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Bosque de dioses

Sandra PantocratorSandra Pantocrator Gonzalo de Berceo s.XIII
editado febrero 2013 en Fantástica
Bosque de dioses

Una estatua de aproximadamente medio metro constituía la esbelta representación del dios Wolfen, era de plata pura y zafiros, sus tres enormes ojos hechiceros. Aquella piedra preciosa que residía en su frente, arriba del hocico pulcro y afilados dientes hechos en marfil, simulaba la facultad de ver más allá del alma humana, desterrar a todo indigno que se atreviera a injuriarle, acechándolo al fin como lobo que era.

Préobra guardaba la figura en un santuario, en medio del bosque donde dos grandes piedras hacían de altar, la niebla gris embellecía la divinidad del lugar. Era la joven sacerdotisa, desde niña le habían enseñado a adorar, rezar a favor del Dios Lobo, y ella con muy poco escepticismo se entregaba a la tarea de su vida, prescindiendo de todo placer mundano. Pero las primaveras cesaban su paso al cambio, hojas anaranjadas se restregaban desganadas en la danza de Céfiro y, Préobra sentía como la primera de las estaciones, una sucesiva transformación. Su generosa, larga y negra cabellera enmarcaba con rizos perfectos su rostro pálido, labios rosados y tímidos ojos oscuros que prometían un anhelo inalcanzable. Asimismo la luna seguía su ciclo, llenándose poco a poco hasta alcanzar el clímax altivo y refulgente.

Como siempre en esas fechas, los ojos de aquella efigie enrojecían, pero nunca tan rubíes habían parecido. Su obligación eterna de proteger la estatua hacía que la virginal doncella permaneciera la mayoría del tiempo junto al robusto ara, bien imaginando, bien soñando, que siempre acababa en la misma sospecha: una vida incierta. Pájaros cantaban con volumen atroz, y el arroyo apenas era escuchado en el espeso bosque nórdico. Decidió bañarse la linda niña, para celebrar también ella la resurrección eterna del astro de la noche. Cayó su fina túnica blanquecina y aquel lazo violeta que amarraba la vestimenta, y sus firmes pechos rozaron a prisa la superficie del agua. Atardecía, colores mates impregnaban la atmósfera de melancolía, Préobra entonaba himnos al ser supremo.

Adempero, al regresar ella al altar, la figura inestimable había desaparecido, junto a su ropaje... pues había desvestido su cuerpo allí mismo. Gritó por pavor a las hermanas, que solían acudir una vez al año para agasajar al dios con oro de poco valor y quizás alguna gallina huidiza; lloró por el inmenso aprecio que albergaba por su inmortal señor. Consideraba blasfemia lo ocurrido.

Desnuda y no pensando en el ladrón culpable del desastre, arrodillada ante el sagrario, decidió rezar. Las estrellas parecían ahogar un saliente suspiro, al despertar de su letargo diurno…las tinieblas se cernían entorno al bosque. Demasiado pronto habían llegado las sombras de la oscuridad y desaparecido el ruido procedente de animales, algo antinatura los había, por mero instinto, aterrado.

Aunque no fuera invierno, el fresco hacía tiritar a Préobra que tumbada entre hojas seguía pidiendo perdón, dormitando. Ya en el cenit del horizonte la redonda esfera emitía luz rojiza, más horrenda que la lobreguez. En un instante cesó el silencio, chillidos de vicio se escucharon tan cerca que se le erizaron a Préobra los pelos de la nuca, achicándose sobre si; temía lo peor. Delante se plantó un hombre fuerte, de ancho cuerpo, demasiado orondo y de pequeño cráneo, llevaba el vestido de Préobra en la mano izquierda.

Jamás ella había visto un proscrito, menos en la zona tan pacífica donde siempre había vivido, pero estaba segura que no tenía buenas intenciones, el varón de sonrisa nauseabunda y dientes pútridos. Decidió correr, hasta morir si faltaran fuerzas para dejar atrás al despreciable, como ciervo siendo cazado. Oyó alaridos perversos que la llamaban con constancia, hasta que en un momento todo cesó, y comenzaron los clamores y lamentos que la cabal muerte no habría podido mejorar. Pero seguía apresurándose, temblando y llorando, exhausta, abatida y sumamente sobresaltada. Al fin cayó al suelo, sobre matorrales que dejarían marca en su blanca piel…los rizos se enzarzaron con la maleza. Reinaba aún la noche cuando sus ojos se abrieron; ante ella un hombre. Pensó un minuto, tranquila, en la muerte con resignación. Sin embargo observó que imposible sería el mismo varón, su estatura era mayor, la silueta nocturna mostraba un ser musculoso y de cuerpo bien parecido.

Preguntó Préobra con esfuerzo al desconocido que quién era, él no contestó, sino dando un paso adelante se posicionó bajo el rayo de luna, que iluminaba enteramente el cuerpo desnudo del joven hombre. Préobra no pudo más que fascinarse ante los ojos azules, inhumanos. del varón, ante el torso fornido y todas las demás dotes de éste. El pelo denso del hombre acababa en una barba castaña no demasiado tupida, formando un hermoso ángulo con sus pómulos y la recta nariz. Interrogó de nuevo la joven quién debía ser, cómo se llamaba, de dónde venía el apuesto señor. Solo fue respondida con una sonrisa pícara que enseñó a Préobra una dentadura implacable y simétrica, solo los colmillos no parecían encajar.

Levantándose ella, el galán hombre se acercó, la agarró provocando un tacto enloquecedor en Préobra y la besó, elevando el alma completa de la joven a otro nivel de sentimientos, un vicio inconcebible se mezcló en su sangre, desterrando los inmaculados deseos de guardar al dios Wolfen. Siguieron un tiempo indefinible mirándose mutuamente, desnudos ambos, hasta que al final los ojos del joven se tiñeron de un rojo sangre.

Préobra no gritó, los remordimientos habían desaparecido, pues ahora sabía de cierto que la estatua no había sido robada.

Comentarios

  • NeverwinterNeverwinter Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado febrero 2013
    Alaaa qué historia más bonita, tan bella como tu forma de escribir. Me encanta, siempre digo que es vital empatizar con los personajes, algo difícil en textos cortos, pero describes tan bien que es muy fácil comprender a la protagonista.
    Todo ello en un alarde de originalidad en cuanto al texto en sí.

    Muuuy bueno, tienes mucho talento.
  • CheloChelo Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado febrero 2013
    Me ha gustado mucho, escribes genial.

    Chelo
  • JanoJano Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado febrero 2013
    Bonita historia, contada con un precioso estilo. A ver si leo más cosas tuyas, este me ha gustado.
  • Sandra PantocratorSandra Pantocrator Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado febrero 2013
    Neverwinter escribió : »
    Alaaa qué historia más bonita, tan bella como tu forma de escribir. Me encanta, siempre digo que es vital empatizar con los personajes, algo difícil en textos cortos, pero describes tan bien que es muy fácil comprender a la protagonista.
    Todo ello en un alarde de originalidad en cuanto al texto en sí.

    Muuuy bueno, tienes mucho talento.

    Nuevamente gracias por tu crítica! Me alegra poder crear un cierto nivel de empatía, es imprescindible para atraer al lector! :3


    Gracias también a Jano, espero que leas cosas que sigan interesándote, yo desde luego que también le tengo que echar un ojo a tus escritos :)

    Y Chelo, me alegra que te guste mi estilo :3
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