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Les propongo "Contrato Prenupcial"

Pilar CuetoPilar Cueto Pedro Abad s.XII
editado marzo 2013 en ¿Te gusta leer?
Hola a todos los foreros:
Soy Pilar Cueto, guionista y escritora de novelas románticas, y sé que es difícil empezar a leer a un escritor que está empezando. Mi propuesta es: romance, pasión, ternura y un toque de erotismo finamente narrado en los libros que estoy sacando al mercado.
Les dejo parte del primer capítulo de mi novela "Contrato Prenupcial", les aseguro que si se animan a leer mis novelas la pasarán muy bien.
PRIMER CAPÍTULO:
Capítulo 1

Amanda salió del baño y tomó la bata que colgaba de un perchero. Ya le enseñaría al idiota que estaba en la puerta que esa no era manera de tocar el timbre.
Abrió la puerta con tanta fuerza que la bata se descolgó por uno de sus hombros sin que se diera cuenta. Su mirada y todos sus sentidos se paralizaron ante ese hombre al otro lado del umbral.
Sus ojos parecían azotarla mientras recorrían su cuerpo sin prisa, deteniéndose en sus senos que subían y bajaban al ritmo de su respiración.
Amanda se acomodó la bata con manos temblorosas, evidenciando su estado emocional. Era imposible no alterarse cuando el extraño que tenía enfrente la había desnudado con la mirada.
Trató de cerrar la puerta, pero el hombre lo evitó atravesando el marco con su bastón de madera.
—¡Váyase o llamaré a la policía! —gritó Amanda.
—No tienes por qué ponerte histérica —expresó Raymundo, sonriendo burlonamente—, solo vine a hablar contigo.
—No lo conozco —replicó sin dejar de hacer fuerza para cerrar la puerta—, así que lárguese.
—Soy Raymundo León —dijo con sequedad.
Amanda escuchó el nombre y dejó de forcejear, entonces reparó en el bastón y recordó lo que César le había contado sobre su mejor amigo, y no tuvo otra opción que estar de acuerdo con él. A pesar de la cojera, Raymundo León proyectaba tanta seguridad hasta el punto de hacerla sentir insignificante.
No le gustaba cómo la miraba, y tampoco que hubiese entrado a su departamento sin su permiso, manifestando tácitamente que lo último que le importaba era su opinión.
—César no está —anunció con agresividad.
—Ya lo sé —respondió Raymundo observándola descaradamente—, por eso estoy aquí, es urgente que tú y yo tengamos una conversación.
—No tengo nada que hablar con usted —y abriendo la puerta, agregó—: Adiós, señor León.
Amanda se quedó esperando que Raymundo entendiera que no era bienvenido, pero él no captó el mensaje y se acomodó en un sillón sin dejar de mirarla. Ella trató de tranquilizarse. No era usual que alguien del sexo opuesto la pusiera nerviosa, siempre tenía el control, pero ese hombre empezaba a sacarla de sus casillas.
—¿No se da cuenta de que quiero que se marche? —dijo, acercándose a él.
—¿Y tú no te das cuenta de que no me moveré de aquí hasta que hablemos?
Amanda enfureció, el tono que empleaba le recordaba el que usaba la directora del orfanato donde paso toda su vida hasta la mayoría de edad. Sin una pizca de emoción y dejando en claro quién daba las órdenes. En aquella época no le quedaba más remedio que obedecer, pero ahora las cosas habían cambiado, era dueña de su vida y nadie, ni siquiera Raymundo León, gobernaba en ella.
—Creo que además de cojo eres sordo —exclamó con acidez, dejando a un lado el formulismo con el que lo había tratado—. Estoy ocupada y no tengo tiempo para hablar con un engreído que cree que el mundo gira al son de sus palabras.
Raymundo sonrió mientras se ponía en pie con ayuda de su bastón. Sus ojos tenían un toque macabro que logró estremecer el interior de Amanda, que no había reparado en su estatura, y empezaba a actuar como un efecto secundario sobre su psiquis. No estaban en igualdad de condiciones. Mientras él bajaba la mirada ella tenía que levantar la suya, y mientras él vestía un fino pantalón de lanilla inglesa, ella traía encima una pequeña bata que le cubría lo indispensable.
Ya había notado que Raymundo no perdía de vista sus extremidades, molestándole el brillo lujurioso que alcanzó a ver en sus ojos cuando recorrió sus muslos expuestos. César no se había equivocado al describirlo como un hombre atrevido que toma lo que le provoca, pero había olvidado comentarle que su presencia era dinamita pura que alteraba la tranquilidad.
—Me gusta tu lengua viperina —comentó Raymundo mientras caminaba hacia ella—, sale de lo común; por lo general las mujeres se cuidan al hablar conmigo.
Amanda no pudo mover las piernas para huir de su presencia, tampoco podía pensar; él acaparaba el aire que respiraba, dándole la impresión de que en cualquier momento moriría de asfixia. No le gustaba Raymundo León, la hacía sentir poca cosa: una mosca a la que podía pisar si le fastidiaba su presencia; por eso se apresuró en demostrarle que ella era más que un insecto insignificante.
—¡Ya basta! —exclamó, sorprendiendo a Raymundo con un rápido movimiento al apoderarse del bastón que él tenía en la mano—. No puedes llegar a mi departamento y hacer tu voluntad. ¿No entiendes que quiero que te marches?
Y para dar más crédito a sus palabras aventó el bastón hacia la puerta, quedando en el aire el eco que produjo el choque de la madera contra el piso de mármol.
Raymundo no se inquietó por el inesperado arranque de Amanda. Era evidente que no le cayó bien a la amante de su amigo, pero no fue a buscarla para caerle en gracia, sino para darle una penosa noticia.

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