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Mujer Prometida

Victoria VegaVictoria Vega Pedro Abad s.XII
editado junio 2013 en Romántica
Condenada a un matrimonio sin amor.


Cuando mi camino se oscurecía y el brillo se había extinguido en mis ojos, cuando mi destino se dibujaba perdido y mi vida se tornaba triste y sombría, cuando mis esperanzas se consumían y mis ilusiones expiraban... Y yo ya no quería amar... No quería volar... Apareció Gonzalo.
Creo que mi vida comenzó realmente el día en el que lo conocí. Él me dio una razón para reír, y cuando ya no podía ver él fue mis ojos en la oscuridad. Por aquel entonces yo era orgullosa y melancólica como la aurora y estaba comprometida con el Conde Federico de Toledo, un hombre al que aborrecía con todas mis fuerzas.
Mis padres, Aída y Gustavo Mondragón, habían presumido de una gran fortuna, pero cuando llegó la crisis, dejaron de ser tan ricos y empezamos a vivir de las apariencias.

Federico era un hombre millonario y poderoso. Poseía una gran fama de mujeriego, pero como intentaba aparentar todo lo contrario, decidió casarse y formar una familia estable. Candidatas no le faltaban pero él me eligió a mí, para mi desgracia. Les pidió a mis padres mi mano en matrimonio a cambio de incluirlos en sus negocios y de una gratificante ayuda económica, y ellos con tal de recuperar su nivel, me comprometieron con él, a pesar de que yo me negaba rotundamente. Y es que yo no tenía voz ni voto. Yo no importaba. No importaba a nadie. Tenía la sensación de que por mucho que gritara nadie iba a venir a ayudarme. Debía casarme con Federico aunque no le amara y nunca le fuera amar. Mis padres insistían en que tras casarme con él me acabaría enamorando de él y yo me reía irónica.

Cada mañana me miraba en el espejo y ya no sabía quien era yo. Mi destino estaba pactado. Debía sacrificarme por el bien de mis padres y de mis hermanos menores: Marisa y Carlos. ¿Pero es que nacemos con un destino ya escrito, o nos lo escriben otros, o tal vez lo vamos escribiendo nosotros mismos?

Al principio sentía un mínimo de afecto hacía Federico, pero después fui descubriendo sus negocios sucios, que robaba y hacía daño a inocentes para enriquecerse, y aquel remoto afecto se transformó en desprecio. Él era la mismísima crueldad vestida de bondad. Si yo me casaba con él conociendo sus atrocidades me estaría convirtiendo en su cómplice, pero si no lo hacía, mi familia pagaría las consecuencias quedando en la ruina absoluta.

Federico me intentaba deslumbrar regalándome joyas y vestidos caros, pero los únicos que estaban deslumbrados eran mis padres. Yo por mi parte sólo podía odiar a Federico cada día más. No soportaba que me mirara con lujuria ni que se me acercara, y menos que me rozara un sólo centímetro de mi piel. No podía mantenerle la mirada ni dos segundos, porque sencillamente no soportaba su rostro. Aún siento escalofríos al recordarle.

Todos me mentían. Mis padres lo hacían continuamente, intentándome inculcar la absurda idea de que junto a Federico sería la mujer más dichosa. Y éste, el Conde de Toledo, era el maestro de la mentira. Todo en él era un completo engaño, sobre todo las falsas y ridículas promesas de amor que me hacía. Yo era franca respecto a mis sentimientos. El que yo no le amaba, era una verdad como un templo que para nadie era un secreto y menos para él.

Federico fingió ser un caballero y prometió respetarme como mujer hasta la noche de bodas, y yo cada vez que pensaba en esa noche deseaba morirme, aunque estaba al tanto de las diversas y esporádicas aventuras que él seguía teniendo por ahí, sobre todo su relación con una mujer frívola y trepadora llamada Chantal.

Federico le encargó a un diseñador francés confeccionarme un vestido de novia, digno de una reina. Yo me paré a imaginar la vida junto a él y vi un suplicio, un infierno disfrazado de paraíso. Y tenía miedo, el mismo miedo que siente el habitante de una casa sin puertas ni ventanas, o el que siente el pasajero de un avión amenazado por atentado... Yo sólo sé que esperaba mi boda con Federico como una condenada a muerte espera su ejecución.

La noche, cómplice del misterio, cubre con su manto de oscuridad las mentiras y los secretos, pero con el amanecer las verdades salen a la luz. Las verdaderas caras las muestra el espejo, el único que no sabe mentir. Gonzalo, Federico. Amor, odio. Dos hombres opuestos, dos sentimientos contradictorios.

