¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

Cesárea realizada por mi personaje el Doctor Amor (Primera parte)

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
editado febrero 2014 en Narrativa
____¿No fue mi antiguo profesor de química el que dijo eso?
____Está usted equivocado, doctor Amor. Eso consta como un legado, y lo dejó escrito el catedrático de biología, que examinaba a los alumnos del cuarto curso, en su época –respondió Poli.

No quise discutir con él, porque, generalmente, sabía lo que decía. De hecho, ese era uno de sus principales atractivos. Nos agradaba tener en el consultorio a estudiantes haciendo prácticas. Esos jóvenes voluntarios ayudaban. Abrían puertas nuevas de la ciencia de la veterinaria y nos acompañaban en nuestras guardias solidarias. A cambio de todo eso, adquirían de Pérez y de mí conocimientos valiosos para el lado práctico de su formación profesional. Pero con el paso del tiempo me iba dando cuenta de que aprendíamos de ellos tanto como ellos de nosotros. La ciencia de la veterinaria había experimentado avances espectaculares. Surgía un nuevo campo, el de las pequeñas especies. Ya se practicaban operaciones quirúrgicas en los animales de granja, y los estudiantes de entonces contaban con la ventaja de ver cómo se aplicaban las nuevas técnicas en las universidades, dotadas con modernos y sofisticados quirófanos.

Poli ya cursaba su último año de veterinaria, y era fuente de sabiduría, en la que yo bebía ávidamente. Pero además de nuestra profesión, compartíamos la misma pasión por la literatura. Cuando no estábamos hablando de temas profesionales, canalizábamos nuestras conversaciones hacia la literatura, y ser compañero de viaje de Poli hacía que se acortaran los caminos entre las granjas. Era un chico agradable, con una personalidad que iba más allá de los veinticuatro años que tenía, y que se salvaba de la pomposidad gracias a su humor. Un tipo de peso, si alguna vez vi alguno. Y esta impresión la reforzaba una distinguida perilla, que había decidido dejarse, además del hecho de fumar en pipa. Durante uno de los viajes que hacímos juntos, decidí tocar el tema de las nuevas operaciones.

____¿Es verdad que están practicando cesáreas en vacas en los quirófanos de las universidades?

Encendió, ceremonioso, una cerilla y la acercó a la pipa.

____Esas operaciones son tan corrientes como hacer pan, doctor Amor. Es un procedimiento rutinario –esas palabras habrían tenido más peso si el joven hubiera podido expeler una voluta de humo detrás de ellas, pero había apretado tanto el tabaco que, a pesar de aspirar con tal fuerza que sus mejillas se hundían y sus ojos se abrían desmesuradamente, no pudo sacar una sola bocanada.

____Qué suerte tienes. Si pudieras ver el tiempo que paso sobre el suelo de un establo, ayudando a una vaca para que pueda parir y esforzándome para que el ternero saque la cabeza… Normalmente, sólo lo cojo por las patas y tiro de él. Pero si tuviese tus conocimientos, me ahorraría más de un problema con una operación así. En cualquier caso, ¿qué clase de trabajo es ése?

____Fácil, doctor Amor. Sólo con saber del asunto, se soluciona -el precoz estudiante me miró, y después sonrió, jactancioso. Pasado un instante volvió a apretar el tabaco y a encender la pipa, pero, de pronto lanzó una exclamación de dolor: se había quemado con la cerilla. Finalmente, añadió, con voz ahogada-:

___Dura como una hora y no exige un gran esfuerzo – humedeció con la lengua la zona dañada.
____Eso suena bien -repliqué-. Pero el procedimiento debe ser más fácil si se puede ver. Y tú habrás tenido y tienes oportunidades para ello.
____Así es, doctor Amor -seguía enfático-. Pero la mayor parte de las vacas no precisan una operación de esas. Sería importante para usted ver un caso, a la vez que yo anotaría algún dato complementario en mi cuaderno de notas –contestó.
____Ah, doctor Amor, si se presenta una oportunidad, ya sabe, cuente conmigo -se apresuró en añadir.

Asentí. Ese cuaderno era una especie de libro, que contenía toda clase de materia útil, meticulosamente ordenada y con los títulos en tinta roja. En esa misma forma de hacer las cosas nos hallábamos los dos. Los profesores que impartían las distintas clases acostumbraban a pedir los apuntes a sus alumnos, y los de Poli, bien merecían algún que otro punto extra en los exámenes finales.

