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La enfermedad del Cuerpo Degenerado.

Cagado a PalosCagado a Palos Pedro Abad s.XII
editado marzo 2013 en Terror
La enfermedad del Cuerpo Degenerado caía cruel sobre sus víctimas, y a todos por igual condenaba, sin mostrar ningún tipo de clemencia o escrúpulos, implacable, letal, súbdita.
Los médicos la llamaban así por sus más que perturbadoras características, fruto todas ellas de las más horrendas pesadillas entre el supuestamente curtido personal médico. Cuando una persona caía en sus fauces, su cuerpo ya más nunca volvía a pertenecerle, quedando en manos de algún demonio o dios cruel.
La carne sufría deformaciones repentinas y mórbidas. Tanto era así que, muchas veces, ninguna atención médica podía revertirlas. Era como si algún Chernóbyl se hubiese cernido sobre el paciente, modificando su cuerpo, jugando con él. La enfermedad podía prolongarse durante años, décadas, hasta que sobreviniese alguna deformación que el cuerpo no pudiese tolerar y el paciente muriese. No había cura, ni tratamiento, ni modo de evitar el dolor, ni tampoco eutanasia. Cuando la enfermedad del Cuerpo Degenerado caía sobre alguien, caía con crueldad.

Matías Plaza era padre de familia, ejecutivo de bolsa, magnífico deportista y, por encima de todo eso, un hombre con muy mala suerte. No hubo piedad para él.
Amaba a su mujer con sinceridad; cada mañana, cuando la veía entrar por la puerta de la cocina para hacerse el desayuno mientras se desperezaba, no podía evitar sonreír. Y a sus hijos los amaba aún más; al mayor, que era un adolescente con todos los dilemas propios de la edad. Y al menor, un chiquillo aficionado a los tebeos y a los dibujos animados. Los hubiese amado hasta envejecer y morir si la enfermedad del Cuerpo Degenerado no se lo hubiese impedido.
Ocurrió un día en que, al levantarse pronto por la mañana como era su costumbre, se fue al baño a ducharse. Cuando hubo acabado, llenándolo todo de vapor, se secó con la toalla y fue orinar al retrete. Acto seguido se dirigió a la pileta para afeitarse y, dado que el espejo estaba nublado por el vapor, pasó la mano en una dirección y luego en la otra, limpiándolo. Y luego gritó con todas sus fuerza.
El rostro que lo contemplaba desde el cristal tenía todos los músculos de la cara relajados, de tal forma que parecía que se le estuviera cayendo de la cabeza, como si la piel se estuviera derritiendo. Otros músculos, en cambio, estaban tensos de forma exagerada, como era el caso del risorio, que provocaba que su boca formase una sonrisa amplia y artificial que resultaba siniestra. Y su lengua se movía de un lado a otro fuera de la boca sin que él la controlase, como si fuera un ser vivo que morase dentro de su cavidad bucal. Y lo más perturbador de todo es que él no sentía ninguna anomalía en su rostro; no sentía como si tuviera la piel caída, o la boca tensada, o la lengua moviéndose sola. Más cuando se llevó los dedos a la cara, pudo verificar que todo aquello era real.
Su mujer llamó a una ambulancia y, rápidamente, fue internado en un hospital. Y fue allí donde recibió la noticia de que la enfermedad del Cuerpo Degenerado lo había atrapado.
-Hemos podido devolverle a su cara su aspecto original.-le dijo el médico entregándole un espejo, desde el cual pudo ver su rostro de siempre devolviéndole la mirada.-Pero esta no será la primera vez que algo así ocurra. Su cuerpo cambiará, cada vez de forma más violenta, y no siempre podremos revertir los síntomas.
-¿Me está diciendo que tendré que convivir con esto toda mi vida, hasta que muera de viejo?
El médico lo miró con lástima.
-No creo que llegue a viejo. Lo lamento mucho.
Más Matías Plaza y su familia no habían de aceptar esta afirmación de forma tan fácil. Buscaron remedios y esperanzas en cada hospital y en cada médico que pudieron encontrar, y todas las respuestas fueron las mismas.
-Deje su trabajo, múdese a una casa que esté en un sitio más tranquilo y agradable, y disfrute del tiempo que le queda con su familia.-fue la única respuesta que hallaron.
De forma que, y tras mucho dolor y muchas lágrimas, la familia Plaza decidió hacer caso del consejo de los médicos y abandonaron toda esperanza.

