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Proyecto UMA (FanFic)

LambentLambent Anónimo s.XI
editado octubre 2012 en Ciencia Ficción
Breve reseña:

[OCULTAR]Tres historias y tres versiones -la de una heroína, la de un héroe cansado y la de un antihéroe- respecto a un tótem que representa los valores más inquebrantables de la naturaleza más desconocida, y que se vale de la belleza y la presencia de las montañas como lanzadera y ascensión simbólica a dichos ideales.

Microrrelato juvenil basado en el viejo y magnífico videojuego de SquareSoft “Final Fantasy VI”.[/OCULTAR]

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INTRODUCCIÓN:


[OCULTAR]Descendiendo por la negra y sinuosa ladera sur, la General Celes Chere —Caballero Magitek a la orden del Imperio— asemejaba ser una gota de rocío en un pozo negro. La expedición, compuesta por tres circunstanciales escaladores, volvía tras dos días de ascenso de una infructuosa búsqueda por tratar de demostrar que la leyenda era cierta. Que el lacónico informe que Shadow entregó al Imperio era erróneo.

La guardia personal que acompañó a Celes eran colaboradores habituales para la General. Guerreros recios, de las fuerzas especiales imperiales, que habían completado su entrenamiento en los Picos Kolts, integrados entre las Montañas Sabre, más altas que cualquier nube, al Noreste de South Fígaro.

—Así son las cosas aquí arriba —le dijo uno de ellos— trabajamos para vos y os seguiremos hasta el final. Si vuestra voluntad es dar media vuelta, mi General, entonces volveremos.

Y Celes deseaba volver. La General, ensimismada por todo lo que veían sus ojos, no dejaba de pensar en Shadow; el sicario contratado por el Imperio para comenzar el proyecto que ella misma debía finalizar pero que, al igual que el propio Shadow, jamás completaría. Celes conocía lo suficiente sobre el sicario. Le constaba que era un mercenario sin moral al que perseguían los fantasmas de un tormentoso pasado. Sabía que no creía en el ser humano, tan capaces de lo mejor como de lo peor, ni en la “salvación colectiva”, o como se quiera llamar. Sino que era, de hecho, uno de aquellos que pensaban que, de existir, sólo era posible la salvación individual. Y todo lo demás, los mensajes moralizadores acerca de construir un mundo mejor, no eran más que palabrería utópica para jóvenes carentes de la lucidez que te dan los años.

Aproximándose al valle, casi a orillas de la ladera, Celes cayó en la idea de que el sicario haría cualquier cosa por dinero a excepción de algo nada convencional para los hombres de su clase. Aquel tipo —enigmático, de ojos peligrosos e indumentaria completamente negra— amaba a los animales, quienes a menudo son infinitamente más nobles que los hombres. Y así, desde hacía unos años, sólo aceptaba la compañía de Interceptor como su leal, fiel y único camarada; un perro, implacable contra los enemigos de Shadow que, al contrario que algunas personas, nunca abandonaría a su amo. Celes, por tanto, creyó haber descubierto del carácter del sicario que éste no acabaría con la vida de un animal noble ni por todo el oro del mundo. Que él, de hecho, mataría por otro animal. Y lo haría sin dinero de por medio.

Por otro lado, con la experiencia de haber subido a una de las montañas más inaccesible de la tierra, la General encontró nuevas dudas que hacían tambalear, más que nunca, la discutible labor emprendida por aquellos a los que servía.