La noche en que conocí a Gonzalo, yo acompañaba a Federico a otra de sus fiestas de sociedad. Fiestas aburridísimas y ridículas, donde los ricachones se jactaban de sus éxitos, brindaban con champán y lucían sus trajes de Armani y sus descapotables último modelo. Para mi era una atroz injusticia que existiera gente en el mundo tan rica y gente tan pobre a la vez, que mientras que unos sufrían de indigestión, otros morían de hambre.

A Federico le encantaba exhibirme en público, presumir de mi juventud y mi belleza. Yo les sonreía a todos. Era una sonrisa máscara del dolor que debía ocultar. Porque existen dos tipos de sonrisas; las del alma y la de los labios. En mi caso era sólo la segunda opción. Sentía que mi belleza se marchitaba, que mi juventud estaba llegando al ocaso prematuramente y que estaba marchitando mi vida junto a un hombre al que detestaba.

Federico cogió mi mano mostrando visiblemente al público mi anillo de compromiso y con tono alto y soberbio me presentó ante todos: "Miriam Mondragón... Mi prometida y futura esposa."

Fue aquella noche cuando lo vi al él por primera vez, cuando Gonzalo Alarcón llegó a mi vida, igual que llega el agua fresca a un caminante sediento y perdido en el desierto, igual que un rayo de esperanza para dar luz y claridad a las tinieblas de mi corazón...

Gonzalo albergaba una belleza extraordinaria en sus ojos negros. Era diferente al resto de los hombres a los que estaba acostumbrada a conocer, era de aquellos que ya no existían, de esos que sólo aparecían en los sueños más imposibles. Por un momento me sentí especial y una voz dentro de mí me dijo que mi destino no era ser la esposa de Federico de Toledo.

Gonzalo buscaba camino entre la multitud, como si se deslizara. Yo le observaba furtivamente. Sereno, bohemio, honesto... Había templanza en su voz y justicia en sus ojos. Su rostro reflejaba juventud y madurez al mismo tiempo. No parecía ser rico ni provenir de la nobleza. No entendía que hacía en aquella fiesta.

De repente me pareció que se le dibujaba en los labios una sonrisa y yo sentí que me podía pasar horas observándole. Dicen que una sonrisa te puede cambiar el rostro en cuestión de segundos, y a él le rejuvenecía como un elixir embellecedor. Todo cambió cuando de repente él me miró. Lo hizo con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Yo deseaba ser la protagonista de sus pensamientos y ser la dueña de su vida. Si, pedía demasiado, pero ya había conseguido ser el imán de sus miradas y eso me satisfacía.

Federico estaba tan entretenido con sus amistades que yo logré escapar de mi carcelero. Ansiaba conocer a Gonzalo, y para mi suerte fue él quien se acercó a mí. Tal vez me creí juguete de un sueño, o presa de una fantasía, pero por un momento sentí que nos lo decíamos todo sin necesidad de palabras. Dicen que quien no comprende una mirada tampoco será capaz de entender una larga explicación.

De repente aparecieron dos niños de unos ocho o nueve años. Uno de ellos se parecía mucho físicamente a Gonzalo. "¿Cómo os han dejado entrar? -les dijo en tono de represalia- ¿Y se puede saber por qué me habéis vuelto a seguir?" Lo que me temía, el niño que se le parecía era Martín, su hijo, el otro era Gaby, amigo de este. Yo adoré a Martín desde aquel primer momento en que lo conocí, y él pareció corresponderme. Sin embargo supuse que Gonzalo era casado y el mundo se me cayó encima. "¿Y tu esposa?" le pregunté fingiendo no darle importancia a la pregunta. Él se puso tenso como si le hubiera cruzado un mal recuerdo. "Es complicado -respondió secamente-. ¿Y tu prometido?" añadió. "También es complicado" le contesté. Cuando le toca hablar al orgullo, el amor debe callar.

Me distraje un momento y Gonzalo había desaparecido. Quedaban Martín y Gaby. El hijo de Gonzalo me miraba como si viera en mí a una madre que nunca hubiera tenido. Me preguntó si podía abrazarme y yo emocionada lo recibí en mis brazos. Lo sentí como si fuera mi verdadero hijo, y no sólo eso, desee que lo fuera. Entre nosotros nació una extraña y a la vez hermosa conexión que nunca antes me había ocurrido. Tras unas cuantas preguntas curiosas por mi parte Martín me contó la historia del abandono de su madre. Aquella misma historia que Gonzalo calificó de "complicada".