Una vez que llegamos al pueblo, dejé al joven en su casa, y después conduje hasta la mía. Ya en ella, a esas horas solía tomar café de “pucherete”, al que me había enviciado. Estaba acabando mi taza cuando mi mujer se levantó y se fue hacia la mesita del teléfono, al oír el timbre del aparato. Luego de escuchar durante unos instantes lo que decían, me miró y me dijo:

____Amor, es el señor Rojo. Dice que sus pastos de Sudán, que recomendaste sembrar, se están secando, aun regándolos. Y agrega que ya ha llamado al consultorio, pues una de sus vacas está tratando de parir, desde esta mañana. ¿Qué le respondo?

____¡Qué fastidio! Y yo que pensé que el resto de la tarde lo teníamos para nosotros…! –puse la taza sobre la mesa, y luego le dije-:
___Dile que dé a la vaca Aprol, para que descanse, que salgo enseguida a su finca -sentí contrariedad mientras mi mujer colgaba el teléfono. Pero a Poli le iba a encantar, por lo que acababa de decirme de acompañarme, para así anotar algún otro dato en su libro. Miré a mi mujer:

____Por favor, telefonea a Pérez y dile que yo iré para ambos casos, y que me llevo a Poli conmigo. Y agregué:
____Llama también a Poli y dile que pasaré a recogerle enseguida.

Sin embargo, cual rayo, Poli había sido ya avisado por Pérez, y ya se encontraba listo, con su maletín de veterinario. Debía estar contento, por lo hablado en esa misma tarde. Sorpresivamente, iba a ampliar sus valiosos apuntes. Seguro que no imaginaba que la oportunidad que solicitaba se iba a producir tan pronto. Y era cierto. El joven estaba de un humor excelente cuando pasé por él, camino de la granja del señor Rojo.

____Estaba leyendo una poesía cuando llamaron a la puerta –me dijo-. La poesía tiene algo que puede darse en la vida. Por ejemplo. En este instante, en que estoy a punto de volver vivir un gran acontecimiento, leo lo siguiente: "siempre hay esperanzas de eternas primaveras en el corazón humano”.

Yo no me sentía tan poético como Poli. Uno nunca sabe qué va a encontrar en estos casos. En menos de quince minutos llegamos a nuestro destino: la granja del señor Rojo. Traspasamos la cancela de la entrada de "Toril", que así era como se llamaba la granja, y conduje hasta el interior. El señor Rojo -por primera vez, que recuerde, había un dueño esperando- recordó que era mucho el dinero invertido en las herbáceas. Y me lo hizo saber luego de la "larga" espera producida desde que acabó de hablar con mi mujer. En vista de lo cual, inmediatamente nos pusimos en movimiento. Por el momento, la vaca pasó a un segundo plano. Estaba atendida por un vaquero.

Nos encaminamos hacia la pradera. Ya allí, pude ver, asombrado, que, en efecto, estaban secándose las partes extremas, adquiriendo el típico color marrón de la hierba en proceso de putrefacción. Pregunté a Rojo si alguien había manipulado los mecanismos del panel, porque lo que veía era muy extraño. El equipo de riego estaba funcionando bien. Un poco bajo de presión, pero bien. Sin embargo…

____Nadie, que yo sepa –contestó-. Pero la otra tarde vi una bandada de pájaros que salía y entraba de la "casa máquina" -añadió.

Entonces, nos fuimos hacia la casa máquina, situada a unos doscientos metros de la plantación.

____¡Me parece que esos puñeteros pájaros han hecho de las suyas, señor Rojo! -grité.
____¿Qué quiere decir?
____Que con sus picos o patas han picado o toqueteado el mando de longitud de riego y, consecuentemente, se han acortado los diámetros del mismo –maticé, siempre en voz alta.
____¿Mando? ¿Diámetros? -se acercó más aún a mí.
____Sí. Eso ha provocado que no llegue agua a esas partes –respondí, y añadí-: para evitar que vuelva a ocurrir, porque, como recordará, este riego es antiguo y el automatismo se instaló sobre lo que ya estaba hecho, colocaremos en las tuberías secundarias varias bocas de riego con aspersores auxiliares. Pero éstos nuevos tendrá que activarlos manualmente, para no hurgar más en el panel. Avisaré al taller para que vengan a hacer la instalación, lo antes posible. Después, con tiempo, revisaremos los automatismos -amplié, hablándole casi al oído.

____¿Quiere decir que esas partes no se han regado? –se hizo cargo, al fin, contrariado.
____Así es. Vea la hierba y compare la del centro con la de los extremos y verá la diferencia. Métase en los caminos interiores, y verá que en las partes centrales no hay pasto seco y está alta la hierba –concluí, casi extasiado de tanto gritar.

El señor Rojo se quedó conforme con mis explicaciones. Tanto, que no hizo falta comprobar nada más. Pero tampoco era necesario. La altura de la plantación lo delataba. Por lo que dimos este asunto por zanjado, a la espera de la nueva instalación propuesta. Después nos fuimos directamente a los establos, para ver qué estaba pasando con la vaca. En un pesebre, rodilla en suelo, vimos a un joven atendiendo a la res, en su ya casi expirado letargo. Era una vaca pequeña, de grandes ubres. Nos miraba con ansia desde su lecho de heno. Colgaba del techo un cartón con un nombre pintado con tiza: “Lechona”.

