Era un tono sin ritmo. Una cadencia rota. Un pecho inflamado. Una caricia en el aire que se rompe en miles de mares de manos, aquellas de deditos pares. En mi radio, sueña un sueño; en mi pecho, un correo. En el cielo, miro a Dios; y en la Tierra, veo a Cris. Salen de oropel, entran en el redondel. Miran a ver; ojitos a parir. Caen como pan de anís, en medio de las manos mudas del indeseable. Son estrellas de rocj; panes que comemos, cielos que negamos y infulas que inflamamos.