Comentarios

  • Victoria VegaVictoria Vega Pedro Abad s.XII
    editado junio 2013
    Así fue como conocí a mi amor, mi único amor verdadero: Gonzalo. Sólo una noche bastó, sólo una palabra, sólo una mirada... y le entregué mi corazón con los ojos cerrados. Sólo él podía llenar la soledad que yo guardaba, y sólo yo podía ocupar el hueco vacío de sus brazos. Tamara, su ex mujer les había abandonado, había tirado a la basura el amor de Gonzalo y Martín por un hombre rico. Yo deseaba hacer todo lo contrario, renunciar a una gran fortuna sencillamente por un sentimiento tan puro y verdadero como el amor.

    El amor para que sea auténtico tiene que doler. El amor no se suplica, ni se ruega, ni exige... Se lucha por él con toda el alma, se sueña, se espera... Pero cuando sólo es uno el que ama... Ya no hay nada más que hacer.

    Federico seguía organizando fiestas donde me lucía como la novia ejemplar, y donde se jactaba de donar altas sumas de dinero a la caridad. Cuando en realidad todo era una farsa. Federico sólo hacía lo que mejor sabía hacer: Interpretar un papel, y esta vez era el de hombre generoso y altruista. Todo ese dinero que fingía donar volvía después a sus manos.

    Me di cuenta de que Gonzalo siempre rondaba cerca y de que Federico al percatarse de su presencia se crispaba. Por alguna extraña razón que yo aún desconocía Gonzalo le seguía los pasos a Federico, y yo siempre acababa topándome con él aunque intentara evitarlo. Dicen que si encuentras alguien por el mismo camino que tomas para evitarlo, es porque es tu destino.

    Federico aplazó nuestra boda unos meses por viajar al extranjero a hacer nuevos negocios. Si no me equivocaba, viajaba en compañía de Chantal. Yo me quedé aliviada por su ausencia, deseando que no volviera jamás.

    Un día fui yo quien seguí a Gonzalo. Él era muy hábil y enseguida se dio cuenta. Cuando me encaró, noté resentimiento en unos ojos tan negros e inmensos como la noche, y sentí que me penetraba el alma con la mirada. Me tachó de ser igual que Federico, y yo, indignada, me defendí narrándole la historia de mi vida, la farsa de mi compromiso y mi odio por Federico. Gonzalo me escuchaba atentamente como si analizara cada una de mis palabras.

    Acabamos en una playa y allí frente al mar, Gonzalo me abrió su corazón. Su voz era música para mis oídos. Me contó que había sido un exitoso y reputado médico, hasta que por influencias de Federico fue despedido sin contemplaciones, y lo perdió todo. Además, fue entonces cuando su esposa le abandonó. Todo empezó cuando una joven llamada Mariana Marcos murió a causa de un aborto. Gonzalo hizo hasta lo imposible por salvarla pero no lo consiguió, había llegado muy tarde al hospital y tenía la muerte asegurada. Antes de expirar su último aliento le confesó haber mantenido una relación sentimental con Federico y que él había provocado su aborto al descubrirla embarazada. Gonzalo acusó a Federico pero éste era demasiado poderoso y le hizo pagar las consecuencias. Tras su despido, nadie le volvió a emplear como doctor porque Federico se había encargado de divulgar pésimas referencias sobre Gonzalo. "¿Buscas venganza?" le pregunté. "Sólo busco justicia -me respondió-. Busco encontrar la forma de desenmascararlo y demostrar al mundo la clase de persona que realmente es". Gonzalo me reprochó el hecho de yo me fuera a casar con Federico. "Si yo fuera tú -añadió-, antes me iría a vivir debajo de un puente".

    Le pregunté sobre la madre de Martín, pues quería que me contara más sobre su vida, en realidad quería saberlo todo sobre él. Pero a Gonzalo aún le dolía hablar de Tamara, aunque no había mucho que contar. Un día, ella conoció a un hombre que le podía brindar los lujos que Gonzalo no le podía dar, y ella deslumbrada por el dinero abandonó a su familia, y nunca más volvió.

