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Reactor Numero 4 (Cap II)

LawlietLawliet Gonzalo de Berceo s.XIII
editado diciembre 2012 en Ciencia Ficción
REACTOR NUMERO 4 (II)

Pasaron 2 meses. Cogí todo lo que tenia. Me equipe con lo mejor que pude. No tenía ningún plan b. Si fracasaba estaría con un traje y unas armas carísimas, pero sin un duro para el futuro. Pero, ¿fracasar en qué? Iba a meterme en la boca del mayor monstruo que la humanidad había conocido para comprobar la existencia de otro, al parecer mayor. El plan parecía desmoronarse a medida que lo iba pensando cada vez más.

Y, a pesar de todo, comencé el viaje. Tuve que admitirlo. Fue un viaje único. Vi cosas increíbles. A pesar de mis años aquí, la zona siempre esconde cosas fascinantes. Una belleza mortal. Una hermosa mujer vestida de sangre y dolor. Cazar algún animal era lo único entretenido que se me presentaba, a excepción de las pocas ocasiones en las que gozaba de compañía en el trayecto y esta lo hacía más ameno. Las horas de soledad eran largas y el ambiente no acompañaba, caminaba entre aullidos de animales concebidos por una madre cuyo sistema estaba contaminado, el aire moviendo el polvo radioactivo, disparos que se disipaban en la lejanía, el eco de todo aquello se introducía en mi mente poco a poco, psicológicamente estaba en un estado avanzado de paranoia, como la melodía de una caja de música que con sutileza empieza a descender cada nota y que mentalmente sigues entonando…

Ahí estaba yo, caminando por aquel sendero de muerte, por el mismo cemento que pisaron miles de autobuses que evacuaron a tantos inocentes cuyas vidas nunca volverían a ser las mismas, eso con suerte. Militares que decidieron llevar a cabo una tarea suicida ya no solo por sus familias o por sus país, sino por el mundo.

Al fin tenia la central como horizonte. Me acerque con cautela, investigando la zona, reconociendo el terreno. Como pensaba, el ejército tenía la entrada principal totalmente vigilada y la valla que envolvía la planta estaba muy bien cubierta. Tenía que pensar rápido. No era seguro estar allí. De pronto, un camión militar se aproximaba a mis espaldas. Intentar ocultarme en el vehículo era más que apropiado. Pero ¿cómo? Entonces recordé mi última caza: Un cuervo que maté hábilmente con mi fusil y que colgué de mi mochila. Oculto detrás de unas piedras, espere a que el camión se pusiera delante de mí y lance el pájaro con todas mis fuerzas al parabrisas. Frenaron y el sonido del neumático me recordó a aquellos gritos que hace unos años envolvieron esta tierra en agonía. Aproveche el frenazo para ocultarme bajo el camión, no podía arriesgarme a que registraran la parte trasera y me abrieran un tercer ojo entre ceja y ceja.

Lo conseguí. Pude entrar. Llego la noche y el número de soldados era mínimo. Me encontraba sin apenas luz y en un lugar que solo conocía por imágenes. Necesitaba un disfraz para moverme con más calma. Empecé a observar a los soldados que paseaban dentro del recinto. Hasta que encontré uno que iba solo. Con precaución, le agarré por detrás y le dejé inconsciente. No era necesario matar. No por ahora. Me puse su ropa, le até de pies y manos y le puse cinta americana en la boca. Empecé a caminar como si nada y, para mi sorpresa, el soldado tenía en su bolsillo una PDA con un hermoso mapa detallado de la central. Sabía a donde tenía que ir. Parecía como si supiera lo que hacía. Como si tuviera un plan, pero solo me movía por una ligera idea, por una sensación, una corazonada o quizás por simple curiosidad.

Aunque mi uniforme me permitía moverme por el exterior, necesitaba una excusa para acceder al interior o, en cualquier caso, acceder sin que nadie me viera. Según la PDA, había un panel que controlaba el suministro eléctrico, pero esta vez no era el de la central, sino el que los militares instalaron para asentar aquí una base. La oscuridad se hizo con la central. Mientras los soldados intentaban averiguar cuál era el problema, me arrastre con sumo cuidado hasta acceder a los pisos inferiores. Tenía que subir y tratar de orientarme hacia el reactor cuatro. Los pisos tenían una estructura muy compleja, casi laberíntica, y era fácil perderse. Los letreros estaban oxidados e ilegibles. Además, debía tener cuidado con las patrullas que estuvieran en el interior y prepararme para cualquier otro tipo de sorpresa.

El edificio era como un recuerdo borroso. Me imaginaba la planta en pleno rendimiento, cientos de personas de un lado para otro, voces por todas partes, Miles de medidores, sirenas, protocolos, luces parpadeantes que señalaban el estado de una bomba de relojería. Tenía el corazón a cien con esos pensamientos. Las paredes crujían, las tuberías goteaban. Podía escuchar pasos que me desorientaban por el eco que producían.

Según la PDA, debía subir un par de pisos. Las escaleras se encontraban a la vuelta de la esquina. De pronto, me empezó a doler la cabeza. Pensé que sería la contaminación allí asentada como un asesino esperando a su víctima pacientemente, pero no, un pitido muy agudo empezó a taladrarme la cabeza. No tenía tiempo de reacción, si no hacia algo rápido me desmayaría y acabaría fiambre. Me di la vuelta al tiempo que preparaba mi fusil. Entonces pude ver de qué se trataba. Una criatura mutada, un ser que anteriormente fue humano. Una bestia con una cabeza desproporcionada y unos brazos grandes que acompañaban a un pecho y una espalda deformes, lo cual lo hacía lento. La criatura soltó un grito que hizo temblar la central. Aproveche el momento para ocultarme tras una pared. Se trataba de un mutante con la capacidad de manipular seres menos desarrollados, algunos podían incluso controlar humanos. No quería ser la marioneta de un monstruo. Me mentalice de lo que debía hacer. Acribillar a esa pobre bestia con todo lo que tenía. Me aseguré de tener cargado mi fusil y me preparé para asomar mi dolorida cabeza para apuntar y disparar. En ese mismo instante, justo antes de apretar el gatillo, empecé a escuchar pasos y voces muy cercanas. Volví a cubrirme. Para mi suerte, se trataba de 3 soldados que empezaron a atacar al mutante por la espalda. Por esta vez, me vino bien su presencia.


CAPITULO FINAL
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