Celes Chere, de cabellos rubios, mirada de ojos trémulos y dubitativos; a veces, valientes. Pura de corazón, como la nieve que, parcialmente, cubría la ladera, es una mujer noble y de carácter magnánimo. Y lo que había sentido arriba le era tan complicado de explicar como difícil le suponía quebrantar un orden instaurado por la Madre Naturaleza, de la que se sentía ilegitimada a alterar. En aquellas duras montañas, a pesar del frío y de los páramos, se respiraba pura vida. Nunca supo si por lo trascendente que es la escalada —una actividad que marca carácter y que contemplaba como valiente, honda, de pasión y de exposición, por estar completamente desasistido y en soledad con tus propios miedos, esfuerzos y pensamientos— o si fue el hecho de encontrarse lejos de toda civilización, aunque cerca de algún rincón en donde esas montañas guardaban un profundo secreto. El caso es que Celes había entendido una parte del significado de aquellos horizontes verticales, inaccesibles para las armaduras Magitek, que tuvieron que lidiar en base a cuerdas fijas y auxiliares, tornillos tubulares de rosca, crampones y arneses.

Cautivada por el mundo de las montañas y sus momentos intensos y difíciles, en su memoria surgía un universo inexplorado y fascinante para el que entendió que el hombre no estaba hecho ni tan siquiera para pisarlo. Aquellas altas cumbres simbolizaban un último escondite. Un refugio natural repleto de criaturas en cuyas miradas se proyectaba la lejanía, el miedo y el sentimiento de querer apartarse del humo industrial buscando paz, quietud y armonía.

La expedición liderada por Celes se encontraba lejos de poder explicar con palabras lo vivido cerca de aquellas cimas. Pero la vida seguía siendo igual en otros rincones del mundo y a muchos kilómetros del lugar, en Véctor, capital del Imperio, algunos hombres especulaban acerca de los últimos acontecimientos que llegaban en forma de rumores.[/OCULTAR]

Comentarios

  • LambentLambent Anónimo s.XI
    editado octubre 2012
    NUDO:



    [OCULTAR]—Declaró que allí no había nada y se fue —comenta Biggs, distendido—. Por lo visto esas fueron las palabras de Shadow, el asesino contratado para quien siempre se dijo que no tenía mayor bandera que la del refulgente brillo del dinero, ni mejor aliado que el chucho que lo acompaña.
    — ¡Y que un buscavidas como él deje de cobrar la segunda parte de lo suyo, eludiéndose así! —Clama Wedge.
    —Dicen que es lo que ha sucedido… Extraño, ¿verdad? No obstante, tampoco descartemos que lo que exista allí arriba valga mucho más de lo que le ofrecieron.
    —O quizás, sencillamente, no hubieran debido contratarle… La gente habla, Biggs, y por mucho que Shadow sea un colaborador habitual del Imperio, he oído rumores respecto a que a ojos del jefe de ingenieros Cid, lo del sicario roza la ignominia. Dicen que los ha dejado tirados e incluso se rumorea que han enviado a la mismísima General Celes a terminar el trabajo que él empezó.

    Los rumores que manejan Biggs y Wedge, soldados rasos, estaban en lo cierto salvo por un detalle: Celes tampoco terminaría su labor puesto que en ese preciso instante volvía a Véctor y no cabía duda, por tanto, que la General, al igual que el sicario, no encajaban en lo que el Imperio había dado a conocer como el “Proyecto UMA”.

    ***

    Cid del Norte Marquez, máximo responsable en Ciencias e Ingenierías Aplicadas del Imperio, ostentaba la plena supervisión de la maquinaria ejecutora del Proyecto UMA, así como el completo respaldo del Emperador; razón por la cual poseía carta blanca en la gestión de dicho programa. Para el Proyecto UMA, Ghestal, el gobernante más ambicioso que jamás se sentó en la poltrona imperial, vio con más que buenos ojos toda la retahíla de informaciones vinculadas a una leyenda que, presumiblemente, se hallaba entre las heladas cordilleras de la Ciudad-Estado de Narshe. Los informes venían respaldados por los estudios de cierto departamento científico, así como el aval, en persona, del mismísimo Cid, quien, en un primer lugar, pensó en Shadow para llevar a cabo los planes y con motivo de no poner en riesgo ninguna pieza logística vinculada al organigrama imperial. No obstante, tras el regreso de Celes, quien fue su segunda opción por resultar de su más neta confianza, el ingeniero ya pensaba que no podía perder más tiempo con este asunto. Que debía contar con el mismísimo General Leo Cristophe, Capitán de los Caballeros Magitek, si deseaba resultados inmediatos.