    Yo permanecí callada. Él también. Los dos, juntos, frente al mar, una playa cálida, un atardecer, una soledad hermosa... Porque la soledad sólo es bella cuando se tiene a quién decírselo. Todo era paz, armonía, serenidad, silencio... Si vas a hablar, procura que tus palabras sean mejores que tu silencio, si no, mejor sigue callando. Hay silencios que hablan mucho más que las palabras... Silencios que otorgan, silencios que unen, silencios que dicen lo que los labios callan. Llegaba un amor en suspenso, un amor que cambiaria toda mi vida y que me rescataría de mi cárcel de oro.

    El día amaneció nublado y mi corazón amaneció oprimido. Este tipo de días me entristecían el alma y sembraban en mis recuerdos amargos. Si yo pudiera elegir así como se elige el color de un vestido, elegiría que cada día brillara el sol en el cielo.
  • Victoria VegaVictoria Vega Pedro Abad s.XII
    editado junio 2013
    Yo no dejaba de pensar en Gonzalo. Mi corazón buscaba sus ojos negros, su mirada intensa... Volví a la playa con la loca esperanza de volverlo a ver. Pero no le encontré. Me senté a la orilla del mar, justo donde había estado con él. Fue entonces cuando una personita se me acercó. Era Martín. Hicimos castillos de arena, jugamos, reímos... Hacía mucho que no me divertía tanto. Me fascinaba su sencillez, su espontaneidad y su gran parecido con su padre. Martín me confesó que había soñado que yo era su madre. Yo no entendía porqué, como ni cuando, ese niño se había metido tan dentro de mi corazón, pero lo adoraba.

    Al irnos de la playa, Martín me mostró su casa. Era una casita sencilla pero muy acogedora. Por un momento me imaginé allí viviendo junto a Gonzalo y a Martín, y me inundó una sensación de felicidad. Después Martín me condujo hasta un barrio muy humilde, donde entramos en un dispensario y allí estaba Gonzalo atendiendo voluntariamente a personas sin recursos. Yo le admiraba como hombre y como médico. Le pedí que me dejara colaborar en aquel lugar... y él aceptó.

    El tiempo que dedicaba a ayudar en el dispensario pasaba tan rápido que apenas alcanzaba a saborearlo. Yo quería detener el tiempo allí mismo. Hacer eterno cada segundo junto a Gonzalo y congelar el reloj con sus ojos mirando los míos. Un día volvería Federico y yo tendría que dejar todo y volver a ser su prisionera. Hay gente que aún sabiendo que el mundo se acaba mañana, siguen luchando hasta el final. Yo también debía luchar o me enterraría en vida.

    Si terminaba definitivamente con Federico me arriesgaba a que mis padres me odiaran y me negaran como hija... Y eso me dolía mucho. Pero si me casaba con Federico, este sacrificio me dolía mucho más aún, porque sería una desgraciada el resto de mi vida. Así que decidí acabar con mi compromiso. Fui a buscar a Gonzalo porque sentía que debía compartir mi decisión con él. Me confesó que hacía tiempo que esperaba eso de mí. Le hablé de mis miedos por la posible reacción de mis padres y por las posibles represalias que Federico pudiera tomar, pero él prometió ayudarme en todo, y sus palabras me inspiraron confianza. Después, para mi asombro, Gonzalo me sorprendió con un beso en los labios.

    No se debe robar otra cosa que no sea un beso, y aquel era de esos besos que se clavan para siempre. De esos besos que interrumpen el habla cuando las palabras son superfluas. Una luna plateada que se dibujaba allá en el cielo fue nuestro único testigo. Fue un beso dulce, como algodón de azúcar. Apasionado, como el fuego que derretía el hielo de mi corazón. Largo, como la vereda de la vida a la eternidad. Tierno, como un oso de peluche. Lento, como una canción de amor.

    Dicen que hay mil formas de besar, que el primer beso se da siempre con los ojos, y que las manos también besan, y la piel, y los susurros... Estaba profundamente enamorada de Gonzalo, pero tenía miedo de que mis ilusiones por él se desvanecieran como castillos de papel con una ráfaga de viento... Y una sensación aterradora se apoderaba de mi al sólo imaginar que pudiera ser rechazada por él. Pero ya no podía arrancarme su amor, porque si lo hacía, la vida me arrancaba con él. El corazón me decía que yo había nacido para amar a Gonzalo Alarcón.