La casa a la que se mudaron estaba alejada de la ciudad, en las afueras; era tranquila y agradable, tal como dijeron los médicos que debía ser. Y allí Matías pudo haber sido feliz, si no fuera por la certeza de que, en cualquier momento y durante un período indefinido, un hombre monstruoso podría aparecérsele delante de cada espejo, delante de cada ventana, delante de sus hijos y de su mujer. Matías sintió la enfermedad dentro de él con intensidad. La vivió en su cabeza, acosándolo, y, en ocasiones, le parecía que podía sentirla dentro de su cuerpo, propagándose, moviéndose, reptando por sus tripas. Era terriblemente consciente de que un día se despertaría por la mañana, iría al baño, se miraría en el espejo y, entonces, una horrible pesadilla se haría realidad en su casa. Aquel sitio se terminó convirtiendo en un infierno para él; su confinamiento le recordaba lo que era y lo que padecía. Cada pared y cada mueble se lo recordaban, y las náuseas y la angustia lo torturaban.
-Quiero morir.-dijo un día entre sollozos de pánico, con la cabeza apoyada en el regazo de su mujer, mientras ella lloraba con él.

Sin lugar a dudas, aquellos días posteriores al diagnóstico de su enfermedad fueron los peores de la corta vida de Matías. Sus hijos no lo supieron; de hecho, ni siquiera les quisieron dar la noticia de la terrible enfermedad que padecía su padre. Para ellos aquello eran unas vacaciones en el campo, y nada les había de preocupar mientras Matías soportaba la tortura del miedo y de la angustia.
El tiempo fue pasando y con él, las heridas se fueron haciendo menos dolorosas. Matías comenzó a sentirse más relajado y, en algunas excepcionales ocasiones, incluso era capaz de recuperar la sonrisa. Al parecer, la enfermedad del Cuerpo Degenerado no estaba a la altura de su reputación, y un poco de clemencia le fue concedida. O eso fue lo que pensó él, ignorante como era de que aquella clemencia no era más que otra forma de crueldad.

Aquel maldito día se encontraba limpiando el coche con sus hijos, de buen humor incluso, jugando con ellos. El agotamiento se apoderó de los tres y fueron comer; había pollo con trufas y champiñones, bañado en salsa de vino tinto. Al mediodía, llenos como estaban de tanto comer, decidieron ir a dar un largo pasea hasta un lago cercano, de aguas cristalina bañadas por el sol, de tal forma que brillaban como espejos. Se metieron dentro entre risas, entusiasmados. Fue entonces cuando, de pronto, el hijo menor de Matías se quedó mirando a su padre, extrañado.
-Papá, ¿qué tienes en la cara?
Con un nudo en el estómago y el corazón pegando un acelerón brusco, Matías buscó su reflejo en el agua. Entonces, una bola de barro impactó contra su cara.
-¡Es barro!-exclamó su hijo entre risas.
Matías no recordó haberse sentido nunca tan aliviado como en aquella ocasión, al comprobar que nada le ocurría en la cara. Volvieron a casa, en donde, después de ducharse, su mujer y sus hijos decidieron ir al pueblo a hacer la compra.
-Volvemos pronto.-dijo su mujer.
Matías se despidió y entró en la casa. No dio ni dos pasos cuando notó que había algo viciado en el aire. No le dio mayor importancia y se fue a su habitación, con la intención de tomarse una merecida siesta. Los ojos comenzaron a escocerle mientras subía las escaleras.
Al cruzar el pasillo del segundo piso, se dio cuenta de que su hijo menor se había dejado la luz de su cuarto encendida.
-Este chico…
Entró dentro con la intención de apagarla, y entonces lo vio. En la puerta del armario de su hijo, un gran póster de una especie de monstruo muy bizarro lo miraba fijamente. Era todo de color rosado, como si le hubieran despellejado la piel, y se le podían discernir las venas a través de ella. Carecía de pelo y de pestañas, con lo cual sus ojos siempre estaban muy abiertos de una forma antinatural, mórbida. Pero lo peor de todo era su nariz; estaba cortada en dos, como si un cirujano la hubiese abierto con un bisturí para verla por dentro, y de ella salía pus y sangre.
Matías se asqueó ante semejante póster tan impropio de su hijo. Muy extrañado, alargó la mano para apagar la luz de la habitación, cuando, de pronto, el horror y el pavor más intensos que Matías había experimentado en toda su vida se apoderaron de él. El monstruo del póster también había alargado un brazo.
-No es un póster.-comprendió Matías entre gritos de espanto.- ¡Es un espejo!