    Personaje enjuto, que viste casaca de paño verde —la de mayor rango— y cuya piel se mostraba atezada por los duros años de entrenamiento bajo la luz cenital del sol que calienta los campos de batalla. Mirada de ojos circunspectos, quizá reprobatorios por naturaleza; Leo Cristophe —de quien hablamos— fue nombrado Caballero Magitek a los dieciséis años. Nacido en Véctor y perteneciente a una estirpe de grandes guerreros, es considerado una leyenda viva así como un héroe local, empezando por aquellos aprendices a Caballero, quienes crecían alimentando sus ambiciones en base a sus hazañas. No era, sin embargo, el combate su mayor cualidad, sino la oratoria. Leo tenía el don de la elocuencia y jamás se batiría en duelo, ni trataría un asunto amparándose en estrategias militares, si éste podía evitarse con palabras.

    A pesar de todo y sin embargo, en su introspección el Capitán de los Caballeros Magitek experimentaba un grave problema personal: No estaba plenamente satisfecho de lo que veía a su alrededor, ni tampoco de sí mismo. Cansado de no hacer nada ante tantas tropelías cometidas por el Imperio y de las que él mismo se sentía tan responsable, aún siendo considerado como el adalid de Véctor y un personaje venerado por tantos, el Capitán de los Magitek se sabía perfecto conocedor de que no era oro todo lo que brillaba. A Leo le atormentaba la idea de poder hacerlo muchísimo mejor. Conocía su talento. Sabía que era capaz de formar a otros hombres, que sus palabras podían evitar muchos enfrentamientos y su elocuencia ostentaba la habilidad de conmover a otros seres humanos para, con ello, modificar su temperamento haciéndoles cambiar a mejor. Pero, no obstante, a la hora de la verdad no predicaba con el ejemplo: se sentía culpable y una gran mentira por mirar hacia otro lado ante las actividades de Véctor, a cada paso menos plausibles.

    Para que pueda comprenderlo el lector, la figura de Leo se podría entender, en cierto modo, como la de El Mago de Oz, del cuento de Lyman Frank Baum: un personaje conspicuo, de elevadísima reputación y venerado a ojos de toda la sociedad, pero que en realidad jamás hizo magia. Capaz de conmover entregando un corazón en forma de reloj, de devolver el valor perdido con palabras, o de restaurar la confianza entregándole un diploma a un hombre sin cerebro; por más que su mera figura aportara un sentido extra a cada una de las cosas que pudiese hacer, Leo lamentaba el profundo vacío de sentirse apariencia de veracidad, no siendo verdad. El Capitán de los Caballeros Magitek creía representar, por tanto, el arquetipo de Antihéroe por antonomasia. Así se veía, al menos. Alguien que soñaba con ser lo que siempre quiso ser. Lo que representaba, a ojos del resto.

    Jamás, en toda su vida, lograría redimirse, borrar el sentimiento de culpabilidad o ser capaz de sentir, por sí mismo, lo que la gente sí percibía de él. No valgo lo que ellos creen que valgo, —solía pensar, resignado.
    —Os informo que Celes ha llegado abatida a Véctor y que Shadow tampoco ha podido llevar a cabo esta misión...
    — ¿De qué se trata exactamente, Cid? —Pregunta Leo, inquisitivo.
    —El departamento de Criptozoología, integrado en la Unidad de estudios en Biología Animal, dentro del Instituto de investigación en Ciencias de la Naturaleza que yo mismo superviso, cree haber encontrado pruebas determinantes acerca de la posible existencia de un críptido emparentado al ser humano —sentencia Cid.

    Es un hombre de Ciencia el jefe de ingenieros. Casi cincuenta años. Pelo un poco canoso, rizado y cubierto habitualmente por una túnica. Espeso bigote pardo y mirada de ojos inteligentes. De la clase de tipos en Ciencia que —dicho de alguna manera— no recibieron noción alguna en bioética y evitan hacerse preguntas si éstas no van unívocas al sentido de que un experimento, el que sea, acabe resultando todo un éxito que colme su vanidad científica.

