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Hector, el vampiro. caps. V y VI

JanoJano Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado junio 2013 en Terror
V

Una noche, poco después de tomar mi decisión de volver a casa, acompañé a Ansila a una de las fiestas que organizaba la alta sociedad de Constantinopla la mayoría de las cuales solían acabar en auténticas orgías. La casa estaba realmente abarrotada de gente, pero, a esas alturas, yo ya me había acostumbrado a las multitudes, así que me dediqué a pasarlo lo mejor posible.

Sin embargo, esa noche me aburrí pronto y decidí abandonar la fiesta y dar un relajante paseo nocturno por la ciudad. En esa época, Constantinopla era una ciudad que nunca dormía, la vida nocturna era casi tan activa como la diurna. De pronto, me sorprendió ver a Ansila al otro lado de la calle, pues creía que se había quedado en la fiesta, iba acompañado por una joven a la que llevaba agarrada por el talle. Al principio pensé que se trataba de una de las asistentes a la fiesta, pero al ver su maquillaje pude comprobar que se trataba de una prostituta. Me extrañó que buscara la compañía de una chica de la calle pudiendo escoger entre muchas de las mujeres que asistían a la fiesta.

Mientras tenía esos pensamientos, vi como Ansila y su acompañante entraban en un oscuro y estrecho callejón. En esa ocasión mi curiosidad venció a mi discreción y sigilosamente entré en el callejón en pos de ellos.

A los pocos pasos pude verlos de nuevo, se habían detenido y la muchacha estaba con la espalda apoyada en la pared mientras Ansila parecía besar su cuello. Sin embargo, mi primera impresión era equivocada, pues cuando él levantó el rostro del cuello de ella, pude ver la sangre que manaba por una fea herida. En ese momento, Ansila se percató de mi presencia y volvió su rostro hacia mi. Nunca podré olvidar la impresión que me causó ese rostro, esos ojos brillando en la oscuridad del callejón, esos colmillos manchados por la sangre de su reciente víctima. Entonces comprendí los hábitos nocturnos de mi libertador, Ansila era un vampiro.

Se lanzó contra mi a una velocidad cegadora, apenas recuerdo haberle visto moverse, pero en un instante estaba a mi lado y me golpeó. Pude oír sus palabras antes de perder el conocimiento.

-Maldita sea, muchacho. ¿Sabes lo que acabas de hacer?


Desperté en una celda sin ventanas y sin mobiliario, la puerta estaba cerrada y nadie respondió a mis gritos y a mis súplicas de clemencia. Finalmente me rendí y me senté en el suelo en espera de acontecimientos.

Pasaron varias horas durante las cuales dormité brevemente un par de veces hasta que, por fin, se abrió la puerta de mi celda y entró Ansila.

Se quedó allí, de pie, mirándome fijamente. Yo apenas tenía ánimos para mover un músculo, horrorizado por lo que había visto la noche anterior y por lo que pudiera hacerme a mi.

-¿Sabes lo que has hecho, muchacho?- Me preguntó repitiendo casi exactamente las últimas palabras que había oído de su boca.

No supe que responder.

-¿Qué voy a hacer ahora contigo? No puedo dejarte marchar tranquilamente sabiendo lo que sabes.

-¡Por favor, no me hagas daño! Yo no quería...

-¡Callate! No quiero...no quería hacerte ningún daño. Mi preocupación por ti era sincera, en poco tiempo te habría dejado volver a casa, ya estaba preparándolo todo para tu viaje.

Empezó a dar vueltas por la celda con el entrecejo fruncido, como si estuviese pensando qué hacer a continuación. Finalmente cesó en sus paseos y se encaró conmigo.

-A mi modo de ver, solo tengo dos opciones. La primera es matarte.

-¡No, por favor!

-La segunda...

Se llevó la mano a la frente, cerró los ojos y exhaló un largo suspiro. Como si lo que iba a decir fuera lo más difícil que había dicho nunca.

-La segunda opción es convertirte en uno de los míos.

Se quedó allí, mirándome fijamente una vez más. Sus ojos me dijeron lo que no dijeron sus labios: “Tú decides”.

¿Qué podía decir? Solo tenía diecisiete años, no quería morir. Había tantas cosas que quería hacer, tantos sitios a los que quería ir...y sobre todo, estaba Julia. La idea de morir sin ver una vez más su rostro, sin besar una vez más sus labios, se me antojaba el peor de los castigos.

-No quiero morir-respondí. -Haz lo que debas.

Una vez más me sorprendió su velocidad. En un parpadeo lo tenía encima de mí mordiendo mi cuello y sorbiendo mi sangre. Sentí como la vida escapaba lentamente de mi cuerpo a cada sorbo que Ansila bebía de mí. Creí que había decidido matarme cuando finalmente me soltó. Vi su rostro manchado por mi sangre y como su piel absorbía lo que su boca había dejado escapar. Me sonrió, mordió fuertemente su muñeca y la acercó a mi rostro.

