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Pájaros

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Comentarios

  • QuintiQuinti Juan Boscán s.XVI
    editado enero 2015
    La chica de las mil caras

    Todo tu cuerpo es un inmenso brote de espinas,
    pero las aves siguen comiendo en tus manos
    y cantan en el bosque como si nada.
    Por las noches me enseñas el universo:
    hoy han sido las costas de Islandia,
    la Edda de Snorri y la promesa de Winland.
    Como tu cuerpo está erizado de agujas,
    necesito almohadones para amarte;
    luego despierto enganchado a tus labios,
    cuando el sol es un punto negro en el cielo.
    Si hablas, tu voz es una cascada
    que arrastra cadáveres y policías de uniforme.
    Hablas en verso, como Ovidio y Lope,
    como el precoz escaldo Egil Skallagrimsson.
    A veces te interrumpo. Tus besos llevan oro,
    como las Noches de Stevenson o de Mardrus.
    Son algo tan brillante. Como una nueva infancia.
    No sé si tu destino es catalogar manuscritos,
    si has sido bibliotecaria en Alejandría.
    Un día vi cómo perseguías a un jabalí en Dordoña
    (esa noche soñé con el Monarca Oscuro).
    Podría hacerte un lecho de lirios o de rosas,
    aunque preferiría cubrirte de alacranes.
    Luego descifraríamos papiros mágicos y emblemas.
    No sé cómo decirte lo mucho que te amo.
    Hace siglos que desaparecieron los torneos.
    Jesús sigue muriendo cada día. Hasta cuándo.
    Pero Clodoveo decía que el Gólgota no sería famoso
    si él hubiese estado allí, en Jerusalén, con sus francos...

    Antes leíamos novelas bizantinas, escuchábamos discos,
    no encendías jamás la luz en el desván.
    Me parecía haber vivido dos veces los momentos
    y bebía del suave terminarse de tus ojos.
    Algunos dioses se nos antojaban ridículos:
    Júpiter, por ejemplo, todos los que mandaban.
    Pero las ninfas de las fuentes, los elfos, los dragones,
    Mae West y Miriam Hopkins compensaban la perdida.
    Hacer versos, nadar, dar de comer a un pájaro,
    ejercer de sportwoman como Diana Palmer.
    Buscábamos tesoros en el jardín de tus abuelos,
    bajo ese sol de Heráclito que sigue sin ponerse,
    con una Jolly Roger ceñida a la cintura,
    saqueando glorietas y naufragando en la piscina.

    Y ahora que está aquí, mi amor,
    tú que eres todas las mujeres,
    no sé si voy a ser capaz
    de recordarte y recordarme.
    Todos vivimos, a la postre,
    en una especie de prisión
    de la que no podemos salir,
    en la que nadie puede entrar.
    Pero consta en el Libro Único
    que, a pesar de espinas y agujas,
    nos amamos alguna vez
    y nos amaremos tú y yo.


    Luis Alberto de Cuenca

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  • QuintiQuinti Juan Boscán s.XVI
    editado enero 2015
    LECTORES

    Hay quien lee las estrellas
    la palma de la mano
    las huellas digitales
    las heridas del amor
    los posos del café
    la sonrisa de los labios
    las cartas del tarot
    las vísceras de una paloma
    las páginas en blanco
    los aditivos alimentarios
    los lunares, las uñas
    el iris o la cara entera.
    Hay quien lee en el autobús
    en la playa, en un bar
    subido a una farola
    metido en la bañera
    en braille o en esperanto
    con lupa o con prismáticos
    con el culo al aire
    con bufanda y paraguas
    incluso entre líneas
    y con la luz apagada
    o en el lugar de trabajo
    y hasta en una biblioteca.



    Luis Sánchez Verdeguer (Valencia, 1957-)
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  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado febrero 2015
    Pájaros errantes

    Han vuelto estos pájaros errantes
    con esa multitud que ahoga y clama.
    Y nos aferramos a sus alas,
    a su risa imaginaria,
    a sus graznidos liberadores,
    a su salto espacial e ilógico
    que nos cambia y nos libera.
    Han vuelto esos pájaros
    en la mitad de esta noche
    en la mitad del fuego y las cenizas.
    Esos pájaros errantes...
    Con sus noticias fáciles
    sin pecados (ni egoísmos).
    Han vuelto esos pájaros errantes
    y nos aferramos a sus alas;
    a su vuelo de todos los tiempos.
    Y así nos vamos con ellos,
    con sus viajes impredecibles,
    con sus lagunas y sus mares propios.
    Pronto seremos otros pájaros
    errantes, misteriosos e irreales,
    ilógicos, inmensamente irracionales,
    pero inmortales y felices.

