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Un sucio sombrero

Solrac ZerimarSolrac Zerimar Pedro Abad s.XII
editado octubre 2012 en Terror
Un sucio sombrero

En lo profundo de la séptima región y muy cerca de Hualañé, una extraña silueta volaba bajo el violento temporal que azotaba aquel perdido punto de Chile. Esta abominable presencia se sentía el dueño de las sombras, si parecía bailar entre el fuerte viento y la densa lluvia, que a esa hora de la noche se dejaba oír en cada techo del pueblo.
Para este ente todo es un simple juego y nosotros solo fichas en su tablero, él decide cuando y a quien atacar, y esta noche tiene la certeza que sumara una nueva victima a su larga lista. Y agitando sus largas orejas esta terrorífica cabeza avanzaba velozmente, dando gritos de alegría, sabiendo muy bien que sus gritos causaran pavor a quien lo escuche, y con una demencial mueca dibujada en su rostro, gritó con mayor fuerza, haciendo resonar su chillido en cada esquina de aquel escondido lugar de Chile.

Mientras el maléfico grito retumbaba bajo la torrencial lluvia, un angustiado hombre se retorcía en su cama, sabiendo que pronto llegaría su fin, su sentencia ya había sido firmada, no le quedaba otra cosa que esperar. Y Con el temor paseándose por su cuerpo como un furtivo parasito, miró hacia la ventana de su cuarto buscando a esa centenaria higuera, que a esa hora de la noche se estremecía con el temporal. Éste devastado hombre no tenia dudas en que pronto llegaría a posarse en una de esas ramas su horrible e implacable verdugo.
Éste desolado personaje que se retorcía en la cama era Manuel Riveros, o el “Tuna” como le decían sus amigos. Él era un nacido y criado en este lugar, amaba a su tierra tanto como amaba a sus hijos y nietos, no existía un cerro o chacra que no conociera, era un verdadero hijo de la tierra. Había visto de todo en su vida, pero nunca estuvo preparado para lo vivido estos últimos días.

Manuel siempre había escuchado esos fantasmagóricos relatos que rondan en cada pueblo perdido de este país, esas clásicas y espontáneas historias que nacen bajo el alero de un buen mate y un abrigador brasero. Nunca les había dado mucha importancia, los consideraba nada más que inventos que servían para pasar el rato. Pero un par de horas atrás todo eso había cambiado y junto a la lluvia que en ese momento humedecía la tierra de su pueblo, lentamente el espíritu de Manuel se anegaba cada vez más de temor, y casi sin quererlo, comenzó a rememorar la reunión del día anterior donde todos esos absurdos relatos dejaron de ser meras fantasías, para tornarse en la más real de las pesadillas. Recordó que aquel día había llegado temprano a la casa de su compadre Ramírez, o como le decían todos el “Huevo”, al rato llego el resto de sus amigos: el “Guatón morales”, el “Chasqui”, el “Cherpas Reveco” y el “Panchope”, incluso llego hasta el “Siete machos”; Todos se juntaron en la mesa que estaba en el patio de la casa del “Huevo” para compartir de unas chuicas de pipeño, rancheras por montones y la infaltable rayuela, además de un buen cordero asado, que sirvió para coronar toda esta reunión.
La invernal tarde avanzaba lentamente entre conversaciones de todo tipo, auque el tema principal era recordar la buena actuación que habían tenido en el último rodeo de Hualañé. Manuel siempre disfrutaba de estas reuniones, después de todo este grupo de hombres eran parte de su vida en aquel recóndito poblado. Y así, entre anécdotas y chistes subidos de tono paulatinamente la noche se adueño del lugar y uno a uno sus amigos fueron dejando la casa del “Huevo”, algunos obligados por el frío, pero la gran mayoría por el Pipeño, hasta que avanzada la noche solamente quedo el dueño de casa y Manuel. Su compadre “Huevo” ya estaba pasado de copas y él también en realidad, pero aún no quería irse del lugar, habían comenzado una mano de brisca y esta vez el juego tenía más emoción, pues habían apostado unos conejos a la parrilla. Las horas avanzaban y la mano estaba empatada, por lo que las raciones de pipeño se habían reducido a pequeños sorbos. De pronto una inusual polvareda se levantó en la calle, dando paso a un pequeño remolino que danzó sin control por unos segundos y terminó violentamente en el portón de la casa del “Huevo”, Manuel no le dio mayor importancia, sólo se levantó de la mesa para recoger los naipes que el insólito viento había desperdigado fuera de la mesa. Al volver se encontró con un encorvado anciano que los miraba desde el portón, su compadre también vio al anciano, por lo que se paro de la mesa y encendió la luz que daba al portón. Lo primero que llamo la atención de Manuel fue el elegante traje negro que vestía aquel viejo, parecía como que se lo hubiera puesto hace minutos, no tenía ni una sola arruga, aunque todo ese elegante traje contrastaba con el tono del viejo y sucio sombrero que cubría el enmarañado pelo del anciano. Otro extraño detalle era que a pesar del fuerte viento que se había levantado hace poco, los zapatos negros de aquel viejo estaban impecables, no tenían una partícula de tierra, al contrario, brillaban como recién lustrados. Pero lo que más intrigó a Manuel fue la cara de éste sujeto, parecía mucho más joven de lo que representaba su encorvada postura y su encanecido pelo.