    A la mañana siguiente Gonzalo no fue al dispensario pero dejó allí una carta para mí. Todavía puedo percibir el aroma del papel cuando cierro los ojos y la visualizo. Aún tengo todas las palabras de la carta clavadas en cada centímetro de mi piel y aún me estremezco y se me acelera el corazón cuando las recuerdo. Todavía guardo aquella carta y cada vez que la vuelvo a tener entre mis manos, es como si viajara en el tiempo y regresara justo a aquel momento, cuando yo era joven y estaba tan llena de ilusiones. La carta decía así:

    "Miriam, anoche cuando te besé, creí que tú sentías lo mismo que yo, pero en realidad no lo pude saber a ciencia cierta. Por eso te lo pregunto en esta carta. El día que me confesaste tu desprecio por Federico, una incesante ilusión nació en mí, y anoche cuando bebí de aquel elixir tan dulce de tus labios, el amor se despertó en mí. Tal vez te amé desde el primer momento en que te vi, y no lo quise reconocer, tal vez no. Pero ahora yo sólo sé que te quiero, y que este amor apasionado y loco me lo sembré en el alma para quererte a ti. Te entrego mi amor, y todo lo que soy y todo lo que tengo es ahora tuyo. Si tú sientes lo mismo que yo, ven esta noche a la playa. Te estaré esperando. Tu sola presencia será la respuesta que mi esperanza anhela. Si por el contrario no me correspondes, ignora esta carta, ignora cada palabra que hay en ella, y sobre todo todo ignora mi declaración, y trátame como a un amigo más.
    Tuyo por siempre:
    Gonzalo Alarcón".

    Por un momento imaginé que era él y no Federico con quien yo estaba prometida.
    Dicen que cuando se desea mucho una cosa se convierte en realidad, o que cuando se repite una mentira tantas veces, se acaba convirtiendo en verdad.

    Aquel día se me hizo desesperante, las horas me pesaban como piedras y mi reloj parecía detenido. Tan sólo deseaba que anocheciera pero el tiempo jugaba en mi contra. No todos los días tienen 24 horas ni todas las horas tienen 60 minutos. El tiempo se adapta a nuestras sensaciones. Para el que es feliz, el tiempo es tan efímero como una estrella fugaz. Para el que sufre el tiempo es un lento suplicio. Para el que espera es una monotonía repetitiva. Pero para el que ama el tiempo es eternidad.

    Aquella noche escapé de mi casa, de mis padres, de los preparativos de una boda sin sentido y de una horrible pesadilla llamada Federico. Huí de todo para refugiarme en los brazos de Gonzalo. Tan sólo cinco minutos junto a él no los cambiaba por cien años sin él. El tiempo que vino después y que pasé junto a él y a Martín, fue sin duda el más feliz mi vida hasta entonces. Pero se enturbió con el inminente regreso de Federico. Aquel día los reuní a todos en casa; a mis padres, a Marisa, a Carlos y a mi todavía prometido, aunque ya por muy escaso tiempo. Rompí todos mis lazos con Federico, le devolví todos sus regalos y por supuesto su anillo de compromiso. Fui completamente sincera respecto a mis sentimientos y pedí perdón a mis padres. Recogí las pocas cosas verdaderamente mías y me despedí de mis hermanos. Federico herido en su orgullo juró venganza y mis padres juraron desterrarme. Yo comprendía que estaban muy dolidos y esperaba que algún día cambiaran de parecer.

    Gonzalo me vino a buscar y yo me fui con él para siempre.

    La primera noche en mi nuevo hogar cociné por primera vez, bueno o al menos lo intenté y no es por vanagloriarme, pero no se me dio mal del todo. Martín me llamó mamá, Gonzalo me pidió que me casara con él... Y yo no me podía creer tanta felicidad junta. Era todo tan bonito que parecía mentira, y tenía miedo de despertar de aquel sueño de amor, o que toda aquella felicidad fuera efímera, o que tuviera un precio muy alto que pagar. Porque en esta vida todo tiene un precio...