    — ¿Un críptido decís? En la medida de lo posible, ahorraos los tecnicismos, Cid. Definidme esencialmente de qué estamos hablando.
    —Hablamos de un animal extraño, Leo. Algo que forma parte de las leyendas de Narshe y de lo que tenemos datos precisos que abren la posibilidad de poder verificarlo empíricamente. Probar que el mito es completamente cierto, en definitiva. El comité científico especializado en Criptozoología, a tenor de las leyendas, los rumores, los avistamientos y ciertas pistas sólidas como las pisadas encontradas de una criatura bípeda, previsiblemente emparentada al ser humano con el que compartiría un gran número de sinapomorfías, ha especulado al respecto manejando toda clase de datos en sistemática filogenética. En el informe final se incluye una posible descripción en la que hablaríamos de un animal grande. Un mamífero erguido con demasiadas reminiscencias humanas como para escaparse de los intereses de Véctor. Pudiera tratarse del fósil viviente de un linaje próximo al hombre, Leo. Uno de aquellos que conquistaron algunas de las montañas más altas de la Tierra. Un homínido temible y gigantesco adaptado a ese clima.
    — ¿Un animal, antepasado del hombre?
    —Así es. Desde el Proyecto UMA, del acrónimo “Unidentified Mysterious Animal”, hemos bautizado al críptido con el nombre en clave de UMARO.
    —Umaro… —repitió un sorprendido Leo— Pero contadme, Cid. ¿Qué interés tiene el Imperio sobre ese posible críptido? ¿En qué se está pensando exactamente?
    —Todo el interés, Leo. Considerad las posibilidades de encontrar un antepasado del hombre, previsiblemente más poderoso que nosotros, y cuyo genoma, su ADN, guarde una altísima capacidad de hibridación respecto al nuestro por estar ligado a nuestro linaje filogenético. ¡Estamos hablando de un eslabón perdido, Leo! Capturando a Umaro, las opciones de incrementar mejoras genéticas en nuestras hordas de futuros Caballeros Magitek serían altísimas. Pensad en ello. Consiste en algo de elevado interés para nosotros, y después de saber que ni siquiera Celes ha podido llevar a cabo este plan, en estos momentos sólo podría confiar en vos.

    Las palabras de Cid resonaban en la cabeza de Leo, que se preguntaba por qué nadie había llegado hasta el final del asunto. ¿Pudiera ser que en realidad todo formaba parte de una leyenda, siendo que las pistas de aquel departamento especializado en Criptozoología eran erróneas? ¿Sería que aquel posible homínido de las montañas, Umaro, existía y era especialmente temible? ¿Qué hizo detener la labor de Celes, que había desaparecido de la escena sin dar más explicaciones aparte de las de un posible mal de altura que le hiciese dar media vuelta? ¿Por qué Shadow, todo un mercenario sin escrúpulos, habría querido con su lacónico informe que el Imperio se olvidase del asunto?

    Y perdido entre sus dudas, Leo —como fiel adalid Imperial— aceptó la misión llevando consigo todas las instrucciones que el departamento de Criptozoología le entregó, junto con una última y principal labor: Capturar al “monstruo”, escrito así, textualmente, en el informe, y entregarlo, preferentemente vivo, a los Criptozoólogos de Véctor.[/OCULTAR]
  • LambentLambent Anónimo s.XI
    editado octubre 2012
    DESENLACE