-La decisión es solo tuya- dijo.

Miré la sangre correr por su pálida piel y me pareció que brillaba con luz propia, y sentí su olor, un olor que se me antojaba dulce como la miel.

Acerqué los labios a la herida y succioné con fuerza, el sabor era tan dulce como había supuesto. Bebí largamente, con glotonería, después perdí el conocimiento.


Desperté en la misma celda, Ansila estaba a mi lado.

-¿Como te encuentras?

Me puse en pie, palpé mi cuerpo y miré mis manos. No vi nada anormal, sin embargo, notaba una inusitada energía recorriendo mi cuerpo. Jamás me había sentido tan fuerte.

-Me siento bien, pero tengo mucha sed.

-Es lo normal.

-¿Quieres decir qué...?

-Ya nunca más volverás a sentir sed o hambre en la misma forma que hasta ahora. A partir de este momento solo sentirás tu nueva sed...La sed de la sangre.

-Me has convertido en un monstruo.

-¿Crees realmente que yo soy un monstruo?

-Yo...No, no lo creo. Dios me perdone, pero no creo que lo seas.

-Entonces tú tampoco lo eres. Ven, te enseñaré todo lo que debes saber para sobrevivir en tu nueva condición.

Me tomó de la mano y subimos por unas estrechas escaleras que nos llevaron a una sala que reconocí al instante. Todo ese tiempo había estado encerrado en los sótanos de la casa de Ansila.

Subimos a mi habitación donde me cambié de ropa y salimos a la calle. Entonces descubrí mis nuevos sentidos. Lo primero que me sorprendió fue mi nueva visión. Podía ver mejor en la oscuridad de la noche que antes a la luz del día. Los colores eran más vivos, más luminosos; los seres vivos despedían su propia luz todo era hermoso y fascinante. Y que decir del olfato y el oído. El más insignificante aroma, el más leve de los susurros, nada escapaba a mi atención.

-¿Puedes verlo? ¿Puedes sentirlo? ¿Puedes apreciar la verdadera belleza que escapa a los simples sentidos de los humanos?

-Si, puedo hacer todo eso. Es fascinante. Y abrumador.

-Te acostumbrarás en poco tiempo. Ahora, vamos de caza.

Paseamos hasta llegar a los barrios bajos, nos introdujimos en aquel dédalo de callejuelas y poco después vimos a un borracho salir de una taberna y le seguimos hasta llegar a una calle solitaria. Ansila se lanzó sobre él y lo empujó contra una pared.

-Mira, así es como debes sujetarlos para que no griten ni puedan escaparse.

Observé como sujetaba a aquel hombre contra la pared con el peso de su cuerpo y como con la mano izquierda oprimía su traquea para impedirle gritar.

-Mira su cuello. ¿Lo ves?

-Si.-conteste.

Las venas resaltaban como cuerdas gracias a mi nueva visión vampírica. Ansila mordió su cuello y bebió pero antes de acabarlo se apartó y me dijo:

-Termínalo.

Sujeté al hombre imitando la técnica de mi creador.

-Eso es, no temas no escapará, eres mucho más fuerte que él.

Acerqué mis labios al sangrante cuello y bebí. Nunca imaginé que su sabor sería tan dulce, sorbí el rojo néctar hasta que sentí que la vida abandonaba a ese hombre.

Ansila se mostró satisfecho y afirmó que aprendería rápido.

Más tarde atacamos a un mendigo que deambulaba por la zona. Esta vez yo inicié el ataque y Ansila lo terminó. Una vez más se mostró satisfecho por mi actuación.

Viví y cacé junto a Ansila durante poco más de un año, aprendí de él todo lo que necesitaba para sobrevivir como vampiro. Pero tras ese tiempo decidí que había llegado el momento de volver a casa. Me despedí de mi creador con lágrimas en los ojos, lamentaba de veras separarme de él pero el deseo de volver a ver a Julia era mayor que cualquier otro sentimiento.

Así que partí sin volver la vista atrás mientras me devanaba los sesos para encontrar la forma de explicarle a Julia mi nueva condición.

Comentarios

  • JanoJano Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado junio 2013
    VI

    Tardé más de dos meses en realizar el viaje, pues a las dificultades a las que se enfrentaba cualquier viajero en un trayecto tan largo debía de añadir el viajar de noche y tener que encontrar un refugio donde esconderme del sol antes del amanecer. Cuevas, madrigueras de animales o casas de campo abandonadas fueron mis refugios diurnos; incuso, en un par de ocasiones, tuve que enterrarme bajo tierra. Tuve que alimentarme mayoritariamente de animales, aunque también pude saborear ocasionalmente algún humano en alguna de las ciudades o villas que atravesé en mi viaje.