____¡No es muy grande! -de nuevo grité cerca de su oído, porque sabía que le fallaba la audición.
____Además, siempre ha tenido problemas –contestó, y agregó-: su primer parto fue difícil, aun pariendo un ternero muy pequeño. Pero dio buena y abundante leche después de eso.

Comentarios

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2014
    Miraba a la vaca y la vaca me miraba a mí mientras me quitaba la camisa y me lavaba los brazos en el agua de una pila próxima. "No me agrada nada esa pelvis tan estrecha" -pensé y hacía plegarias para que el ternero no fuera muy grande.

    ____¿Es su primer parto? –me preguntó, súbitamente, el señor Rojo, un poco asustado.

    No respondí a su pregunta, y él no insistió. Entonces empujé con el pie en los cuartos traseros del animal, a la vez que chillaba para que se levantara. Pero no parecía con intención de hacer un esfuerzo más.

    ____Seguro que no se va a mover más –dijo, de pronto, el señor Rojo-. Ha estado quejándose toda la noche –añadió.

    Tampoco me agradaba cómo sonaban sus muges. Siempre se espera algo malo cuando una vaca puja durante tanto tiempo, sin obtener un resultado positivo. Parecía cansada. La testa le colgaba, y tenía los párpados caídos, signo inequívoco de agotamiento. Presentía un parto difícil. Pero si la vaca no quería levantarse, no tenía otra opción que bajar. Con el pecho desnudo sobre el duro suelo pensé, irónico, que las baldosas no se ablandan con el paso de los años. Sin embargo, cuando deslicé la mano en la abertura pélvica, olvidé mi incomodidad. Era muy estrecha. Más adentro toqué algo que me heló la sangre: dos enormes patas y un hocico. Al retirar la mano, la superficie áspera de la lengua del becerro rozó ligeramente la palma. Me senté sobre los talones, como pensando, y después alcé con fuerza la voz.

    ____¡Señor Rojo, no se asuste, pero ahí dentro hay una especie de elefante, y no hay suficiente espacio para que salga!
    ____¿No puede cortarlo en pedazos? –respondió, harto ya durante toda la noche.
    ____¡Me temo que no! ¡Está vivo! ¡Sería un crimen!
    ____Sólo es un superviviente –contestó de nuevo, con gracia-. Pero, aunque no es grande, es buena lechera. Y, la verdad, doctor Amor, no quisiera enviarla al carnicero.

    Tampoco yo. Sólo la idea dolía. En un momento de gran decisión me dirigí a Poli, que, aunque era novato en la profesión, sabía por él mismo que en su famoso libro anotaba todo lo referente a esta clase de operaciones. Le dije, enfático.

    ____¡Ésta es la ocasión propicia, muchacho; lo acertado es hacer una cesárea! ¡Me alegro de que estés conmigo! –estaba en tal estado de excitación que casi no me di cuenta de un parpadeo de inquietud en los ojos del joven, a la vez que un temblor en las manos.

    Me levanté, pensando qué cosa y cómo iba a decírsela al señor Rojo.
    ____¡Señor Rojo! -lo tomé del brazo y le hablé al oído-. ¡Hay que practicarle una cesárea a la vaca! ¡Hacerle una abertura en el vientre y sacar el becerro! ¡Así de simple! ¡¿Qué me dice?!

    ____¿Como esas que les hacen a algunas mujeres?
    ____¡Más o menos! ¡Ya veo que lo ha comprendido!
    ____Parece extraño -alzó las cejas-. No sabía que se podía hacer ese tipo de operaciones a un animal, sobre todo a una vaca.
    ____¡Ahora sí! –respondí, con aire solemne-. ¡La ciencia ha avanzado en estos últimos años! ¡Aquí tenemos a Poli, futuro veterinario, que puede corroborar lo que acabo de decir!
    ____No sé… No sé… -se pasó la mano por la barbilla, y después agregó-: pienso que la vaca morirá si le hace un agujero tan grande. Quizá sea mejor que la mande al carnicero. Seguro que dará por ella unos pocos billetes. ¿No cree?

    Sentí que se me escapaba, y por eso seguí hablándole con persuasión. El señor Rojo parecía difícil de convencer. Volví a la carga.

    ____¡Pero no es grande y está flaca! ¡No le darán mucho como carne! ¡Y con un poco de suerte, podemos sacar el becerro vivo!