    [OCULTAR]Cuando Leo Cristophe llegó a Narshe, tras un camino en el que no olvidó a Shadow ni, sobre todo, a Celes, el Capitán de los Caballeros Magitek comprobó que la visión de la ciudad norteña distaba mucho a la imagen que traía de Véctor. En Narshe triunfaba la sustancia sobre el estilo y la tecnología fluía a través del frío y un vapor azul, en mezcla con la noche, que lo embebía todo. De la ladera sobre la que se asentaba, y a partir de las minas, se había construido la polis, blanca y negra; nívea y del color oscuro que aportaban los minerales mayoritariamente extraídos: cuarzo y moscovita que, a su vez, constituían las rocas pizarras y corneanas metamórficas, dando volumen al negro e irregular macizo, sietemilista para la cúspide más alta, que acunaba al poblado. Los habitantes, por su parte, no eran como los vectorianos, en cuya idiosincrasia yacía la ambición expansionista del actual Emperador. En Narshe, alejados del carácter petimetre, acomodado y materialista, se profesaba el pragmatismo de quienes, teniendo los pies en el suelo, saben que se ha de trabajar duro por salir adelante del frío norteño. Por otro lado, permanecía particularmente arraigada entre sus ciudadanos la esperanza que llevaba consigo un incipiente movimiento revolucionario sustentado por aquellos que se reunían, clandestinos, soñando con un futuro más próspero: Los Retornadores. Personajes con ideas, aventureros muy viajados y algún que otro joven ratero que hacía llamarse “cazador de tesoros”.

    Leo, que había venido solo y con el fin de terminar esta misión especial, portando una armadura Magitek y el equipo de transporte necesario para llevar consigo a la bestia que el Imperio anhelaba, encontró cierta empatía en los ciudadanos que observaban su emblema imperial con recelo. Él mismo se empezaba a sentir mal de encontrarse en la ciudad de la que había visto nacer aquel movimiento de los Retornadores, a quienes, con cierta pericia persuasiva, supo lidiar sin problemas hasta el día de hoy. De algún modo, y con la antesala de los datos recientes, Leo intuía que algo no iba bien. Que su sola presencia sobraba desde el momento en que pisó Narshe, comprobando que la mirada de los ciudadanos reverberaba el brillo orgulloso y reprobatorio de quienes anhelan un mundo mejor por medio de las causas nobles de las que él, Leo Cristophe, inexplicablemente sólo podía soñar.

    — ¿Quién es el monstruo del que habla el informe? —Se preguntaba Leo— ¿Aquél último antecesor que ansía esconderse de este humo industrial, que a su vez se refugia del Imperio, o quienes codiciamos darle caza, quebrantando la belleza de la supervivencia, de la naturaleza, del entorno ecológico...?
    Las cuerdas fijas y demás artefactos de escalada permanecían tal y como lo dejó la expedición liderada por Celes, en la cara Sur de la más alta montaña en Narshe; después de las minas, de los dos primeros centenares de metros de ascensión y donde, más allá, sólo había un territorio ceniciento, prácticamente yermo y casi vertical.

    —Maldita sea... Si quieres cambiar el mundo, empieza por ti mismo —musitaba Leo— ¿Qué demonios hago aquí? Yo no soy el héroe con el que ellos sueñan y, una vez más, no siento estar haciendo nada por cambiar las cosas.

    Pensaba Leo, especialmente, en aquel niño que le procesa una admiración incondicional. Aquella capaz de alimentar las fantasías que nutren la imaginación de los pequeños. Esa devoción de quien no se pregunta sobre los riesgos que conlleva convertirse en Caballero Magitek, sino que, de hecho, en eso y en vivir aventuras está lo mejor de todo.

    —La Nada infinita. Ese es mi problema. Que no soy NADA cuando tú dejas de imaginarme... —se decía Leo, con la desazón de quien, tras perder toda compasión de sí mismo, conserva los retales de un sueño olvidado que ahora sólo era polvo de estrellas. Negra sombra frente a lo que una vez fue. Incuria, desilusión y motivos para bajar la mirada, hoy día.