    Cuando llegué a la villa faltaba menos de una hora para amanecer, dejé mi caballo escondido en un bosquecillo cercano y entré en el granero anexo a la vivienda el cual tenía un altillo donde había un viejo arcón en desuso que había usado muchas veces como escondite en mis juegos infantiles. El viejo mueble, aunque algo incómodo, resultó ideal para esconderme durante ese día.

    Cuando desperté al anochecer estuve observando la casa desde el granero, esperando que cesara toda actividad en la misma. Cuando eso sucedió me encaramé por la pared y entré por la ventana a la habitación de Julia. Estaba durmiendo, me acerqué silenciosamente y la observé; seguía teniendo el mismo rostro de dulce niña que recordaba de tres años atrás. La desperté poniendo una mano en su boca para evitar que gritara. Al principio se removió asustada, pero cuando me reconoció abrió los ojos como platos y se calmó, aparté la mano de su boca y la besé.

    -¡Dios santo! Héctor, ¿eres realmente tú?

    -Si, querida, soy tu Héctor.

    -¿Cuando has llegado?

    -En realidad llegué esta madrugada.

    -¿Y porqué has esperado hasta ahora para entrar?

    -Tenía mis razones. Ahora escuchame bien, voy a contártelo todo, todo lo que me ha pasado y cuando acabe entenderás mi comportamiento. Quiero que me escuches sin interrumpirme y, sobre todo, en silencio. No quiero despertar a los demás, por lo menos de momento. ¿Lo has entendido?

    Asintió en silencio, sus ojos reflejaban el conflicto de sentimientos que pasaban por su cabeza, la alegría por mi regreso y la preocupación por mi anómalo comportamiento.

    -Buena chica. Cuando acabe de explicártelo todo te haré una proposición. Quiero que pienses bien tu respuesta, ya que de ella depende que sigamos juntos para siempre o que no volvamos a vernos jamás.

    -Héctor, me estás asustando.

    -Lo se y lo siento, querida. Ahora escucha, y recuerda guardar silencio.

    Entonces le conté todas mis desventuras, el encuentro con los bárbaros, la muerte de nuestro padre, mi captura y mi vida como esclavo de Hulgard, mi rescate por parte de Ansila y, finalmente, mi conversión en vampiro.

    Ella escuchó mi narración con los ojos muy abiertos, un par de veces se le escapó un fuerte suspiro y pareció que iba a decir algo, pero cumplió su promesa y no me interrumpió ni una sola vez.

    -¿Qué piensas de todo esto?- le pregunté.

    -Por Dios, Héctor, no se que pensar. ¿De verdad te has convertido en un monstruo?

    -Julia, querida, no soy ningún monstruo. Soy el mismo Héctor de siempre, el mismo Héctor que te juró amor eterno en esta misma casa, solo que algo cambiado.

    -¿Algo cambiado? Héctor, ni siquiera eres ya humano. ¿No ves la enorme distancia que ahora nos separa?

    -Claro que la veo, pero eso puede cambiarse.

    -¿Como?

    -Haciendo que nuestro amor sea realmente eterno.

    -¡Quieres convertirme en alguien como tú!

    -Solo si tú consientes. Piénsalo bien, Julia. Podríamos estar juntos para siempre, realmente para siempre.

    -¿Pero a qué precio?

    -No es tan terrible como parece.

    -¿Qué pasará si me niego?

    -Me marcharé y nunca volverás a verme.

    Rompió a llorar en ese mismo instante hundiendo su rostro entre sus manos, un llanto desesperado que sacudía su cuerpo de arriba a abajo, esa fue la única vez que vi llorar a Julia. La dejé llorar durante largo rato hasta que levantó la vista, se secó las lágrimas y con una firme determinación en su mirada me dijo:

    -No quiero perderte, significas más para mi que mi propia vida. Haz lo que debas.

    “Haz lo que debas”. Las mismas palabras que yo le había dicho a Ansila. Parecía una señal del destino, las pocas dudas que aún tenía sobre lo que iba a hacer se disiparon completamente al oírlas. No esperé más, me abalancé sobre ella y repetí el ritual que Ansila había practicado conmigo, al terminar ella se desmayó.

    Cargué con su cuerpo y salté por la ventana, fui por mi caballo que aún esperaba paciente en el bosquecillo y emprendí el galope camino a Roma con mi amada entre mis brazos.

    La noche anterior, en previsión de lo que pudiera acontecer, había alquilado una casita en las afueras. Dentro había una habitación con un pequeño ventanuco que yo cubrí con una tabla para obstruir la entrada de la luz del sol. Dejé a Julia tendida en la cama y tras asegurarme de que la casa quedaba bien cerrada, salí de caza. Volví a la casa poco antes del amanecer, me aseguré, una vez más, de que todo estaba bien cerrado y que nadie nos molestaría durante nuestro sueño diurno y me tumbé en la cama, junto a la que ya era mi compañera eterna y me dormí.
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