    De pronto, me percaté de que estaba yendo en contra de uno de mis más firmes preceptos: el de no decir nunca a un granjero lo que debía hacer con sus animales. Pero estaba atrapado en una especie de locura incontrolada. El señor Rojo me miró y, sin cambiar de expresión, asintió levemente con la cabeza. Después me dijo:

    ____De acuerdo. ¿Qué es lo que necesita?
    ___¡Un cubo con agua caliente, jabón verde, toallas y un par de guantes de granjero! –respondí, presuroso y nervioso-. ¡También -seguía entusiasmado e impaciente-, si me lo permite, llevaré el instrumental hasta la cocina de la granja para hervirlo!

    Apenas el granjero salió para traer todo lo que le pedí, di a Poli unas palmadas en el hombro, como de complicidad. Le dije:

    ____Todo es perfecto, muchacho. Mucha luz, un becerro vivo, que tenemos que sacar del vientre de su madre, y, habidas cuentas de que el señor Rojo es bastante sordo, podré pedirte cuantas instrucciones necesite durante el proceso de la operación, sin que nos oiga. Manos a la obra. No per-damos más tiempo.
    Poli no respondió. Entonces, le pedí que ordenara todo y que pusiese mucha paja alrededor de la vaca, mientras yo iba a la casa a hervir el instrumental. A mi regreso, las jeringas, el material de sutura, el bisturí, las tijeras, los anestésicos, algunos antibióticos y un paquete de algodón, se hallaban perfectamente alineados sobre una toalla extendida en una paca de heno. Evidentemente, sabía lo que hacía, aun siendo la primera vez que iba a colaborar in situ en un parto de vaca. Añadió antiséptico al agua, y luego me miró, esperando, sin duda, mi conformidad.

    Una vez que regresó el señor Rojo, lije, siempre cerca de su oído.

    ____¡Señor Rojo, entre mi ayudante y yo haremos que la vaca se vuelva para que usted pueda sujetarle la cabeza hacia abajo! ¡Procure estar muy atento, por favor!

    Empujamos la vaca, y cayó sobre un lado, sin poner resistencia. Entonces le di un pequeño codazo a Poli y le pregunté:

    ____¿Dónde hago el corte?

    Se aclaró la garganta, dos, tres veces antes de responder, pero, al fin, contestó:

    ____Bueno, verá… Más o menos… Aquí -señaló un punto.
    ____Alrededor del rumen, pero un poco más bajo, ¿no?

    Corté el pelaje del animal en una franja de treinta centímetros. Necesitaba una gran abertura para sacar el becerro. Después insensibilicé toda la zona con anestesia, y sobre la marcha empecé a cortar con decisión. Debajo del peritoneo topé con una masa de tejidos protuberantes, de color rosáceo y blanco. Presioné en ese sitio Luego sentí algo duro dentro. ¿Acaso el becerro?

    ____¿Es el rumen o el útero? –susurré-. Está muy abajo para ser uno de los estómagos, así que supongo que será el útero.
    ____Está usted en lo correcto, doctor Amor. Ése es el útero –afirmó Poli, que, aun mi susurro, había oído.
    ____Bien –sonreí aliviado, a la vez que hice un corte profundo. Brotó entonces una enorme cantidad de heno, a medio digerir, seguida de gases y un líquido marrón oscuro. Perdí hasta el aliento.
    ____¡Este es el rumen! ¡Mira toda esa porquería! –gruñí, mientras un río maloliente salía del primer estómago e inundaba la cavidad abdominal. ¿A qué estás jugando? –Poli temblaba y deseaba ser invisible -. ¡Conste que no te culpo de tu error, pero debes pagar por él!
    ____¡Enhebra enseguida una aguja! –mi tono era casi agresivo.

    Con mano temblorosa me dio una aguja con el hilo de sutura. Sin hablar y con la boca reseca comencé a cerrar el corte que había hecho en el órgano equivocado. Luego, entre los dos, nos dedicamos a limpiar el contenido del estómago, que se había extendido e invadía partes que estaban más allá de nuestro alcance. Utilizamos grandes apósitos, impregnados en líquido antiséptico. La contaminación era masiva. El señor Rojo sudaba, y pude observar que ya comenzaba a dudar de mí, de Poli, de la vaca….y de todo. Cuando limpiamos, lo mejor y lo más rápido que pudimos, las partes afectadas, miré al "aspirante a veterinario”, con desconsideración y sin tener en cuenta que habían más personas en el establo.

