¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

El Alien Rojo.

editado diciembre 2012 en Ciencia Ficción
El Alien Rojo.

Dioses, no me negueis la tinta china, que negra la quiero hasta el relámpago. El Cardenal se mueve sobre la arena dificultosamente, flor fucsia, extraña petunia voluptuosa, salvaje majestad rosa, cuyo manto arzobispal es una entelequia de amapolas histéricas. El desierto marciano lo contempla. Es el ocaso y un cielo rojo se refleja en un lago de arena de sulfato ferroso y cinabrio infinito. Es un inmenso espejo granate y naranja veteado de carmines rabiosos el que pisa el sacerdote, detrás de él, feroz maraña de espinas, el Alien rojo, manso y esbelto, incontenible muelle púrpura en tensión, le sigue los pasos. Es un tigresaurio demoníacamente rojo, la prolongación siniestra de la ropa del cardenal, su imagen especular y deforme. Ambas flores escarlatas dejan una sombra negra y alargada a sus espaldas en el carmín de Río Tinto minera y Tarsis. Hay arroyos secos en los que la sangre corrió como una furibunda serpiente, torrenteras en las que el vino sumergió cien ángeles desnudos, savia de olmo de cristal y ónice que atrapó lagartos furibundos. El suelo de pizarra roja daña las sandalias del sacerdote, el suelo quema, escorpiones frenéticos danzan al paso del amo de la bestia, cuya frente empapada en sangre brilla. Suda el cardenal sangre y da ahogadas bocanas al aire enrarecido del desierto marciano, que lo contempla como a un Jesucristo en trance al que acompaña un Cirineo monstruoso. La pantera le sigue con su doble boca erizada de dientes, las dobles mandíbulas en tensión son como tijeras a un instante del supremo corte y el Cardenal es una hierática rosa sobre la estepa carmín. Suda sangre el apóstol sublime, que se ahoga en la enrarecida atmósfera. Avanza con dificultad, el camino es pedregoso y las piedras son aristas afiladas y crepitantes, lacerantes e indiscriminadas, el monstruo le sigue como un extraño bailarín a su dama, en su piel de silicona roja se refleja el ocaso marciano como una llama púrpura sobre un satánico pavo real escarlata. Los dos dejan una sombra negra y luctuosa bajo un sol irascible que quema como el fuego, que intenta bajar al horizonte. El silencio es una capa de escarcha venenosa en la que se deslizan acordes de címbalos negros. Al fondo se eleva la ciudad marciana, es un rostro negro de esfinge hierática, con los pómulos resaltando las oquedades de los labios. El sacerdote da una bocanada de aire y de su nariz brota un goterón de sangre negra, que cae sobre su vestido, la rosa se llena de mucílago negro. Cae al Suelo. Detrás de él el monstruo se detiene y escarba la tierra, parece sonreir con malicia, pero es la carcajada de una hiena vampiro. Vomita cólera morbo el sacerdote, un gargajo negro como la muerte que ensucia su vestido bermellón y cae a borbotones sobre la arena. Se levanta. Al fondo se eleva la ciudad marciana, sobre un espejo horripilantemente púrpura, negra como la antracita. Los muros ciclópeos delinean la pirámide, los escalones se elevan hacia el cielo y las balaustradas terminan en arcos negros, rotos, y salvajes. El sacerdote, avanza, la arena impulsada por el viento le lacera la cara, le quema la nariz, de la que aún gotea la sangre negra, mezcla sudor y sangre en su piel. Detrás de él el horrible híbrido sonríe, es como un muelle en tensión el salvaje percutor de una trampa lasciva que quisiera desollar arcángeles. Su piel de silicona roja está hecha girones, pero su figura indemne y escuálida muestra la agilidad del escorzo de la ortiga. De golpe empieza la lluvia de relámpagos. La Lluvia seca. Son fotógrafos cósmicos los que hacen reverberar las opacas turquesas rojas del suelo, el flash fotográfico que ilumina el poniente, donde un sol mortecino quiere dejar su cabeza de gallo. Un rayo atraviesa al monstruo que cae partido en dos, el cardenal tiembla como la hojarasca en Enero, se agazapa sobre la tierra y reduce su volumen, se pone las manos sobre la cabeza, detrás de él el monstruo, herido de muerte, vomita como un borracho un manantial de sangre verde. Todavía es roja la escena, y la ciudad marciana, de muros altos y negros, ciudad de inmortales y espejos, azogues profundos y sombras repentinas, lo contempla como a una hormiga. Crisoberilos negros aguardan la victoria del apóstol que ha perdido a su gato en el trance.
…………………………………………………….
Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com