El gato gordo llamado Gato
Esta es la historia de un gato, llamado Gato. No os mentiré, más que ansiosos lectores, pues jamás conocí a tan glorioso ejemplar de la cadena genética, sin embargo...su leyenda y fama sobrepasa con creces las fronteras de aquélla su Castilla natal. Cuan Alonso Quijano había crecido entre los juegos de un adorable muchacho, cuya sonrisa fascinaba incluso a aquel obeso animal. Valga la dureza de mi palabra, mas Gato era un felino entrado en carnes, pues tan amplio y redondo era, que a veces el niño lo arrastraba por el suelo como si de una peluda y preciosa fregona se tratara.
Miau. Marrón su cuerpo, blancas sus patas, rodaba por la vida. Era popular entre sus congéneres, siendo conocido por sus numerosas hazañas nocturnas y escapadas solitarias. Aquel comportamiento libertino era aceptado socialmente, teniendo en cuenta su condición de gato soltero, y Gato no dejaba de ser feliz así. Aquel dulce niño lo esperaba, cada día, mas una noche... su amado animal no regresó.
Y os preguntaréis... ¿qué le habrá ocurrido al maullante para abandonar tan preciado hogar? Las más atroces ideas pueden cruzar vuestras enfermas mentes –no lo intentéis negar– pero ninguna de aquéllas puede acercarse lo más mínimo a lo que ocurrió en realidad...
¡Gatos, gatos! Aquélla noche las aceras estaban animadas, los contenedores rebosantes de frescas sobras y suculentas cajas de cartón. “¡Qué jolgorio!” pensaba nuestro héroe morroño, mientras empujaba con sus gordas patitas la entrada a su nuevo palacio. Dos minutos después reposaba con su pancita cara arriba y sobre ella dos latas semi-vacías de atún, contemplando el estrellado cielo . Contaban los ancestros –o al menos eso era lo que decía aquel siamés grisáceo que debía tener al menos 15 años– que en los astros se podían ver peces de todos los tamaños y formas, y que a veces, incluso, el techo les bendecía con fulgurantes bolillas de lana que caían.
La más grande fortuna esperaría al gato que lograse atraparlas con sus garras desde aquélla tierra de opresión cánida y poca tradición de aquarium. Pero lo cierto es que Gato nunca había contemplado lucero semejante, ni confiaba en que él, en su elegante exuberancia –como le gustaba considerar– fuera capaz de tal proeza. Así que, cerró sus grandes ojos azules, y comenzó a dar vueltas en la caja como si se hubiera convertido en una gran croqueta rebozada. Mas cuando despertó de tal éxtasis gatuno, pudo ver en el cielo un resplandor tal, que parecía la más hermosa hebra jamás observada.
En un saltito más torpe que grácil comenzó a perseguir su rastro, lanzando las garras al aire como en uno de aquéllos paganos bailes de teletransportación. ¡Por qué no podía hacerse con el dichoso hilo de ventura! De un momento a otro, cuando pensaba que ya había rascado al menos parte de la bóveda celeste, una patita ajena apareció en su horizonte, y sin apenas darse cuenta, algo chocó contra él.
Gato, conmocionado, tardó en darse cuenta de que había sufrido un vil ataque, ¡que alguien le había hecho competencia! Ante él se mostró una figura tumbada, aún confusa por el golpe, que leyendo casi casi la mente de aquel animal, se giró y bufó. ¡Miau! Pero aquel gesto de agresión, prestamente se convirtió en una expresión de lo más dramática, que el propio Gato adoptaría poco después.
Era una gata tan hermosa, que ruborizado nuestro querido menino comenzó a tartamaullar. Preguntóle, tras varios instantes de total y más absoluta incomprensión, intentando adoptar un porte viril, cuan león, que quién era ella que tan repentinamente había aparecido ante sus ojos, normalmente tan atentos, claro. Y la gata, calando su palabra, cualquier pensamiento posible, le respondió que ella era Gata.
Ya os podéis imaginar, jóvenes lectores, que aquélla Gata era la gata de su vida. Y que juntos burlaron toda ley que cualquier especie u civilización haya podido establecer contra el más eterno de los amores felinos. Mucho más largo sería relatar sus mil aventuras, los paseos por el Sena comiendo pececillos urbanitas, los escondrijos de las embarcaciones de Venecia o las divertidas emboscadas a las ratoneras de Cuenca. Sabed solo, que es posible que aún troten por la vasta tierra, pues no en vano emanó su amor del propio firmamento. Y si esta historia os ha parecido irracional, e incluso amanerada por tal cantidad de diminutivos de monosidad extrema, no carecéis de razón.
Comentarios
¡Miau! Si hasta utiliza el lenguaje agatunado. Esto de "tartamaullar" me lo apunto, no sabes lo que voy a ligar! Gracias.
¡Lo niego! Rotundamente lo niego.:D
Precioso relato. ¡Gracias por compartirlo!
[OCULTAR]Y ya me imaginaba que encontraría a Dr. Fictizio por aquí.:D[/OCULTAR]