Después de aquello, bajó a su oficina, abrió la caja fuerte, sacó una pistola y se pegó un tiro en la cabeza. Su hijo menor fue el primero en encontrarlo así, aunque no reconoció al monstruo con una bala en la sien que era su padre, ni nunca lo había de hacer en sus pesadillas.
Antes de morir, Matías había dejado una carta de despedida a su familia, muy larga y con distintas partes en donde le hablaba a cada uno de sus hijos, diciéndoles lo mucho que los quería y pidiendo que no lo olvidaran. La carta finalizaba con una súplica: “No dejéis el ataúd abierto durante el velatorio.”

Muchos meses después, mientras un médico estudiaba la naturaleza de la enfermedad del Cuerpo Degenerado, un terrible descubrimiento fue hallado.
-Debimos haber puesto a los pacientes en cuarentena.-dijo el médico, temblando de horror mientras rezaba por el alma de la familia de Matías Plaza.

Comentarios

  • Cagado a PalosCagado a Palos Pedro Abad s.XII
    editado marzo 2013
    El hijo adolescente fue el primero al que la enfermedad del Cuerpo Degenerado atrapó. Se encontraba en una fiesta de la universidad, bebiendo y fumando, pasándola bien. Aquel día había hecho una inusual inversión de dos gramos de cocaína para él solo, y la estaba disfrutando en el baño junto con una amiga que a cambio de una uñada le metía la mano en la bragueta. A las dos rayas ya estaba de rodillas mamando lo que el muchacho quería que le mamase, mientras él la agarraba de la coleta y la empujaba de arriba abajo.
    -¡Cuánto ha engordado!-exclamó la muchacha pasándole la lengua por la polla.
    -No pares…
    Cuando hubieron decidido que ya se habían colocado lo suficiente, salieron del baño y se difundieron entre la multitud de la fiesta. Allí, sentado en el sofá del piso de estudiantes, se encontraba el dueño del mismo, un tal Kevin. Era estudiante de ingeniería química y aficionado al speed, e inusualmente apuesto.
    -No se qué regalarle a mi hermano pequeño para su cumpleaños.-estaba diciendo.-Había pensado en descargarle un juego para el ordenador. Está todo el día ahí metido, viciando.
    -Igualito que mi hermano.-dijo otro muchacho, un tal Iván, mientras se liaba un porro.-Bájale Los Sims 2, que es al que vicia siempre el mío. Le gusta poner a los sims en la piscina y vender la escalera para que no puedan salir. Luego espera hasta que palmen ahogados. No veas el tremendo cementerio que tiene ya hecho el cabrón.
    -Nah, ese ocupa demasiado. Mi ordenador está hecho polvo, es muy viejo. Solo le falta funcionar con una manivela.
    -Pues bájale un emulador de la Game Boy.
    -¿Un qué?
    -Es un programa para que funcionen juegos de otras consolas en el ordenador. De la Play y así.
    -¿Y cuánto ocupa?
    -Muy poco, por eso te decía. Yo tengo un carro de juegos de la Game Boy y no me llegan ni a los diez megas, creo.
    Una muchacha rubia que estaba sentada a lado de Kevin le encendió el porro a Iván mientras decía:
    -¿Por qué no le regalas un juguete o así? Un coche teledirigido o alguna chorrada por el estilo.
    -Ya le regalara uno el año pasado y no jugó con él ni una semana. Ya te digo, está todo el puto día metido en el ordenador.
    -Es que regalarle un juego que has descargado en Internet es como un poco… no se, un poco cutre me parece a mí.-dijo la muchacha.- ¿Qué vas a hacer? ¿Envolver la pantalla en papel de regalo? No se, como que pierde toda la ilusión.
