Hoy quiero contar una historia de dulce pantomima para rescatar la tristeza de todos los niños. ¡Oh qué lloren, qué lloren mansamente los niños su dulce hilillo de oro y miel!
Dícese que la mosca pendía del hilo lúcido y claro de la araña, cuando se abrió el sol entre las nubes de una clara mañana, y un niño de cartón despertaba abandonado en una fábrica de trastos viejos y rotos. Era entonces, cuando la vida pasaba, suavemente se iba en una brisa fresca y melancólica como agua de manantial, de campanillas y amapolas perfumada en su eterna primavera.
Era aquel un viejo almacén donde se acumulaba lo inservible, aquello que ya no perfumaba las primaveras. Aquellos trastos llevaban la marca imborrable de otras primaveras envolventes, que ávidas los fabricaron y manipularon. Llevaban el sello inconfundible de un Dios que se supo hacedor y eterno en su primavera.
Así, el niño de cartón aún sentía revolotear a las mariposas en su corazón de papel maché. Eran sus ojos un collage de campanillas, amapolas y demás florecillas silvestres que beben en aguas de cristal. Todavía cantaba como un jilguero enjaulado que huele su primavera.
—Dulce primavera, tierna y dulce tú seas para mi corazón agua pura y fresca...—cantaba el niño su canción, la canción que retumbaba en las viejas paredes del almacén— ... ¡Oh, pero que ven mis ojos, mis tristes luceros de maché; un muñeco de trapo hecho jirones!
Se elevó el sol dorado y triste de cartón arrugado y caminó entre revistas y periódicos abandonados. Con sus tibios rayos, tan tibios y cálidos como los de una madre que se conmueve al ver a su recien nacida criatura, calentó el invierno del muñeco de trapo. Eran los ojos del muñeco dos botones blancos, cosidos con un grueso y áspero cordón negro.
—¡Oh qué te hicieron, cómo te hizo el tormento con su cordón negro! —exclamaba el niño besando aquellos botones pálidos y apagados— ¿Qué clase de primavera sembró tu rostro de campanillas negras con aroma a cementerio?
No contestaba el muñeco de trapo, tan lejos se encontraba atravesando pantanos y a duras penas respirando entre el fango. Caían sobre él pilas y más pilas de periódicos, revistas, cajas de cartón y todo tipo de envoltorios, incluso muebles rotos y electrodomésticos. Fue un milagro que el niño lo viera, como un milagro es la primavera.
Y el niño de cartón corrió como el torrente por el valle, con sus rígidas piernas de cartón, para desenterrar su muñeco de trapo. Por fin tenía alguien con quien jugar, igual que el agua del manantial juega con las florecillas que por curiosidad a él se arriman. Con atención miraba a su nuevo amigo, que descansaba en sus rígidas manos de cartón. Se imaginaba a una mujer enferma y cansada, trabajando por encargo y necesidad, fabricando muñecos de trapo. Cosiendo con un mismo hilo grueso y negro los mismos botones blancos. Eran cientos y miles los apagados luceros que hilaba la triste y callada mujer, que trabajaba muy lejos de su primavera, del valle y su manantial.
Allí debio de trabajar sola aquella mujer. Sin nadie que se preocupara por ella, que la solicitara, se marchitaba su belleza entre los trapos sucios y viejos. Cada vez que acababa uno de los muñecos de trapo, algo aliviada lloraba y cantaba a su criatura:
—¡Pantomima eres y habrás de ser para que los niños lloren su tristeza, y corran con sus mamás a buscar las primaveras!
—¡Oh teatro y pantomima fue, es y será nuestra vida. —cantaba el niño a vivo pulmón de periódico, mientras corría y saltaba entre los escombros del sucio y maloliente almacén.
Es entonces, que se descubrió el niño en aquella pantomima, en el sueño por representar, la historia que contar, y decidió abandonar para siempre el viejo almacén.
Yo, que divagaba obras de teatro, lo encontré vagando por la fría ciudad. Estabamos en navidad, cuando lo vi durmiendo sobre periódicos y cartones en un portal, abrazado a su muñeco de trapo.
—¿Qué tienes mi niño, cuál es tu tristeza, qué sueño deseas contar?
—¡Ayúdame, oh ayúdame a representar mi pantomima, necesito a muchas madres y niños. Necesito del agua y de todas las primaveras habidas y por haber!
Y es por esto, porque la vida es un teatro, que decidí contaros esta historia; en la cual un niño de cartón devuelve la palabra a una titella de trapo y a su creadora, la madre que trabajó por encargo.
Y ahora, que aplaudan y lloren, sí; ¡qué lloren los niños y sus mamas su eterna y mansa primavera, su dulce hilillo de oro y miel!
—Se cierra el telón—
Comentarios
Saludos.
Esa es la imagen que trasmites con este relato. Utilizaste calificativos casi alegres, tiernos, para describir un contraste total del estado en descompsición que narras. Creo que este es mi favorito de los que te he leído.
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Quizás lo extraño aquí es que el texto es un coqueteo con el teatro; en un futuro próximo quiero entrar a escribir cosas de teatro y este texto para miíes una especie de arranque; pero no tiene estructura de pieza de teatro.
Gracias por pasar y leerme.
Un abrazo
Gracias por tu visita, Amparo, siempre tan amable.
Un abrazo
Pues tengo que buscar para ver esos videos. Porque ese contraste recorre el texto, gracias por tu lectura.
Un abrazo
Te envío un saludo