    ____¡Pensé que sabías todo lo relacionado con estas operaciones!
    ____Ya se hacen muchas intervenciones de este tipo. Y pensé que no había ningún problema –parecía asustado.
    ____¿En cuántas operaciones de este tipo has estado presente? -lo ful-miné con la mirada.
    ____Bueno… verá, doctor Amor. Realmente en una, y en la universidad, como clase de prácticas.
    ____¡¿Sólo en una y como práctica?! ¡Creía que eras experto! ¡De todas formas, aunque no hayas estado en ninguna deberías, al menos, saber algo! ¡Y lo digo por tus apuntes!
    ____El caso es que… me encontraba en la parte más retirada del salón de clases.
    ____¡Ahora es cuando lo comprendo todo! ¡Y no podías ver bien! ¡¿Ver-dad?! –sonreí, con ironía.
    ____Así es -agachó la cabeza, como avergonzado.
    ____¡Eres un mentiroso y un vanidoso! –grité-. ¡Mira que engañarme con tus conocimientos…! ¡¿Te das cuenta de que has podido matar a esta pobre vaca?! ¡Con toda esa contaminación es probable que se produzca una peritonitis y que muera! ¡Lo único que nos queda ahora es la remota esperanza de salvar al becerro! -haciendo un esfuerzo me calmé-. Pero sigamos, y a ver qué pasa. Empléate a fondo. Aun tu ignorancia en esto, cuatro ojos son siempre mejor que dos.
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2014
    Con excepción de mi ataque de ira, el resto del diálogo transcurrió confidencial. Mientras el señor Rojo seguía disparando miradas inquisitivas, le brindé una mirada tranquilizadora. Después volví a lo mío. Metí de nuevo el brazo, en lo que ahora ya sabía que era el rumen, y toqué un órgano suave y resistente que contenía un bulto con la dureza e inmovilidad de un saco de carbón. Seguí inspeccionando, y, de pronto, rocé el inconfundible contorno de una pata, que empujaba con fuerza. Era parte del becerro. De Acuerdo. ¿Pero cómo sacarlo entero? No sabía qué hacer. Entonces, saqué el brazo del interior de la vaca, y le pregunté de nuevo a Poli, con voz normal, pero si dejar la ironía.

    ____Desde tu “inmejorable” posición en clase, ¿viste lo que hacían después de hacer la cesárea?
    ____¿Después…? -se humedeció los labios, y añadió-: se supone que tenemos que sacar el útero, y luego ponerlo al nivel de la herida.
    ____¡Ni King Kong puede con ese útero! -volví a gruñir-. ¡Inténtalo y verás el chasco que te vas a llevar! –respondí, nuevamente furioso.
    Poli, al igual que yo, tenía el torso descubierto. Pero su cara estaba empapada en sudor. Sin convicción, metió el brazo. Pero enseguida lo sacó, y después asintió, ruborizado.
    ____Tiene usted razón, doctor Amor. Ni se mueve.
    ____Sólo hay una cosa que podemos hacer –seguí hablando, calmado ya-. Voy a hacer una incisión en el útero mientras tú sujetas las patas delante-ras de la vaca.
    No era agradable andar hurgando en la oscuridad de lo desconocido, con el brazo metido hasta el hombro en el interior de una vaca. Estaba aterra-do. Podía cortar en algún sitio vital. Pero lo que primero corté fue mis propios dedos antes de apañármelas para poder hacer un corte a través del bulto que formaba la pata. En un momento, ya había llegado, ya me hallaba en algo seguro…

    Con cuidado y no poco miedo aumenté el corte, centímetro a centímetro. Apenas cogí la pata e intenté tirar de ella, pedí con el máximo fervor que la abertura fuese del tamaño suficiente para permitir el paso del becerro. Esto era crucial. Pero enseguida pude darme cuenta de que iba a necesitar una fuerza tremenda para sacarlo a la luz.

    Cuando se hacía una cesárea a un animal tan grande, había que asegurar-se de elegir un ayudante robusto entre los estudiante de la granja. Pero en ese día sólo tenía a Poli, que era un buen chico, aunque a falta de las fuer-zas necesarias para esta clase de trabajos.

    ____¡¡Vamos!! ¡¡Ayúdame!! –dije, gritando.
    Con dientes apretados y jadeando por el esfuerzo, tiramos hacia arriba, hasta que, por fin, pude sujetar la pata. Pero incluso en ese momento, en que cada uno jalaba de una, no se movía el animal. Conforme nos echamos hacia atrás, ya con los últimos vestigios de nuestras fuerzas, tuve una de esos súbitos pensamientos, que, a veces, abrigan todos y cada uno de los miembros de tan digna profesión: deseé con todo mi alma no haber empezado este horrible trabajo. Pero el “patilargo” iba saliendo en forma gradual. Apareció el rabo, luego el costillar, de un tamaño increíble, y, finalmente, con precipitación, hombros y cabeza. Poli y yo nos caímos al suelo, y el becerro, tan grande o más de cómo había pensado, rodaba sobre mi pecho, resoplando y sacudiendo la cabeza.

