba a abusar de jovencitas maniatadas, a las que colocaba en tan curiosa pose sobre cualquier superficie mullida antes de ensartarlas en su tremenda -según cuentan las crónicas- verga animal.

(Pero engendro del demonio, qué broma es ésta. ¿No tiene usted otra cosa en la cabeza? Se me revuelve el estómago, a mí que soy tan limpia y tan independiente y tan mujer de mundo.)

Observe, cara amiga, cómo gozan los chicuelos del mundo entero del placer enorme de poseer a sus parejas sin arrepentimiento y de una sola vez por el ojo del culo. ¡Bravo! Es un regalo de los dioses, esa entrada trasera. ¿Y qué decir de los hombretones con barba o sin ella que se aman por la salida de emergencia tanto como el que más? ¡Bravo también por ellos, aplaude el auditorio!

Yo y mi Pequefúz querida, con todo el tiempo del mundo por delante, nos refocilamos hace bien poco en los siguientes términos:

Suena la música más dulce, ven aquí a cobijarte, amor mío, tenemos noche y lumbre y vino, la hora es propicia y tus mejillas relucen como perlas vírgenes a la luz de la luna...(¡Por favor, así hasta yo podría enamorarme de usted, caballero!)

"Házmelo con cuidado", susurra mi preciosísima chiquilla de ojos turbios, y así se lo doy y se lo hago, con minuciosidad de orfebre, las yemas de mis dedos rozando apenas el nácar de su piel perfecta, etc..."¿Tú me respetas, cariño?", me dice al oído al tiempo que yo venga y dale y fantástico: "¡NO EN LA CAMA, MA JOLIE, QUERIDA!", contesto arrebatado. Y es así porque en un momento como ése no pienso en otra cosa que en atravesar todos los obstáculos hasta llegar a la otra parte...

"¿Qué parte será ésa?", me pían los polluelos, ávidos, histéricos.

"¡Enséñame lo que no viene en los manuales!", me grita mi preciosa loca al borde del delirio (y voy venga y dale y cómo no, magnífico con mis deditos frotando y sacando brillo y ella sin parar de chorrear su licor dulce y espeso como salpica el aliño la ensalada)

"¡Mi amante histérica!" -exijo- "¡Date la vuelta, acuéstate sobre tus pechos como bolsas de aceite y déjame trabajarte esa parte, como el camino que lleva a Belén, tan narrow y tan short y tan lleno de magia!"

Oí crujir los huesos de su espalda al arquearse ella como una potra de un brinco en el aire. La cama soltó un chirrido, para terminar. Sudaba y sonreía. Lamió el sudor sobre su bozo y no contenta todavía, me pidió: "Móntame como a una perra y termina conmigo. Quiero sentirte dentro, lléname de leche hasta que me rebose por las pestañas..."

Pero yo soy un chico tierno. Un ternerito frugal y comedido, sonriente. Tenía sueño. Le acaricié las mejillas y preferí echarme a dormir chupándome los dedos con sabor a marejada, amoratados del esfuerzo de intentar sacar petróleo de la piedra y sobre todo satisfechos (mi gran verga juvenil, mientras tanto, ladraba bajo la lana del pijama.)

Soñé con ella, esa noche, con mi Pequefúz, mi deliciosa amante tumbada a mi lado, y amanecí corrido como el váter de una escuela pública.
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