-¡Buenas noches! -Como les va con la brisca -grita el anciano, interrumpiendo de plano todas las observaciones mentales que hacia Manuel.

-¡Bien muy bien! -responde el “Huevo”, acercándose al portón

-¿Seria tan amable de darme algo para beber?, mire que esta larga caminata nocturna me tiene muerto de sed -le dice el viejo con un desgastado y tembloroso tono de voz, haciendo notar su avanzada edad. Se apoyó en el portón y una burlesca sonrisa se dibujó en su particular rostro.

-No tenemos nada abuelo, es mejor que siga a su casa -respondió Manuel desde atrás, intentando no demorar más su peleada mano de brisca.

-¡Si tenemos! ¡Pase, pase, por favor! El portón esta abierto -gritó el “Huevo”, interrumpiendo a Manuel con un inusitado nerviosismo.

Manuel miró a su compadre con extrañeza y le hizo un gesto con las manos, como preguntándole qué le pasaba. Su compadre movió la cabeza de lado a lado y hundió la mirada en el piso. Manuel seguía sin entender lo que sucedía, hasta que finalmente el anciano abrió el portón y entró. Con un lento paso se acercó a la mesa, dejando su polvoriento y desgastado sombrero junto a la baraja, al sentarse en la silla les dedico a ambos una desdeñosa mirada.

-No tengo mate, pero sírvase una cañita de pipeño, esta bueno -dijo el “Huevo”, acercándole un tembloroso vaso.
-Gracias, usted es mucho más amable que su amigo -respondió el viejo, clavándole una dura mirada a Manuel.

Manuel no supo distinguir si esa mirada encerraba una mueca de burla o de odio, miró a su compadre “Huevo” que con un gesto de manos le pedía que se calmara. Pero él viejo seguía con la mirada clavada en Manuel, luego de un par de segundos éste comenzó a sentir un extraño cosquilleo en su cuerpo, parecía como que una pequeña corriente eléctrica lo recorriera. Al cabo de un rato un delicado susurro empezó a pasearse por el interior de su cabeza, pero Manuel fue incapaz de descifrar lo que escuchaba, luego un singular brillo en los ojos del anciano lo hizo sentir un repentino escalofrío, el terror invadió su cuerpo como un fulminante relámpago, dejándolo totalmente inmóvil. Manuel ya sabía quien era aquel misterioso viejo.

-Bien bueno que estaba el pipeño po´ amigo, ahora me voy para que sigan con sus manitos de brisca y muchas gracias.
Diciendo eso el anciano tomó su sombrero se levantó y con un tranquilo paso se alejó de ellos. Antes de cerrar el precario portón de madera, hizo una irónica reverencia con su sucio sombrero en la mano y con un: “Pronto nos veremos” les dio la espalda y se fue por donde mismo había llegado, dejando a Manuel y a su compadre en el más absoluto y frío de los silencios.

Sólo el sonido del fuerte viento y la violenta lluvia que caía sacó a Manuel del recuerdo de ese fatídico día, y con aire desconsolado miró hacia la ventana de su cuarto y volvió a la realidad, con los reproches golpeando su cabeza de la misma manera que las gotas impactaban en los cristales de su ventana. Sabia que el único culpable de todo era él mismo, había sido victima de su incredulidad, no debió haberle negado nada a ese anciano, debería haber notado inmediatamente que ese viejo era un maléfico brujo, pero no lo hizo y con esa negación firmó su sentencia.

Justo en el momento que el temporal amenazaba con arrasar con todo a su paso, la fatídica hora llegó. Con las pocas fuerzas que le quedaban a Manuel miró su cuarto, y como una gigante bola de luz, miles de imágenes pasaron por su cabeza. Se vio corriendo como un inocente niño por los caminos de tierra de su pueblo, recordó el primer beso que le diera a quien fuera en unos años más la madre de sus hijos, escuchó el llanto de su primer nieto, y con la emoción empañando su alma miró hacia la ventana, sabiendo que al otro lado estaría ese maldito mito viviente esperándolo en lo alto de la higuera, pero ahora ya no seria un encorvado anciano, esta vez estaría convertido en el siniestro “Chonchon”...Y así fue, bajo la tupida lluvia estaba posada esa maléfica leyenda, que con una mueca de satisfacción miró a Manuel por ultima vez. Manuel cerró los ojos, mientras unas silenciosas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. En el momento que esas lagrimas bañaban su almohada, unos malignos chillidos comenzaron a escucharse en todo el pueblo, y con el clásico “tue-tue” como un trágico redoble final, un sucio y desgastado sombrero cayó de la higuera, transformándose en un puñado de fétidas plumas negras, y finalmente bajo el violento temporal, Manuel Riveros, el “Tuna” murió.

Comentarios

  • Solrac ZerimarSolrac Zerimar Pedro Abad s.XII
    editado octubre 2012
    Este ficticio personaje (El Chonchon o Tue-Tue) nace en Chile, proveniente de la mitología mapuche, hago la aclaración para quienes no saben de este mito. Ojala que disfruten este relato y dejen sus comentarios, me gustaría saber que les pareció.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado octubre 2012
    No conocía este mito, está bien narrado y alcanza a dar escalofrios:eek:
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