    -Puedes cambiar el icono que se muestra del emulador por una caja de regalo o algo así.-sugirió Iván.
    -¿Lo qué?
    -Joder, vas a propiedades y le cambias el icono del programa.
    -¿Para qué?
    -Olvídalo.
    Iván le pasó el porro a Kevin, el cual lo rechazó alegando que ya iba muy ciego y se lo dio al hijo de Matías, el cual no se encontraba muy bien. Sentía dolor en el vientre, y no le apetecía en lo más mínimo fumar marihuana. Además, igual contrarrestaba los efectos de la coca o algo, lo cual lo llevó a darse cuenta de que no la estaba pasando bien, de que estaba ahí sentado oyendo a la gente hablar, sin hacer nada, y entonces le dio la paranoia y se levantó para hacerse un cubata y empezar a hablar con todo el mundo y aprovechar su inversión de ciento veinte euros en coca que había hecho para celebrar su primera fiesta desde que su padre estaba muerto.
    Se levantó y entonces…
    -¡Oh dios mio!-exclamó la muchacha rubia sentada a lado de Kevin.
    Y entonces, a la escasa luz que había en el interior de aquel piso de estudiantes, todos miraron al descendiente de Matías Plaza, todos observaron su legado. Y los gritos, y el horror, y el jaleo fueron la respuesta. Todos comenzaron a correr, presas del pánico, hacia fuera del piso, lejos de la enfermedad del Cuerpo Degenerado. Todos excepto Kevin, Iván, la muchacha rubia y él, el engendro. El horror cuyo vientre se alargaba a ras del suelo, y cuyos órganos se le escapaban por las estrías que la piel iba abriendo.
    -¡Coño, mierda!-iba diciendo Kevin.- ¡Coño, mierda! Iván, llama a una ambulancia. ¡Joder!
    Los ojos del engendro, inyectados en sangre, se hacían más grandes a la vista de todos, agrandando sus sienes, hinchándolas como si no cupiesen dentro de la cabeza.
    La ambulancia ya estaba en camino y la enfermedad del Cuerpo Degenerado se seguía divirtiendo, cebándose sobre el pobre muchacho, el cual ya no se podía considerar un ser humano. Kevin había traído cinta adhesiva para tratar de taponar los cortes que se le habían hecho en la piel, de los cuales salía sangre y grasa.
    -Te pondrás bien, la ambulancia ya viene, ¿vale, cielo?-iba diciendo la rubia, aunque le parecía imposible que existiese alguna forma médica de que se pusiera bien, pues su frente y sus ojos habían alcanzado un tamaño tal que parecía que su cabeza fuera a estallar, y los dientes se le habían roto todos de tanta fuerza que hizo con la mandíbula. Y su vientre continuaba agrandándose y estirando la piel como si fuera un chicle.
    Entre los restos de sangre y grasa, Kevin encontró el pene y los testículos del muchacho, que se habían desprendido.
    -Joder…-fue lo último que dijo antes de desmayarse entre vómitos.
    Cuando la ambulancia llegó, el muchacho tenía ya el tamaño de un sofá; hinchado, deforme, casi más cabeza que cuerpo. Cuando lo intentaron levantar para ponerlo en una camilla, fue como intentar despegar una lasaña gigante del suelo; el cuerpo se partió en dos, y la piel y la sangre y la grasa se adherían a todo aquello que los tocase. Pero lo peor de todo es que cuando, de alguna manera, consiguieron apañárselas para llevar aquel moribundo cuerpo al hospital, se dieron cuenta de que seguía vivo y que, aunque ya no controlaba su cuerpo, era plenamente consciente de lo que estaba pasando. Murió después de dos días de agonía.

