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Un pequeño cambio

Groucho MarxGroucho Marx Pedro Abad s.XII
editado octubre 2014 en Humorística
El joven encargado sale de su despacho, donde ha ocupado el día en dormir, leer el periódico, hacer crucigramas y recibir la visita de un par de empleadas, a las que tiene aterrorizadas bajo la amenaza de quedarse en el paro. Satisfecho de sí mismo, baja las escaleras con paso arrogante y se dirige a la caja para supervisar el cierre.

-¡El informe del día, Marion! -espeta de forma petulante a una de las empleadas, una pobre chica con gruesas gafas y dientes saltones que, a causa de esto, se ha librado de visitarle. - ¡Y deprisa, si no quieres salir por el callejón y no volver!

Temblando, la muchacha se ajusta las gafas, con tan mala fortuna que se le caen al suelo. Se agacha a recogerlas, pero, como es miope, no consigue encontrarlas, y se pone a tantear el suelo a cuatro patas, momento que aprovecha el joven encargado para darle una patada en el trasero que la tiende cuan larga es sobre las pringosas baldosas, lo cual celebra con grandes risotadas.

-Te echaría a la calle, pero me diviertes demasiado. Yo mismo lo leeré. A ver... hoy hemos servido diez menús de McPutrid's, cinco de McTufo's, tres de nuggets de roedor, dos helados de mantequilla de cacahuete con topping de mermelada de lechuga y cuatro raciones de cookies de serrín de haya. -su cara enrojece de ira-. ¡Sólo esto! ¡Así vamos a la ruina! ¡Sois todos unos inútiles! -los empleados le miran cabizbajos- ¡A partir de ahora, todo lo que falte para llegar a las previsiones de ventas lo descontaré de vuestros sueldos! ¿O es que queréis que me echen?

Los empleados se miran entre ellos disimuladamente y la respuesta a esa pregunta está mas clara que la cerveza que sirven en el local.

-¡Fuera todos de mi vista! -aúlla el encargado. Los empleados se apresuran a desaparecer camino del vestuario. Una sonrisa sardónica se pinta en su cara- Veamos cómo le ha ido al nuevo. Como estoy de mala leche, voy a pulverizar los restos de él que Berta me haya dejado, si es que sigue en pie.

El joven encargado entra en la cocina y la sonrisa se congela en su rostro al verme durmiendo tranquilamente sobre una cama que me he hecho con unos cuantos sacos de harina. Frente a mí una cacerola hace las veces de mesita para mi whisky con hielo, junto a una botella de Jack Daniels casi vacía. En una taza que hace las veces de cenicero, mi puro arde alegremente despidiendo volutas de humo hacia el techo.

La cara del encargado pasa sucesivamente por todos los tonos de rojo, mientras su boca se abre y cierra como la de un pez en una pecera. Finalmente consigue articular un sonido coherente. En ese momento abro un ojo y le miro por encima de las gafas.

-¡Tú! -farfulla, presa de la más absoluta indignación, mientras me apunta con el dedo- ¡Tú!

De un salto, me pongo de pie y finjo sorpresa.

-¡Oh, jefe! ¡Me ha pillado! Vale, le toca a usted esconderse. -Me apoyo con el brazo en la pared y escondo la cara en él- ¡Unodostrescuatrocincoseissieteocho...!

Se abalanza sobre mí, me agarra de la camisa y empieza a zarandearme, frenético.

-Eso es trampa, no he acabado de contar. Además es usted un merluzo, porque le he visto y ahora le toca parar a usted otra vez.

De repente, el suelo empieza a temblar. Las tazas repiquetean en sus estantes, los botes de ketchup caen al suelo y una pila de platos hace lo propio con gran estruendo. Berta entra en la cocina como un ciclón, arrancando de sus goznes la puerta batiente derecha, que cae al suelo.

-¡TÚ QUITARR LAS MANOS DE ENCIMA A MI PICHONCITO!

El joven encargado, paralizado, mira con terror cómo se le viene encima aquella montaña humana y me suelta para intentar protegerse cruzando los brazos ante su cara. Vano intento. La bofetada de Berta le propulsa a velocidad supersónica contra el estante de las McTroncho, que caen encima de él en cascada, seguidas del propio estante. Los empleados salen de los vestuarios y miran la escena asombrados.

-¡FUERRA DE MI VISTA! ¡TU ESTARR DESPEDIDO PARRA SIEMPRRE!

Olvidé mencionar el pequeño detalle de que el anciano padre de Berta es el dueño del local, y si ella dirige la cocina y no el negocio es porque no entiende de números y habla mal el inglés, además de ser un pelín bruta como creo que ya ha quedado patente.

El joven encargado huye despavorido. Los empleados, al pasar delante de ellos, le rocían con mostaza y ketchup, por lo que resbala en su huida, estampándose contra la máquina de helados. El depósito de Lacasitos se abre y se derrama encima suyo, quedando éstos pegados a él por efecto de las sustancias pringosas que lo cubren. Finalmente logra alcanzar la puerta y desaparece aullando en la noche. Los empleados aplauden y lanzan vítores.

Berta me levanta del suelo y me abraza amorosa. Mi cabeza desaparece íntegramente entre sus grandes pechos y tengo que darle una patada en la espinilla para que me suelte y no morir ahogado. Se ríe y me da una amistosa colleja que a punto está de desnucarme.

-Ahorra tú, pichoncito, serrás el nuevo encargado.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado octubre 2014
    cada día escalas nuevas posiciones, espero que no te ahoguen las pechugas de la dueña:):D
  • Groucho MarxGroucho Marx Pedro Abad s.XII
    editado octubre 2014
    amparo bonilla escribió : »
    cada día escalas nuevas posiciones, espero que no te ahoguen las pechugas de la dueña:):D

    Mejor las pechugas que los muslos, señorita Bonilla, pues parecen ancas de dinosaurio.
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