    Aquella noche Gonzalo y yo hicimos el amor por primera vez. Él fue el primer hombre en mi vida y el único. Me llenó de besos y de caricias. Me amó con pasión pero también con ternura. Me hizo tocar el cielo y gemir de placer. Nos fundimos en un sólo cuerpo, en una sola alma, en un sólo corazón... El dolor fue fugaz y se vio compensado con la simbiosis de amor desbordado que Gonzalo me dio. Amanecí en sus brazos, llena de besos, fui el objeto de sus sonrisas, luego lentamente, sin abrir los ojos, me declaró su amor.
  • Victoria VegaVictoria Vega Pedro Abad s.XII
    editado junio 2013
    Gonzalo instaló un despacho médico particular y yo fui su asistente personal. Aunque nunca dejamos de colaborar en el dispensario. Así fuimos saliendo adelante. Intenté ayudar económicamente a mis padres, pero ellos ni aceptaron mi módico dinero ni quisieron volver a verme. Gonzalo y yo nos casamos. Fue un acto muy sencillo. Marisa y Carlos estuvieron presentes. No faltó Martín ni sus amigos, ni las personas del dispensario ni las pocas amistades que a mi me quedaban... Mis padres no acudieron a pesar de haberlos invitado, y yo los eché en falta. Me hubiera gustado que estuvieran allí aquel día tan importante para mí. El día que daba el "Si quiero" a mi único y verdadero amor por siempre. Nada pudo empañar aquel momento que quedó inmortalizado en una fotografía que guardó celosamente junto a la carta y otros recuerdos de Gonzalo, mi mayor tesoro.

    A Federico no le dio tiempo cumplir su venganza. Supe de él que un mal negocio le llevó a la quiebra y que cometió un crimen pasional con Chantal. Acabó refundido en la cárcel, acusado de fraude, robo, y por supuesto por el homicidio de Chantal y por provocar el aborto y la muerte de Mariana Marcos. Poco después de su encarcelamiento se suicidó. Ahora me doy cuenta de que nunca le odié realmente, porque no puedes odiar lo que no has amado. Lo mejor que pude sentir por él fue indiferencia. Gonzalo volvió a ser el exitoso médico que una vez fue, y llovieron ofertas de trabajo, y las amistades que antes le habían dado la espalda influenciados por Federico, ahora se disculpaban y bajaban la cabeza ante él. Mis padres, que ya habían aceptado y reconocido su condición social, se arrepintieron de todo, me pidieron perdón, y aceptaron a Gonzalo y a Martín.

    Cuando las máscaras caen, los secretos son revelados, la soberbia se doblega...
    Algunos amores mueren, unos escapan, otros renacen...

    Existen muchos tipos de amor. Hay amores in correspondidos, amores imposibles, amores superficiales, amores platónicos, amores efímeros, amores eternos...

    Gonzalo y yo fuimos felices durante muchos años. Tuvimos tres hijos más; primero una niña a la que decidimos llamar Aurora, después otra niña a la que llamamos Maite, porque significa "amada", y por último un niño al que yo llamé Gonzalo, igual que su padre. Les inculcamos nuestros valores y nuestros principios, el recto sentido de la justicia, de la bondad y del deber. Traté a mis cuatro hijos exactamente por igual. Nunca hice distinciones entre ellos, porque para mí Martín era como mi propio hijo, como si él también hubiera nacido de mis entrañas.

    Amé a Gonzalo incondicionalmente. Nunca perdimos la confianza el uno en el otro, ni el respeto ni la lealtad. Nunca me faltó una flor ni una palabra de amor. Nunca pasó de la puerta sin darme un beso de despedida. Pero un día me dolió su beso, y es que yo aún no lo sabía, pero se estaba despidiendo de mí para siempre. Gonzalo había decidido viajar a una zona en catástrofe para colaborar como médico. Allí le sorprendió un terremoto y fue sepultado. Murió inevitablemente, sin que nadie pudiera hacer nada por salvarlo. Yo sé que se marchó en paz porque lo hizo cumpliendo con su deber de médico, y haciendo lo que más le apasionaba; salvar vidas, aunque no pudo salvar la suya propia. Una parte de mi se fue con él y otra se quedó aquí con nuestros hijos. Siempre lo imaginé eterno e invencible, como si fuera un héroe de acero que no pudiera morir. Mi héroe. Pero no era más que un ser humano como otro cualquiera, sólo que él poseía un alma excepcional.

    Cuando me dejó, me sumergí en la pobreza más absoluta que pueda existir; la soledad. Tenía a mis hijos a mi lado, pero un día ellos crecerían y harían sus vidas independientes y se marcharían. Me negaba a despedirme de Gonzalo definitivamente porque cuando sabes que las despedidas son para siempre, cuando sabes que a la mañana siguiente vas a despertar sin ver a la persona amada, cuando le llamas en la oscuridad y es el eco de tu voz el que te responde... Te invade el vacío. Cuando la muerte pasa cerca, te deja una huella eterna. Era consciente de que nunca más volvería a ver a Gonzalo, pero estaba segura de que cada noche me visitaría en mis sueños y que desde donde estuviera enviaría un ángel para velar por mí y por nuestros hijos.

    Fin.
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