    La madre de la familia Plaza fue la segunda a la que la enfermedad del Cuerpo Degenerado se llevó. A ella no la acosó tanto como a su marido, ni fue tan sádica como lo fue con su hijo adolescente; quizás la enfermedad, a la vista de una mujer que no solo había perdido a su esposo y a su primogénito, sino que era consciente de que algo igual de terrible le iba a pasar a ella y a su hijo menor, decidió, por una sola vez, mostrarse clemente. O eso fue lo que se pensó. Lo cierto es que la crueldad de la enfermedad del Cuerpo Degenerado no conocía límites.
    Si se la llevó pronto y sin dolor nunca se habrá de saber. Un día, mientras se bañaba y recordaba la adorable forma en que su marido sonreía cada vez que la veía entrar por la puerta de la cocina para hacerse el desayuno, o mientras pensaba en lo mucho que había tenido que lucha para amoldar el comportamiento de su hijo adolescente al suyo, o mientras se imaginaba lo maravillosas que hubiesen sido sus vidas si la enfermedad del Cuerpo Degenerado no se hubiese cebado sobre ellos; mientras sentía lo rápido que su corazón latía y notaba el vacía hueco de la angustia en su pecho, mientras le pedía a Dios o a cualquier ente que existiese que velara por el hijo que aún le quedaba, mientras se limpiaba de la cara sus últimas lágrimas en vida, mientras hacía todo eso, se dio cuenta de que la enfermedad del Cuerpo Degenerado estaba allí. Se dio cuenta de que la estaba observando, y que se acercaba. La sintió en la fría agua de la bañera, acariciándole las piernas, acercándose, atrapándola. Y entonces, cerrando los ojos y recordando una última vez la sonrisa de su marido, se dejó atrapar por ella.
    La encontraron al día siguiente, muerta. Toda la parte de su cuerpo que sobresalía del agua estaba intacto; más, para el horror de las personas que la encontraron, la parte que estaba dentro se había hinchado tanto que había adquirido la forma de la bañera. Para sacarla tuvieron que romperla, y el resultado era como ver a una mujer incrustada en un flan de carne.

    -Vamos, hijo.-le dijo el doctor Shelly al hijo menor de Matías Plaza después del entierro de su madre.
    -¿No me voy con los tíos?
    Desde que su hermano mayor muriera, habían vivido con sus tíos.
    -No.-fue la fría respuesta del doctor, y lo encerró en un coche negro.
    El doctor Shelly ya había hablado previamente con sus tíos, y les había explicado lo arriesgado que era permanecer cerca de aquel niño. La decisión de ellos fue dura, pero nada fue tan duro como lo que le aguardó al hijo de Matías Plaza. Nada fue tan duro como la vida que le tocó vivir a aquel niño aficionado a los tebeos y a los dibujos animados que, paradójicamente, se llamaba Narciso.
  • Cagado a PalosCagado a Palos Pedro Abad s.XII
    editado marzo 2013
    Ah, conste que estos dos post vendrían a ser como el capítulo 1, pero para evitar darle ese orden estructural que da el poner número a los capítulos, y poder relatar así la historia sin que esté dividida en partes, decidí soltarla así a lo loco y sin ciencia xDDDD.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado marzo 2013
    Terrible enfermedad,existe de verdad o es solo imaginación tuya?:eek:
  • Cagado a PalosCagado a Palos Pedro Abad s.XII
    editado marzo 2013
    La enfermedad es real, aunque las deformaciones que tienen lugar en el relato salen de mi imaginación.
  • maurimauri Anónimo s.XI
    editado marzo 2013
    Esta es mi primera crítica y quiero resaltar que prácticamente soy un nuevo en todo esto de la literatura, más aun en lo que es escritura, así tomalo como de quién viene.

    En general me pareció muy buena la historia, estuvo bueno el detalle del diálogo sobre el regalo de cumpleaños en la fiesta para mostrar parte del background de la escena (aunque tal vez para el largo de la historia podría haber sido un poco más corto) y me gustó como se fueron desenvolviendo las cosas. Me parece que podrías usar algún pronombre o sinónimo para no referirte siempre a la enfermedad como "la enfermedad del Cuerpo Degenerado" es un poco largo.
    Me gustó.
    SaLuDos
  • Cagado a PalosCagado a Palos Pedro Abad s.XII
    editado marzo 2013
    Se agradece la crítica ;)
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