    Ana Iris Salgado
  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado abril 2015
    Me gustaría que volviese estrofa, al menos.


    Los pájaros

    Sus pasos,
    dulces gotas de lluvia
    sobre el tejado.

    F. Ruiz Udiel
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado abril 2015
    Al menos... ( :-) )




    Alondras


    Somos alondras que en su vuelo desandan esclavitudes
    Desbaratan dominios que azotaron en fusta sangrienta
    Espinas clavaron en el silencio el búho de la angustia
    los triturados soles del fracaso
    El lento vagar de incertidumbre que colmó el cáliz del hastío
    La redención viene de lo alto
    Una espera se rompe. El llanto se extingue en la última tortura. Cantamos libertad en el parque de los sueños y la luna encendida despliega sus alas en el techo del infante.

    Somos alondras
    liberamos promesas
    como el vino sacro
    en el exilio

    Ingrid Odgers





  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado abril 2015
    El poeta se despide de los pájaros

    Poeta provinciano,
    pajarero,
    vengo y voy por el mundo,
    desarmado,
    sin otrosí, silbando,
    sometido
    al sol y su certeza,
    a la lluvia, a su idioma de violín,
    a la sílaba fría de la ráfaga.

    Sí sí sí sí sí sí,
    soy un desesperado pajarero,
    no puedo corregirme
    y aunque no me conviden
    los pájaros a la enramada,
    al cielo
    o al océano,
    a su conversación, a su banquete,
    yo me invito a mí mismo
    y los acecho
    sin prejuicio ninguno:
    jilgueros amarillos,
    tordos negros,
    oscuros cormoranes pescadores
    o metálicos mirlos,
    ruiseñores,
    vibrantes colibríes,
    codornices,
    águilas inherentes
    a los montes de Chile,
    loicas de pecho puro
    y sanguinario,
    cóndores iracundos
    y zorzales,
    peucos inmóviles, colgados del cielo,
    diucas que me educaron con su trino,
    pájaros de la miel y del forraje,
    del terciopelo azul o la blancura,
    pájaros por la espuma coronados
    o simplemente vestidos de arena,
    pájaros pensativos que interrogan
    la tierra y picotean su secreto
    o atacan la corteza del gigante
    o abren el corazón de la madera
    o construyen con paja, greda y lluvia
    la casa del amor y del aroma
    o jardineros suaves
    o ladrones
    o inventores azules de la música
    o tácitos testigos de la aurora.

    Yo, poeta
    popular, provinciano, pajarero,
    fui por el mundo buscando la vida:
    pájaro a pájaro conocí la tierra;
    reconocí dónde volaba el fuego:
    la precipitación de la energía
    y mi desinterés quedó premiado
    porque aunque nadie me pagó por eso
    recibí aquellas alas en el alma
    y la inmovilidad no me detuvo.

    Pablo Neruda
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado abril 2015
    Ejecuciones

    en los saxofones anida un ave rara
    picotea las llaves del instrumento
    provocando
    melodías extrañamente dulces
    rechaza la vieja embocadura
    argumentando olores rancios
    y la cambia por un trozo de bambú
    en el que viene escrita
    la partitura que ejecuta por las noches
    y el ave rara comienza a enceguecerse
    cuando descubre que los ciegos
    inventaron la música
    y repite la misma melodía
    sólo que más lento
    tanto como su vuelo posterior hacia el paraguas
    donde el ave decide que no llueva
    para dormir como un cadáver terco
    mientras los saxofones salen a la calle
    a encajarle a la ciudad en plena cara
    una música vieja
    que recuerda el olor de las tabernas

    Eduardo Langagne
    (Ciudad de México, 1952)




  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado abril 2015
    A mí -dice- me coges...

    A mí -dice- me coges.
    A mí me encierras
    me matas.
    ¿Puedes coger aquel pájaro?
    ¿Puedes matar
    el aire que escondo
    entre mis uñas?

