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En el Templo de los Dioses de Marte.

editado diciembre 2012 en Ciencia Ficción
En el Templo de los Dioses de Marte.

Pórfido, alabastro, y malaquita. Mármol rosa y piedra. Escalas que ascienden y giran en el espacio como tornillos de Arquímedes sin fin, Cúpulas que se sostienen sobre inmensas columnas salomónicas, a punto de desplomarse sobre el suelo, en equilibrio inestable e imposible. Vidrieras rojas y verdes, amarillas y azules, rosas, espejos que resuenan sus ecos luminosos, transparencias de cristal limpísimo, vidrios iridiscentes, antorchas de cera perfumada, incienso, mirra, y aluzemas, menta y estoraque. Doce mil arcángeles iracundos blasfemando, de ojos rojos, como la sangre, de cabellos rubios, como el trigo, nivados en la piel, mármoles finos, y alas de plumación aquileña. Presencias hieráticas que condenan y castigan, omnipotencias que pisan serpientes y las aplastan, Bóvedas de crucería con gárgolas siniestras, retorcidas de dolor y de espanto, con las fauces abiertas llenas de colmillos, vomitando fuego y lepra, vomitando tinta y sangre, sangre verde de líquidas malaquitas, tíbores gigantescos llenos de hielo rosa, espuertas de mármol con hielo picado, con diamantes lustrosos y viperinos. Los dioses beben una ambrosía azul en inmensas copas de oro macizo, los titanes chocan sus cabezas, minotauros demenciales, corruptos de ira lasciva, Zeusses de oro macizo lanzan rayos de platino rabiando, enloquecidos por la profanación, las hormigas, naranjas o azulísimas, recorren el cabello de las estatuas, las escaleras no están hechas para los pies humanos, y los tigres de Marte descansan ateridos, en los grandes corredores de zócalo de malaquita. Los dioses Neptunos sueñan con los antiguos mares desecados, perdidos en el barro, los esqueletos de las ballenas se encuentran a millares, con los fósiles de los calamares engullidos en sus estómagos de marfil y hueso, con sus cabelleras de tentáculos deformes, Gorgónas de piedra maciza, sus tridentes de oro se han clavado en los cuerpos de gigantescos tiburones indómitos, con sus bocas erizadas de dientes masacrando focas de alabastro. Catedral inclinada boca abajo, catedral submarina y satánica, templo de una cristiandad marciana extravagante, iglesia de Cíclopes y Lestrigones sangrientos, recinto para Dioses Saturnos esquizofrénicos, tálamo para Jupiters y Danaes de corazón de hierro, cárceles para titanes de granito, penitenciario para Apolos tenebrosos. Pórfido, alabastro, y malaquita. Enormes columnas que no tienen fin en el cielo, simas que bajan hasta el centro de Marte, escalas inclinadas hasta el vértigo, espirales demoníacas sin logaritmos, trece mil íncubos de cabellos de plata, vampiros marcianos con fauces ensangrentadas, sanguinarios zombies de fantasía, de piedra azul y verde, bajo vidrieras fucsias esmeriladas, torreones donde el holocausto es una anécdota, y en donde se celebra una misa a Satán desnudo. Crucificados de oro macizo, con los ojos de esmeraldas, Vírgenes Macarenas de cuadratura imposible, ofuscadas en un calvario de lágrimas de ámbar. Pilas benditas llenas de perfume, azahar y lavanda, romero y claveles, y gigantescos cangrejos de mármol negro. Entrar en este recinto es sentir el peso de lo despiadado de la ira. Entrar en este recinto es comer flores de goma. Entrar en este recinto es arrancarse los ojos del alma. Los viejos elefantes elevan sus trompas de piedra resonante, de oro macizo sus colmillos, y hay cabezas de Cerdo de metal radiactivo como fuentes de agua y de aceite balsámico. El inmortal asesinado chorrea litros y litros de sangre granate, en una agonía interminable. Suenan armonios negros, órganos violetas arañan la entraña de los oídos, y el arpa y la celesta acuchillan el aire como uñas de gato. Suenan tambores y timbales para armonios de rubí fundido, para armonios negros como la brea. La gran estatua del Moloch marciano clava los clavos a un Jesucristo de oro, de cuyos pies y manos surge la lava ardiente, sangre de inmortal crucificado, terriblemente tórrida, y el arroyo sangrante cae hacia las simas como un Iguazú de ira. Solo se asoman al abismo los arcángeles ciegos. Solo pueden tocar las arpas los arpistas sin ojos. Solo pueden mirar la luz las pupilas en sombra, sólo se pueden arrimar al fuego los grandes quemados. Solo pueden beber el vino los ya embriagados, y solo pueden probar el veneno los cadáveres. Los inmensos Dioses marcianos beben una ambrosía azul en cálices de oro macizo, Santos Griales de pavor y esfuerzo. Los atlantes sostienen un cielo imposible. Y el agua desemboca en cisternas de plata. Los náufragos quedan en la playa perfectos en su angustia. Y las bocas muerden algas verdes. Leviatanes de bronce son acuchillados por Neptunos furiosos, de mares inexistentes. Y la lluvia que cae ahoga a los niños recién nacidos. Moloch vence, y Jesucristo sangra sin resucitar jamás. En el Templo de los Dioses marcianos las moscas son devoradas por las arañas y los escorpiones destilan su ira gota a gota sobre los lacrimarios. Y hay jarrones con lirios eternos, sobre las calaveras de los ajusticiados. En las fuentes los azogues de las aguas dicen NO, NO, NO.
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