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El Burdel.

editado enero 2013 en Erótica
El Burdel.

El Burdel tiene las paredes de café con leche, aunque cuatro grandes candelabros de oro le adornan lo ruín. Y una gran lámpara en el techo ilumina el salón, con sus sillones de armiño amarillo. Sobre un gran brasero de bronce los rubíes enfurecidos parecen los dientes de un dragón rabioso. Se queman semillas de alucema e incienso. En una mesa un jarrón chino. ¿Qué escena se dibuja en él?, cuatro pescadores sacan con una red de oro un pez espada que hiere a uno de ellos en un brazo. Hay una gota carmesí en una camisa arremangada. Y la mar se bambolea en olas espumosas. Sobre el jarrón una gran hortensia rosa, con un millón de pétalos secos. De la mesa cae un mantel que llega al suelo. En los sofás, las putas. Desnudas y cubiertas de polvo de oro. Doradas. Rapadas al cero, sin cabellos. Pero doradas. Salvo en el antifaz que cubre los ojos, que es de color azul. Está Trinidad, de grandes pechos y lengua viperina, conoce por su nombre los venenos y su lengua es sucia como todos los falos que ha lamido. Sabe insultar. Se ha defecado diez veces en el sombrero del último cliente, que no dió propina. Le mentó a la madre por los cuernos del padre antes de lanzar un espantoso gargajo amarillo al brasero. Se contonea como una serpiente y es la endemoniada hermosa como las cimas del Himalaya. Qué pechos tiene la buena serrana, capaces de amamantar a cien mil legionarios sedientos. Y en sus opulentos muslos de oro, la cripta de su sexo depilado exige un cohombro marino eternamente erecto. Sobre un Piano verde, dorada como un poniente Concha la Peruana sostiene una copa de anís en la mano. La llaman la Peruana, pero nació en Cádiz. Jamás visitó Perú. Pero denunció a la policía a un miembro de Sendero Luminoso que se enamoró de ella de visita en España. Llevaba el terrorista cheques por valor de cien millones, y es puta por afición. Su cuenta corriente jamás estuvo en números rojos. Rojos son solo sus labios, que ahora prueban el anís, cuando folla es una hembra que caza tigres, araña las espaldas de los hombres, a los que rodea con sus piernas como un cangrejo, y es una escorpiona mutante cuyos labios son veneno. Hay en sus ojos negros siete panteras rabiosas y su cuerpo es el de un arcángel. ¿cuántas vergas ha bebido esta noche?, todavía ninguna, por eso bebe el anís, porque sus labios están secos y ella cabreada no ha degustado todavía el sabor de un varón. Han sonado en el reloj las tres de la madrugada, y un gran cisne blanco sobre las azoteas vomita su luz enormemente ebrio. Francisca se mira en un espejo. Ayer cocinó conejo. Se encargó de golpearlo, matarlo, desollarlo, y cocinarlo. Qué soberbia es. Rapada al cero parece un cadete americano, lo es, porque es un hombre, pero su culo ha recibido la verga de ochenta muchachos. En realidad se llama José Alberto, y es de Fuentes de Cantos de Arriba. Con quince años mamó su primera polla. Es un gato, o una gata. Pero sufrió un horror durante su circuncisión. Ese día fue como un pájaro al que le hieren el sexo con tijeras. No tiene pechos, es un hombre, pero su culo ha recibido más esperma y vaselina que el contienen los cachalotes en sus gónadas. Qué buen maromo fuera sino fuera puto. Colecciona mariposas. Y nunca bebe vino porque le hace vomitar. Pero es una mujer en la cama, sedienta de deseo. El esclavo absoluto. En su pecho tatuado hay una cruz egipcia. Y sólo folla por dinero. Una belleza endeble que si tuviera navaja sería felina. Dulce María lee una revista del Corazón, en su portada una Infanta de España proclama su divorcio. Tiene un zarcillo en la oreja de oro puro. Repito que todos estos ángeles están rapados y dorados. El polvo de oro los hace exóticos, como extraños pájaros semidemonios. Dulce María es pequeña, traviesa, esconde una libélula en su pecho, y sus tetas, llenas de miel de higuera, conocen el significado del pellizco. Acaba de estar con un cliente, y ha naufragado con él en el Cabo de Hornos. Qué fellatio tan placentera le ha hecho. Por noventa euros. Era un gordo peludo, con bigote mejicano y andares patosos. Que se empeñaba en decirle Mialma, mialma, mialma, mientras le succionaba entero. No ha sido generoso. Ha pagado la tarifa mínima y ella está enfadada. Por eso le acaba de dar una patada al gato. Lee que la Infanta Elena está harta de su marido y ahora mismo es feliz con esa noticia, también ella quisiera degollar hombres y cortarles el pescuezo, como a una gallina roja.
Oh, Ernestina, es tu primera noche y tiemblas. En tus labios hay una amapola virgen, y tus dientes, duros, aun no conocen el misterio de la no mordedura. ¿quién te tomará esta noche por vez primera?. Ya Juán José te robó el Virgo, y Fernando, y Federico, y Carlos, y Adolfo, y Felipe, y Rodrigo, y Enrique, pero nunca lo hiciste por dinero. Tus tetas son hermosas como dos peras inmensas y hay en tu pubis un olor a romero y salvia. Es tu pureza como la de la azucena mustia y en tus ojos la noche y la luna destilan su fría incógnita. Solo un cuadro de Venecia es testigo a estas horas del perfecto crimen que la alcoba esconde.

Comentarios

  • EduArdoREduArdoR San juan de la Cruz XVI
    editado enero 2013
    ¡Qué descripción! ¡Y qué final! Me ha gustado.

    La descripción es humilde, pero las tarifas de lujo :confused: :eek:

    La redacción, prácticamente todo en un párrafo es lo peor del relato. Hacer el texto adecuado a varios párrafos, ayuda a su lectura. No obstante, muy bueno, enhorabuena.

    5/15.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado enero 2013
    Me gusta como lo cuentas, pero sigo viendo maluco el rejunteo de las letras, :rolleyes::)
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