    ***

    Tercer amanecer de escalada. Unos 5,600 metros tratando de no pensar demasiado. Una vez atravesadas las minas, profundas hasta el abismo. Más allá de las alturas de la cara sur. Superadas las dificultades, los males de altitud, los aludes y el frío. Fue entonces, entre un cielo negro y un páramo colindante a un bosque de abetos milenarios que reinaban, majestuosos, entre un terreno desabrigado; allá, donde no llegaba el vapor industrial, el momento en que se produjo, por primera vez, una visión distinta. Pues sólo allí la leyenda, finalmente, se hizo carne y pelo.
    A lo lejos del páramo Leo apreció una figura enorme que se alzaba imponente. No se trataba de un hombre, sino de un espantajo rodeado por la niebla, el sonido del viento y una distancia abismal en la mirada. Creyó percibir, Leo, el miedo a lo desconocido en esos ojos negros. El miedo de aquel que ha sido descubierto por un enemigo peligroso y que, irremediablemente, se sabe conocedor de que nada volverá a ser igual. El temor de aquel que, paradójicamente, da miedo.

    En aquel lugar, superadas las alturas, Umaro no tenía donde esconderse. Podría haber optado, tiempo atrás, por bajar a las minas, cerca de los hombres de los que pretendía permanecer ausente. Allí, pese a los riesgos, quizás hubiese encontrado escondite de sobra. Pero no ahora. Ahora se hallaba frente a un posible exterminador. Uno de aquellos que construyeron las ciudades a orillas de su montaña. Quienes talaron árboles. O quienes mataron a otros animales por el mero hecho de probar su propio poder.

    Ante la previsible amenaza que se avecina, con una más que probable lucha a vida o muerte, Umaro sentía terror. Pero Leo Cristophe, que fue el único hombre capaz de llegar al último escondite de su linaje, tuvo claro desde el primer momento en que se produjo el anhelado hallazgo que, a pesar del esfuerzo por llegar al objetivo, no iba a interceder lo más mínimo. Fue por ello que, ante aquel encuentro con lo imposible, Leo decidió, y se dijo así mismo, que el castigo más importante del culpable es que nunca, jamás, podría ser absuelto ante el tribunal de su propia Conciencia.

    De modo que, entre los ecos de gruñidos perdidos en la niebla y los sonidos que conduce el viento que sopla de las montañas, Leo Cristophe, Capitán de los Caballeros Magitek, comprendió perfectamente los motivos de Celes Chere y dio la espalda a aquello que buscaba pensando en dar por válido el informe de Shadow; un asesino de hombres que, sin embargo, jamás, en toda su vida, habría podido dar caza a lo que Leo acababa de presenciar.

    — ¿Y así, sin más? ¿Todo el esfuerzo habría sido en vano? —Se preguntaba Leo que, en cierto modo, se convencía así mismo de que sí. Que las reglas del Honor le dictaban, de forma renovada, que siempre hay que intentar dar lo mejor que puedas. Y si algunas veces, a pesar de haberlo entregado todo, lo último que te queda es dar media vuelta y decir adiós, hay que dejar, dignamente, que el destino y la vida confluyan de la manera en que las cosas deben suceder.

    Y por todo ello, finalmente, el Proyecto UMA acabó en un cajón, así como en la memoria, en forma de experiencias inenarrables, de aquellos héroes que dieron sus pulmones en la ascensión por capturar al titán de las alturas.

    Por su parte, Umaro, la criatura legendaria, acabó en boca de una maravillosa leyenda que hablaba de un protector de la negra y nívea montaña de roca metamórfica. Un ancestro de los hombres que escapó de toda la locura sintética de aquellos que ahora se consideraban como reinventores del Nomos y, a cada día, más alejados de la naturaleza. Todo ello, a cambio de esconderse en uno de los lugares más recónditos, inaccesibles y bellos de la Tierra: la escarbada superficie de las altas cordilleras de Narshe. El lugar donde, unos años más tarde, daría comienzo una fascinante aventura...

    …Pero esa es otra historia.
    FIN
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    Dibujo: Maxime Viventi

    Mediafire -descarga directa- : CLICK


    http://aquilestraslatortuga.wordpress.com/2012/08/21/proyecto-uma/
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