    ____¡Vaya tipo tan grande! -exclamó el granjero
    ____¡Sí, un tipo grande! -grité-. ¡El más grande que he visto hasta ahora! ¡Nunca habría salido en forma natural! –añadí, extasiado.

    Sin embargo, ya fuera el becerro, toda mi atención se centraba en la vaca. “¿Dónde está el útero?”, me pregunté. Había desaparecido. De nuevo empecé una búsqueda frenética dentro del animal. Luego de retirar la placenta, mis manos tocaban lo que parecía el borde rasgado de un corte. Saqué todo lo más que pude del órgano hasta la luz, y vi que la abertura original había aumentado a un grado tal que había una larga rasgadura que se unía al cuello del útero.

    ____¡Suturas! -extendí la mano, y Poli me facilitó una aguja-. ¡Sujeta los labios de la herida! –empecé a coser. Actué raudo hasta donde se perdía la rasgadura. Pero el resto fue un martirio. Poli sujetaba, con gestos de cansancio, mientras yo introducía la aguja a ciegas en el tejido.

    Pero, por desgracia, apareció una nueva complicación. El becerro se había puesto en pie y topaba con todo a su alrededor. A mí, siempre me había fascinado la rapidez con que se incorporan los animales recién nacidos, pero ese día era una molestia. El becerro buscaba las ubres de su madre, con ese instinto de alimentarse, que nadie puede explicar, empujaba el costado de la vaca con el morro, se tambaleaba y caía en la herida del vientre de su madre, con el consiguiente dolor de ésta, que lo pateaba todo en una forma alocada.

    ____¡Juraría que quiere meterse de nuevo! –dijo, de pronto, el señor Rojo, que seguía las peripecias-. ¡Es un tipo corajudo! -añadió.
    Corajudo se interpretaba como vigoroso en esa bendita tierra, y nunca era mejor aplicada la palabra. Mientras trabajaba, tenía que empujar con el hombro el hocico húmedo del becerro, pero apenas acababa, lo tenía encima de nuevo, esparciendo grandes cantidades de partículas de paja y de suciedad en la herida abierta.
    ____Vean esto –dije, repartiendo la voz entre los presentes-. Como si no tuviese ya bastante con este desorden… -agregué.
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2014
    El señor Rojo -en su caso, sería por mis gestos- y el vaquero, asintieron con comprensión. Pero Poli, no. Su sudor se unía a la sangre que salpicaba del becerro, corriendo en su cara como un río de vino tinto, al tiempo que sujetaba la herida invisible. Al cabo de un rato, que me pareció una eternidad, llegué lo más lejos que pude en la herida uterina, limpié la suciedad del abdomen y lo cubrí todo con polvos desinfectantes. Cosí las capas de los músculos y la piel y acabé. Luego nos pusimos en pie, como dos ancianos, y empezamos a lavarnos, no sin antes mirarnos recelosos. El granjero abandonó su posición, junto a la cabeza de la vaca, y después miró la hilera de puntos.

    ____No debí desconfiar de ustedes. Buen trabajo, doctor Amor y ayudante Poli –nos dijo-. ¡Y un hermoso becerro! ¡Si señor! -concluyó.
    Y, en verdad, era así. Un hermoso becerro.

    El recién nacido era una belleza. Se tambaleaba sobre sus inestables patas, y sus grandes ojos se abrían, llenos de curiosidad. Pero ese "buen trabajo" escondía algo que ni siquiera me atrevía a dudar. Mi insatisfacción se cifraba mirando a la vaca. No tenía ninguna esperanza de sobrevivir. Aun ello, en un gesto de profesionalidad, dejé al señor Rojo una bolsa de Sulfatiazol en polvo, para que se la administrara a la vaca una vez al día durante una semana. Después, le dije a Poli que abandonásemos aquel lugar, lo antes posible.

    De regreso, conduje en silencio. A poca distancia de la granja, después de una curva, detuve el auto en un camino, bajo un árbol, y dejé caer la cabeza sobre el volante. Me hallaba realmente cansado.

    ____Jamás pasé tanto apuro en un trabajo veterinario –le dije a Poli, de pronto. Y, sin esperar réplica, añadí-: con toda esa porquería dentro, una peritonitis es inevitable. Seguro que dejé algún agujero en el útero. Pero ya no tiene solución.
    ____Fue culpa mía –respondió Poli, en un tono ahogado.
    ____No. No lo fue. Se supone que soy un veterinario cualificado y lo único que hice fue cometer errores. Y no satisfecho, te humillé. Mi comportamiento hacia ti ha sido odioso. Te debo una disculpa y el reconocimiento de tu dignidad ante el señor Rojo y su vaquero.
    ____En verdad yo… –contestó, como no esperando mi reacción.
    ____Además –lo interrumpí- debo agradecer tu colaboración. Trabajas-te duro, y no habría llegado a nada sin ti –hice una breve pausa y lo miré. Y después añadí-: pero ahora, vamos a intentar relajarnos un poco. Te invito a una cerveza.