    Yannis Ritsos
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado abril 2015
    Los pájaros del pueblo



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    Cuando llegó el invierno a Chile, miles de pájaros volaron con la primera lluvia, estaban asustados entre la sombra y la muerte, y prefirieron emigrar con sus vidas hacia otras vidas. Tomaron el primer avión desesperados, se arrojaron a los muelles persiguiendo barcos, cruzaron las montañas huyendo de las lanzas, y dejaron atrás la patria y a los herederos del hambre. Algunos no despegaron jamás, les arrancaron las alas en el intento y la lucha, desaparecieron con nombre y apellido bajo los árboles de hierro, los encerraron en jaulas por especies, y cuando años después los encontraron tenían la caricia del cuervo entre sus plumas. Los otros, los perseguidos, los pájaros del pueblo que lograron atravesar la muerte, debieron acostumbrarse a volar de otra manera, a sentir de otra manera, a respirar de otra manera. La tierra ajena los había recibido, la tierra amiga los invitaba a su mesa a compartir el pan y sus dolores. Muchos incluso en la agonía soñaron con ver la patria por última vez, pero la patria también agonizaba, había querido volar con sus alas rotas.


    Mario Meléndez




  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado mayo 2015





    El árbol

    La luz oscila entre la piel de tronco
    y el viaje de la fronda.
    Este árbol con su región de ceniza
    y su porción de bosque
    roza el follaje con el viento;
    el cónclave de alas
    cuyo vuelo escapa de frágiles axilas choca
    y el sonido se repite como un leve aplauso
    en los senderos de la jugosa penumbra.
    No pasa nada entre las hojas,
    sólo se forman vitrales temblorosos,
    acuden el gorrión, el colibrí, el cenzontle a dúo,
    y el perico asciende
    como un resumen tropical
    hacia el hambre del sol
    que lo devora en los cielos.
    Nadie sabe los horarios del árbol,
    caen estrellas ocres a tiempos indebidos
    y a la noche se abisma
    la luna entre las ramas
    como un sol floreciendo a deshoras.
    A veces el aire sopla
    en el collar de los pájaros
    que reposan a las once
    cuando se calla el mundo
    y los perros se lamen en silencio.

    María Cruz (México, df, 1974)




  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado junio 2015
    Pájaro del olvido

    Pájaro del olvido
    jamás te tuve más cierto en mi memoria.

    Vuelvo ahora
    desde no sé qué sombra
    al día helado del otoño en esta
    ciudad no mía, pero al fin tan próxima,
    donde el sol de noviembre tiene
    la última dureza
    de lo que ya debiera
    morir.

    ¿Y es éste el día
    de mi resurrección?

    Las hojas arrastradas por el viento
    apagan nuestros pasos.

    Llego y ni siquiera sé muy bien quién llega
    ni por qué fue llamado a este convite
    tantos años después.

    José Angel Valente
  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    Ventana sobre la palabra

    Los cuentacuentos,
    los cantacuentos,
    sólo pueden contar mientras la nieve cae.
    Así manda la tradición. 
    Los indios del norte de América
    tienen mucho cuidado con este asunto de los cuentos. 
    Dicen que cuando los cuentos suenan
    las plantas no se ocupan de crecer
    y los pájaros olvidan la comida de sus hijos. 

    Eduardo Galeano
  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    PÁRAMO

    Ningún pájaro de ceniza acude.
    Para decir, trinar
    aun sin incendio.
    Aun sin la nota exacta pero nota.
    Y desafinar piel,
    crujir alas de luz.
    En vez de esta caída:
    vuelo de sombra a sombra
    sin un parche de arpegio,
    sin sanar la torpeza de palabra.

    Ningún pájaro de ceniza acude.
    Ni tan siquiera para ser diapasón del llanto.

    Raquel Vázquez

  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV

    Así de sencillo


    Madre, si ves ese pájaro
    que observa en la rama
    teme, madre, por mí

    Si no me quita ojo
    (el pájaro)
    desde su observatorio

    Si, todavía más,
    no frunce el ceño, parece
    como si disecado

    Y si, madre, ocurriera
    que el pájaro callara,
    algo falla en lo oscuro

    Y, madre, si ese pájaro
    no existe, es sólo sombra
    impalpable, implacable

    Entonces reza por mi alma.
    Se habrá abierto la tierra
    y todo, madre, de luto

    Gabino Alejandro Carriedo
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