    Amanecía ya. En el bar del casino ya había granjeros desayunando. Nos dejamos caer en unas sillas en un lado del salón, y cada uno nos sumergimos en nuestros propios pensamientos, frente a dos jarras de cerveza. En principio, no cruzamos palabra alguna. En realidad, no había nada qué decir. Todo lo habíamos dicho ya en “Toril", antes, durante y después del parto, con cesárea incluida, de “Lechona”. Pero Poli rompió el silencio y, sacando fuerza no sé de dónde, me preguntó si había dicho en serio lo de que la vaca no iba a sobrevivir. Le respondí que nunca más la volveríamos a ver viva. Aunque sabía que no creía lo que le decía. Tenía fe en mis posibilidades, y procuraba hacérmelo ver.

    Al mediodía, ya relajado en el consultorio, una morbosa curiosidad me hi-zo telefonear a "Toril".

    ____¡Doctor Amor! -contestó una voz alegre al otro lado del hilo-. “¡Lechona” está en pie desde diez minutos después de irse ustedes!
    Pasaron unos segundos antes de que pudiera digerir lo que acababa de oír. Sacudí la cabeza. Le pregunté:
    ____¡¿No la ve un poco incómoda o triste?!
    ____¡Nada de eso! Está tan alegre como un grillo. Desayunó un pesebre lleno de alimento. Incluso le saqué unos litros de leche –después oí, como un sueño, la siguiente pregunta-. ¿Cuándo va a venir de nuevo para quitarle la costura?
    ____¿Costura…? ¡Ah, sí! ¡Dentro de diez días, aproximadamente, señor Poli! ¡Digo… señor Rojo!

    Después de la angustia de la primera visita, me satisfacía tener a Poli a mi lado mientras retiraba los puntos de sutura a la vaca. No había hinchazón alrededor de la herida. “Lechona” mascaba tranquilamente un bocado, mientras a Poli le cedí el mando de quitar los hilos. Más tarde, hablé con el granjero, delante Poli y el vaquero. El granjero le hizo saber que había valorado su trabajo y que no le daba ninguna importancia a lo ocurrido. En un corral próximo, un becerro lanzaba coses al aire, alegre y feliz.

    ____¿No ha mostrado desde la operación algo que haya parecido extraño? -no pude ni quise evitar la pregunta.
    ____No -el granjero sonrió-. Nadie diría que pasó todo eso –añadió.
    De esta forma, tan "original", llevé a cabo mi primera cesárea a una vaca. Con los años, “Lechona” tuvo otros partos de becerros hermosos, sin ayuda y con normalidad. Un milagro que aún no llego a comprender, ni hay libros veterinarios que lo aclaren. ¿Quizá porque la dilaté en demasía? No lo sé. Y si era por eso, inconscientemente. Todo sea dicho. Pero ninguno de los presentes nos percatamos de que sentíamos una alegría, tan grande como inesperada
    ____Bueno, "doctor Poli” –dije al joven, pasadas unas horas de ése trabajo-. Esta es la verdadera práctica de la veterinaria. Aparecen desagradables sobresaltos, pero también sorpresas gratas –lo miré, sonreí, y luego añadí-: desde siempre he oído hablar de la resistencia del peritoneo en los bovinos. Y, gracias a Dios, es verdad.
    ____Todo ha salido bien –respondió, como pensando-. Pero no acierto a describir mis sentimientos. Mi cabeza parece estar llena de frases como: "mientras hay vida, hay esperanza".
    ____Desde luego –asentí.
    Poli aplaudió, como entusiasmado
    ____Aquí va otra, doctor Amor: -dijo, de pronto-: "contra más dificultades para nacer, mayor apego por la vida existe".
    ____¡Espléndida! –respondí pero quedé a la expectativa. Y añadí, con una pregunta-: ¿es tuya esa frase? -una vez más lo puse a prueba.
    ____No señor. La leí en un libro de veterinaria. Creo que de "autor desconocido" -me miró de reojo, mostrando una sonrisa suspicaz.
    No repliqué, pero yo era “el autor desconocido”. Poli, astuto, adivinó mis pensamientos, y después dedujo por mis gestos:
    ____Sé por qué calla, honorable doctor –me miró reverencioso y circunspecto. Y después añadió-: su ascendencia debió ser especial. Aseguraría que de ella mamó humildad y bondad, aunque ninguno de sus componentes se haya dado ninguna importancia. Gente como usted necesita nuestra sociedad. Gracias, señor. ¡Es usted una persona excepcional!

    F I N
  • anderosuanderosu Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado febrero 2014
    Para la próxima, creo que es más conveniente publicar cada parte subsecuente como una respuesta a tu propio tema.
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2014
    anderosu escribió : »
    Para la próxima, creo que es más conveniente publicar cada parte subsecuente como una respuesta a tu propio tema.

    Trataré que la próxima no sea tan extensa. En realidad, esto corresponde a un capítulo entero de un libro mío; si lo recorto, pierde parte de su esencia.
  • anderosuanderosu Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado febrero 2014
    No me has comprendido. Está bien que sea largo, pero publica la parte dos, tres, etc. como respuestas al tema de la parte uno (este mensaje que escribo, por ejemplo, es una respuesta); no como temas separados. Ocupa más espacio y se dispersan tus partes, ya ves como la parte uno está ahora arriba y el resto rezagadas.

    Saludos.
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2014
    anderosu escribió : »
    No me has comprendido. Está bien que sea largo, pero publica la parte dos, tres, etc. como respuestas al tema de la parte uno (este mensaje que escribo, por ejemplo, es una respuesta); no como temas separados. Ocupa más espacio y se dispersan tus partes, ya ves como la parte uno está ahora arriba y el resto rezagadas.

    Saludos.


    Ah, ya. Lo haré como dices en lo sucesivo. ¿Pero podrías arreglar tú este desaguisado mío? Si así fuera, mis gracias por anticipado, y, si no, tambéin mis gracias por orientarme. Buenas tardes. Un saludo
  • anderosuanderosu Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado febrero 2014
    Lo siento, me temo que no tengo tal poder.
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2014
    anderosu escribió : »
    Lo siento, me temo que no tengo tal poder.

    Gracias de todas formas. No sé si intentarlo siguiendo en la primera parte, pero sobrarían los hilos abiertos y no puedo eliminarlos. Sólo podría utilizarlos (tampoco sé si estoy autorizado) para decir "error, disculpen las molestias" o algo parecido. ¿Cómo lo ves? Lo que tengo claro es que no quisiera que esta historia mía esté desparramada, más que nada porque la veo interesante para el lector (perdón por la inmodestia). Un saludo.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado febrero 2014
    Si quieres se te pueden juntar, como dice anderosu, ya mande la solicitud:)
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2014
    amparo bonilla escribió : »
    Si quieres se te pueden juntar, como dice anderosu, ya mande la solicitud:)


    Te lo agradecería. Gracias.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado febrero 2014
    Listo, ahí te quedaron seguidos:)
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2014
    amparo bonilla escribió : »
    Listo, ahí te quedaron seguidos:)


    Muy amable de tu parte. Mi no saber cómo funciona este foro te ha causado algún trabajo extra y lo siento de veras. Creo que he aprendido la lección. Nuevamente te doy las gracias.
  • StephenVinziStephenVinzi Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado febrero 2014
    . Los 40 mil cowboys por 1860,70,80 llevaron de Texas 9 millones de vacas longhorns a Kansas al ferrocarril, para que vayan a los mataderos de Chicago. Si llevaban al matadero a una vaca a punto de parir, un vaquero la acompañaba. En cuanto paría, sin dejárselo ver, le disparaba al ternero. No había ninguna posibilidad de cuidar de alguien que se retrase en la marcha de los arreos. Igual, no creo que hubiera sido mejor arrear a la joven familia al matadero. Pero podrían no meter en el arreo a la vaca preñada (y soy consciente que estoy proyectando imágenes humanas sobre los bóvidos al decir joven familia, pero bueno...)

    . En los jardines linderos a la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires deambulan todo tipo de gatos y perros con extrañas amputaciones y malformaciones: son los estúpidos estudiantes practicando cirugías. De todas maneras para ser veterinario tenés que tener el corazón frío de una bruja. Yo una vez que llevaba a mi Obama, vi unas nenas chiquitas, medio nerviosas que tenían en una cajita un conejito supermuerto, ni se animaban a pensar en eso y lo llevaban a ver si el veterinario hacía algo. No es para cualquiera ser veterinario. Tampoco médico. De todos modos estoy proyectando mis propias inquietudes: los chiquillos se toman el tema de la muerte con mucha mas naturalidad y mucho menos dramatismo.

    . Una positiva: como en el cuento, en un campo de por acá, una vaca no podía parir, se había rendido, no pujaba más ni nada, estaba tirada exhausta en el suelo, inmóvil pero viva, con un ternero que apenas asomaba las patas vivo. Y el caballo entrenado para tirar no estaba. Perdido por perdido, le ataron las patas del ternero al paragolpes de la camioneta y arrancaron: salió el ternero como escupida de músico. Y se salvaron los dos, días después estaban pastando vaca y ternero. Que gracias a Dios ignoraban para qué habían sido , ambos, llamados a la vida.
Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com